«Mientras esperaba mi turno para pagar en una tienda hoy en la mañana, me di cuenta de que había una caja de cartón alta y angosta al fondo del cubículo de atención, por cuyo extremo superior se asomaban unas ramas verdes medio torcidas, que claramente pertenecían a un árbol de pascua —como decíamos antes. Al aproximarme a la ventanilla, le pregunté un poco sorprendida a la cajera si ya estaban organizando la decoración de Navidad. Ella sonrió y me contestó que no, que había quedado allí desde el año pasado. Entonces me acordé que yo tendría unos diez años, cuando en una oportunidad mis vecinos dejaron el arbolito puesto todo el verano y el pesebre intacto, al menos hasta que el pasto recién cortado sobre el cual habían apoyado las figuritas y todos los animalitos posibles, se secó por completo. Como Navidad es la última celebración antes de Año Nuevo y además religiosa, puede que suceda eso de dejar los adornos puestos más allá del mes de enero o incluso a medio guardar, como en este caso. Mucho más extraño habría sido que me hubiera encontrado con telas de araña o zapallos añejos, como vestigios de esa fiesta prestada, frecuentemente cuestionada y un tanto cargante, de brujas y esqueletos. Ver el arbolito olvidado allí en pleno agosto, también me hizo pensar en otras fechas marcadas en rojo en el calendario, que igualmente destacan tradiciones que invitan a las reuniones familiares. Cuánto más relevantes y necesarias se han vuelto hoy, pues sin duda son una buena razón para congregarse en torno a un motivo que nos una sin antagonismos. De hecho, hace unos días participé en una reunión “Zoom” y todos nos manifestamos decididos a celebrar Fiestas Patrias en familia y a como diera lugar, precisamente debido a lo peculiar de este 2020.
En lo personal, me gusta el 18 de Septiembre con música chilena, asado y empanadas hechas en casa. Para mí es una festividad que evoca la belleza de Chile, la cordillera y el campo, los lagos y el mar. Creo que es una reunión que llama a la alegría, aunque a veces me pongo medio melancólica. No a causa del vino tinto —como dice la canción— ya que nunca me ha gustado, sino porque gracias a la música guardo memorias de mi niñez que me enternecen. Y porque además me es imposible olvidar las muchas ocasiones en las que canté el repertorio tradicional chileno y que actualmente parecen más lejanas que nunca, como cuando fui invitada a homenajear a los Huasos Quincheros.
También para estas fechas saco mi guitarra de su cofre y toco todo lo que se me ocurre y todas las tonadas y canciones que alguna vez aprendí. Y como toco rara vez, al día siguiente me duelen las yemas de los dedos y tres días después se me empiezan a despellejar. Al escribir estas líneas, de pronto vino a mi memoria una de mis anécdotas dieciocheras favoritas: cuando fui pareja de un huaso muy apuesto en un concurso de cueca. Él no era mi acompañante original, de modo que nuestra decisión de participar fue totalmente espontánea. La cueca tiene una estructura sencilla, pero son fundamentales el diálogo y la gracia en el coqueteo entre el hombre y la mujer al bailar. El resultado fue que ganamos sin problemas, pues no hay nada como ser guiada por un buen bailarín, y él lo era. Lo divertido fue que el primer premio era una máquina de afeitar eléctrica último modelo. Él, muy galante, insistió en cedérmela. Hasta que ante mi reiterada negativa, al fin comprendió que era mucho más galante de su parte si se la quedaba.
El calendario nos propone días a trabajar y otros de descanso, los cuales pueden diferir para cada familia dependiendo de su religión y también de la actividad laboral que realicen sus integrantes. Sin embargo, por lo general los feriados son esperados con entusiasmo, especialmente debido a la idea de compartir con nuestros cercanos. Me pregunto si este año será distinto, aunque no lo creo. Las tradiciones son algo potente, que uno no deja de lado así como así. Es indiscutible que ellas representan y fortalecen un sentido de unidad y pertenencia, más allá de las opiniones e ideas individuales. Ya que si bien pueden ser un concepto abstracto en sí mismas, al conmemorarlas revivimos costumbres y rutinas parte de nuestra identidad como nación y como chilenos.
¿Se acuerdan ustedes de esa actividad que alguna vez realizamos en el colegio? Doblábamos en un rectángulo un pedazo de papel, de un lado para otro y varias veces sobre sí mismo. Cuando alcanzaba el tamaño adecuado, dibujábamos una figura humana sobre la cara superior. Después cortábamos con una tijera todas las capas juntas, dándole forma poco a poco, cortando el contorno de la cabeza, de un brazo, luego de las piernas, y al girar el papel para continuar, dejábamos sin pasar la tijera por el extremo del otro brazo. Y así, como por arte de magia, al desplegarlo nos quedaba una guirnalda larga de varias personas tomadas de la mano justo por donde no hicimos el último corte. Este decorado, bonito y tan simple, es una verdadera representación de la manera en que nos constituimos como sociedad, entrelazados como eslabones de una cadena, unos dependientes de otros y unidos por la historia de nuestro país.»
Myriam O – Artista multidisciplinaria (conoce mas de ella aquí)
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
Porque es lo único ineludible en este mundo, Mane Cárcamo plantea una manera más abierta de enfrentarse al final de la vida… pero no solo cuando estemos cerca, sino siempre.
En los últimos días, mucha gente a la que quiero ha sido visitada desde cerca por la muerte. Lo que me asombra y sucede es constatar que nosotros los mortales, los que tenemos el 100% de seguridad que algún día nos tocará partir, no podemos acostumbrarnos ni siquiera a la idea de este paso por el que todos, sin excepción alguna, transitaremos. Sin duda el desapego es difícil, las despedidas, la ausencia… son dolores que no pasan, pero (por lo que he visto) con los que sí se puede aprender a vivir, incluso a ser feliz conviviendo con ese sentimiento.
Cuando era chica la muerte era un asunto tabú. Recuerdo que si se hablaba de alguien enfermo en la sobremesa o de un accidente inesperado, un tío carraspeaba, llenaba su copa y algo nervioso decía “cambiemos de tema mejor”. Siempre me llamó la atención esa actitud tan propia de esos años. Como si por no nombrarla, la muerte no fuera a suceder. Y acá estamos, con muchos de ellos en la otra vida y conmigo pensando que el negar el tema no impidió que unos más temprano que tarde, tuvieran que partir.
El filósofo Michael de Montaigne habló sobre la muerte y nos interpeló sin anestesia a hacernos cargo de lo ineludible “Quitémosle lo raro, acerquémosla a nosotros, acostumbrémonos a ella, no tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte”.
Y fíjense que comparto esta idea y la abrazo con total convencimiento. Porque incluso sanos, en la plenitud de la vida y con todo un futuro por delante, la muerte debería preocuparnos mucho más que el crédito hipotecario, la pega o la dieta para el verano. Debería preocuparnos, sin vivir con miedo ni aterrorizados, pero atentos para que ojalá nos pille preparados y vigilantes, esperándola sin asuntos pendientes.
Una amiga me contó que su mamá para una Navidad les regaló, a cada uno de sus hijos, un sitio en el cementerio. Mi primer pensamiento fue “que tétrico”, pero después de masticar mejor la idea admiré lo práctico del regalo y la sabiduría de esa mujer de despertar a sus hijos y decirles sin mucha vuelta: ojo que no sabemos ni el día ni la hora.
Entonces, ¿qué hacer frente a ella? ¿Cómo prepararnos? Acá algunas de mis sugerencias en las que obviamente aportaron amigos, a los que les haré un discurso muy lindo de agradecimiento en su funeral si mueren antes que yo.
1. Partir por hablar de la muerte sin tapujos. Con tu pareja, preguntarse qué pasaría si uno faltara, si tienen hijos juntos como les gustaría que crecieran, incluso (lo he hecho) conversar acerca de quien ocuparía nuestro lugar en el caso de partir. Sin mucho criterio le he dicho a mi marido cómo debería ser la mujer que elija y qué es lo que quiero que le transmita a mis cabros (una cosa es decirlo, otra que considere los que le digo). Es un rasgo controlador lo sé, pero al menos me interesa que la madrastra de mis niños cuenta con mi pre-aprobación (de lo contrario ya lo tengo amenazado con venirlos a penar).
2. Este es un cliché que llega a ser grosero, pero no puede faltar. Preocuparnos de recomponer esos vínculos que nos importan y que están quebrados, debiese ser una tarea diaria y que no dejarla para el día que sintamos que la muerte nos está rondando. Hay cosas que tal vez cuesta mucho perdonar, sanar o resolver, pero al menos podríamos esforzarnos por hacer el intento HOY de provocar una tregua o acercamiento. Llamar a ese hermano con el que estamos peleados, invitar a un café a esa amiga que fue injusta, pedir perdón a ese compañero de pega con el que nos desquitamos, disculpar a esos papás que nos sobre exigieron, son pequeños grandes gestos que pueden llevarnos a vivir mucho más en armonía y paz. Siempre me he preguntado que si mañana me atropellan y la vida se termina, ¿me podré el pijama de palo sin nada pendiente con aquellos a los que quiero y me quieren? Reflexión ULTRA repetida, pero para mí siempre necesaria.
3. Dedicar un momento del día a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y lo que podemos cambiar. Sería muy bajoneante que la “doña fría” nos encontrara con la cabeza y el corazón puesto solo en la vorágine de la cotidianidad. Inmersos en la cuentas que hay que pagar, los proyectos que debemos presentar, los informes atrasados, el supermercado, las tareas infantiles, las grandes reuniones ejecutivas, etc. Todas cosas que obviamente nos quitan muchas energías del quehacer diario, pero que nos pueden impedir parar un poco, mirar nuestra vida y darle un sentido. Mi propuesta es que al menos 10 minutos al día uno debe estar en silencio y evaluar nuestro día, nuestros lazos con los demás, nuestra manera de enfrentar el trabajo y el cómo podemos ayudar a los que nos necesitan. Es una muy buena manera de ir revisando la carta de navegación y monitorear si vamos por el camino correcto. Y una excelente receta que alguien me dio para que la muerte me pille con el foco puesto en lo verdaderamente importante y no únicamente en el tag pendiente que tengo que pagar.
4. Dejar todos los días un recuerdo en otro. Una amiga me dio la idea de revisar fotos de momentos bacanes y comentarla con los que queremos, para ir grabando de generación en generación esas historias que le dan mística y un estilo particular a cada familia. Que la tradición oral de los cuentos no se pierda, porque cuando no estemos, esos recuerdos nos harán volver a estar presentes. También es bonito proponerse hacer ciertos gestos o rituales que dejen huella en los otros. Abrazar todas las noches antes de dormir a un hijo, invitar todos los primeros viernes de mes a ese abuelo que está muy solo, enseñarle una canción que nos fascine a los sobrinos, hacer un picnic en ciertas fechas importantes… en definitiva ir grabando momentos en nuestra vida y en las de los que nos rodean. En un mundo en donde todo está escrito, documentado, certificado o posteado en Facebook, cobra un nuevo valor el poder de las historias contadas alrededor de la mesa, en donde el que la va transmitiendo le va poniendo y sacando un poco de su cosecha. Personalmente me enternece cuando alguien dice “cómo decía mi abuela” o “mi papá siempre nos contó el cuento de…”. Son sutiles maneras de volver a acompañar nuestros seres queridos cuando ya hayamos aparecido en el obituario.
Esta frase que leí en @nochedeletras me encantó por su naturalidad: “La muerte y yo hemos hecho un pacto. Ni ella me persigue, ni yo le huyo a ella. Simplemente algún día nos encontraremos”.
Así es no más, queridos lectores mortales.
¿Hablas de la muerte con sus cercanos?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreSiempre me han gustado las tradiciones y los rituales familiares. Pero cuando supe que promueven desarrollo socioemocional, les presté mayor atención y comencé averiguar un poco más acerca de su valor.
Desde 1950 se han hecho muchas investigaciones y todas apuntan a que tanto las tradiciones como los rituales familiares enriquecen las relaciones entre los miembros, generan sentido de pertenencia y fortalecen la identidad de grupo. ¡Incluso se ha visto que promueven competencia parental y satisfacción marital!
Personalmente, creo que el poder de las tradiciones y rituales familiares reside en que hacen que un momento cotidiano y ordinario se cargue de afecto y se transforme en un momento único, especial y esperado por todos. Un momento en el que se comparte, se disfruta y se afianzan los vínculos.
Las tradiciones no tienen que ser necesariamente grandes cosas. Pueden ser algo tan simple como regalar flores el primer día de clases, despertar al cumpleañero con un rico desayuno o armar el árbol de pascua en familia. Lo importante es que marquen la diferencia en el día a día, se repitan año a año y se traspasen de generación a generación.
El problema es que hoy en día, por la falta de tiempo y la gran oferta de servicios y productos, muchos rituales y tradiciones familiares se han ido quedando en el pasado. Ya no hay tiempo para hacer galletas de navidad o la torta de la abuela para el cumpleaños. Es más fácil comprarlas.
Tengamos cuidado con perder nuestras raíces e identidad familiar. Cuidado con perder importantes momentos para compartir y conectarnos unos con otros.
Si aún no tienes tradiciones las puedes inventar. Nunca es tarde para hacerlo. Piensa en qué es importante para ti y como quieres que tus hijos te recuerden. El día que no estés, será a través de éstas que te mantendrán presentes en sus vidas y en las de sus hijos.
Vuelve a lo simple, vuelve a lo importante!
Psicóloga Infanto-Juvenil
Autora del libro «Apego Seguro: Cómo relacionarte con tu hijo a partir de los 2 años» y «Separarse con niños pequeños: cómo seguir nutriendo tras la ruptuta» de Ediciones B.
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Cariño incondicional, cenas estratégicas para unir a la familia y ayuda cuando más la necesitas, entregan los abuelos. ¿Pero les damos a ellos lo que necesitan?
Nunca recibí un reto de ellos, me contaron historias sorprendentes, celebraron mis bailes e imitaciones y en una ocasión una de ellas me hizo escribir a mano los cumpleaños de todos los miembros de la familia. Cuando era chica, los abuelos siempre andaban de terno, con esas particulares manos pecosas atadas atrás, caminando a un ritmo tan lento como tranquilizador… aunque tuvieran 60 años. Las abuelas tenían el pelo corto, perfectamente peinado y el zapato reina no se lo sacaban ni para ducharse. Hoy los abuelos de mis niños bailan a la par en los matrimonios, ellas usan zapatillas, cola de caballo, tienen grupos de wasap y pueden compartir en un mismo asado con los amigos de sus nietos.
¿Qué ha cambiado? Mucho. ¿Qué se mantiene? Que aunque pasen los años, las tecnologías, la moda y el reggaetón, los abuelos siempre estarán ahí para una sola cosa: dar cariño, momentos gloriosos e intervenir cuando los padres están dando jugo.
Los abuelos no ponen horarios para irse a la cama, dan Coca Cola a escondidas y se hacen los tontos si un día los niños no se lavaron los dientes. Los abuelos reciben a los adolescentes pateados sin hacer preguntas, con una gran hamburguesa servida en la mesa. Los abuelos encuentran un gran actor al niño que hizo de árbol en Hamlet; gimnasta olímpica a la que se hace la vuelta de carnero en sus camas, y preciosa a la púber a la que le acaban de poner una carrocería completa en la boca para enderezarle la dentadura. Carecen totalmente de objetividad. Y justamente es eso lo que los hace adorables, únicos y necesarios.
Los abuelos son los que hacen los turnos cuando nosotros preparamos informes, conocen a la sicopedagoga y se coimean a los niños para convencerlos de ir al dentista. Muchos de los padres de niños con capacidades diferentes o que han pasado por una difícil enfermedad saben de lo que hablo. Si no hay amor real ahí, no sé dónde, entonces.
Los abuelos modernos le ponen me gusta hasta a una foto de la mancha que el niño de 2 años hizo en una cartulina en el jardín (convengamos que la mamá también está enceguecida de amor) y comentan cada aparición de alguno de sus nietos en cualquier red social. Etiquetan a uno de ellos en un auto que se vende y ahí está la abuela chocha posteando: “PRECIOSO; QUÉ COSA MAS LINDA”.
Los abuelos intervienen cuando los papás andan con la brújula perdida o cuando notan distanciados a sus nietos de sus hijos.Inventan almuerzos, celebraciones chantas y hacen llamado telefónicos con un solo objetivo: mantener la unidad de esa familia que tanto esfuerzo les costó construir.
Si los papás no lloran, es imposible que los abuelos lo hagan. Sólo tienen permiso para hacerlo cuando uno ya es grande y aun así es una imagen impactante. Ver a un abuelo o abuela frágil y entristecido es una imagen desoladora. Porque a los abuelos se les asocia con risas, abrazos, cosquillas y chocolates nocturnos.
Pero ese amor, como todos, se debe cuidar y cultivar. Los abuelos aunque sean una fuente inagotable de generosidad y apañamiento, merecen sentirse queridos, respetados y admirados por los años que ya llevan recorridos.
A los abuelos los niños los llaman por teléfono para contarles el diente que se les cayó, comparten emocionados con ellos el siete que se sacaron en ese control latero para el que tanto se estudió, sobre todo si fue la pobre cabra nula para las matemáticas. A ellos hay que regalonearlos y no abusar de la patudez respecto a los favores que nosotros, los hijos, estamos acostumbrados a pedir.
Como esa campaña animalista que busca promover el cuidado y respeto de los animales “No son Muebles”, a veces siento que con los abuelos se debiera hacer una igual. Los abuelos no son una guardería eterna que no discrimina horarios ni periodicidad. Por muy dispuestos que estén, los papás tenemos que entender que los niños son nuestros y que abusar de esa actitud 24/7 de tantos abuelos, muchas veces termina incluso afectando en nuestro vinculo y la manera en que educamos a nuestros hijos.
A los abuelos se les va a ver aunque haya un panorama mucho más cool o atractivo. Con esto no quiero decir que los niños deben perderse cumpleaños, fiestas o paseos entretenidos. Pero hay que asumir que en la adolescencia, hay una etapa que leerse la guía de teléfonos completa parece más adrenalínico que ir a ver los tatas. Y bueno, ahí está el papel de nosotros, los padres, en mostrarles que los vínculos se protegen y mantienen con la preocupación cotidiana. Que sin el cuidado de nuestros viejos, la memoria de un país, las tradiciones y el valor de la historia se perderán para para siempre…sin vuelta atrás.
Y cuando estés angustiado, sin respuestas, perdido por ahí, recuerda ese simple y claro proverbio italiano que tanto me gusta: “Si nada va bien, llama a tu abuela”. Tan cierto ¿no?.
¿Cómo son (o eran) tus abuelos? ¿Cuál es tu mejor recuerdo con ellos?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
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