¿Cuántas veces te has formado una impresión de alguien, incluso antes de llegar a conocerle bien?
¿Cuántas veces personas que apenas te conocían te han juzgado? ¿Cuántas veces te has sentido mal porque fuiste juzgado o incomprendido?
Solemos creer que juzgamos en función de los comportamientos, acciones o lenguaje corporal; y además nos convencemos de que somos muy objetivos. No obstante, a menudo lo hacemos debido a nuestros propios miedos y experiencias pasadas. Proyectamos fuera lo que nos irrita y nos disgusta de nosotros mismos. Juzgamos porque no nos aceptamos ni nos queremos como somos, y a veces porque buscamos cambios que no somos capaces de llevar a cabo. A veces criticamos aquello que en realidad envidiamos.
La psicóloga y profesora de meditación Tara Brach suele contar la siguiente historia: imagínate que caminando por el bosque te encuentras con un perro pequeño que parece amigable. Te acercas a acariciarlo y, de repente, gruñe y trata de morderte. Ya no te parece tan amigable. Te entra miedo y posiblemente rabia. Empieza a soplar el viento, las hojas en el suelo vuelan y puedes observar cómo el perro tiene una de sus piernas atrapadas en una trampa. De repente sientes compasión por el perro. Ahora sabes por qué estaba tan agresivo: tenía dolor y probablemente sufría. ¿Qué podemos aprender de esta historia? La mayoría de las personas actúan de manera desagradable e incluso agresiva porque en realidad sufren por dentro y simplemente lo utilizan como mecanismo de defensa.
Juzgar a otros es un hábito que la mayoría tenemos y es poco sano para nosotros, como individuos y como sociedad. ¿Qué podemos hacer para cambiarlo?
Evitar los estereotipos. Crean una gran cantidad de negatividad en el mundo y encierran a las personas en círculos asfixiantes. Trata de reconocer tus estereotipos y trabaja para evitarlos, no hay necesidad de contribuir a la negatividad colectiva.
Tener Mindfulness. Aunque el juicio es un instinto natural, trata de poner atención plena y atraparte a ti mismo antes de hablar, de enviar ese correo electrónico desagradable y de hacer un potencial daño. Intenta reformular tu pensamiento crítico interno y ponerlo en positivo, o por lo menos, hacerlo neutro. Recuerda la historia del perro en la trampa, realmente no sabemos las razones del comportamiento de esa persona.
Concentrarse en la propia vida. Qué más da lo que otras personas están haciendo o diciendo. Cuando uno está tratando de evitar sus propios problemas, es fácil criticar a los demás. Eso no soluciona nuestras dificultades ni nos saca de nuestros aprietos, recordémoslo.
Pensar en cómo se puede sentir el otro. Ponte en sus zapatos y recuerda también cómo te sentiste la última vez que te juzgaron. Tratemos a los demás como nos gustaría que nos tratasen en todo momento.
No juzgarnos. Estamos diseñados para la supervivencia. Cuando vemos a un perro (o una persona) que nos puede morder (literal o metafóricamente), nos sentimos amenazados, se dispara nuestro instinto para la lucha o la huida, y somos incapaces de ver las miles de razones posibles para el comportamiento de otra persona. Nos tensionamos y nos ponemos a la defensiva. Esta es una primera reacción normal, lo fundamental es ser consientes de ello para realizar una pausa antes de actuar, y así poder cambiar nuestro comportamiento.
Fuente: El Huffington Post
Autora: Mónica Esgueva