¡Mamá, ¿cuándo me van a poner frenillos?! Esos y tantos otros deseos que tu también tuviste

Mane Cárcamo presenta una lista de las extrañas cosas que anhelábamos cuando chicos más que cualquier otra cosa en el mundo. ¿Un yeso, anteojos, en serio?

Son divertidos los niños. Esos que todos fuimos. Soñábamos con cosas de las que hoy escaparíamos y odiábamos otras que actualmente añoramos con ansias.

Y los niños cambian, pero no tanto. Lo he visto en los míos. Me piden las mismas cosas que les rogaba yo a mis papás en 1987 y que me hace entre mirarlos con ternura e ira. Y acá van algunos de sus “deseos” que también tuve y que NO ENTIENDO POR QUÉ:

1. ¿Mamá cuando me van a poner frenillos?

Ese afán por tener una ferretería completa en la boca es algo que les fascina a los niños. Tengo una niñita de 8 años que cuenta los días para que le instalen esos aparatos que no te dejan comer choclo ni cilantro con paz en el alma. Uno los espera como la llegada del Viejo Pascuero hasta que te los ponen… y ahí el amor y la ilusión se acaban. Y más cuando los padres vemos el presupuesto de cuánto cuesta enderezarle la dentadura al cabrerío. Créditos de Consumo vengan a mí. Es así.

2. ¡Quiero anteojos!

Creo que aquí hay una diferencia con la época de los que crecimos en los 80. Usar anteojos hoy si tiene su lado cool y gracias a Dios los diseñadores han hecho un real esfuerzo y tener unos hoy dejó de ser sinónimo de la Gertrudis del curso. Usé anteojos entre octavo y segundo medio y de verdad agradezco a los que alguna vez me sacaron a bailar en una fiesta por ese gran acto de bondad. Merecen el Nobel de la Paz. Hoy los niños tienen muchas opciones y la industria óptica se ha apiadado de ellos. Así es que en este punto apaño las ansias hipsters de usarlos y las aplaudo.

3. El famoso yeso

Esta ilusión infantil nunca la cumplí. No sé si porque mis huesos son más fuertes que vaya enyesada o porque era más sedentaria que cobradora de peaje. Pero tener yeso era un sueño de la pubertad. ¿Qué es eso de querer quebrarse y andar inmovilizado? Mirábamos con envidia a la que caminaba por el recreo con su yeso cual modelo Elite. Pero asumamos que la mejor parte era el rayado con lápices chillones que te tenía que hacer todo el curso. Mucho corazón y palabras Village en la zona afectada. Chica popular garantizada.

4. Trencitas “caribeñas”

Este look femenino en verdad era para un sector más pudiente que podía viajar fuera del país y plagarse la cabeza de diminutas trenzas que las hacían durar ojalá hasta marzo para lucirlas lo más posible. Pero las que teníamos cero posibilidad de subirnos a un avión y con suerte hacíamos escalopa en el quinto sector de Reñaca, no estábamos perdidas y había esperanza para nosotras. Siempre había una prima buena onda que nos regalaba toda una tarde para hacernos las famosas trenzas y cerrarlas con lana. Todo muy a la moda como verán. Hoy veo a las niñitas con el mismo gusto, agregándole extensiones con colores y conchitas. Bo Derek aún vives en nosotras.

Y a continuación un par de «antideseos» de la infancia que hoy, como adultos, anhelamos más que nunca:

5. El no querer dormir siesta

Hoy cada día con mayor curiosidad me pregunto por qué odiábamos la siestaaaaaaaaa. Bueno esto es algo que no deseábamos, en realidad. Típico que nuestros papás nos mandaban a dormir un ratito y para nosotros era un castigo, un suplicio, un verdadero sacrificio del terror. Un clásico del 24 de diciembre “Juanita… ¿por qué no duermes un ratito para esperar las doce?” Y eso era LO peor que nos podían decir en la vida. Hoy pagaríamos por media hora de siesta diaria en silencio, aunque fuera sentados en el baño de la oficina, porque una siesta hoy en un lujo que pocos, verdaderamente muy pocos se pueden dar.

6.El odio por la higiene

Hacer que los niños se duchen es más difícil que lograr que los parlamentarios vayan a las sesiones del Congreso. Un amigo me comentó que cuando chico prendía la ducha, se quedaba sentado esperando que pasara un tiempo prudente, se mojaba los pies para simular humedad en el piso del baño y después salía muy campante del baño cual Míster Músssculo. Hoy eso no ha cambiado en los niños, pero los adultos medianamente normales le agradecemos al Creador poder bañarnos. Es más, para muchos si no nos lavamos el pelo diariamente es como si no nos hubiésemos levantado. En cambio la higiene y la niñez no se llevan bien. Eso es un hecho.

El mundo cambia, las tecnologías, los modos y las formas infantiles. Pero algunas cosas no cambiarán probablemente nunca. Y eso es bonito, porque aunque a veces nos sintamos a kilómetros de distancia de nuestros hijos, cuando pelean por ponerse “al medio” en nuestras camas todo vuelve a ordenarse y sabemos que iPhones más o iPhones menos, siempre reconoceremos parte de nuestra niñez ahí.

¿Y tú, qué otros deseos clásicos de la infancia recuerdas?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

 

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Porque no todos somos jefes: 6 claves para no ser un empleado pastel

Suelen destacarse las actitudes de un buen jefe, que lo hacen eficiente y amable a la vez. ¿Pero qué hay de los empleados? Mane Cárcamo hace un perfil con las características ideales para ser un buen trabajador, que todos debiésemos considerar.

Siempre hablamos acerca de las cualidades y virtudes que deben tener los buenos jefes. Les pedimos empatía, conocimiento de su equipo, talento, manejo de crisis y mil competencias más que hemos comentado en muchas ocasiones. Sin embargo hoy, yo que en los últimos 16 años he sido mayoría del tiempo una feliz y agradecida empleada, quiero poner en la discusión las características que tiene que tener un buen empleado y compañero de trabajo.

Porque aunque todos quieran emprender y ser independientes o ser jefes, hay que asumir que no todos tienen (o tenemos) las ganas o los talentos para hacerlo. Y también reconocer, que un empleado que trabaja con excelencia muchas veces es más productivo y necesario que un gerente con más cartones que kiosco de la lotería.

El buen empleado es proactivo

Pregunté a muchas personas sobre este tema y esta fue una de las características más nombradas. No es incompatible estar en la segunda línea y querer hacer cosas nuevas, proponer desafíos estimulantes y además resolver los problemas de manera autónoma. Es más, creo que esa actitud es la que permite que se pueda crecer al interior de un trabajo y asumir nuevas responsabilidades. El conformismo y la pasividad producen irritación. Y por favor amigo… no pregunte si es mejor llamar o mandarle un mail al cliente para confirmar la asistencia a la reunión. TOME DECISIONES Y EJECUTELAS SIN MIEDO.

El buen empleado es crítico con respeto y sabe administrar la queja

Tal vez una de las cosas más propias de nuestra cultura es ser adictos a la queja en grupo. Frases del tipo: “Acá el sueldo lo pagan con billetes del metrópoli”, “El almuerzo lo hizo el chef de Colina I”, “Es imposible trabajar con este calor”, “No sé cómo quieren que nos vaya bien si la gerencia comercial es más fome que acuario de almejas” y una larga lista de etcéteras que más que ayudar, solo contaminan el ambiente y al final no solucionan nada. El buen empleado es lo suficientemente correcto y choro como para ir directamente donde el jefe y plantear aquellas cosas que considera que se podrían hacer mejor. Y lo más importante, terminada esa conversa, el buen empleado no la anda publicando y comentando por cuanto pasillo hay en la oficina. Los códigos de privacidad y respeto son un dogma de fe para el buen empleado.

La palabra del buen empleado vale

Cuando dice que va a llegar a una hora lo hace, cuando se compromete a entregar un informe aunque haya un terremoto lo manda, cuando asume una responsabilidad lo hace con todo lo que aquello implica y no busca culpables para excusar sus faltas. Uno sabe que cuando esa persona dice algo se puede confiar a ojos cerrados. No se necesitan notarios como ministros de fe, ni mail con copias a toda la empresa, ni timbres de recepción, porque el buen empleado tiene grabado a fuego que la palabra compromiso se cumple pase lo que pase. Una cualidad en franca vía de extinción.

El buen empleado asume sus pastelazos sin rodeos y sabe pedir perdón

Que todos nos equivocamos y que lo seguiremos haciendo en una realidad indiscutible. ¿Habrá algo más enervante que esa persona que no asume, entrega respuestas más enredadas que cachipún de pulpo y siempre elude SU responsabilidad? Soy una convencida que el camino más corto para solucionar un condoro es: “Si, yo fui, mil perdones. Veré como solucionarlo”. Ese gesto se valora y además el buen empleado duerme tranquilo porque sabe que aunque se equivocó hizo lo correcto. Y la conciencia tranquila vale más que cualquier bono o premio. Bueno… no sé si tanto, pero en verdad vale mucho.

El buen empleado respeta el aire común

Me reí mucho cuando me comentaron este punto, pero más allá de bromas, la convivencia también afecta cuando se vulnera ciertos códigos de armonía. Si vas a llevar almuerzo, evita el jurel, la coliflor o el pescado frito. Te juro que esos menús NO hacen del mundo un lugar mejor. Y si fumas, ten misericordia con el que se sube a las 8 de la mañana al ascensor y se siente tirándose un piquero a un cenicero. Una buena pastilla de menta y una colonia portátil pueden ayudar a que te odien menos.

El buen empleado resguarda su privacidad

Cuando se trabaja en cubículos abiertos, la intimidad es un bien preciado y hay muchos que se echaron ese ramo en la Universidad. Pelear a todo volumen con el pololo con frases del tipo: “Eres un desgraciado, jamás les conté a tus amigos que te teñías las canas y tú a la primera publicas en tu Facebook que me voy a hacer una lipo” o poner en altavoz a la guagua y emitir todo tipo de ruidos mamones y preguntas como “¿hizo caquita? ¿Cómo está mi chanchito primoroso de mamá?”, son genuinas manifestaciones de amor, pero que pueden terminar con toda la planta peinando la muñeca y con severos deseos de homicidio. Trabajemos por un mundo en donde la privacidad se siga cuidando. POR FAVOR.

Ser un buen trabajador tiene un valor que muchas veces no consideramos. Esa persona que se preocupa de trabajar con excelencia, que le pone amor hasta al más mínimo detalle , que contagia buena onda, que es capaz de solucionar los conflictos con honestidad y respeto, que sabe poner los límites entre sus obligaciones laborales y su vida familiar es un talento que se debe cuidar y potenciar. Bacán el espíritu independentista y emprendedor, pero aplaudamos también a los que de manera magistral son felices trabajando para otros y haciendo de este mundo – aunque suene ultra cliché- un lugar mejor.

¿Qué otras características crees que debe tener un buen empleado?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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Inteligencias que nadie mide, pero que valen oro

Criticamos las mediciones estandarizadas sin parar, pero seguimos evaluando la inteligencia de las personas en base a un solo tipo de habilidades. Mane Cárcamo invita a descubrir las otras inteligencias que valen la pena y que harta falta le hacen a nuestra sociedad.

¿1000 puntos en la PSU? ¿9 diplomas por premiación? ¿Aprender a caminar a los 5 meses? ¿Contar en coreano hasta 10.000? ¿Eximirse de los ramos en la Universidad? ¿Reconocer todas las banderas del mundo? ¿Es eso inteligencia?

Obvio que sí. Pero claramente no es el único tipo de inteligencia. Entiéndanme bien. Estoy muy lejos de ser esas haters que desacreditan a los puntales nacionales, se pican con el hijo mateo de la vecina y creen que los colegios no enseñan nada que valga la pena. Es más, trabajo en educación y considero que lo que los niños aprenden en el colegio es muy valioso, en lo académico y ante todo en lo humano.

Pero también creo que estamos siendo víctimas de una estandarización de la inteligencia en donde los papás caemos redonditos. Cuál pololas de Garay.

En una época en donde todo se mide y cuantifica, claro que uno se inseguriza cuando los niños propios no son los mejores en las categorías que la sociedad nos impone. ¿Lo estaré haciendo mal? ¿No le estaré potenciando los talentos? ¿Tendré que estar más encima?

Depende para qué y puede ser que sí. Porque más que perseguir con ansiedad los premios y los promedios 7, creo que hay que inculcar los conceptos de trabajo perseverante y esfuerzo. Ningún bacán ha llegado a serlo sin haberse sacrificado. Y es así, aunque suene poco popular y hardcore, para alcanzar metas hay que sufrir, renunciar, negarnos algo. Y eso mucha veces cuando pasa nadie lo ve y no es causal de medallas ni de portadas de diarios, pero si aunque sea a la larga, rinde frutos y regala satisfacciones.

Facundo Manes, neurólogo clínico y neurocientífico es clarito al respecto: «La inteligencia humana es mucho más que el coeficiente intelectual. El principal problema de la pregunta sobre inteligencia es que la ciencia no cuenta hoy con herramientas para medir la inteligencia en toda su extensión y complejidad. ¿Cómo asignar un coeficiente al humor, a la ironía y, aún más, a la diversificada y plástica capacidad del ser humano para responder de manera creativa a los desafíos que la sociedad y la naturaleza le plantean?».

Entonces ¿qué es realmente la inteligencia? Soy una convencida que es algo mucho más simple y complejo de lo que entendemos. Y ahora voy con una descripción desde el sentido común, y no desde el texto académico, a ver si están de acuerdo conmigo.

Inteligencia es saber reírse de uno mismo sin vergüenza al qué dirán y asumiendo que nos pasteleamos. Y que lo seguiremos haciendo por los siglos de los siglos. AMÉN.

Inteligencia es escuchar con apertura real al otro, para tratar de entenderlo aún cuando lo que me dice me parece equivocado o doloroso.

Inteligencia es mirar la propia ciudad con ojos de turista, manteniendo la capacidad de asombro.

Inteligencia es querer a los amigos siempre, lo que no significa apañarlos en toda circunstancia. Un amigo real no te pide traicionar tus ideales.

Inteligencia es saber que se depende de alguien y no sentirnos menos por eso. ¿Por qué la independencia emocional está tan sobrevalorada?

Inteligencia es saber callar cuando no sabemos de algo lo suficiente o cuando dado un escenario específico nuestro silencio aporta más que nuestra opinión.

Inteligencia es poder escribir con las dos manos. Esa gente es definitivamente brillante para mí.

Inteligencia es dudar y no creer todo lo que aparece en Facebook o en las cadenas de los grupos de Whatsapp (aquí una ayudita).

Inteligencia es considerar interesante a todas las personas hasta que te demuestren lo contrario. El prejuicio está lejos de ser una característica del inteligente.

Inteligencia es poder envolver una botella en papel de regalo. Para el mundo de los ñurdos eso es una señal de superioridad intelectual.

Inteligencia es saber pedir perdón sin rodeos, recibir las disculpas de corazón y de verdad dar vuelta la página.

Inteligencia finalmente tiene que ver con todo lo que dice la sabia frase: «conócete, acéptate, supérate» (San Agustín). Probablemente es el desafío más grande del ser humano en tres palabras. Hagámonos esa. Gran desafío.

¿Qué otra inteligencia «no reconocida» agregarías?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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Por qué tu trabajo no te está haciendo feliz (y qué hacer al respecto)

Los domingos es habitual que en las distintas plataformas, reuniones sociales y en el fuero íntimo familiar se escuche un gran concierto de lamentos porque se aproxima el lunes y eso es sinónimo de trabajo.

Según un estudio hecho en octubre de este año entre la Escuela de Sicología de la UAI y la Consultora Visión Humana, 1 de cada 2 chilenos está satisfecho con su trabajo y solo el 51% de los encuestados considera que en cinco años más su economía personal mejorará. Claramente el premio al optimismo no es nuestro galardón.

“Mi jefe es un chanta”, “Me explotan”, “Nunca me va a subir el sueldo”, “Toqué el techo en mi pega, no tengo para dónde crecer”, “Hay que matar a alguien en mi trabajo para que te asciendan”, “Son puros apitutados”, “En mi oficina hay menos onda que entre el PC y los demócratas cristianos”, son solo algunos de los comentarios que ya se ha transformado en frases típicas de los chilenos.

Basta con mirar las caras en el transporte público (que según el mismo estudio para un 47% representa la mayor causa de stress cuando hablamos de desplazarnos a nuestro trabajo) o el semblante de los trabajadores cuando llegan a su casa arrastrando los pies, ávidos de plantarse frente a una pantalla y no pensar más.

El desánimo, la falta de motivación y el paso de los días sin mucho sentido se han apoderado de muchos. Más de lo que quisiéramos. Es cierto que hoy, una importante cantidad de chilenos tienen trabajos agotadores, poco reconocidos, mal remunerados y sin un horizonte muy atractivo. Pero me niego a pensar que el 50% de los chilenos que trabajan lo hacen en pésimas condiciones.

Y aquí es donde postulo que la visión de trabajo se parece mucho a la del amor. Con eso me refiero a que hemos construido una idealización de la pega perfecta y cuando entramos al mundo laboral la frustración es potente y el pasto de al lado siempre es más verde. Porque cuando trabajamos en una empresa chica, queremos una grande. Cuando es una demasiado ordenada, queremos algo más hippie. Cuando nos desempeñamos en una organización tradicional, buscamos algo más cool o cuando ya nos sacamos el gusto de lo público, queremos escapar a lo privado. Nunca estamos satisfechos y si no cambiamos el switch les aseguro que realmente nunca lo estaremos.

Porque aunque te contraten en Disney, ahí también habrá un compañero de pega amargado; aunque te recluten en Apple, te toparás con gente estructurada y con resistencia al cambio; aunque hayas firmado con Redbull existirá un jefe poco motivado o seas la nueva en el staff de Adidas, incluso ahí, habrá gente floja. En conclusión… no existe ni existirá la pega perfecta. Obviamente que hay empresas mejores que otras, con visión de equipo, con cuidado del clima laboral, que intentan conciliar el trabajo, la familia y el tiempo libre, pero también soy una convencida que el sentido y la satisfacción en el trabajo depende mucho de cada uno.

Esperar siempre que los demás nos resuelvan nuestras dificultades, que otros generen los cambios, que el ambiente sea buena onda sin poner de nuestra parte y que el jefe adivine que necesitamos más y nuevos desafíos, es tan iluso como pretender ganarnos el kino sin al menos haber comprado el cartón.

Hay un proverbio chino que explica con maestría lo anteriormente dicho. “Si piensas que eres demasiado pequeño como para hacer una diferencia, es que no has dormido nunca con un mosquito en la habitación”. ¡Cuanta verdad!

Todos podemos ser ese mosquito y solo basta decidirse a serlo. Con esto no quiero animar a que nos transformemos en el personaje agotador o ruidoso de nuestros ambientes laborales, solo a que nuestra realidad, sí la podemos cambiar con pequeños gestos y actitudes.

Decir lo que pensamos con respeto y cariño en los momentos adecuados, estar dispuestos a perder algunas batallas y no empecinarse o frustrarse cuando eso sucede, esforzarse por ponerle onda y humor a las relaciones que construimos en la pega, tener un espíritu colaborativo real con nuestros compañeros, decir la verdad siempre y asumir con hidalguía los condoros, no perseguirnos y ser autocríticos con honestidad brutal, asumiendo que no toda la culpa es del “otro”; pueden ser pequeñas grandes cosas que nos hagan darle sentido a nuestro trabajo y manejar con fortaleza los tiempos difíciles.

Según una definición de los Chief Emotions Officers (o directores generales de emociones) para lograr una cultura positiva, de compromiso y que logre que los equipos trabajen mejor, hay tareas que un líder debe realizar si quiere despertar emociones positivas en su equipo. Una de ellas es: “establecer una visión: darle sentido al trabajo. ¿Cuál es el sueño? Debe ser algo que despierte emociones, que dé ganas de saltar de la cama todas las mañanas para trabajar”.

Aquí difiero tanto de estos señores. Porque las emociones son muy importantes en nuestra vida, pero no pueden ser el único motorLa frase anterior es justamente la que crea un mundo de fantasías en quienes están desmotivados y que tienen la expectativa de que algo tan improbable les pase. ¿Quién salta los 365 días del año motivado por esas emociones y ese sueño? NADIE. Hay que buscar un trabajo que obviamente nos guste, nos haga ser mejores personas, aporte a la sociedad y nos permita vivir con tranquilidad y dignidad. Pero nuestra relación con el trabajo, así como con el amor, tienen mucho de voluntad, cabeza y decisión. Y cuando comenzamos genuinamente a ver lo positivo y sacamos el foco en lo que nos falta, la pega adquiere otro rumbo y no solo nuestro desempeño será mucho mejor, comenzaremos también a disfrutar la vida… aunque eso hoy nos parezca imposible.

Fuente: www.eldefinido.cl

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Por un Chile más amable: 4 gestos menores para promover la buena onda

Hace uno días vi en Facebook una campaña que promueve lograr que Chile sea un país más amable. Está liderado por un movimiento ciudadano que quiere incentivar a que cada persona aporte con una idea para que nuestro país sea un mejor lugar en donde vivir. Y creo que la iniciativa es excelente porque basta con darse una vuelta en las redes sociales, las calles, las juntas de vecinos y los programas de TV, para darnos cuenta que la amabilidad es una virtud que está escaseandomás que los dólares en Argentina.

Queremos un país mejor, más justo, más empático, solidario y unido. Pero siempre lo queremos exigiendo que “los otros” (el Estado, los políticos, los empresarios, la Iglesia, los periodistas o quien se les ocurra) cambien su forma de actuar. Soy una convencida que el cambio está en nosotros, en pequeños gestos, que aunque parezcan superfluos, pueden hacer una revolución en la manera que tratamos y nos conectamos con los demás.

A continuación, un pequeño listado de cosas muy menores que pueden hacer más feliz el día de los que se topan con nosotros.

Call Center del Amor

Es sábado a las 9 de la mañana. La guagua tuvo reflujo toda la noche y además tembló, o sea te desvelaste 50 minutos. Suena el teléfono, contestas y una voz colombiana te saluda: la tendencia natural es ladrar como doberman de penitenciaría y cortar el teléfono a lo mujer despechada. Pero ¿qué pasa si cuando la telefonista te pregunta cómo estás, le respondes con un cariñoso “bien y tú?”. De seguro descolocas con ese gesto de amabilidad a esa mujer acostumbrada a recibir más pesadeces que arbitro de clásico y sobre la que nadie piensa que, finalmente, solo está haciendo su trabajo. Inténtalo… te sentirás mejor aún cuando no le compres la nueva oferta de telefonía celular. Y además tus hijos verán un ejemplo concreto de cómo cambiar el modo de relacionarnos con los demás. Aunque sean las 9 de la mañana y hayas pasado una noche del terror.

El arte de parar el carro

Ser amable también significa «parar el carro» con talento. Porque quedarse callado frente a un acto de injusticia finalmente nos transforma en cómplices de malas prácticas. Los que se coluden con otros o estafan al socio no partieron por con esos grandes delitos; la deshonestidad se inicia con cosas muy menores. Saltarse la fila, no devolver el vuelto de más, colgarse del cable del vecino o cambiar la etiqueta de ese pantalón que tanto te gustó. Entonces, si vemos a alguien que está cometiendo esas pequeñas grandes faltas, es nuestro deber pararle el carro, pero con maestría. “Señora parece que se equivocó, usted tiene más de 50 años y no creo que esté embarazada. Tal vez deba buscar otro estacionamiento”. Es una parada de carro suave, sin garabatos, pero power igual. Y le permite a esa persona salvar el honor dándole la opción de hacer pasar el asunto por un error; así admitir la falta es más fácil que intentar negarla o ponerse a la defensiva. Les aseguro que la vergüenza será tanta, que dudo que lo vuelva a hacer.

Guardemos la metralleta en Facebook

“Quemaría a todos los político y curas del país”, “Pobres lusers lo del gremialismo, vayan a llorar a la UDI”, “El tata debería haber matado a más comunistas”, “La gorda tiene el país hecho bolsa” son estados de Facebook más comunes de lo que quisiéramos. La gente está muy enojada y ese sentimiento, más que fomentar el espíritu crítico y / o constructivo, lo único que hace es agotar.

Si estamos enojados con la Iglesia, mejor vamos a la Parroquia del barrio a hablar con el cura; si creemos que la política es una basura, ofrezcámonos para trabajar en ella (o al menos levantémonos a votar). Si nos molesta la gestión de la Presidenta, critiquémosla con vehemencia pero sin ofenderla por sus características físicas. Actualizar nuestro estado de Facebook no provoca un cambio real, sólo a esparcir negatividad y mala onda desde nuestra cómoda cama con scaldassono en 3.

5 cosas buenas al día

Acá me siento medio Pilar Sordo, tarjeta Village o Coelho. Pero lo asumo con hidalguía. ¿Qué cuesta decir a los menos 5 cosas buena onda al día? Mucha gente desconfía de la gente simpática como si escondieran una segunda intención detrás. A mí me cae bien la gente que busca un punto en común o resalta lo positivo en ese que no tiene NADA que ver con su manera de ver la vida. Decirle a alguien «Qué bien te ves”, “Gracias por tu comentario”, “Te quedó bacán el postre”, “Te felicito porque ganó tu equipo” son gestos que cuestan cero y que hacen una gran diferencia en la convivencia social. Sé que a muchos les dará monos esto. Pero si cada chileno aplicara la regla de decir 5 cosas buenas al día, tomaríamos menos pastillas, el Bullying no sería tanto tema, los sicólogos tendrían más horas disponibles y mucha gente lo pasaría mejor. Párrafo meloso, dulzón y ñoño, pero en el que creo firmemente.

¿Qué propones tú?

Fuente: www.eldefinido.cl

 

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6 gestos y actitudes típicas de una persona mal genio

¿Eres mal genio o tienes cerca a uno? Mane Cárcamo describe las clásicas escenas de la vida de un malhumorado, y de paso, deja algunos consejos para que esta actitud no afecte al resto.

Hace unos días me tocó ser testigo de un berrinche escandaloso de una persona mal genio. Fue en un contexto social, pero fue tal su explosión que los asistentes quedamos paralizados, impactados y obviamente el panorama terminó más tenso que happy hour entre Guillier y el ministro Fernández.

Fue impactante ver como la desregulación de una persona pudo cambiar en 180 grados un ambiente entretenido y buena onda, además de echarle a perder una celebración importante a un amigo en común. La persona mal genio tiene un poder con un alcance inimaginable… del cual muy pocos tienen conciencia.

¿Cuáles son esas actitudes propias de un mal genio que son capaces de fregarle el día al otro? ¿ Y también a él mismo? Porque les aseguro que la persona que tiene un temperamento difícil tampoco lo pasa bien. Aquí una lista que, como siempre lectores queridos, pueden aumentar:

El silencio matutino: el mal genio es de esas personas que se levanta con la pluma parada sin tener motivo alguno. Está enojado, chato e iracundo y ¡ay! del que ose a decirle “¿te pasa algo?” o un animado “¡buenos días!”, porque en el mundo del malas pulgas el silencio matutino cuando amaneciste mal, es un mandamiento que no se debe romper. Mejor esperar que pasen las horas, se tome un rico café y tipo medio día confirmar que la fiera esté domada para dirigirle la palabra.

Los ventrílocuos: supongamos que estás en una discusión con una persona que no goza del mejor ánimo. No sólo le llevaste la contra, sino que además la venciste con tus argumentos en público lo que hace que aparte de sentir enojo, considere que la situación fue profundamente humillante. El tema es que tienen que seguir conversando por pega u otras obligaciones y cuando ocurre eso, la persona adquiere el mágico don de hablar como el mejor de los ventrílocuos. Eso significa que sin separar la dentadura, con los dientes más apretados que presupuesto de Sename, será capaz de responderte una frase completa. La rabia es tan power que es la única manera que tiene de evitar un homicidio en público.

Terror del volante: si un mal genio anda con los cables cruzados y maneja, les recomiendo cambiar de ruta. La más mínima espera los enerva, no dejan pasar a nadie en el paso de cebra (ni aunque venga un jardín infantil completo cruzando la calle) y si te equivocaste en un pequeño error como no señalizar por ejemplo, la bocina se transforma en una verdadera arma letal con tal de manifestar el máximo de los enojos. Si la situación es heavy, el mal genio puede poseerse con el espíritu de la Paty Cofré y empapelarte con un rosario de garabatos, lanzar escupitajos y en casos más extremos, bajarse del auto en búsqueda de combos. MIEDO.

Ruidos delatores: la enojona o el enojón se encargan de manifestar su molestia a través de los más variados ruidos. Puede ser cerrando los cajones con mucha vehemencia, lavando los platos a las 2 de la mañana y ojalá logrando que se despierte alguno de la casa, tirando la mochila en el caso de los adolescentes, dando portazos cual teleserie venezolana o incluso haciendo sonidos guturales en plena mesa. La cosa sonora le gusta al polvorita. Porque es una actitud pasiva/agresiva que permite hacer sentir mal a quienes lo rodean o retractarse con un “sorry es que el viento hizo que se cerrara la puerta tan fuerte” si se percata que en verdad se le escaparon las cabras para el monte. Así es que atentos si en una incipiente relación aparecen algunos de estos ruiditos. Tal vez tengan que comprar Armonyl de por vida para mantenerse en el tiempo.

El mal genio digital: hoy las redes sociales son muchas veces EL lugar en donde la gente hace catarsis. Están los que creen que Twitter es una marcha en la Alameda y pelean (solos) con los políticos, los arroban y le echan la culpa de todos sus males al gobierno o político de turno. La ola de calor, de frío, el aumento de la obesidad infantil, los divorcios y hasta el más pequeño infortunio es responsabilidad del político- partido- gobierno o coalición que detesta. Y el mal genio lo hace saber en su timeline el cual es casi un libro de reclamos interminable. A la hora de responder un mail el mal genio también tiene su estilo. Si le molestó una orden de un superior, pero sabe que debe cumplirla, simplemente responde con un escueto “OK”, si se enfrasca en una discusión que lo supera, tiene una manera clara de lanzar la pachotada: RESPONDE CON MAYÚSCULAS ANTE LA MENOR PROVOCACIÓN Y PROBABLEMTE SE OLVIDE DE TODAS LAS REGLAS DE PUNTUACIÓN. Porque está enfurecido y lo quiere hacer saber. La otra forma de expresar su ira es simplemente no contestar los mails o whataspp. Porque él o la mal genio tienen un doctorado en ley del hielo y cuando se lo proponen, hasta un moai parece Jim Carrey al lado de ellos. Si la pelea es telefónica, la reacción es matemática. Uno puede estarles explicado algo con mucha fervor y/o paciencia, sin embargo, la persona en cuestión simplemente corta el teléfono y uno se da cuenta quince minutos después de que básicamente estuvo hablando sola.

Más allá de las caricaturas

Las personas mal genio, si no son capaces de controlar sus arranques o empatizar con los demás, pueden destruir un ambiente, lograr renuncias de buenos trabajadores, terminar con un matrimonio, traumar a un hijo en su infancia y generar temor con el solo hecho de aparecer en un lugar. Los critico, pero también empatizo con ellos, porque hay gente que realmente nació con ese carácter.

Pero eso no los exime de responsabilidades ni de ocuparse de mejorar esos arranques. DEBEN hacerlo por el bien de su entorno porque la vida es muy hardcore al lado de un malas pulgas, que lo firmo, no está orgulloso ni es feliz siendo así. Como les contamos en El Definido desde los inicios, el odio finalmente te hace manipulable.

Si te consideras un mal genio, está bien que reconozcas tu personalidad, pero también debes estar consciente de que las emociones se pueden controlar y las actitudes se pueden trabajar, para no pasar a llevar a los inocentes ciudadanos que te rodean. También es recomendable averiguar qué hay detrás de esas reacciones rabiosas, porque puede que atacando la raíz se acabe el exceso de mala onda. Y si la vida está muy estresante para ti y estás sobrepasado/a (algo que a todos nos pasa), aquí algunos consejos prácticos que mencioné hace un tiempo para no estallar entre tanto colapso.

Por último: también los que no nos consideramos mal genio, tenemos que saber lidiar con ellos y poner de nuestra parte. Aprender a dejarlos solos un rato, que tomen aire, hagan deporte, miren el techo y decanten la rabia. JAMÁS preguntarles si están mal genio cuando nos damos cuenta que si lo están. Y ocupar el humor, que bajo mi punto de vista, todo lo salva. Tirarles una talla, solo una vez y ¿quién sabe? Tal vez se produzca el milagro y seamos capaces de dominar al monstruo.

¿Te consideras mal genio? ¿Qué otros consejos darías para lidiar con alguien mal genio?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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4 situaciones incómodas por las que todos hemos pasado alguna vez

La vida nos trae decenas de momentos embarazosos que nos gustaría adelantar con un control remoto. Mane Cárcamo elige con pinzas aquellos que hemos tenido que enfrentar, ¿cuál ha sido tu experiencia más difícil?

¿Qué le digo? ¿Cómo lo hago? ¡No me atrevo! Son algunas de las ideas que a todos se nos han pasado por la cabeza frente a una situación incómoda. Porque queridos lectores, aunque vivamos en “La pequeña casa en la pradera” nadie se libra de esos momentos en los que una quisiera tener una gemela para no tener que pasar por ahí. Dar un pésame, pedir aumento de sueldo, decirle a tu mejor amiga que viste a su pololo con una rubia de dos metros o despedir a un pariente, pueden ser sólo alguna de esas experiencias que te podrían hacer traspirar helado, rogar una cadena de oración o recurrir a un ravotril con desesperación. Aquí vamos.

Lo siento mucho

Personalmente considero la muerte como una zona muda. La máxima expresión de intimidad que puede experimentar una familia. Y sin embargo, muchas veces nos toca (y tocará) acompañar a algún cercano (o no tanto) que ha perdido un ser querido. Y, ¿qué decimos? ¿Cómo acompañamos a esa compañera de trabajo que quedó viuda? ¿Qué palabras usamos para consolar a ese amigo que perdió un hijo? No existe un manual y el tsunami de clichés puede ser arrollador. “Todo pasa por algo”, “Lo que no te mata te hace más fuerte”, “Siento mucho tu pérdida”, “Mi más sentido pésame, “Es la ley de la vida”, “A todos nos llega la hora”, “Ahora tienes un angelito que te cuidará siempre”, “El tiempo todo lo cura” y el más repudiado por mí: «Ayudándote a sentir”, son algunos de los salvavidas que se ocupan para manifestar nuestra compañía. Tengo clarísimo que detrás de cada una de esas frases hay muy buenas intenciones. Cariño real. Pero de corazón considero que frente a una situación dolorosa, un abrazo silencioso cumple con creces. Y a veces hay que hacerle caso a los consejos del Rey Juan Carlos y auto aplicar la frase “¿Por qué no te callas?”

Si te sobra un poquito… dámelo a mí

Hay algunos que son los maestros de la negociación, que podrían convertir a Camila Vallejo en UDI y convencer a Farkas para que se haga la keratina. Pero habemos otros que SIEMPRE sufrimos cuando tenemos que llegar a este inevitable momento de tensión: pedir aumento de sueldo. Primero repasas mentalmente alrededor de 400 veces tus argumentos, “Considero que he cumplido las expectativas”, “Me siento muy comprometida con la empresa”, “Los números me avalan”, “Me encantaría poder hacer carrera en este lugar”, son solo algunos ejemplos. Los piensas en tus desvelos, en el taco camino a la casa, en la ducha y si la ansiedad es mucha, incluso los ensayas frente al espejo (les apuesto que más de alguno lo ha hecho, no se hagan los cool). Luego pasas a la fase 2 en donde los pimponeas con una amiga, que obviamente te convence que MERECES ganar un 500% más y te anima a ir como toda una ganadora por tu olla millonaria. Y ahí estás tú, con mucha fe caminando cual Peppa Pig al matadero, con dirección a la oficina del jefe. Cuando nos va bien vale la pena haber pasado por ese crossfit mental. Pero cuando no, vamos sonriendo con la mejor de nuestras caritas, agradeciendo al jefe por el tiempo concedido y asumiendo que habrá que salir con el pasito de Michael Jackson de la oficina, sintiéndonos más humilladas que Hillary un 9 de noviembre.

La honestidad brutal

Por muchas amigas cercanas que tengamos, el tener que decirle una verdad incómoda nunca es fácil. Una como: “¿Amiga, has pensado en dejar el pan?” o “Querida, ni Kenita sigue usando esa sombra azul”, son verdades que la contraparte puede recibir de mala manera y provocar una sentencia mortal en una relación de largos años. Y eso que estamos hablando de superficialidades. El problema real es cuando tenemos contarle que vimos a su pololo de la mano con la vecina modelo del departamento o informarle que su hijo se portó como Osama Bin Laden el día que te pidió que se lo cuidaras. ¿Y qué se hace? Decirlo no más creo yo, porque de corazón pienso que para eso es la amistad: para decir lo que hay que decir con honestidad brutal… y cariño obviamente.

Te recomiendo actualizar tu Linkedin

Comenzaste a emprender con el negocio que siempre soñaste. Te empezó a ir bien y tu línea de crédito comenzó a sanarse. Y como es obvio, el crecimiento comenzó a necesitar nuevos Recursos Humanos y tu cuñada te recomendó a su hermana. Esa con la que te reías mucho en los bautizos, salías a fumar en los matrimonios e incluso compartiste un par de datos por whatsapp. La candidata te pareció perfecta hasta que firmó el contrato, le hiciste las tarjetas de presentación y el guateo comenzó con todo. La “pariente” llega tarde, tiene menos tino que la Doctora Cordero, se enferma más que guagua en la sala cuna y escribió “aller” en un mail para un cliente crucial. Háblame de drama. Tienes el sobre azul estacionado en un tu escritorio y no eres capaz porque sabes que la decisión será una bomba nuclear familiar. Y ahí está tú, consiguiéndote recetas de un siquiatra para poder atravesar esa situación sin terminar bajando la escalera como Linda Blair en “El Exorcista”. Incomodidad total.

Más de alguno debe haber pasado por estas situaciones llenas de tensión, que obviamente vienen acompañadas de insomnio, rollos mentales, miedos e incluso inapetencia (eso nunca me ha pasado lamentablemente). Mi humilde opinión es que siempre la verdad resulta ser la mejor receta. Sea cual sea el contexto eso de que “la verdad libera” es muy cierto. No sé si soluciona el problema, muchas veces probablemente lo complique, pero si estoy segura que al menos nos garantiza poder poner la cabeza en la almohada y saber que nuestra conciencia está intacta. Y eso, para mí, vale todo el oro del mundo.

¿Cuál ha sido la situación más incómoda que te ha tocado? ¿Cómo la enfrentaste?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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Que vivan las dueñas de casa (y su derecho a serlo)

Dedicarse al propio hogar está muy estigmatizado en nuestra sociedad, donde se critica desde el prejuicio a quienes no tienen una labor profesional. Mane Cárcamo, sin ser personalmente una dueña de casa, alza su defensa de todas esas mujeres. ¿Cuáles son sus razones?

Queridísimos lectores; partiré esta columna aclarando que trabajo fuera de mi casa desde cuarto año de Universidad. Ininterrumpidamente. Incluso en mi primer postnatal trabajé porque la necesidad tiene cara de línea de crédito. Por ende, lo que escribiré acá está lejos de ser una defensa personal o una manera de exorcizar mis rabias. El tema no me toca. Pero sí me llega y me impacta todo lo que provoca cuando alguien con total orgullo se declara como una flamante dueña de casa (me referiré en especial a las mujeres).

Los prejuicios en torno a esta labor son muchísimos y es llamativo que en una sociedad que, como nunca, ha levantado la bandera de las libertades individuales y el respeto por la diversidad, sea tan cerrada frente a quienes no sólo han elegido una forma de vivir, sino que además realizan una pega que es tan heavy como cualquier otra.

“La que no hace nada”

Hablé con varias amigas que trabajan en sus hogares, como dueñas de casa, la mayoría fue enfática en decir que las críticas más duras vienen de las mismas mujeres. Que en un carrete cuando están conversando, muchas de las que trabajan fuera de su casa, hablan de «las que no», como la mujer «que no hace nada».

“¿Y qué hace Juanita?”, “Nada po, no trabaja”. Como si hacerse cargo de la casa (lo que no necesariamente siempre incluye niños) fuera sinónimo de ser una ameba que sólo gasta aire en el mundo en el que vivimos. O peor, si se piensa que hace algo, siempre se le relaciona con la adicción al café, el gimnasio, la peluquería o el consumo desenfrenado en el mall. Probablemente mientras lees esto, inmediatamente se viene a tu mente una mujer con todas esas características que lamentablemente ha caricaturizado a las que no tienen un contrato firmado. Obviamente que las hay. Pero la mayoría de las mujeres que han optado o simplemente han tenido que quedarse en sus casas, NO se levantan a las 12:00, ni tienen un doctorado en SQP, no se saben hasta el RUT del profe de Zumba y tampoco tienen con espasmos a la tarjeta de crédito del marido. Estar en la casa, manejarla con excelencia, administrarla, darle sentido a ese trabajo, ponerle amor a algo que aparentemente es igual todos los días y vibrar con las cosas cotidianas de la vida diaria, lo encuentro un desafío hardcore. No debiese ser sancionado socialmente asumir en público el que para muchas mujeres es fascinante dedicarse a las labores hogareñas, preocuparse de los detalles, gestionar el presupuesto familiar como una verdadera empresa y aplicar creatividad para hacerlo con profesionalismo y dedicación. Yo no podría ¿y? ¿Eso hace inferiores, machistas, sumisas, sin vida a las que lo viven en plenitud? No lo creo en absoluto.

Para las que se nos quema hasta el agua, no tenemos idea de cómo pegar un botón, leemos las instrucciones del puré en caja, miramos la plancha como si fuera un objeto de la NASA y muchas veces añoramos que llegue el lunes para descansar en el trabajo, el ser dueña de casa es una opción más, pero que debiera ser tan valorada y respetada como ser CEO de una trasnacional.

“Pídeselo a ella, no trabaja”

El mundo cree que la dueña de casa es un tipo de “junior boy scout” que siempre tienen que estar lista y disponible 24/7. Probablemente en el curso de sus hijos es a la que le pasan todos los cachos, tales como ir a comprar los palos taiwaneses teñidos de arcoíris al centro de la ciudad. La encargada vitalicia del stand de la Kermesse, del regalo del profesor, de la colación compartida para el Día de los Abuelitos, la jefa de cobranza de los gastos comunes del condominio, la que siempre tiene que llevar a la suegra al doctor, trasladar a los sobrinos y apagar incendios cuando la mujer que sí trabaja está metida en una reunión con muchos gráficos coloridos y planillas Excel más complicadas que la letra chica de las AFPs. Es un dato duro que la mujer que está en la casa puede manejar su tiempo sin marcar tarjeta, pero eso no quiere decir que tenga más tiempo que el resto (o le sobre) y que podamos disponer de su agenda sin delicadeza alguna. “Dile a la Periquita que te lleve las cosas po, si no trabaja y debe estar tomando café con las amigas”. Amiga no le manejas la agenda ni a tu marido y se lo quieres manejar a la vecina. Patuíta.

¡Qué desperdicio!

Conversando con varias de las que han elegido esta forma de vida, muchas han sentido que cuando los opinólogos de su círculo se enteran que además tienen una profesión, post títulos y una trayectoria laboral importante, la gente las mira con lástima y como si fueran el boleto millonario del loto tirado al Mapocho. “Qué pena que no hagas nada después de todos los años de Universidad que pagaron tus papás”, “Tan inteligente que eras en el Magíster y ahora dedicada sólo a los niños”, “ ¿Y cómo matas tu tiempo sin trabajar?”, son algunas de las simpatías que tienen que escuchar muchas veces de la boca de sus propios familiares y/o amigos. Además los que están obsesionados con la carrera profesional, juran que cuando el marido de esa mujer llega a la casa, ella no tiene otro tema que pañales, ollas, vacunas, piojos y lavalozas. Personalmente creo que cualquier persona que sólo habla de lo a que se dedica en su día a día es una lata. Así fuera liderar la compra de un banco, manejar un equipo de fútbol o preocuparse del menú diario de la familia. Una dueña de casa feliz debe no sólo ser apoyada en su elección, si no que es fundamental que sea admirada en esa labor por quienes conforman su núcleo familiar. Porque es una pega más. Y cada uno de nosotros necesita feedback en sus trabajos, palabras de aliento, felicitaciones y espíritu de equipo.

Sin llorar

Finalmente lo que pude concluir, es que la opción que tomemos (porque acá hablamos de las mujeres que libremente pueden elegir y no de una imposición machista del marido o la sociedad)trabajar fuera o al interior de la casa, debe ser sin llorar, con orgullo, alegría y choreza. Porque en los dos lados de la vereda apareció la culpa. De la que trabaja, porque no puede estar en todas, se pierde una reunión del colegio o llega cansada a hacer las tareas. La culpa de la que se queda en la casa porque sufre el juicio social de su entorno, que no sólo no la entiende, si no que la cataloga de “floja” “mantenida” “fome” y una larga lista de etcéteras bien dolorosos. Esas culpas que finalmente no sirven para nada y sólo nos hacen ser ciegas frente a las cosas simples que nos pueden hacer felices… con mucho y tan poco a la vez.

Mis redes sociales se llenaron de la potente campaña #NiUnaMenos, una causa en la que todas las mujeres estamos de acuerdo, sin matices. También podríamos solidarizar con todas aquellas que viven en libertad de un modo distinto al mío. Dejar de ridiculizarlas, de ponerles carteles y empezar a aceptar que las cosas cotidianas nos hacen más o menos felices, según el amor y el sentido que le otorguemos.

¿Qué otras cosas se dicen sobre las dueñas de casa? ¿Cuál es tu opinión respecto de ellas?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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Situaciones al límite: ¿cómo manejar el estrés?

Porque todos hemos tenido ese día donde no es solo una, sino cien cosas malas que se suceden una a otra, Mane Cárcamo nos enseña a manejar el estrés en las peores situaciones.

Hace unos días fui víctima de la “Ley de Murphy” en su máximo esplendor. Eso de “si algo puede salir mal, lo más probable es que salga mal” y eso de que los eventos desafortunados se producen en serie, me sucedió realmente en un período de tiempo de cuatro frenéticas y nerviosas horas. Tuve que correr más rápido que Erika Olivera (cuando en la vida real sólo al ponerme las zapatillas me canso), tomar decisiones claves en menos de 10 minutos, llorar aludiendo a mi condición de madre de cuatro niños y enfrentarme a un stress que hace muchos años no sentía y que ahora mirando con perspectiva creo que no tuve la claridad ni las herramientas para manejarlo. Tomé malas decisiones, me equivoqué en la elección de soluciones y en definitiva la adrenalina pudo más. Lo que me pasó está lejos de ser una catástrofe mundial o un drama de teleserie venezolana, fue un hecho doméstico que me hizo darme cuenta que con algo en lo que no me juego la vida, pero que sí me pone muy nerviosa, puedo ponerme la camisa de fuerza con mucha facilidad.

Que cuando necesitas plata de manera urgente, de los 10 cajeros sólo haya uno bueno, que la página web a la que TIENES acceder en menos de 2 minutos obviamente se caiga, que te pidan esa clave que obviamente nunca usas (y que solo es telefónica y no la misma de internet), que cuando vas a hacer un viaje largo en bus te toque justo al lado la guagua con bronquitis obstructiva, que un virus ataque tu computador justo cuando terminaste la tesis (que no habías respaldado), que el pan siempre caiga por el lado que tienen mantequilla al suelo, que el semáforo se eche a perder justo cuando vas atrasada y tienes que presentarle unos números al gerente general, y que te salga un espinilla- cráter en la cara EL día en que el tipo del que estás enamorada hace cinco años te invita a salir, son solo algunos ejemplos de cómo a veces la suerte no juega en nuestro equipo.

Todos algún día tendremos al menos un episodio de ese tipo. En donde la vista se nos nubla, transpiramos helado y creemos que realmente no hay solución para el problema que se nos pone por delante. Por eso, pregunté a algunos cómo manejaban una situación así… tensional y contra el tiempo.

Comer algo dulce, el respirar pausado, fumar, quejarse, garabatear al mundo, rezar, comerse las uñas, tomar flores de Bach o ravotril, fueron algunas de las respuestas de quienes empatizaron con mi shock post traumático. Porque claramente para el stress más “crónico” o duradero hay ciertas estrategias definidas para surfearlo, tales como el deporte, el cuidado del sueño, la alimentación o algún tratamiento sicológico entre otros, pero cuando la tensión es contra el reloj es tal vez mucho más difícil pensar con prudencia y no quedar como la histérica/el histérico del lugar. Aunque realmente eso seamos.

Dominique Karahanian, sicóloga y magister de la Universidad Mayor, entrega claves interesantes para abordar el tema. “El stress es una respuesta física de nuestro organismo frente a una tensión física o emocional. Para vivir, nosotros necesitamos episodios de stress, porque nos ayuda a evitar peligros o cumplir con una fecha límite por ejemplo, pero cuando esto se prolonga en el tiempo, sin duda esto puede dañar la salud”, explica.

– ¿Y qué hacemos cuando nos enfrentamos a una situación puntual en la que creemos que nuestro mundo va a dinamitar y realmente no sabemos qué hacer?

“Frente a situaciones límites recomiendo centrarse en el aquí y en el ahora. Detenerse, identificar lo que está sucediendo, respirar, esperar e idealmente poder compartir lo que internamente nos sucede con otro. Esos pensamientos que están alimentando nuestra preocupación y que la persona que nos acompaña cumpla el rol de un espejo y le aporte racionalidad a la situación que estamos protagonizando”.

Agrega que para ir superando los obstáculos, “otro aspecto fundamental es tener una planificación de las acciones, hacer una cosa a la vez. Porque cuando te sientes muy sobrepasado tiendes a confundir las prioridades y considerar que todo es igualmente importante”.

– ¿Y qué se hace cuando uno es el que acompaña a la persona que está peinando la muñeca?

Dominique señala que no es recomendable decirle “tranquila todo va a estar bien», porque no sirve de mucho para esos casos, por lo que es más importante acompañar y si es que vamos a hablar, dar soluciones concretas, que realmente sirvan.

Así es que ya sabemos. Poner las cosas en contexto, respirar, priorizar y ver los pros y contras de las decisiones que con tanta presión debemos tomar. Y cuando ya no hicimos eso y realmente caminamos tipo Linda Blair por las escaleras, si la experiencia lo amerita- porque algunas veces no es el caso- contarlo después a los amigos, reírnos de lo patéticos que fuimos y hacer de ese trauma una buena historia para compartir.

¿Cuál ha sido tu pero experiencia de este tipo y cómo saliste de ella? ¿Qué otros consejos aportarías?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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5 frases de consuelo para un corazón roto (que a todos nos han dicho)

Hemos estado ahí, y hemos escuchado esas respuestas consoladoras casi programadas de nuestros seres queridos. Mane Cárcamo hace un repaso de las más típicas palabras para consolar un duro desamor, ¿cuáles has dicho o te han tocado a ti?

A todos nos “patearon” alguna vez. La o él al que no le ha pasado esa dramática situación se ha ahorrado unos cuantos pañuelitos desechables, noches de desvelo, sicopateos obsesivos y un sinfín de rollos mentales que hemos tenido que vivir todos aquellos a los que nos han dicho: HASTA SIEMPRE.

No ahondaré en las miles de razones- algunas verídicas, otras muy chantas- que se utilizan para despachar a una pareja amorosa. Eso da para otra columna. Aquí el tema que nos convoca es otro.

En estas líneas describiré algunas de esas clásicas frases de consuelo, obviamente bien intencionadas, que nos han dicho nuestros seres queridos cuando nos han visto haciéndole visos a la muñeca o llorando por los pasillos después que nos dejaron.

Consuelo 1: “Ay qué bueno que terminó contigo, definitivamente era un pastel”

Esa amiga que conoces desde el jardín infantil, que sabe hasta el día que se te cayó el primer diente, supo la bochornosa experiencia de tu primer beso y se sabe de memoria tu RUT, se manda esta frase después de 4 años de silencio. Te vio pololear con el “pie de limón” humano, sufrir, aguantarle las escapadas de las cabras para el monte y NUNCA te dijo nada en esos 1.460 días de romance. No pues,el que te diga AHORA que el cabro se multiplica por cero no ayuda. Habla en el minuto o calla para siempre.

Consuelo 2: “Todo es por algo. Algún día lo entenderás”

Demás que este consuelo es cierto y tiene mucho sentido. Cuando uno mira para atrás agradece a todos los santos del cielo no seguir en esa relación. Pero en ese momento que te sientes abandonada/o, rechazada/o y con la autoestima a la altura de refugio de los 33, ese “por algo” y las supuestas miradas “súper trascendentales” nos interesan bien poco. Ya, pero éste, aunque es un cliché ultra utilizado y dan ganas de hacer ceviche con la persona que te lo dice, igual lo defiendo. Porque igual tiene mucha verdad y, porque aunque sea muy apestoso decirlo;se sale más fortalecida de las penas de amor y se aprende a definir lo que se quiere y lo que no. Aunque eso casi nos haya costado una pasantía en El Peral.

Consuelo 3: “Era una relación muy absorbente, aprovecha que ahora tendrás tiempo para ti”

A ver, ¿cómo te lo explico? Cuando uno está enamorada así como en las teleseries de la tarde, si pudiera compartir el grupo sanguíneo con el otro, uno lo haría. Preferiríamos no tener tiempo para hacer pipí con tal de estar con ese ser taaan amado. El tiempo libre no tiene sentido, porque aunque es rico ir al cine, a clases de mosaico, salir a trotar, ver series, dormir siestas de dos horas y todas esas maravillas,si a todas esas actividades le agregamos la palabra “SOLA” el atractivo es bajísimo. Quiero aclarar que cuando el corazón ya está rehabilitado el tiempo personal no sólo se valora mucho, si no que se goza con conciencia y plenitud. Pero cuando nos ha llegado el sobre azul de amor, nada de eso nos motiva. NADA.

Consuelo 4: “ En verdad sorry que te lo diga, pero por un lado mejor, era MUY FEO”

Aquí no solo te dan un argumento pobre, además te tratan de miope. Esa misma amiga que está con la chala bota y luce con orgullo la sombra celeste en los ojos, se da el verdadero lujo de decirte que tu galán es feo como si ella fuera la contralora de los cánones de belleza. Además ya no estamos en quinto básico, hay veces en las que uno no solo engancha con el mariscal de campo o en Ken del curso. Y bueno, así es la cosa no más, a veces uno se encandila con el Adrián y los Dados Negros del grupo y andamos chochas por la vida. El amor es así… misterioso y subjetivo.

Consuelo 5: “Tranquila, hay muchos peces en el mar”

Este argumento me lo dio un par de veces mi papá. A mí me patearon harto en la vida, por eso hablo con propiedad de este tema. Como buen papá me decía que el susodicho se lo perdía, porque obviamente para mi padre yo era una mezcla perfecta entre Valeria Mazza, Albert Einstein y la Madre Teresa. Muy neutral como verán. Entonces en su cabeza de padre orgulloso se ofendía por el rechazo que su hija había sufrido y tenía la profunda convicción de que en el mercado había 100 candidatos mejores y más merecedores de mi amor. El tema es que a mí sólo me interesaba el pez espada que no me cotizó, además no estaba de ánimo para ir a la pesca milagrosa y que si me miraban con realismo, yo no era para nada la perfección hecha mujer. En todo caso… gracias papá por tu fe en mi.

Recibo expectante todos los consuelos que quieran sumar queridos lectores. También aunque deslizo cierta crítica a todas estas frases hechas y me burlo, asumo que en el momento son absolutamente necesarias e incluso cumplen con el objetivo de calmar a esa alma en pena en la que uno se transforma en esos momentos. Ya el que alguien te entregue palabras de consuelo demuestra empatía y humanidad. Que sean clichés y poco originales es otro tema, falta originalidad, es verdad. Pero se agradecen igual. Si a ellas se suman chocolates, un día de spa, un justificativo para faltar a la pega y un simple abrazo, el resultado es perfecto.

¿Agregarías otra frase a esta lista oficial? ¿Hay alguna que te haya ayudado?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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