BEBE SABE

Los bebés toman leche a demanda, su mecanismo de regulación hambre/saciedad es perfecto, sus cuerpos les dicen cómo, cuánto y cuándo comer. Pero resulta que a los 6 meses, de golpe y porrazo y de un día para el otro dejamos de confiar en esta autorregulación y estructuramos las comidas sin tener en cuenta lo que bebé nos marca.

Muchos de quienes trabajan en salud estresan por demás a madres y padres con la alimentación complementaria, con fotocopias generalizadas llenas de medidas, tamaños y raciones MUY estrictas, desvalorizando la lactancia materna y promocionando cereales “para bebés” llenos de azúcares e hidratos de carbono simples, entre otros alimentos chatarra, poco ecológicos y absolutamente innecesarios y hasta dañinos. Y mientras, las mamás se preocupan porque sus crío de 7 meses no come todo el menú que les prescribió el pediatra.

Sin embargo, la  leche materna (o de fórmula) sigue siendo el alimento por excelencia durante todo el primer año de vida y la alimentación complementaria es solo eso: complemento, es la primera aproximación del niño con alimentos necesarios distintos de la leche que se establece a partir de los 6 meses “(…) con el fin de facilitar unos niveles de desarrollo y de salud adecuados (…)”. Durante esta etapa debemos darle a la criatura la oportunidad de explorar, de probar, de escupir, de tocar, seleccionado alimentos adecuados, nutritivos, seguros y saludables.

Escuchemos a los niños! y mientras crezcan saludables y de manera adecuada ignoremos a los opinologos dinosaurios de turno, gurús de dudosa procedencia o “profesionales de la salud” de la prehistoria.

Por Ana Acosta Rodriguez, autora del libro “La Crianza Rebelde”

Disponible:

Europa y USA: https://bookgoodies.com/a/B07ZM8WMXN

LATAM: https://www.editorialbrujas.com.ar/Inicio/Libro/1518

Foto portada:Imagen de Pexels en Pixabay

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Nuevo tópico: el coronavirus nos ha recordado nuestra vulnerabilidad

En estos días de confinamiento nos están martilleando con una misma idea en la conversación pública, una apreciación tan falaz que provoca estupor que no haya sido cuestionada o incluso caricaturizada, puesto que habla muy mal de nuestra condición de animales racionales. También confirma cómo los lugares comunes a pesar de su absurdidad cohabitan a sus anchas en nuestros imaginarios. La idea que se ha instalado cómoda y acríticamente en las ágoras mediáticas y en el folclore del hablar cotidiano es que el coronavirus nos ha hecho tomar conciencia de que somos seres vulnerables e interdependientes. Siento disentir. En mi caso, pero asimismo en el de muchas personas a las que conozco muy bien, llevamos muchos años siendo muy conscientes de que somos seres muy vulnerables e interdependientes, exactamente igual que todos los demás. En mis cursos y conferencias es una idea que zigzaguea por todos lados al margen de cuál sea el contenido específico del que vaya hablar. En mis artículos ocurre lo mismo. Mi primer ensayo lo bauticé como La capital del mundo es nosotros, y foma parte de una trilogía cuyo título patentiza cómo la vulnerabilidad y la interdependencia son dos de los yacimientos filosóficos en los que más veces irrumpo para entender algo la vida y entenderme un poco a mí: Existencias al unísono. Soy tan consciente de la vulnerabilidad que para no destrivializarla suelo repetir que no hay nada más excitante que la tranquilidad. La tranquilidad es el momento en el que la vulnerabilidad se remansa y relaja su incordio. Relajarlo no significa que desaparezca. La vulnerabilidad no desaparece jamás porque es una condición constituyente de la vida humana.

En una entrevista realizada hace unos días en La Marea le preguntaban algo parecido a la filósofa y activista Marina Garcés. «¿La alerta sanitaria no ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad humana?». «Me sorprende que haya tanta gente repitiendo esta frase, desde filósofos hasta Antonio Banderas. Me pregunto qué vidas tenían y qué realidades conocen quienes lo afirman. ¿No tienen personas mayores dependientes en sus familias? ¿No conviven con personas discapacitadas o con trastornos mentales? ¿No conocen la realidad altamente vulnerable de muchos barrios y territorios de nuestras ciudades? ¿No sufren el impacto de los cánceres y otras patologías debidos a factores ambientales y sociales? La vulnerabilidad y la interdependencia ya estaban, cada día, como realidad cotidiana para la mayoría. ¿Qué nos impedía verlas y pensarnos desde ellas?», es la contestación de la siempre lúcida Marina Garcés. Vulnerabilidad es la cualidad de vulnerable, y vulnerable significa que uno puede ser herido o lesionado tanto física como moralmente.  La vulnerabilidad es muy palmaria en los primeros y en los últimos tramos de la vida, en la desprotegida infancia y en el desvalimiento de la senectud, pero en el vasto tracto de tiempo que transita de la cuna a la tumba afloran múltiples episodios en la biografía de las personas para advertir nuestra condición de sujetos que podemos ser heridos, lesionados, magullados, desamparados, afectados, traumatizados, o directamente finiquitados.

Basta con padecer una enfermedad, la avería de alguna parte del cuerpo, la propia e imparable decrepitud de la carne, o sufrir un capítulo que malogre nuestras expectativas y las convierta en desmerecidas para nuestros planes, para sentir muy vívidamente cómo la vulnerabilidad se apropia de nosotros como praxis humana y nos asedia con un despotismo que desoye nuestras súplicas, se burla de nuestra autoridad y a veces incluso nos puede causar tanto daño que nos provoque la inapetencia de vivir. La vida humana es vida compartida porque muy pronto nuestros ancestros advirtieron que los hitos en los que se presenta descarnadamente la vulnerabilidad se combaten mejor con recursos cooperativos. Precisamente la cooperación entre actores para construir tejido conjuntivo delata una de las paradojas más increíbles y más fabulosas de la agenda humana. Gracias a que somos seres interdependientes podemos aspirar a ser seres autónomos. La interdependencia nos ayuda a la satisfacción de las necesidades, y precisamente poder satisfacerlas abre paso al territorio de los fines, aquello que uno elige y articula para orientar y brindar de sentido su propia existencia. Solo podemos acceder al reino de la libertad si tenemos colmado el de la necesidad. En este tránsito siempre provisorio la interdependencia es medular como estrategia de maximización para contrarrestar nuestra vulnerabilidad. Para verlo se necesita visión de conjunto. Esa visión inalcanzable para la miopía individidualista y los credos que la profesan.

José Miguel Valle.  Escritor y filósofo

Imagen portada : Obra de Carmen Pinart

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BEBES DE ALTA DEMANDA

En la actualidad nos encanta etiquetar y ponerle carátula a todo. Resulta ser entonces que a los bebés o niños que intentan conectar con su mama o figura de apego y que buscan el contacto físico y contención emocional, que naturalmente no duermen de corrido los primeros meses e incluso los primeros años, que tienen “mucha energía” (o sea, que no son plantas) y que quieren ser porteados y cargados para sentirse seguros son “BEBÉS DE ALTA DEMANDA”.

Y yo me pregunto: ¿no será al revés?, ¿no seremos en realidad los adultos los de “alta demanda” con respecto a los hijos y la niñez?. Los adultos demandamos que duermen de corrido, que “no hagan ruido”, que “se porten bien”, que ya “no molesten”, que ya es hora de caminar, de hablar, de “jugar solitos”.

Nosotros, la sociedad, demandamos a las criaturas que sean mini adultos, regulados y controlados, independientes, tranquilos, quietos, “bien portados”.

Los padres compramos libros que nos den recetas mágicas para que la criatura de 3 meses duerma de corrido, para que el bebe de 1 año y medio deje el pañal y para que “no hagan berrinche”, queremos que los niños se adapten a nuestra vida y nuestras rutinas, pues así, todos serán de alta demanda y todos los padres nos frustraremos porque es una exigencia incoherente.

¿Que estamos haciendo con la niñez? Tenemos que comprender que lo natural y normal para una criatura es buscar conectar con los padres, sentirse seguro y contenido y hará lo que sea necesario y el tiempo que sea necesario para cubrir estas necesidades y es importante tener esto en cuenta a la hora de plantearse traer hijos al mundo. Los bebés y niños que buscan contención NO son “de alta demanda” son tan solo humanos.

Por Ana Acosta Rodríguez, Mamá Minimalista

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Fuente: mamaminimalista.net

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Maestranda en Psicología Positiva Aplicada y experta en Mindfulness,  Inteligencia Emocional y Crianza con apego.

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Imagen: Karoeza

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Ningún libro te enseña a ser mamá

No es que las mamás busquemos a otras mamás porque queremos estar en ‘grupitos’ cerrado, armar ‘mini sectas’ o porque queramos aislar a las que no son madres. Las mamas de nenes chiquitos necesitamos estar con otras mamás porque la maternidad los primeros años es puro empirismo y por mas nutricionista, médica o psicóloga que seas ninguna Universidad te prepara para ser mamá.

Hay cosas que si no las experimentamos en carne propia ni la ciencia ni los libros nos pueden enseñar: el dolor de la lactancia cuando la técnica es incorrecta, el temor de las primeras fiebres, la ansiedad la angustia cuando los demás opinan sobre lo que debiera o no debiera hacer tu hijo. La incertidumbre cuando comienza la etapa de berrinches y rabietas, la culpa cuando se disciplina de una manera que no es la que una quisiera y toda una serie de sentimientos que son imposibles de entender si uno no los vives.

Es tan compleja la maternidad y estamos tan poco preparados para asumirla desde el respeto y aunque los libros si nos ayudan muchísimo hay una parte que no podemos experimentar desde la lectura o desde un video de youtuve, la tenemos que vivir. Por eso es que buscamos tan desesperadamente a otras personas que estén viviendo lo mismo, para encontrar ese hombro y ese oído que te escucha genuinamente sin juzgarte ni dándote consejos arcaicos o de manual que una sabe que no van a funcionar. A veces solo buscamos empatía, un abrazo, un “yo te entiendo” genuino.

A veces ni siquiera la propia pareja nos ofrece esa contención que necesitamos porque no es lo mismo, porque la relación que tienen los hijos con la madre no es la misma que tienen con el padre y esta comprobado. Me ha pasado en alguna oportunidad llegar a mi casa y ver a los niños jugando tranquilos mientras su papá trabaja en la compu sin interrupciones, una foto de portada de revista. Pero déjenme decirles que ese escenario nunca pasa cuando lo que está a cargo soy yo. Entonces luego cuando le hablo a mi pareja de mis emociones o algunos conflictos con los niños el no entiende y me mira como si estuviera loca.

Tu pareja, tus amigas que no tienen hijos o hasta las conocidas que tienen hijos pero ya grandes o hasta tu propio círculo familiar muchas veces piensan que son tus hormonas o que estás susceptibles o que estás exagerando o que te quejas demasiado o que “ a mi no me pasaba”.

Todos esos comentarios no te sirven ni te suman nada, lo único que necesitas es un “yo te entiendo”, “yo tampoco duermo bien desde hace cuatro años”, “A mi también la lactancia me tiene agotada”, “yo también quisiera tener un rato para mi sola”, “a mi también me duele el alma dejarlo en la guardería”. Eso es lo queremos escuchar, lo que necesitamos.

Por Ana Acosta Rodríguez, Mamá Minimalista

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Maestranda en Psicología Positiva Aplicada y experta en Mindfulness,  Inteligencia Emocional y Crianza con apego.

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SER PADRES: UN MUNDO DE DUDAS

¿A quién no le ha pasado tener un día difícil, un despertar duro, un nudo en la garganta? ¿dudas y preguntas sin respuesta?. Sin duda los malos momentos nos hacen cuestionarnos ¿Lo estoy haciendo bien?. Y cuando estas situaciones o peleas ocurren a nivel familiar nuestras dudas crecen: ¿soy realmente la mamá que quiero ser? ¿Soy un buen padre? ¿Qué pasa que a ratos sentimos que no merecemos que nuestros hijos nos traten mal?, ¿cuánto de lo que hacemos para ellos como papás está bien?, ¿no será mucho? ¿en qué cedemos y en qué no? ¿soy realmente la “peor mamá o papá del mundo”? o ¿es realmente una injusticia lo que a veces entre peleas y discusiones escuchamos como padres?.

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Probablemente muchos de estos cuestionamientos son sólo preguntas sin respuesta. Solo tengo la convicción de que cada uno en su rol de padre o madre, intenta hacerlo lo mejor posible. Intentamos escuchar a nuestros hijos, conectar con sus necesidades, equilibrar nuestros tiempos con los suyos, cuidarnos para poder cuidarlos mejor, intentamos, a ratos, gozar la parentalidad y su niñez, porque sabemos que se pasa rápido. Sé que la mayoría de las veces, nos proponemos ser la mejor versión de nosotros mismos para entregárselas como un valioso regalo a nuestros hijos, al mundo y a los que nos rodean. Pero, a veces, la vida en ciertas situaciones difíciles y peleas se torna injusta, unilateral o triste. Escuchar que “eres la peor mamá (o papá) del mundo” rompe el alma, sobretodo porque uno intenta ser “la o el mejor” dentro de las propias posibilidades.

A veces pensamos que somos muy duros, que los niños tienen que hacer lo que uno piensa, porque estamos convencidos que es lo mejor para ellos. ¿Cuánto realmente es lo que necesitamos escucharlos?. A ratos, al menos a mi, me baja esta duda, casi existencial, de si realmente lo que yo creo es definitivamente lo que ellos tienen que hacer ¿Por qué ellos no pueden tener razón? ¿Por qué yo creo tener la mirada correcta o la experiencia para no escucharlos?.

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Siempre suena más fácil decir: “las reglas se siguen y si no quieren tienes que contenerlos en su enojo”, es la receta de psicología que nos enseñan, que leemos, que sabemos…. pero es tan difícil ponerlo en marcha y lograrlo en situaciones de discusión, enojo y cansancio. Cuando el enfado de nuestros hijos nos traspasa a nosotros como padres, quedamos absolutamente desprovistos de herramientas para poder leerlos, saber qué es lo mejor para ellos, escucharlos, contenerlos y decidir en conjunto de una manera constructiva. Es tan difícil escuchar sus voces cuando uno como papá piensa que el camino correcto es el contrario a lo que ellos necesitan. Más difícil es aún, cuando la situación se torna tensa, comienzan los gritos y las descalificaciones. Ahí solo nos destruimos siendo incapaces de mirarnos en lo que todos necesitamos.

Este verano, por ejemplo, mis hijos se inscribieron a unas clases de fútbol, estábamos fuera de chile, por lo que optamos por inscribirlos solo a dos días para probar, porque como papás sabíamos que sería difícil y nuevo para ellos. Después de la primera clase llegaron felices, lo pasaron bien, les gustó el profe y en definitiva fue una experiencia de crecimiento para ellos. Sin embargo, al día siguiente ya no querían ir. La clase estaba pagada, y creíamos como papás, que debían terminar aquello en lo se habían comprometido y sabíamos que si iban sin duda llegarían contentos con la experiencia.

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¿El costo de que fueran? Una pelea enorme, escuchando frases como “son los peores papás del mundo“, “No entienden nada“, “Siempre nos obligan“, “No nos están escuchando” … rabia, rabia, rabia. En ese momento, es cuando empezamos a buscar como padres, la teoría o la guata o al menos tus valores familiares. Nosotros tenemos claro que no queremos crear una niñocracia, pero tampoco nos gusta la dictadura como papás. En algún minuto de la pelea, y después de un momento de calma, recuerdo haber logrado entrar en mi modo zen -que a ratos aparece- me senté al lado de ellos y les pregunté: Ya explíquenme, ¿qué pasa, por qué no quieren ir si ayer fueron felices?, ¿me cuesta entender?, y entonces solo escuché vaguedades, excusas, palabras como “lata”, “es que son malos” o “es que no conozco a nadie”. Con mi marido, seguíamos pensando que tenían que ir y entonces la respuesta en modo Zen fue “no nos parece, creemos que lo van a pasar bien, es sólo una clase más, ya se comprometieron, hay que terminar lo que uno empieza, etc., etc., etc….”. Y ellos con su misma rabia siguieron tirando frases para el bronce y ahí definitivamente nos ganó la rabia:”van y se acabó”. ¿Dictadura? ¿lo estaremos haciendo bien? ¿los escuchamos más? ¿pasamos por sobre lo que pensamos? ¿dónde está el límite de lograr leer y satisfacer sus necesidades, pero al mismo tiempo llevarlos a que hagan eso que nosotros como papás sabemos los hará crecer? El costo: una gran pelea, todos llorando, frustración por todas partes y finalmente quedándonos con la duda, ¿realmente está bien lo que estamos haciendo como papás?.

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¿Qué pasó finalmente? FUERON ¿cómo llegaron a la vuelta de sus clases? ¡¡Felices!!, contentos, llenos de experiencias nuevas. ¿Fuimos papas que leímos sus necesidades? Quizás no. ¿Valió la pena? Quizás sí. La parentalidad es un mundo de dudas, no hay recetas, no hay teorías, sólo está tu manera y esa tendrá que ser la mejor posible. Claramente la pelea no fue algo que buscamos, pero la realidad es que pasa y tuvimos que estar en ella para aprender algo nuevo.

Los aprendizajes fueron varios: hay valores familiares que no se transan, no siempre podemos satisfacer sus necesidades porque a veces la necesidad es solo evitar eso que les cuesta y eso los daña y, por supuesto, que nuestro mejor intento es también el de ellos. Todos necesitamos poner de nuestra parte para construir un acuerdo y NO destruir nuestros vínculos.

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Finalmente, todos nos pedimos perdón, nos abrazamos, y lloramos. ¿Será que de eso se trata ser y hacer familia? ¿por qué a ratos duele tanto? Me imagino que es porque en el dolor crecemos, nos acompañamos y aprendemos a ser empáticos. Porque en los momentos difíciles y reales se profundizan los lazos, porque después de las peleas aprendemos a reparar, querer y respetar. Hoy todos reparamos, y eso es algo que mis niños al menos aprenderán para la vida. Todos nos equivocamos y de eso aprendemos también.

¿Cuánto empujo a mis hijos a eso que creo que les hará bien? Sólo sé que tiene que ser negociable, acompañado, mirado y contenido desde lo que ellos necesitan también. Ese día todos podríamos haberlo hecho distinto, no les pregunté por ejemplo qué necesitaban de mi para ir a sus clases, quizás querían que los acompañara las dos horas de fútbol. Nos ganó la rabia y la frustración, sin embargo al menos nos sirvió como papás para cuestionarnos cómo todos lo haríamos distinto la siguiente vez, quizás nos equivoquemos de nuevo. ¡Y bueno de eso se trata la vida, la familia y el amor!

María José Lacámara – Conoce más AQUI

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MAMÁ TAMBIÉN TIENE NECESIDADES: ¿Cómo gestionarlas con los hijos de manera respetuosa?

Pau de 3 años quiere ir al parque, no quiere estar dentro de casa, se pone de mal humor si no sale. No quiere jugar ni pintar ni hacer nada dentro, solo salir toda la tarde, entonces insiste e insiste a su mamá que tiene mil pendientes, trabaja en casa y aún no ha almorzado. Si salen toda la tarde su mamá no podrá avanzar y terminará comiendo cualquier cosa y si no salen la tarde será difícil porque Pau seguirá insistiendo y su enojo tampoco permitirá que su mamá avance mucho. Entonces ella me pide consejos para adaptar a su hijo a sus necesidades y su realidad. 

No importa cuántas actividades le sugiera ni cuántos juguetes tenga a su alcance: Pau evidentemente quiere salir al parque a explorar el mundo lo cual es absolutamente normal para su edad. Si lo que pretendemos es críar a tiempo completo o trabajar desde casa (que implica pasar todo el día  con nuestro hijo) no será posible “adaptarlo a nuestra realidad” seremos nosotros quienes deberemos adaptarnos a la de el o ella. 

Yo se de primera mano lo difícil que puede llegar a ser y lo sobrecargada que una de siente, pero el tiene una necesidad concreta que es salir a explorar y quizás socializar, lo he visto con muchísimos niños de su edad incluso mi propia hija a la cual debo sacar a un parque, playa o ludoteca todas las tardes porque sino la tarde se torna poco feliz para ambas. Ella se quejaba y yo no podía trabajar entonces abrí mi consciencia ante la situación, me adapte a su necesidad, pare mi resistencia y deje que todo fluya.

Con un par de horas fuera la vibra cambia completamente y al regresar a casa ella ya se muestra mucho más dispuesta a jugar con sus juguetes o con su hermano y yo puedo avanzar con mis pendientes. 

Cuando hablamos con nuestros hijos sobre nuestras necesidades debemos ser cuidadosas y no recargar las palabras de modo que puedan ser confusas o generar culpas. En la primera infancia los niños recién están comenzando a entender el pensamiento lógico simple y no pueden procesar algo muy abstracto o irónico, entonces debemos utilizar pocas palabras y muy concretas: “ahora no podemos salir porque tengo hambre y voy a comer. Cuando termine salimos” en lugar de “Mama tiene mucha hambre porque no come desde el desayuno y así le faltaran fuerzas para seguir el día, tienes que esperar porque no sabes esperar” Recordar SIEMPRE hablar en primera persona: “yo quiero/siento/tengo” en lugar de “mama quiere/siente/tiene”. 

Por ultimo en las “negociaciones” no debemos olvidar que nosotros como adultos podemos esperar y tenemos noción del tiempo cronológico pero las criaturas aun no: ¿recuerdas cómo de pequeña viajar una hora en auto parecía una eternidad? 

Satisfacer las necesidades de los hijos aunque sea un ratito les permitirá clamarse y al sentirse satisfechos podrán redirigir su energía hacia otra cosa, pero si los hacemos esperar y esperar y esperar probablemente ese tiempo sea complicado y ellos insistan hasta satisfacer sus necesidad lo cual es normal.

Por Ana Acosta Rodríguez, Mamá Minimalista

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Imagen: Nathalie Jomard

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EL INMENSO VALOR DE ESPERAR MENOS Y PEDIR MÁS

¿Cuántas veces nos vemos enfrentados a la frustración o decepción de que nuestra amiga, pareja o hijo no hizo lo que yo esperaba? Vivimos esperando que los otros cumplan con aquello que imaginamos o con lo que necesitamos, pero que poco nos dedicamos a pedir eso que queremos, esperamos o soñamos. Es como que si por pedirlo y hacerlo explícito, el acto perdiera todo tipo de valor cuando el otro finalmente se decide a hacerlo.

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Innumerables son las veces que he visto a mis adolescentes en la consulta, a sus padres o parejas, pasar una y otra vez por la decepción de que el otro no hace lo que espero. Frases como: “…pero si ellas saben que tienen que preguntarme cómo estoy si me ven mal… ¿no es obvio?“, “…pero si él sabe que tiene que portarse bien en el colegio y hacer sus tareas…”, “… sabe que necesito ayuda en la casa…no necesito decírselo“, y así podría continuar eternamente. Nos vamos transformando en seres decepcionados de las relaciones que tenemos, desilusionados de aquellos que en teoría nos quieren y enrabiados de sentir que esos que más me aman no me entregan lo que yo espero, lo que necesito, lo que “ellos saben”. pero en realidad NO lo saben. Nos vamos sumergiendo en un círculo vicioso, que nos aísla, entrampa  e incomunica: con nuestra pareja, hijos o amigas. Empezamos a sentirnos poco queridos, menos entendidos, y muy solos en este mundo, en el cual sentimos que damos el máximo por el otro, pero ellos apenas  dan su mínimo por mí.

¿Será realmente tan así? ¿O será que ese mínimo para mí, es el máximo del otro? ¿Quizás el otro debe poseer poderes mágicos que lo hagan adivinar lo que necesito? ¿Será realmente que no me quieren, no me ven y no me valoran? ¿Cuántas veces hacemos explícitas nuestras necesidades? Mi experiencia en la consulta, y al escuchar a la gente que quiero y me rodea, en la mayoría de los casos me encuentro con personas que no piden, no dicen y no muestran lo que necesitan, eso que las hace felices o tristes o  lo que las hace sentirse queridas. Es en ese momento cuando se produce un entrampe y quiebre comunicacional que solo complejiza las relaciones, les quita profundidad y nos distancian del otro.

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¿Por qué dejamos de valorar eso que el otro hace, si se lo pido explícitamente? ¿Por qué carece de valor si lo hizo, después de que ya se lo pedí? Cada vez que pedimos y recibimos es exactamente el mismo regalo que cuando no lo decimos. Quizás cuando nos sorprenden, esa acción inesperada pasa a tener una mayor carga de emoción y felicidad, pero no por eso, recibir pidiendo carece de valor. Cuando demando y soy escuchada, ya es un regalo, cuando pido y soy explícita con lo que necesito, también  es un regalo para el otro, que puede conocerme y leerme en eso que me hace falta. ¿Por qué no regalarnos más transparencia en las relaciones? ¿Por qué no hacernos el regalo de pedir y ser escuchado? Cuando el otro escucha y decide darme eso que pido, es tanto o más valorado, que cuando no lo he pedido, porque esa persona se detuvo, conectó conmigo, me escuchó activamente, me entendió y me dió eso que tanto necesitaba.

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No entrampemos nuestras relaciones con expectativas irreales.  En esperar que el otro dé solo porque yo doy, en que dé lo mismo que yo estoy dando. La realidad es que todos somos distintos y eso que yo doy no siempre es lo que recibo, y eso que yo espero no es lo mismo que el otro puede darme. ¿Qué pasaría si aprendiéramos a ser más explícitos con nuestras necesidades? Estoy segura que desde el cariño incondicional que hay puesta en cada una de nuestras relaciones, eso que espero y pido finalmente se haría realidad.

Aprendamos a sentirnos queridos por todos esos gestos que hace el otro: mirarme, escucharme, detenerse, conectar, regalar, darme espacio y también cuando me da eso que pido. Dejemos de quejarnos por eso que el otro no hace porque no adivina y comencemos a pedir, abiertos a que el otro pueda darnos o no, eso que necesitamos…. y si decide darlo…no olvidemos que eso también posee un tremendo valor.

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Solo si logramos ser más explícitos, y dispuestos a recibir pidiendo, conseguiremos sentirnos queridos y acompañados en esta vida. Seamos menos exigentes con el resto y con nosotros mismos. Si necesito que mi hijo adolescente me salude cuando llega a la casa, que mi marido me ayude más en las tareas diarias, que nuestra señora nos dé tiempo solos, o simplemente si queremos que nuestros papás nos escuchen y acepten como somos… ¡PIDAMÓSLO! abiertamente y de corazón, explicándole al otro por qué es tan importante para mí. Y si eso llega… por favor no le quitemos el mérito! Valorémoslo aún más!

Me gustaría que nos pusiéramos el desafío de empezar a esperar menos y pedir más….¿Cuánto eso nos acercaría al otro?….no somos adivinos, lo que necesitas tu es distinto de lo que necesito yo… pide más…espera menos.

María José Lacámara – Conoce más AQUI

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¿AGOBIADA POR TODO? HAZTE ESTA PREGUNTA A MENUDO

¿Alguna vez has estado en una situación en la que se te juntan varias cosas y de repente te ves agobiada por todo? ¿Saturada y bloqueada?

Si es tu caso, hoy te quiero proponer algo que yo personalmente uso mucho en esas situaciones que todos hemos pasado y que pasaremos más de una vez…

 

Como te decía, seguro que alguna vez has vivido momentos en los que de repente no sabes hacia dónde tirar.

Que estás tan agobiada que te bloqueas y no ves cómo salir de la situación.

Y puede ser algo leve y de poca importancia o algo más grave. Puede que tengas que hacer mil cosas a la vez y te agobies, o que tengas que tomar una decisión profesional importante.

En todos esos casos yo paro, respiro y me hago esta pregunta:

 

¿Qué necesito ahora mismo?

 

Parece simple, pero esa pregunta consigue que tu cerebro se centre y los miles de pensamientos que tienes descontrolados paren un poco y te dejen determinar qué es lo más importante para ti en ese momento.

 

Como si estuvieras hablando con una amiga, solo que eres tú misma : )

 

La respuesta a esa pregunta te dirá por dónde seguir en ese momento concreto. Escucha siempre la primera que se te pase por la cabeza al preguntarte eso.

 

Lo puedes aplicar cuando estás muy estresada, por ejemplo.

 

¿Qué necesito ahora mismo?

 

Ir a dar un paseo/al gimnasio, escuchar música, descansar, no pensar en esto unas horas…

 

Lo haces y cuando ya estás más serena vuelves centrada y aprovechas mejor el tiempo.

 

Yo la uso también cuando tengo un montón de oportunidades o de cursos que quiero hacer o posibles vías para algo.

 

¿Qué necesito ahora mismo?

 

Visibilidad, vender más, descansar, buscar X o Y, un curso específico de Z.

 

Siempre tendrás una respuesta en la que centrarte y poder así salir del bloqueo.

 

Además, esa pregunta va muy ligada a esta otra:

 

¿Qué quiero ahora mismo?

 

Tienes que saber lo que quieres para saber lo que necesitas. O a lo mejor saber lo que necesitas te da pistas sobre lo que quieres…

 

Usa esa combinación cuando te sientas perdida, agobiada, estancada o bloqueada.

 

¿Qué necesitas ahora mismo?

 

¿Qué quieres ahora mismo?

 

Apuntalo y sigue adelante : )

 

Y si a nivel profesional no tienes claro ni lo que quieres ni lo que necesitas, ya sabes que te puedo ayudar a encontrar tu camino así.

Como siempre espero que te ayude este artículo, si es así compártelo y dime lo qué necesitas tú, estaré encantada de leerte : )

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Tu hijo mayor también te necesita

Desde que nació mi hija más pequeña siento que tuve que empujar un poquito al mayor para madurar más rápido. El todavía era un bebé de 20 meses y yo le decía cosas como: “no grites que la bebe duerme”, “habla más despacio que la bebe llora”, “ahora no puedo porque tu hermanita está en la teta”, “camina solito porque tengo que cargar a tu hermana que es más chiquita” y cosas por el estilo. 

Ahora ella tiene dos años pero todavía es complicado porque sigue muy pegada a la teta y porque se pone muy celosa cuando mi hijo más grande me abraza o quiere estar encima mío y aún es muy pequeña para entender algunas cosas, entonces el pobre se frustra bastante por momentos y yo lo entiendo.

A mi me parte el alma la mirada de mi hijo en esos momentos porque en lugar de quejarse o llorar él, resignado, se mueve de mi regazo y se sienta a mi lado siempre compartiendo a mamá. 

Me di cuenta que injusta estaba siendo. La pequeña ahora tiene la misma edad que él tenía cuando ella nació y eso me movilizó porque a ella la veo y la trato como a un bebé pero cuando él tenía esa edad lo trataba como un niño más grande.

Entonces quise hacer algo para compensar un poco las cosas y decidí priorizar tiempo con mi hijo a solas, tiempo especial entre él y yo para conectar sin interrupciones y para que no tenga que compartir a mamá siempre. Resulta que desde hace unos meses tenemos una cita una tarde por semana, solos él y yo. Planificamos, vamos a donde quiere ir, nos abrazamos y nos damos besos “a demanda” sin que la más chica nos interrumpa. Ella se queda con papá y no hay ningún problema. 

A mi gordo le encantan nuestras “citas especiales” (y, hasta orgullosos, se las cuenta a sus amigos) pero debo decir que a mi me gustan más, porque tengo la oportunidad de darle todos los besos y abrazos que no le pude dar estos últimos dos años y me reconforta el corazón. 

 

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Maestranda en Psicología Positiva Aplicada y experta en Mindfulness,  Inteligencia Emocional y Crianza con apego.

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