Sufrir «no» es tan fácil. Visiones de la Terapia Gestalt

Sufrir no es tan fácil. Requiere saber cómo. Como regalo, anterior a la racionalidad, el sufrimiento no forma parte de nuestra naturaleza profunda. En ella practicamos la adhesión incondicional a lo que es, tal y como es, a cada momento. Así es nuestro ser íntimo y nuestra genuina naturaleza.

¿Tienes recuerdos de este paraíso cuando eras muy niño/a?

¿Deseas progresar de nuevo hacia este centro olvidado?

Conste que no hablamos de dolor, que lógicamente forma parte del paisaje de la vida, y requiere nuestra adhesión para no convertirlo en sufrimiento.

Si tuviéramos que decir en muy pocas palabras en qué consiste la Terapia Gestalt podríamos responder en este sentido: la práctica de la adhesión a lo que la vida nos trae a cada momento, tanto afuera como en forma de vivencias y sentimientos internos. Tomados por una actitud y un espíritu que sortea los rechazos de la mente y lo abraza todo. ¿Dónde? Ahora. ¿En qué lugar? Aquí.

Viene la confusión. La abrazamos. Llega la claridad y también la abrazamos. Ahí va la tristeza, la alegría, la ternura, el miedo, el enojo, éste pensamiento u otro, la envidia, la venganza, el deseo de apartar algo, y muy especialmente todo aquello que nos resulta desagradable, y lo abrazamos todo, incluso nuestra sensación o idea de que algo es desagradable. No hay bueno y malo, ni positivo ni negativo, que son únicamente creaciones y categorías de la racionalidad. Todo es experiencia. Somos una fiesta sagrada, un carrusel, lleno de formas y colores, en movimiento constante.

Pero en verdad, tanto como la fiesta, somos los festejadores. Y el festejador ama porque es su don.

He aquí la fórmula para sufrir: algo ocurre y no lo quiero, y algo no ocurre y lo quiero. Sencillo. En palabras de Buda: «Estar lejos de lo que amo o cerca de lo que desprecio es sufrimiento«. Es decir, me opongo a lo que está ocurriendo, ahora dentro de mí, ahora fuera de mí, en mi trabajo, en mi pareja, en mis hijos, en mi vida. Ahora. Sin embargo es lógico y nos hace fuertes querer cambiar lo posible que está por venir, y que sea distinto mañana. También abrazaremos nuestro deseo de modificar la realidad para que se acerque a nuestros deseos y valores. ¿Porqué no? Es un invitado maravilloso a la fiesta sagrada de nuestra vida.

Pero para sufrir se requiere la presencia de un personaje y una voz dentro de nosotros que martillea a lo que ya está siendo: -Debería de ser de otra manera, proclama. Y a continuación necesitamos creerla como una verdad (ya que el personaje siempre encuentra un sólido argumento), no como una experiencia más. Y torturarnos por ello. Me gusta pensar que la realidad nos desea como discípulos, y parece que le gusta vengarse de nuestras ilusiones. Entonces, todo sufrimiento comienza con la palabra: «Debería», «Tendría que», «Podría», etcétera. Por esto en Terapia Gestalt, tratamos de confrontar los «deberías» y contrastarlos con los «quiero y siento y soy».

La Terapia Gestalt es una invitación a pasar de nuestras ilusiones e ideologías a la realidad y a la verdad de cada momento, a cuestionar nuestras falsedades y artificios, a pasar de ser personas ideales a personas reales. Eso es, perfectamente imperfectas. Ahí reside el superhombre nietzscheano.

Abre los ojos y festeja la vida, y si los personajes que crees ser no te dejan, tómate el privilegio de no considerarlos tan en serio, y a cambio trata de sentir un silencio vibrante en el centro de tu pecho. Ahí vive el festejador, que no se opone a nada, ni se adhiere a nada más allá de lo que es. ¿Cuando? Ahora. ¿Cómo? Con amor.

JOAN GARRIGA

Extraído de www.joangarriga.com/

www.facebook.com/joangarrigabacardi

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FORWARD / REWIND (o la vida en “piloto automático”)

¿Le ha pasado alguna vez ir por la calle, cruzar distraído/a y no ver que un auto se acerca rápidamente? ¿O haber almorzado sin poder recordar después qué fue lo que comió? ¿O ir a jugar un fin de semana con sus hijos a la plaza, sin poder sacarse de la cabeza las obligaciones que deberá cumplir cuando vuelva el lunes a trabajar? ¿O llenarse de juicios y pensamientos negativos (“no soy capaz”, “esto me supera”) cuando está enfrentando un acontecimiento estresante, ya sea en el trabajo, con la pareja o los hijos?

Quizás ha sentido que le faltan cosas para vivir plenamente. Puede ser que considere que necesita más dinero, reconocimiento, salud, serenidad o lo que sea para poder algún día descansar y ser feliz. O puede ser el caso contrario: que sienta que le sobran demasiadas cosas molestas como para permitirse vivir su vida con plenitud ahora mismo.

Vivimos con la ilusión de que cuando tengamos todo lo que nos falta y nos deshagamos de lo que nos sobra, finalmente llegará la felicidad. Pero las cosas no funcionan de esa manera. Podemos llevar treinta, cincuenta u ochenta años buscando lo mismo, pero seguiremos sintiendo que la vida no es suficiente y que la felicidad se escapa, mientras continuamos intentando las mismas soluciones de siempre, aumentando la insatisfacción y el sufrimiento.

Sin embargo, hay un camino que permite cultivar una forma distinta de vivir y de relacionarnos con lo que nos sucede. Un camino que ayuda a no dejar pasar los buenos momentos que ocurren en la vida cotidiana, y a no alimentar el sufrimiento cuando vivimos momentos difíciles.

Ese camino es la práctica de mindfulness.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de mindfulness? Para comenzar, es importante saber que este término, cada vez más difundido en el mundo, se ha traducido al castellano como “atención plena” o “conciencia plena”. Otra traducción es “presencia plena-conciencia abierta”, realizada por el reconocido científico chileno Francisco Varela.

¿Qué quiere decir esto? La posibilidad de estar atentos y abiertos al momento presente, sin interferir nuestra experiencia con prejuicios o pensamientos sobre lo que “debería” o “podría” ser. Según el experto en mindfulness, Christopher Germer, la experiencia de mindfulness implica tres elementos: 1) estar conscientes 2) del momento presente 3) con aceptación. Si falta cualquiera de estos tres podríamos decir que no se trata de una experiencia de mindfulness, sino, como algunos la han llamado, de “mindlessness”, inconsciencia o estado de “piloto automático”: cuando la mente divaga de un lugar a otro sin estar conectada en lo más mínimo con lo que está pasando aquí y ahora. Cuando estamos en piloto automático, anticipamos lo que pasará imaginando escenarios futuros (catastróficos, la mayor parte del tiempo) los que probablemente jamás llegarán a ocurrir (ponemos “forward” a nuestra mente). O bien, nos vamos al pasado (apretamos “rewind”) rememorando lo que pasó e imaginando lo que “podría” o “debería” haber ocurrido.

Dicho de otra manera, el cuerpo siempre está aquí, haciendo cosas: levantándose en la mañana, haciendo el desayuno, preparando el café. Mientras tanto, uno está pensando en 80 mil cosas. El cuerpo, entonces, se mueve en piloto automático. Es como un vehículo sin conductor o una casa deshabitada, porque la mente está muy lejos de allí.

Cuando uno vive en modo “piloto automático” es mucho más fácil dejarse llevar por patrones automáticos de comportamiento que pueden ser perjudiciales para nosotros y los demás. Por ejemplo, dejarse llevar por la rabia y gritarle a quien queremos, arrepintiéndonos después. O devorarnos el refrigerador por la ansiedad que sentimos cuando hemos pasado un mal rato. O mantenernos corriendo entre una actividad y otra, sin respiro ni descanso, pensando que así lograremos controlar el mundo y bajar nuestro estrés, logrando justo el efecto contrario: estar cada vez más estresados y agobiados. Cuando apretamos “Forward” constantemente, anticipando futuros catastróficos, la ansiedad se hace nuestra compañera habitual. Por otro lado, cuando ponemos “rewind”, solemos cultivar quizá sin querer, una íntima amistad con la culpa, la rabia y el resentimiento. Es por esto que ser conscientes del piloto automático es tan importante para comenzar un camino de mayor salud y bienestar. Es el paso que nos permite ser conscientes de nuestros hábitos mentales, y de las verdaderas emociones que estamos cultivando día a día con nuestros pensamientos y acciones.

¿Le ha pasado conocer a una persona, preguntarle su nombre y olvidarlo tan pronto lo ha escuchado? ¿O romper o echar a perder cosas justo cuando está más apurado? Esos también son ejemplos de “mindlessness”.

Con la práctica de mindfulness nuestra atención puede ser dirigida hacia el presente, sin quedarnos “enganchados” en el pasado o futuro y sin resistirnos constantemente a lo que nos sucede en el presente. La práctica de mindfulness puede ayudarnos a “dar un paso fuera de nuestro condicionamiento para poder ver las cosas más frescamente”[1], como dice el psicólogo Christopher Germer.

Complementando estas ideas están las definiciones realizadas por otros autores. Por ejemplo, el maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh dice que la práctica de mindfulness “es mantener viva la conciencia en la realidad presente”[2]. El psicólogo estadounidense Daniel Goleman, por su parte, señala que mindfulness sería “estar frente a la desnuda realidad de la experiencia, observando cada evento como si estuviera ocurriendo por primera vez”[3]. Jon Kabat-Zinn lo ha definido como “prestar atención de manera particular, con un propósito, en el momento presente y sin juicios mentales”[4]. Y el psicólogo español Vicente Simón dice que es “la capacidad humana universal y básica que consiste en ser conscientes de los contenidos de la mente, momento a momento”[5].

La práctica de mindfulness no tiene nada que ver con dejar de ser quienes somos o con abandonarlo todo e irnos al monte a meditar. Por el contrario: es un camino abierto y dispuesto en todo momento para todos quienes deseen comenzar a relacionarse consigo mismos y con lo que sucede en sus vidas de una manera más directa, menos interferida por los juicios, opiniones y críticas.

 

Pablo Neruda, nuestro reconocido poeta, describe manera intuitiva y lúcida la invitación que nos hace la práctica de mindfulness:

 

 

A Callarse

 

Ahora contaremos hasta doce y

nos quedaremos todos quietos.

 

Por una vez sobre la tierra,

no hablemos ningún idioma;

por un segundo, detengámonos;

no movamos tanto los brazos.

 

Será un minuto fragante,

sin prisas, sin locomotoras;

todos estaríamos juntos

en una quietud instantánea.

 

Los pescadores del mar frío

no harían daño a las ballenas,

y el trabajador de la sal

miraría sus manos rotas.

 

Los que preparan guerras verdes,

guerras de gas, guerras de fuego,

victorias sin sobrevivientes,

se pondrían un traje puro

y andarían con sus hermanos

por la sombra, sin hacer nada.

 

No se confunda lo que quiero

con la inacción definitiva:

la vida es solo lo que se hace,

no quiero nada con la muerte.

 

Si no pudimos ser unánimes

moviendo tanto nuestras vidas,

tal vez no hacer nada una vez,

tal vez un gran silencio pueda

interrumpir esta tristeza,

este no entendernos jamás

y amenazarnos con la muerte.

Tal vez la tierra nos enseñe

cuando todo parece muerto

y luego todo estaba vivo.

 

Ahora contaré hasta doce

Y te quedarás quieto.

 

¿Parece difícil? En realidad es algo muy simple y que todos hemos vivido en algún momento. Cuando nace un hijo, cuando viajamos a una cultura o país diferente, cuando estamos en la naturaleza. Estoy segura que cada uno de nosotros ha vivido alguna experiencia de estar completamente presente en el momento alguna vez. Lo que conoceremos en las próximas columnas es como cultivar esta capacidad, para que la posibilidad de estar atentos y conscientes se haga más frecuente y profunda. Todos invitados.

Bárbara Porter J. Psicóloga Clínica PUC

 __________________________________

[1] GERMER, SIEGEL & FULTON (2005), “Terapia Cognitiva para prevenir recaídas en depresión”

[2] NHAT HAN, T. (2000): Las claves del zen. Madrid: Editorial Neo Person, p.11.

[3] GOLEMAN, D. (1996): The meditative mind. Nueva York: Paperback, p.20.

[4] KABAT-ZINN, J. (2004): Vivir con plenitud las crisis. Barcelona: Ed. Kairós

[5] SIMÓN, V. (2007): Mindfulness y Neurobiología en Revista de Psicoterapia, XVII (66-67): 5-30, p.8.

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La aceptación en las relaciones

¨La experiencia de toda nuestra vida se reduce, pues, a una sola decisión: ¿Amamos o criticamos? ¿Qué valoramos más?¨ Robert Holden

No vemos a los demás como realmente son, lo que vemos son nuestros sentimientos y pensamientos proyectados en el otro y en lo que hace, y la manera en que nos vinculamos con el entorno es el reflejo de cómo nos relacionamos con nosotros mismos. Así como tratamos al otro, así nos estamos tratando a nosotros.

Para conservar sus planes, el ego se propone obtener algo en todas las relaciones que entabla. Por eso cuando sentimos ira en relación a alguna cosa, desde el más leve enojo hasta el más obvio deseo de ataque, preguntémonos ¿qué es lo que estoy intentando obtener de esta situación, o de esta persona? ¿Qué intereses tengo o pretendo ocultar?

Es imposible que ganemos algo si nuestra intención es tenerlo a través del control, la culpa o el miedo. Por tentadora que se muestre, la culpa nos deja atados, aprisionados a los propios juicios, y a la creencia de que para ganar, alguien tiene que perder. El amor, que es inclusivo, une y libera.

Hay un pasaje de Un Curso de Milagros, que lo expresa con claridad ¨De una forma u otra, toda relación que el ego entabla, está basada en la idea de que sacrificándose a sí mismo, él se engrandece. El sacrificio, que él considera una purificación, es de hecho la raíz de su amargo resentimiento¨.

Cuando estamos enojados, molestos, ansiosos, por las actitudes de alguna persona, llevar el foco a nuestras sensaciones y emociones, haciéndonos responsables de lo que sentimos en lugar de culpar a los demás por nuestra tensión, es una manera de mantener nuestras relaciones en armonía. Poner la atención en nuestro mundo interior, cualquiera sea la emoción, sin juzgarla, sólo observarla, y asumir nuestro poder de elegir qué queremos ver, sentir y experimentar en esa circunstancia. Nada tiene el poder de hacernos sentir molestos sin que nosotros lo hayamos decidido primero.

Si no nos tomamos las cosas personalmente, podemos comprender en lugar de atacar, cuando alguien hace o dice algo que lo interpretamos como una ofensa; ya que dejar ir es algo que no hacemos por los demás, sino por nosotros mismos. Dejar ir la creencia y necesidad de que ¨el otro debe ser diferente para que yo me sienta feliz¨. Y hacer el cambio que nos estamos pidiendo.

Podemos preguntarnos: ¿Cómo me siento con esta persona? ¿Qué pienso de ella? 

Todos disfrutamos cuando hay similitudes en los vínculos, sin embargo también hay diferencias que enriquecen nuestras relaciones y que llegan para integrarlas. La vida se expresa de maneras diversas, incluso cuando alguien tiene un punto de vista que parece opuesto al nuestro, podemos respetarlo y tomarlo en cuenta como una opinión que hasta puede ofrecernos un punto de vista nuevo al que ya tenemos sobre un tema, y encontrar una visión más amplia. Quizá pensamos que alguien es muy distinto a nosotros como para aceptarlo. De la misma forma ese alguien podría pensar lo mismo de nosotros.

Las relaciones, pueden ser oportunidades de encontrar lo que somos a través del otro, de conocernos mejor, de observarnos desde una mirada diferente,  de tomar consciencia de actitudes que nos alejan de nosotros mismos y de lo que realmente queremos. En la aceptación, la paciencia está presente naturalmente.

 

Agustín Andrade 

Autor y Comunicador

Extraido de www.institutodraco.com/es

 

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