Regulación emocional: seguimos los padres.

Siguiendo con la columna: NO A LAS RECETAS sin espejo

Es común escuchar relatos de madres y padres arrepentidos de haber actuado de manera brusca o arrebatada con sus niños en alguna situación difícil del día. Es común también encontrar en estos mismos padres un discurso que hace responsable al niño del comportamiento adulto (“reaccioné mal por sus gritos”, “le dije tres veces y no entendió nunca”). Esta combinación tramposa denota que, si bien existe la noción de que es incorrecto desregularse y actuar la rabia con el niño, existe también una tendencia a responsabilizar de ello al niño. Los motivos son variados. El espejo, urgente!!

 

Si pensamos acerca de lo que podría estar motivando en muchas ocasiones el tan conocido  juicio adulto “se portó mal”, es probable que encontremos un elemento común importante de analizar: las expectativas. Todos esperamos algo, esperamos algo de las situaciones que vivimos, de los otros, incluso de nosotros mismos. Existen padres que tienen ideas distorsionadas de lo que pueden esperar de sus hijos y eso produce que hagan atribuciones equivocadas acerca de cómo son sus niños y actúen consecuentemente, de manera poco asertiva, pudiendo llegar a deteriorar significativamente las relaciones padre-hijo.

 

Miremos el tema en concreto. Las dificultades habituales de los padres durante el primer año de vida suelen estar relacionadas con el sueño y la alimentación. Son reiteradas las quejas, por ejemplo, porque las guaguas despiertan frecuentemente durante la noche. Todas las personas nos despertamos entre ocho y diez veces por noche, nos tapamos más porque sentimos frío o nos damos vuelta en la cama buscando una posición más cómoda. No tenemos conciencia de cuántas veces ocurre porque son despertares muy breves y porque hemos desarrollado la habilidad de volver a dormirnos. Los despertares nocturnos forman parte de la evolución natural del sueño de los niños. Estudios señalan que el 81% de los niños de un año se despierta por las noches y el 54% sigue haciéndolo a los dos años. Lo esperable durante los primeros dos años de vida es que los niños se despierten en la noche, mientras desarrollan la habilidad de volver a conciliar el sueño. Las expectativas sobre dormir toda la noche siendo padres de niños menores de dos años pueden producir un verdadero descalabro en los adultos y una tensión importante en la relación con sus hijos si los despertares nocturnos no son comprendidos como propios del proceso de maduración del sueño.

 

Cuando nuestras expectativas no se cumplen, cuando nos encontramos con algo diferente a lo que habíamos imaginado, experimentamos emociones que nos impulsan a actuar consecuentemente a las explicaciones que nos damos. Si imaginábamos que a los diez meses de nuestro hijo ya podríamos dormir sin interrupciones, es muy esperable que nos sorprendamos y nos frustremos cada noche porque ello no ocurre. Comenzará la búsqueda de explicaciones, de experiencias maternales similares, las comparaciones con guaguas de amigos y conocidos y se podrían desplegar todo tipo de estrategias de afrontamiento de la situación… saludables y apropiadas algunas (dormir cerca de nuestra guagua para calmarla cada vez que se despierte, ponerle el tete y mecerla despacio hasta que vuelva a retomar el sueño, decirle bajito que estamos ahí y le ayudaremos a seguir durmiendo, cantarle muy suave, “shhhhh”) desajustadas y definitivamente no recomendables otras (dejarla llorar, prender la televisión o básicamente cualquier estrategia que no involucre a un otro que empatiza e intenta calmar a la guagua).

 

Y el espejo, ¿para qué? Para observarnos y reconocer en nosotros las emociones que surgen, las expectativas no cumplidas que las generaron y los comportamientos que impulsan. Todo esto sumado a una observación cercana y empática de las necesidades que están a la base del comportamiento (necesidad de cercanía para volver a conciliar el sueño, en nuestro ejemplo) nos permitirá una reflexión fecunda orientada a encontrar los recursos necesarios para responder de manera empática, atingente y oportuna a la necesidad del niño.

 

Toda vez que movilizamos nuestra capacidad de observación (del niño) y de auto-observación (de nuestro mundo interno) con el fin de promover la comprensión de las necesidades de nuestros hijos y orientar nuestras respuestas, libres de prejuicios y atribuciones equivocadas (“está mañoso”, “le gusta despertarnos”), estamos trabajando por un estilo de paternaje/maternaje saludable y nutritivo para la salud mental de nuestros niños. No nos conformemos con lo mínimo, trabajemos por ser la mejor versión de padres que podemos ser, yo invito!

 

Los niños se desarrollarán en su mejor versión … si tienen padres que hagan lo mismo, por eso: ¡los padres nuevamente!

 

Psi. Angelina Bacigalupo O.  

Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC

Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil

 

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