Los teléfonos móviles (con su correspondiente conexión a internet, a las redes sociales y potencialmente a miles de personas) han penetrado tanto en nuestras vidas que actualmente corremos el riesgo de quedarnos secuestrados por estos aparatos, a su merced. Y sin ser muy conscientes de ello, nos estamos haciendo adictos a el móvil. Nos estamos acostumbrando a reaccionar de forma inmediata cada vez que nos llega un bip del teléfono; nos sentimos impelidos a mirarlo y contestar. Incluso cuando no lo hacemos, nuestros pensamientos se dirigen hacia quién será el que envía el mensaje y de qué asunto se tratará, interrumpiendo nuestra tarea del momento.
- Ocultar el móvil y no poner sonido a los mensajes entrantes. No hay ninguna razón para mantener el teléfono al alcance de la mano, ni de la vista durante ni después de la jornada laboral, especialmente cuando tenemos que estar centrados en alguna tarea. Tampoco es beneficioso estar escuchando continuamente los sonidos de los mensajes entrantes que actúan como tentaciones difíciles de resistir… Y eso hace que nos despistemos cada dos por tres, y seamos muy poco efectivos en nuestro trabajo. Por supuesto si estamos con otras personas, pensaran y con razón, que son menos importantes que nuestros mensajes y que lo que estamos hablando con ellos no nos interesa casi nada. Además, la comunicación es más superficial porque sabemos que podemos ser interrumpidos por un bip en cualquier instante. Es más conveniente mirar el teléfono cuando tenemos tiempo y en ese momento contestar todos de una vez.
- Dejar de usar el teléfono como relleno de tiempo. Muchos de nosotros, sin querer, nos hemos casi convertido en adictos al entretenimiento y la distracción (y algunos además, al trabajo). Por eso, cada vez que tenemos un momento libre, esperando en fila de la cafetería de la oficina, esperando a embarcar en el aeropuerto, en la sala de conferencias antes de que los compañeros lleguen, esperando a los niños a la puerta del colegio…. volvemos a la pantalla como una muleta social cuando estamos ansiosos o aburridos. Es importante intentar resistir este impulso haciendo algo de lo que disfrutamos mientras esperamos, ser capaces de quedarnos en silencio con nosotros mismos, observar el entorno, detenernos para contemplar la belleza o agradecer nuestras bendiciones… Al principio podemos sentirnos incómodos, pero es crucial no tener dependencias ni hábitos adictivos ni compulsiones.
- Practicar mindfulness. Cada vez hay más investigaciones que demuestran que estar con la consciencia en el presente presente con atención plena (mindfulness) nos ayuda a tomar mejores decisiones, reduce el estrés y ansiedad, mejora nuestro estado de ánimo y incrementa la sensación de bienestar. Poder entrenar nuestra atención puede ser muy valioso para tener también un mayor sentido de control sobre nosotros mismos, manteniendo la serenidad incluso ante circunstancias adversas.
- Convertirnos en modelo de buenos modales en el trabajo (y fuera).No importa lo habitual que sea en nuestro trabajo o en nuestro entorno estar constantemente tecleando el teléfono cuando alguien está hablando, es irrespetuoso. Como padres, como líderes, como parejas, como amigos estamos dando mal ejemplo de comportamiento continuamente; y consciente o inconscientemente estamos influyendo en nuestro entorno. Más de una vez me ha ocurrido en la consulta del médico, me he quedado mirándole atónita mientras esperaba a que él terminara de enviar mensajes para que se dignara a atenderme. Seguro que vosotros habéis vivido situaciones similares también. Y por supuesto, no deberíamos llevar a la mesa el móvil y estarlo ojeando mientras comemos con otras personas, sean compañeros de trabajo o nuestra familia. Es de pésima educación y no permite ninguna conexión verdadera entre las personas.
- No llevar el teléfono al dormitorio. Dejarlo siempre fuera, y si hubiera alguna urgencia podríamos oírlo, pero cerca de nosotros nos impide dormir lo suficiente y con profundidad. Cuando no dormimos suficientes horas o lo hacemos de manera superficial pendientes del teléfono, tanto nuestra salud como nuestras capacidades cognitivas se resienten. Nos volvemos más irritables, más reactivos, menos presentes y menos alegres. Por si fuera poco, cuando no descansamos bien por la noche, tendemos a a centrarnos en lo que no está funcionando en nuestra vida, en los problemas, en lugar de lo positivo. Conozco a gente que se despierta en medio de la noche buscando el teléfono para iniciar inmediatamente una conversación de mensajes de texto, consultar las noticias o mirar Facebook. Y lo tienen ya tan automatizado que les parece normal.
Esta época de revolución digital, hemos de tomar consciencia de este creciente problema. La profesora del MIT, Sherry Turkle, afirma que en los últimos 20 años nuestra sociedad ha experimentado un descenso del 40% (la mayor parte ocurriendo en la última década) en indicadores de empatía en las personas, y los investigadores están vinculando esta tendencia al auge de las tecnologías de comunicación digital. A medida que nos conectamos más a la tecnología, parece que corremos el riesgo de dañar el cableado de nuestro cerebro y nos desconectamos de la interacción personal, algo totalmente necesario a nivel psicológico y social.
Por supuesto, no se trata de tirar los móviles a la basura ni darnos de baja de las redes sociales. Se trata de tomar consciencia de nuestras dificultades para desconectarnos de la tecnología, de los peligros y daños que esto conlleva, y hacer un uso más equilibrado y menos dependiente de la misma
Fuente: El Huffington Post
Autora: Mónica Esgueva
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