Las relaciones largas, de muchos años, no se comprometen por dos razones básicas. La primera, porque la pareja se encuentra en una zona de comodidad que les impide afrontar el compromiso y la obligación que les demandaría establecerse a vivir juntos. La segunda, porque no evolucionaron al amor maduro, ya no hay metas comunes ni proyectos de vida que los unan, pero están atrapados en la rutina.
Toda relación pasa por un ciclo que inicia con el enamoramiento, donde nos sentimos deslumbrados y creemos que todo es perfecto. Creemos que hemos conocido al amor de nuestra vida, esa persona especial con la que deseamos permanecer unidos.
Luego de esta etapa si la relación avanza, evoluciona a un amor más realista. Se pierde el idilio, pero se gana en certezas. A esta fase la caracteriza el descubrimiento del otro como persona, es cuando empezamos a conocerlo en toda su dimensión humana. Lo apreciamos con sus fortalezas, pero también lo aceptamos con sus debilidades, es la etapa del amor maduro.
¿Qué sucede en la pareja entre la etapa del enamoramiento y la consolidación del amor maduro?
Entran en una transición donde comienzan a amarse a ojos abiertos y cuando cierran los ojos es porque así lo elige cada uno. Porque todavía nos anima la pasión, nos gustamos y aunque ya conocemos a la otra persona y sabemos que no es perfecta, queremos seguir viendo solo lo que nos gusta de ella.
En este periodo intermedio es cuando los enamorados suelen comprometerse, se casan o se establecen en una convivencia. Empiezan a compartir responsabilidades y obligaciones. En el diario convivir requieren aprender a tolerarse, a negociar y manejar las diferencias, es la etapa en la que forman o desean formar familia.
Y en esa convivencia estarán evolucionando, pasando de la etapa del enamoramiento al amor comprometido. Una forma de apego saludable, que se alimenta de la tolerancia, la comprensión y el respeto.
Las parejas que se encaminan y viven esta evolución hacia el amor maduro, se comprometen porque tienen metas comunes y planes de vida compartidos. Cada uno crece al lado del otro y esto los fortalece en su unión.
Pero hay otras parejas que, ya sea porque la relación inició a temprana edad o porque decidieron cumplir planes personales antes de casarse, como terminar la carrera o ascender en el trabajo, la relación les envejece sin madurar y no se dan cuenta. Son aquellas que llevan muchos años de relación sin comprometerse más allá de lo básico. Se quedan como los novios eternos.
El tiempo puede variar entre cinco, diez o más años. Son parejas que aparentemente tienen todas las condiciones dadas para establecerse, pero estos planes no se concretan. Porque asumir las responsabilidades que trae consigo el matrimonio o la convivencia, implica algunas renuncias que uno de los dos o ambos, luego de años de relación, no están dispuestos a hacer.
Sucede que un buen día uno de los dos, usualmente la mujer, al volver atrás y analizar el tiempo invertido en la relación, decide terminarla. Se ha dado cuenta de que su vínculo lejos de evolucionar, involuciona y ya no le da satisfacciones, se siente atascada en una línea recta sin final feliz.
¿Existe una ecuación perfecta que, al resolverla, al sumar años de noviazgo y relaciones, nos dé como resultado una pareja con un amor consolidado y maduro?
¿Son mejores los noviazgos cortos o largos? ¿Y cuál es el tiempo de cada uno?
El enigma es delicioso, todavía nadie tiene las respuestas…
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