Entregar a los hijos a su propia vida, algo que resultaba y resulta del todo natural en sociedades más tradicionales, es un reto difícil para muchas familias en las generaciones presentes debido a múltiples razones.
Algunas son de orden socioeconómico, puesto que para muchos jóvenes no es sencillo obtener autonomía económica y laboral en esta sociedad supuestamente del bienestar.
Otras son de orden afectivo y emocional: son numerosos los hijos que atienden las necesidades y huecos afectivos inconscientes de sus padres, permaneciendo mucho tiempo a su lado y postergando su propia vida, o satisfaciendo el anhelo de los padres de persistir en su rol protector —lo cual puede debilitar a sus hijos— o de permanecer en un excesivo nexo afectivo en lo cotidiano con ellos.
Esto se conoce como el «síndrome del nido vacío», lo experimentan los padres y la pareja de los padres cuando los hijos emprenden su propio vuelo. Sin embargo, pocas cosas hacen sentir tan bien y tan honrados a los padres como el hecho de que su hijo se oriente a su propio camino, su propia grandeza, su propia obra y su propia felicidad. Los desarrollos de los hijos engrandecen a los padres.
Joan Garriga
Del libro «La llave de la buena vida»