Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo – Angelina Bacigalupo
A pesar de que hoy existe mayor conciencia de que los niños son personas con derechos y merecen respeto, aún persiste en nuestra cultura la idea de que los castigos son legítimos como formas de educar y necesarios para mantener la autoridad.
Aún cuando disponemos de gran cantidad de evidencia desde la teoría y desde la investigación neurocientífica, aún se practican métodos punitivos anacrónicos como intento de imponer autoridad a través del miedo y que pasan a ser parte de una cultura en la que se cree que el adulto es superior y el castigo una forma de controlar la conducta de los niños, invisibilizando sus procesos internos y sus consecuencias. Estas creencias erróneas, reflejo de una sociedad adultocéntrica y desinformada, no sólo genera niños sumisos o rebeldes, sino además los ubica en una posición de soledad y desamparo, sin brindar las orientaciones y herramientas necesarias para gestionar de otro modo el conflicto o el comportamiento que ha motivado el castigo. ¿Confiarías en aquél que tiene autoridad porque genera temor? La diferencia entre el miedo que deriva del autoritarismo y la autoridad que deviene del respeto aquí se vuelve un tema fundamental. Es completamente incongruente exigirle a los niños que respeten a otros si no se han sentido respetados por nosotros y/o ven que no respetamos a otros. El respeto se modela, se construye y asienta por el ejemplo congruente, el respeto se gana, no se impone.
Cuando se impone la disciplina a través de amenazas, explícita (palabras) o implícitamente (“miradas que matan”, tono de voz o postura corporal), el niño activa sus circuitos cerebrales de defensa, intensificando sus emociones y las del adulto, en la mayoría de los casos. Cuando esto ocurre, la situación se ha salido de control para el niño y el adulto se enfrenta al más difícil desafío: mostrar la madurez que lo diferencia del niño, siendo ese otro calmado y contenedor que el niño necesita para autorregularse. El escenario es bastante difícil si pensamos que el adulto ya tomó una primera postura errada frente al conflicto: la amenaza como intento de controlar la conducta del niño. Cuando esto no traiga el término del conflicto que el adulto espera y el niño esté emocionalmente aún más descontrolado, las exigencias emocionales hacia el adulto para revertir el desborde del niño se vuelven aún mayores. En definitiva, los comportamientos punitivos o autoritarios de los padres ante los malos comportamientos resultan contraproducentes por las características del funcionamiento de nuestro cerebro. Cuando el niño detecta una amenaza, se activarán en él los circuitos neurales del cerebro evolutivamente más primitivo que le permitirán la sobrevivencia: luchar, huir, quedarse quieto o desmayarse.
Por otra parte, en cuanto a los consejos acerca de ignorar al niño (“no lo mires”, “no le hables ni le des atención hasta que te lo pida de buena manera”) en el entendido que ello evitaría reforzar la conducta, hoy existe evidencia de que no educa, sólo lastima y deja al niño en el desamparo con su frustración y enojo. Es una de las formas más directas de sepultar su autoestima y la confianza en los adultos… ¿confiarías en alguien que te ignora cuando más lo necesitas?
El castigo no educa, sí cambia la conducta, pero la modificación que observamos estará ligada al miedo de ser nuevamente castigado y no se mantendrá a largo plazo. En este sentido, el cambio logrado será por una motivación externa al sujeto (para evitar el castigo o la desaprobación del otro) y no por una motivación interna (porque se quiere hacer las cosas de manera correcta, porque el nuevo comportamiento tiene un valor en sí mismo que ha sido internalizado). Todos conocemos la diferencia entre hacer lo correcto porque nos están mirando o por el temor de ser castigados, o porque existe algo interno que valoramos y nos inspira a comportarnos de esa manera.
Asimismo, está demostrado que el castigo genera muchos efectos negativos en el desarrollo emocional del niño, por ejemplo, debilita su autoestima, produce miedo, ansiedad y desconfianza, genera resentimiento y comportamientos evitativos o rebeldes, deteriorando también el vínculo entre el adulto y el niño.
Si nuestro objetivo es que nuestros niños aprendan a gestionar los conflictos de manera asertiva, que sean personas respetuosas y capaces de ponerse en el lugar del otro, que desarrollen criterio y valores que les permitan hacerse respetar respetando a los demás, es importante que nos preguntemos con honestidad si nosotros hemos conquistado ese aprendizaje. En muchos casos, los adultos no mostramos nuestra madurez, sino sólo una acumulación de años, que es muy distinto. Nadie puede dar lo que no tiene. ¿Ya tiene su espejo?
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil