Niños, guerra y Siria: lo que hay detrás de la foto que todos compartieron

Mane reflexiona sobre el impacto la guerra en los niños sirios y nuestra esporádica preocupación influida por las redes sociales y las imágenes virales. ¿Qué está causando estas guerra? ¿Cómo partir cambiando las cosas por casa?

La semana pasada vi un video en Facebook que me dejó paralizada. Un silencio vacío me dominó y el horror llegó a inundarlo todo. Lo mismo les pasó a mis amigos en todas las redes sociales (y de seguro a gran parte de ustedes también). Espanto, rabia, la tristeza más profunda… Omran, un niño sirio de 4 años, cubierto por el polvo y ensangrentado era captado por una cámara, después de sobrevivir a un atentado en el que, días después, moriría su hermano de 10 años. Omran no lloraba y tampoco nadie lo consolaba. No había una mamá que lo abrazara, una abuela que le intentara limpiar las heridas, una mano cálida que le tomara la suya. Un niño que debería estar viendo Peppa, cantando canciones en su colegio, durmiendo en calma en su cama, o escribiéndole una carta al Viejito Pascuero, se transformó en la cara visible de esa guerra de la que sólo nos acordamos cuando algún fotógrafo registra una imagen tan fuerte como la de Omran. Porque hoy ya no es portada de diarios, ni tendric topic en internet. El mundo ya olvidó a Omran.

Tampoco nos acordamos de Aylan. Ese niño sirio de tres años que dio la vuelta al mundo por la dramática imagen de su cuerpecito sin vida en la orilla de una playa. Fue hace menos de un año y ya lo olvidamos. Olvidamos que su hermano de 5 años tampoco sobrevivió, que su madre tampoco resistió el naufragio, que su padre en medio del mar fracasó tratando de manera desesperada de salvar a su familia y que las últimas palabras de Aylan fueron “Papi no te mueras”.

Son sólo dos niños de los 6 millones que según datos de la UNICEF padecen los mismos horrores que Omran y Aylan. 6 millones. Pienso en un número que resulta desesperanzador y que es aún más duro cuando caemos en la cuenta de que más que una cifra, son 6 millones de vidas que experimentan los pavores de la guerra de manera tan única, tan personal, tan intransferible.

Según datos de Médicos Sin Fronteras solo a la semana se reciben alrededor de 900 heridos que son mujeres y niños. Y esos son los que alcanzaron a llegar a ser asistidos en un hospital. Hablamos de dolor físico, de heridas visibles, de llagas abiertas.

¿Y qué pasa con esos dolores que no vemos, los traumas, los miedos y las imágenes de las que son víctimas los niños que nacieron el mismo año que tus hijos y los míos? Según evaluaciones psicológicas realizadas a niños y adolescentes sirios refugiados, un 26% de ellos se siente “tan desesperado que no quiere seguir viviendo” y se enfrentan a responsabilidades que ningún niño del mundo merece vivir:

“Los niños sirios que reciben servicios en el Centro para las Víctimas de Tortura (CVT), habitualmente expresan un enorme sentido de responsabilidad personal para ayudar y proteger a sus familiares, incluidos los padres. Algunos describen “cuidar” a sus familias como quedarse vigilando en la puerta, o preocuparse por la mejor manera de consolar a sus padres cuando están angustiados. Los niños también pueden proteger a sus padres absteniéndose de revelar sus propias experiencias traumáticas y los síntomas relacionados”, asegura la revista de Migraciones Forzadas de la Universidad de Oxford y el Centro de Estudios de Refugiados.

Otro dato escalofriante. El 20% de los niños refugiados que han solicitado asilo en Europa lo hacen solos. Sin un adulto responsable de ellos y luego de haber pasado los peligros más grandes que a los que un niño vulnerable puede estar expuesto. Gran cantidad de ellos son menores de 14 años. ¿Te imaginas a tus hijos llegando desamparados a un país en donde no conocen a nadie, batiéndoselas por sí mismo, sin ni siquiera entender el idioma?

Lo único que pido al escribir esta columna es que la información entregada acá no la lean como una estadística más. Como si les contara sobre la última CEP o la encuesta CADEM. Que en 5 minutos imaginen al niño que más quieren y lo pongan en ese escenario. Y que pasemos de la empatía, el posteo en Facebook, el retweet a hacer algo concreto desde las capacidades y posibilidades que cada uno tenga. El Director Ejecutivo de la Unicef, Anthony Lake dijo una frase sin anestesia después del impacto que generó la imagen de Omran, y que es para cada uno de nosotros: “La empatía no es suficiente. La indignación no es suficiente. La empatía y la indignación deben ir acompañadas de la acción. Y la acción parte en las cosas más pequeñas. Además de colaborar con organizaciones que están ayudando en terreno, comienza en esos cotidianos gestos que nadie ve, pero que pueden iniciar una guerra de manera sutil o sembrar la paz en nuestro entorno. ¿Cómo parte una guerra?

Lo he pensado mucho después de ver los rostros de esos niños inocentes que padecen las divisiones de los adultos.

Las guerras parten cuando nos reímos de otros por considerarlos “chulos”, “flaites”, “aspiracionales”, “cuicos”, o el adjetivo que se te ocurra, cuando ignoramos a la compañera nueva solo por el hecho de ser distinta y no seguir nuestros patrones, cuando usamos la palabra “judío” como adjetivo calificativo, cuando vemos a una persona peruana o boliviana con desprecio por el solo hecho de hablar con otro acento, cuando no le pagamos lo justo a las personas que trabajan a menos de 2 metros de distancia, cuando a nuestros hijos les enseñamos que el hombre que pide en la esquina “es pobre porque es flojo”, cuando vivimos pensando que si una cara desconocida llega a cruzar por nuestra vereda, es un delincuente que quiere entrar a robar a nuestras casas, cuando en definitiva confiamos más en la denuncia de Facebook que en el encuentro cara a cara con aquel que se nos aparece en los caminos que la vida nos hace recorrer. Las guerras no parten en un escritorio de la nada. Las guerras se comienzan a tejer de manera silenciosa con la manera que elegimos para tratar a todo ese que no es mi amigo, mi familia, mi zona de confort.

Paul Valery dijo hace algunos años “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen, pero que no se masacran”. Cuánta razón tenía el escritor.

Más allá de todos estos dramáticos testimonios y cifras, el pesimismo y la desolación no pueden ser los sentimientos dominantes cuando nos enfrentamos a estas realidades. Todo lo contrario. ¿Qué sacamos solamente lamentándonos? Personalmente me motiva pensar que cada uno en su mundo puede generar grandes cambios sociales. Que también en el día a día se dan grande batallas en contra de los prejuicios, la deshumanización, la sospecha, la división. No todas se ganan, pero al menos muchos las están dando. Y si hay una frase potente que me anima y me interpela, es esa reflexión esperanzadora de Eduardo Galeano “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

¿Qué opinas tú de este conflicto? ¿Que soluciones o resguardo para los niños propones?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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