El viernes me pidieron ayuda en el colegio de mi hija para ir a maquillar como Cleopatra a las niñitas de 4to básico. Obvio que fui feliz de poder aportar y además, siempre es rico estar infiltrada y poder conocerlo un poquito más.
El maquillaje como era para tantas alumnas lo hice mega sencillo: línea negra en el párpado, sombra dorada, rímel, iluminador y brillito en los labios, parecía una máquina dispensadora de bebidas haciendo lo mismo cerca de 30 veces jajajaj. Sin embargo, hubo varias cosas que me dejaron con el corazón llenito y maravillosamente asombrada de esta experiencia.
Primero cada vez que hacía este proceso el resto de las niñitas miraban felices e ilusionadas, esperando pacientemente su turno (nadie tocaba el maquillaje ni alegaba) y lo mejor, siempre exclamaban lo linda que se veía cada compañera. Se piropeaban, se sentían felices. Se percibía un compañerismo a toda prueba; una bondad; un cariño por la otra que se veía tan bien y distinta. No existía competencia. Ninguna quería verse mejor que la otra, ninguna quería ser la primera.
Me encantó! El poder reconocer y verbalizar cuando uno encuentra que el de al lado se ve bien, es realmente maravilloso, es mirar más allá de la propia individualidad y eso cada vez pasa menos.
Hoy se juzga mucho más de lo que se aplaude al de al lado y este grupo de niñas que eran capaces de darse cuenta de que son eso, un grupo en el cual todas debían destacar de la misma forma, que todas serían maquilladas por lo que esperaban confiadas y además, manteniendo la admiración hacia lo linda que estaba cada una de las compañeras.
Espero de corazón que sigan igual de grandes, la vida es tanto más feliz y fácil cuando se está lejos de la envidia, la impaciencia y el exitismo sin límites.
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