Mi vida como proceso, y un sentido para mi vida…

Cuando se dio cuenta de su rol como creadora de su mundo, ya no había vuelta atrás. Hasta no hace mucho tiempo, se veía (y sentía) la dueña de la verdad. Para todo tenía respuesta, frente a todo sentía sus fuerzas, nada ni nadie podía cuestionar su control sobre aquello que quisiera tener o hacer en la vida. Hacedora y líder, enfrentaba día a día los desafíos que se le presentaran. Hacedora, porque se enorgullecía de no hacerse un tiempo libre, no se permitía frenar y su agenda debía, día a día, estar colmada de actividades. Líder (o eso creía), pero dueña de un estilo autoritario, donde el otro sólo recibe órdenes, donde no hay espacios para interrogantes ni cuestionamientos, sólo búsqueda de resultados.

Así sus días, buscando hacer y tener. Necesitando reconocimiento en el afuera. Comparando, juzgando, dando, y de nuevo haciendo.

Así sus días, hasta que habló la vida.

Si ya el afuera y sus demandas no tenían sentido, ¿qué era necesario empezar a observar? ¿Qué significaría mirar hacia adentro suyo? ¿Cómo asumir el coraje de SER? ¿Cómo se iniciaría la búsqueda consciente del cambio?

Las preguntas se volvieron entonces sus guías, su rutina, sus criterios de decisión, su invitación a la inestabilidad, sus excusas para frenar. Una por día, muchas por día, infinitas, todos los días.

Aprender a convivir con la culpa fue otra gran tarea. Esta emoción aparece siempre que creemos que estamos o estaremos en falta con alguien o algo. Aparece nuestra conciencia para juzgar si hemos o no traspasado las “fronteras morales o sociales”, si actuamos o somos frente a lo que se espera de nosotros, y desde las etiquetas que nos auto-imponemos.

Esta convivencia (porque aún, cada cierto tiempo, vuelve a aparecer) la logró con el remedio de la autenticidad. Sincerarse con ella fue revelador. Cuestionarse y desaprender se volvió un hábito. Lo establecido, lo socialmente aceptado, las expectativas: el filtro de las preguntas invitaba a nuevas respuestas, a desconocidas posibilidades. Alivio y libertad, la consecuencia.

Cambió entonces el control por el fluir, la ansiedad por el futuro que nunca llegaba, ahora era la antesala de su presente cambiante. Eligió sentir, y experimentar, intentando no pensar. Aprendió sobre las ventajas de la paciencia, pero también de las sorpresas que te traen elegir a veces hacer desde el impulso. Se acercó más amigablemente a su cuerpo, eligiendo cuidarlo, en lugar de obligarse a hacerlo. Abrió espacios de conversación, y eso trajo nuevas amistades, grandes maestros, y mejoras en sus antiguas relaciones. Agradeció cada aprendizaje, y hoy abraza el error como posibilidad. Tiene una lista de actividades para experimentar por primera vez, y se siente libre cada vez que lo hace. Hoy juega más, pese a que hace rato que físicamente dejó de ser una niña. Respira y es consciente de ello, agradecida de poder hacerlo todos los días.

La vida es un proceso, sostiene y coincide ahora, y a ella se la diseña día a día. La vida, entonces, debería ser esa burbuja que nos aísla de los juicios de no posibilidad, ese espacio neutro, donde tu encuentro contigo te da todas las respuestas, esa tranquilidad que nos invita a soñar con lo imposible, y sabernos poderosos y capaces de todo lo que nos propongamos.

La vida, insiste, es un proceso. Y en ese proceso, ella aprendió a redefinir su liderazgo, que no es otra cosa que escucharse y conocerse, para desde allí transitar su misión de vida. Es ese, y no otro, el sentido de su SER.

En tu caso, ¿qué le da sentido a tu vida?

tatiana_Bregi2Tatiana Bregi – Coach ontológico certificada

 

 

 

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