¡Paciencia, ven a mí! Una guía práctica para no estallar

Con cuatro hijos, Mane Cárcamo sabe lo que es estar a un paso de usar chaqueta de fuerza. Por eso, ha escrito una pequeña guía con recomendaciones para llevar la maternidad con gracia y estilo (o al menos, no protagonizar la sección policial del noticiero).

Es domingo. Hay aburrimiento en esta casa. Lata para estudiar. Y cero ganas de dejar listas las mochilas y los uniformes. O sea, tierra fértil para peleas infantiles y padres a punto de empezar a girar la cabeza en 360 grados y comenzar a hablar en lenguas muertas.

Chapotearon en la tina, rayaron un sillón y metieron su humanidad completa en las cenizas de un brasero (bien apagadas gracias al caballero de arriba). Se tiraron los dulces de una piñata por los aires, lloraron con escándalo y ahora están con ataque de risa mientras me cuestiono si sería muy mala madre si les echo un ravotril en la leche.

Y les prometo que mis hijos no se portan mal. Ni mejor ni peor que un niño promedio. Son básicamente niños. Adorables, exquisitos, curiosos y capaces de estresar mis cuerdas vocales (y la paz del barrio).

Por eso me extrañan y admiro, a esas mujeres que andan como “La Novicia Rebelde” en los Alpes austríacos, manteniendo siempre la dulzura, la suavidad, la alegría y la calma. Admito que también sospecho de ellas… “deben andar medicadas” pienso. Y otra gran lista de prejuicios que probablemente la única justificación que tienen, es la envidia profunda que me da el que hayan desarrollado una virtud que tantas veces parece ni siquiera estar en mi diccionario:la paciencia.

La palabra paciente viene del latín “patiens” que significa sufriente, sufrido. Encuentro bien tétrica la etimología, porque justamente lo que admiro de las personas que viven la paciencia es que lo hacen como si estuvieran en un spa después de 12 horas de masajes. En definitiva, a esas mamás las veo felices y gozando como un atardecer en Tahiti, la guerra de almohadones que en este minuto tres de mis cuatro cabros están protagonizando.

Entonces, para esta columna y para mi vida, comencé a pensar qué actitudes podrían mejorar la paciencia y bajar un cambio cuando siento que la moto está llegando a Tierra del Fuego. Aquí algunas ideas y espero sus aportes también.

Aceptar cuando no se pudo con el caos

Llega el marido de la pega, abre la puerta y tú estás haciendo la araña en la escalera. Un niño grita desde el baño, otro se disfrazó de mimo con el hipoglós y hay uno que no quiere entrar a comer. Lo natural y muchas veces profundamente injusto, es odiar al marido por llegar a esa hora después de un extenuante día de trabajo. Sólo el haber cruzado la puerta de tu casa lo hace culpable. Ahí creo que hay que entrar en razón, asumir que se está superada y pedir ayuda. Salir a dar una vuelta, a ver si está lloviendo en febrero y volver media hora después. Si el marido es mínimamente empático, al regresar el ambiente será otro, no sé si perfecto, pero al menos con mucho mejor onda.

Hacerse propósitos concretos y realizables

No sirve mucho decir “A partir de ahora seré la mamá más zen de la historia”. Es una meta demasiado alta y poco realista. Creo que conocerse y saber en qué pequeñas cosas se puede mejorar (aplica para mamás y papás) es la mejor manera de avanzar en el tema, “Hoy no gritaré en la mañana”, “Me levantaré 15 minutos antes para no estresarme”, “Si me piden 56 veces el mismo juguete en el supermercado, en vez de perder la calma, pensaré en ese panqueque con manjar que me llegaré a comer a la casa”. Parecen metas idiotas, pero de verdad que cuestan y cuando uno logra vencer el propio mal genio, se siente como haber hecho el mejor tiempo en el Ironman de Pucón.

Defender el HappyHour como un derecho

Puedes reemplazar la frase «happy hour» por deporte, lectura, tarde de cine, serie favorita o lo que realmente te guste. Muchas veces la culpa es la mejor manera de matar la relación con los hijos. Sobreexigirse sin entender que todas las mujeres, las que trabajamos y no, merecemos un tiempo semanal para hacer algo que nos encante, es un camino sin retorno hacia El Peral. Los niños no se sentirán menos queridos si están dos horas a la semana sin la mujer que le suena los mocos, los muda, les hace cosquillas, le saca los piojos y les hace cariño al acostarse. NO PASA NADA. Y SÍ pasa mucho cuando una sabe que tiene esa especie de recreo en el que vas a hablar tonteras con tus amigas, leer en silencio ese libro que te tiene intrigada o ver 2 capítulos de tu serie favorita sin ninguna interrupción. Con ese escaso tiempo personal la cargada de pilas es power y todo el entorno familiar lo capta. Win/win.

Contextualizar

No todo es grave y si tus niños no quisieron dormirse a las 20:00 como lo tenías perfectamente planeado, nadie va a morir y la economía del país no está en peligro… (¿Se nota en mi tono calmado de redacción que los míos se acaban de dormir?) A veces nuestras obsesiones personales nos hacen poner foco en cosas que no impactan en nada más que nuestra estructura mental, haciendo de una situación mínima, una tormenta perfecta. Entonces, demos las peleas importantes, no pongamos en el mismo ranking decirle un garabato a la vecina que no comerse la última cucharada de sopa. No hagamos latero el ambiente en nuestra casa por cosas menores en las que más vale la pena hacerse la tonta un rato, respirar hondo y contextualizar.

Y tal vez lo que más me sirve cuando creo que compartiré celda con la Quintrala es estar consciente que los adoro, que lo traje a este mundo para que sean felices, aporten en su entorno eligiendo vivir la vida con alegría y que la mejor manera de lograrlo es predicando con el ejemplo. Está piola el desafío. Pero ¡vamos que se puede!

¿Qué haces para no perder la paciencia?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

Post a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

*