Como cada noche mientras duermen, entro al cuarto en puntitas de pie para tocarles su pancita y corroborar que respiran. Les acarició la cabeza, suave para que no despierten y los miro entre las sombras de la lamparita, tan perfectos, tan puros, tan míos.
Mi corazón, agotado por las actividades del día y por las tensiones, se apacigua en ese mismo instante y en un exhalar eterno se llena de amor y energía para afrontar la próxima jornada que llegará en muy pocas horas, mientras me repito a mi misma lo afortunada que soy de tenerlos cerca y sanos.
Mi vida podría haber tomado mil caminos pero terminó aquí siendo su mamá, por elección, por devoción, por amor.
Si embargo a veces se me olvida lo afortunada que soy, se me olvida cuanto lloré cuando perdí aquellos embarazos y cuánto envidiaba a las que tenían a sus hijos sin ningún problema. A veces se me olvida cuanto le recé a la virgen para tenerlos y el amor inconmensurable que sentí la primera vez que los vi. A veces se me olvida con cuánta ilusión los esperaba mientras los imaginaba, nos imaginaba. A ratos se me olvida el pavor que tenía de ser una mala mamá y como ustedes me enseñaron a no serlo.
Por eso, cuando el cansancio me gana y la rutina me consume simplemente me olvido por momentos de lo «suertuda» que soy y es ahí cuando corro a buscar el lápiz para plasmar esto que siento en un papel así ya no se me olvida: Quiero que sepan que cada noche antes de cerrar los ojos y sin importar cuán pesado haya sido el día le agradezco a Dios por el privilegio de ser su mamá y que el amor incondicional que por ustedes siento, hijos, ese nunca se olvida.
Ana Acosta Rodríguez ~ @mamaminimalista
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Fuente: mamaminimalista.net
Maestranda en Psicología Positiva Aplicada y experta en Mindfulness, Inteligencia Emocional y Crianza con apego.
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