Observar a un bebé explorando su ambiente, o un niño jugando con objetos simples es para maravillarse. Si nos fijamos bien, veremos intención, foco, perseverancia, creatividad, ingenio, asombro y una motivación innata por interactuar con el mundo.
Este tipo de motivación se llama intrínseca, es el motor que nos impulsa desde nuestro ser más auténtico hacia actividades que nos parecen gratificantes y desafiantes al mismo tiempo. Está presente cuando tenemos un propósito o cuando nos dedicamos en nuestro trabajo a desarrollar nuestra vocación.
Se ha descubierto que el comportamiento guiado por la motivación intrínseca, no sólo produce satisfacción y placer, sino que incrementa los niveles de bienestar físico y psicológico y mejora el desempeño en tareas complejas y en aquellas que requieren creatividad.
Si bien es algo innato en el ser humano desde que nace, está condicionada por el ambiente en que este nuevo ser crezca. Para que la motivación se mantenga es necesario satisfacer tres necesidades básicas humanas, tal como lo demuestran los autores Edward Deci y Richard Ryan en sus más de treinta años investigando las sutilezas de la motivación en el comportamiento humano.
Estas necesidades son tres: autonomía, competencia y vínculos.
La primera se refiere a la necesidad de autorregular las propias experiencias, tener el control de sus acciones desde adentro, sin controles externos. Por ejemplo, determinar qué hacer, cuándo, dónde o cómo. En los niños puede significar desde elegir su propia ropa, decidir qué deporte practicar o cómo hacer su tarea. En adolescentes, elegir a sus amigos o elegir una carrera. Para satisfacer esta necesidad hay que crear ambientes donde los niños puedan expresarse y usar con ellos un lenguaje que les permita aprender la información que necesitan para actuar, más que un lenguaje controlador. Ofrecerles alternativas sobre cómo quieren hacer las cosas, pero no como amenazas. Por ejemplo, en vez de “o te pones el polar o no vas a la plaza” se puede decir “hoy día hace mucho frío, puedes ir a la plaza con el polar puesto o lo llevamos por si más tarde te lo quieres poner.”
La competencia se refiere a sentirse capaz y al desarrollo de las propias fortalezas y habilidades, sentirse efectivo y con maestría. Para satisfacer esta necesidad los niños necesitan reglas claras y adecuadas a lo que ellos pueden, así como información constante sobre lo que están haciendo bien. A veces, los adultos creemos que explicarles cada norma nos hace perder autoridad, sin embargo los estudios indican que los niños cooperan mucho más cuando entienden por qué se les pide algo, y por supuesto, si su colaboración es valorada con aprecio y cariño. La crítica constante a sus acciones es la forma más directa de matar la motivación intrínseca.
Los vínculos positivos ayudan a generar un sentido de pertenencia y aceptación, así como la capacidad de contribuir, esta es una necesidad humana básica que nos permite confiar en otros y colaborar, lo que tiene un valor evolutivo importante, tal como se ha visto en estudios transculturales.
Obviamente no todos nuestros comportamientos pueden ser intrínsecos y muchas veces tenemos que hacer cosas que no nos gustan.
Alejandra Ibieta I,
de AMA Consultora Parental
Articulo extraido de www.talleresama.cl
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