Artículo publicado originalmente en El Definido
¿Cómo pueden odiar tanto los niños la ansiada ducha si uno la adora? Esta y otras grandes distancias que nos separan a kilómetros de los más pequeños y los adolescentes.
Se terminan las vacaciones de invierno y volveremos a la locura de los turnos, las tareas, los despertadores al alba, las loncheras y las circulares que debemos firmar. Hace rato que para mí estos días de descanso dejaron de ser como dijo un columnista por ahí “vacaciones de infierno” y disfruto que el cabrerío esté en la casa, descansando, jugando y muchas veces haciendo casi nada. Porque para ir a meterme a malls o entretenciones en donde las filas son como las de Servipag el último día del mes, ya no tengo paciencia.
Pero lo que sí he hecho es observarlos con detención y he confirmado eso de que hay cosas que los niños odian hacer y los adultos amamos. Peleas que damos entre generaciones y que probablemente se seguirán ando hasta el final de los tiempos. Porque pase lo que pase, la niñez podrá variar en estilo y hábitos de consumo, pero la esencia será siempre la misma. Aquí algunas de esas diferencias irreconciliables entre grandes y chicos:
La ducha
Lo más normal es que un adulto sin ducha considere que no puede salir de su casa y mucho menos trabajar. Lo hemos visto estos días en que miles de santiaguinos tuvieron que lavarse por presas para aguantar con dignidad los días sin electricidad. Con la mayoría de los niños en cambio el tema de la ducha es una verdadera batalla campal. “Juanito ¡a ducharse!” Probablemente es una frase que uno repite al menos 8 veces en un intervalo de 5 minutos, seguido de argumentos de nuestra contraparte tales como: “¿Otra vez? Si me duche el viernes (estamos a lunes ojo)” y varios alegatos más que nos hacen invocar con fervor a Job, el santo de la paciencia.
Nunca olvidaré la historia de un amigo que contó que en su tierna adolescencia llegó al extremo de prender la ducha, dejarla correr, mojar el piso del baño con agua para simular humedad y mojarse el pelo para hacer creer a sus padres que se había bañado. Misterios sin resolver de la juventud y la tirria a la higiene personal.
La siesta
Una de mis principales interrogantes del universo es: ¿por qué los niños aborrecen la siesta si es uno de los mejores inventos de la historia después del scaldassono, la depilación láser y el ceviche? Muchas veces marcharía porque la siesta fuera un derecho obligatorio, irrenunciable y gratuito. ¿Y los niños? La odian tanto como Tiago a Alexis. Clásico es que para una fecha importante tipo Navidad o Año Nuevo uno les sugiere una siesta para que puedan resistir con dignidad el trasnoche y ellos te miran como si los obligaras a hacerse cargo de la Gerencia de Servicio al Cliente de Enel.
Los panoramas en la casa
Me doy cuenta que estoy entrando al team Corega, porque cada día disfruto y amo más esos días en que el máximo carrete es quedarse en la casa, con un rico picoteo, una buena película y sin tener que recomponerme la cara después de un viernes agotador. Mi casa = mi mejor panorama… y hace 20 años atrás encontraba que era un fracaso total no tener nada que hacer y quedarme en la casa acompañada de Video Loco, comiendo Traga Traga sentada en la cama de mis papás.
Pues bien, para los adolescentes la cosa se mantiene de manera similar. Odian al igual que nosotros a su edad cuando nuestras mamás nos decían: “¿Por qué no hacen un panorama mucho más choro que ir a esa fiesta? ¿Y si piden unas pizzas y se quedan jugando bachillerato?”. En verdad los viejos debemos asumir que la oferta es CERO atractiva y que NINGÚN panorama (y menos los ñoños que ofrecemos nosotros los papás), le competirán al fiestón donde supuestamente “irá todo el mundo”. Es hora de asumir esa realidad queridos compañeros de Caja de Compensación.
La buena gastronomía
Acá no me las daré de bloguera saludable, que goza con la leche de almendras, las hamburguesas de lentejas y los pie de mantequilla de maní no se con cual o tal semilla. Me como feliz un combo en el auto cada cierto tiempo y las papas fritas de la gran M siguen siendo mis favoritas con kétchup y mayonesa. Pero la vejez nos pone más exigentes cuando hablamos del placer gastronómico. Las ramitas en un carrete me ponen mal genio, los Chis Pop solo los consumo en caso de desesperación y cuando me ofrecen bilz concluyo que el que lo hace me desea la muerte.
En cambio los niños miran con asco los mariscos, el queso azul, las aceitunas amargas, las berenjenas, el ají de gallina y una rica cazuela. Todos manjares que aplaudo de pie y que me alegran el día. Igual acá creo que hay un desafío interesante para las familias. Así como debemos enseñarles el gusto por la naturaleza, la buna música y la belleza, también deberíamos promover una cultura gastronómica amplia en donde el puré en caja, las salchichas y los nuggets queden reducidos solo a la desesperación del domingo en la noche. Gran desafío… y caro también.
Obvio que en todos estos puntos hay excepciones. Tal vez tu hijo se levanta feliz a lavarse el pelo, le fascina ver ET en familia un viernes cuando tiene 15 años, celebra cuando hay zapallitos italianos con puré rústico de menú y su siesta es sagrada para poder estar descansado el 18 de septiembre. Si es así… agradécelo mucho. Si no, eres de los que como yo al menos sabes, con resignación, que esos extraños hábitos de la juventud gracias a Dios se mejoran con los años.
¿Qué otras diferencias generacionales agregarías?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl