10 Banderas rojas de un pasivo agresivo

Durante nuestra vida todos tendremos alguna vez una conducta pasivo-agresiva. El problema viene cuando se hace de esta conducta algo habitual y que afecta a nuestras relaciones.

Los narcisistas suelen utilizar mucho este tipo de conducta.

Para detectar si estás lidiando con un pasivo-agresivo o si tú mismo usas este tipo de comportamientos te detallamos a continuación las características más significativas de este tipo de personas.

10 Banderas rojas de un pasivo agresivo

1-Le gusta discutir por todo

El narcisista pasivo agresivo discute por todo y siempre está malhumorado. Es fácil reconocer esta característica ya que es una persona que nunca sonríe. Si no estás de acuerdo con él/ella es muy habitual que se convierta en un motivo de discusión. Muchas veces intentan seducirte con sus maniobras de manipulación para salirse con la suya y acabar siempre “ganando”, al menos para ellos.

 

2-Son personas rencorosas

Cada uno de nosotros alguna vez nos hemos sentido resentidos con amigos, familiares o compañeros de trabajo cuando no hemos recibido el trato que merecíamos. Esto es algo muy normal y llegamos a superarlo y olvidar los incidentes desagradables. Sin embargo un pasivo agresivo sentirá rencor por mucho tiempo y es capaz de dejar de hablar a la persona que supuestamente le ha ofendido.

 

3-Dejan de dirigirte la palabra ante un enfado

Son incapaces de comunicar sus sentimientos y ante un enfado optan por comportamientos infantiles como dejar de hablar a su pareja o conocidos. En una pareja esto es más evidente pues al convivir juntos la falta de comunicación afecta a la relación. Hay personas que han podido estar hasta 2 semanas sin hablarse viviendo bajo el mismo techo y compartiendo cama todas las noches por la incapacidad del pasivo-agresivo de solucionar los problemas. Desean castigar a la otra persona y lo hacen retirándole la palabra.

 

4-No son personas responsables

Suelen no cumplir con sus compromisos y siempre encuentran una excusa para ello, pero sobre todo le echan la culpa a otras personas de sus faltas. Suelen ir de víctimas para salirse con la suya.

 

5-Intentan destruir tu autoestima

Nunca lo harán directamente, buscarán ser más sutiles con sus juegos mentales para hacer que te sientas mal. Por ejemplo, juegan a culparte de todo lo que sale mal, utilizan la técnica de gas lighting o te dan cumplidos que realmente no lo son. Todo ello con el objetivo de anular tu autoestima.

 

6-Utilizan el sarcasmo y el cinismo

Suelen utilizar el sarcasmo para insultar sutilmente a la otra persona y lo hacen conscientemente. Una vez más muestran una incapacidad de comunicar sus sentimientos y para camuflar esto insultan o denigran a la otra persona.

 

7-Son personas muy celosas

Dentro de sus comportamientos está el celo hacia todos los que ellos piensan que tienen más éxito que ellos. Se sienten inferiores y harán lo posible para que te sientas mal. Son capaces de hacer planes para que te vaya mal y ellos sentirse mejor. Realmente es un peligro estar al lado de una persona con este tipo de sentimientos.

 

8-Menosprecian a los demás

Menospreciar a los demás les da la sensación de poder, se sienten superiores y maltratan a los que tienen a su alrededor. Suelen adoptar el papel de castigador y utilizan la crítica constante hacia ti y tus ideas. Ellos tienen la última palabra y nada de lo que digas les hará cambiar de actitud.

 

9-Se hacen las víctimas

Este papel lo juegan conscientemente para llevarte hacia donde ellos quieren. Son los maestros de la manipulación. No les cuesta exagerar una situación con tal de salir ellos ganando.

 

10-Son amantes de la queja

Este comportamiento va muy ligado al anterior. Siempre se quejan sobre todo cuando las cosas no les salen como ellos esperaban. También suelen tener pensamientos negativos que alimentan esa ansia de queja constante. Esto les lleva a veces a ser pesimistas y ir quejándose por donde pasan. La realidad es que no están contentos consigo mismos y no saben como solucionarlo y prefieren quejarse a todos y esparcir su negatividad.

 

Los comportamientos pasivo agresivo no siempre se detectan fácilmente, sólo con el transcurso del tiempo puedes darte cuenta que una persona siempre va con resentimientos por la vida y que hace de todas las banderas rojas anteriormente mencionadas un código de conducta habitual.

Estar cerca de estas personas no es tarea fácil y muchas veces su comportamiento camufla otras enfermedades mentales o trastornos que necesitan de la actuación de un profesional o terapeuta.

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Redacción Instituto Draco

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 Extraido de www.institutodraco.com

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Adiós castigos: La diferencia entre poner límites y castigar.

Poner límites no es castigar. Mientras los límites ofrecen contención y seguridad, los castigos empobrecen la autoestima y generan sumisión y resentimiento. Cuántas veces hemos escuchado ese erróneo “te castigo por tu bien”. El castigo es una pena que se le impone a quien ha cometido una falta. La intención es clara: hacer pagar al otro por su error. ¿Eso es lo que queremos los padres? No, lo que buscamos es educar. La evidencia de años de investigaciones señalan que el castigo es ineficiente en términos de aprendizaje y que los cambios en la conducta ocurren por las razones equivocadas: el niño deja de pelear con su hermano o hace la tarea por temor.

Los niños necesitan límites claros y padres coherentes para sentirse seguros y adaptarse satisfactoriamente a su entorno. Los padres debemos corregir los comportamientos inapropiados, mostrando alternativas, dando libertad para elegir y brindando oportunidades para poner en práctica. Y también queremos proteger. Surge entonces el desafío de encontrar el equilibrio entre protegerlos y darles el espacio para que tomen sus propias decisiones. No es fácil encontrar ese punto medio que le brinda al niño las oportunidades de actuar y aprender de la experiencia, resguardando su seguridad y la de su entorno. Saber el “rallado de cancha” que necesita un niño en cada momento de su vida es fundamental para educarlo y cuidarlo. No todos los niños necesitan lo mismo ni de la misma manera, pero todos necesitan un marco donde moverse, saber “hasta dónde”. Igualmente importante es que quien los eduque los trate con respeto y se mantenga emocionalmente conectado. Esta conexión significa estar disponible, estar atentos y concientes de nuestros propios estados internos, mantener la paz interior para ofrecerla al niño si pierde la suya, intentar comprender lo que está sintiendo el niño y ayudarlo a tener mayor comprensión de sí mismo y de la situación. Necesitamos nuestro espejo.

Al establecer límites razonables, el niño logra desarrollar paulatinamente el deseo genuino de cooperar sin la amenaza de castigos o el estímulo externo de premios. De esta manera, va siendo capaz de orientar sus comportamientos según su ética personal, según los valores que ha ido internalizando libre y concientemente.

En concreto, si le pedimos a nuestro hijo que ordene sus juguetes antes de salir al patio y no quiere hacerlo, ¿qué es poner un límite sin recurrir al castigo? Si es preescolar, es invitarlo a recoger los juguetes, tomando el protagonismo en la tarea, explicándole por qué es importante ordenar y conformarse con que tome uno o dos y los ponga en el baúl. Si tiene 4 o 5 años, se le explica y se buscan alternativas en conjunto (trasladar el desorden a su pieza, ayudarle); convertir el momento de orden en un momento entretenido de conversación o de risas también podría incentivar su cooperación. Si el niño es más grande, se le recuerda que los juguetes deben quedar ordenados antes de salir a jugar. Si va pasando el tiempo, se le anticipa que va a tener más tiempo en el patio si ordena pronto, ya que luego viene la hora de comer. La idea es transmitir las consecuencias de sus decisiones en base a ciertos límites, dejándole la responsabilidad de elegir y respetando su decisión. En lugar de muchos “no”, poner límites es también mostrar el gran espacio que queda para los “sí”.

Siempre validaremos su emoción. Mostraremos los límites de una manera compasiva (“entiendo que estés cansado, yo te ayudo a ordenar”, “entiendo que es fome ordenar, pero podemos pisar tus juguetes y caernos si los dejamos en el piso”) y se sentirá comprendido y respetado. Puede que ordene, puede que no. Validar sus emociones no es un medio para controlarlo y lograr que coopere, sino una forma de confirmarle que puede exteriorizar su molestia y estaremos a su lado acompañando su frustración.

La versión castigo de este ejemplo sería “no sales al patio porque no ordenaste”.

El objetivo del límite es que el niño pueda pensar en las consecuencias de sus comportamientos y elegir. Puedo ordenar y salir al patio o esperar otro rato y aplazar la salida, lo que hará más corto el tiempo de patio porque la hora de comida se acerca. El objetivo del castigo sería que el niño lo pase mal al quedarse sin patio porque no ordenó. El impacto del castigo en el niño es de una imposición, se sentirá chantajeado, su reacción dependerá de su edad y de su personalidad, pero su autoestima no quedará indemne. El impacto de ponerle límites es distinto; tampoco va a gustarle, pero tiene la opción de elegir sabiendo las consecuencias de las opciones y puede contar con algunas opciones. Los límites son una especie de “sí, pero hasta aquí”.

Lo más relevante es recordar que el respeto y la relación están por sobre el orden de los juguetes, por sobre las tareas, por sobre todo lo demás. Primero nuestra relación, luego lo demás. Seamos honestos y no disfracemos de límites a los castigos.

Al establecer los límites con respeto y mantenernos emocionalmente conectados a nuestros niños, estamos ayudándole a desarrollar su capacidad de autorregulación y a comprender los límites inherentes de la vida, mientras respetamos su individualidad.

Psi. Angelina Bacigalupo O.

Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC

Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil

 

Ver artículo: Adiós castigos: ¿Por qué los castigos están en vía de extinción?

 

 

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Adiós castigos: ¿Por qué los castigos están en vía de extinción?

Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo – Angelina Bacigalupo

A pesar de que hoy existe mayor conciencia de que los niños son personas con derechos y merecen respeto, aún persiste en nuestra cultura la idea de que los castigos son legítimos como formas de educar y necesarios para mantener la autoridad.

Aún cuando disponemos de gran cantidad de evidencia desde la teoría y desde la investigación neurocientífica, aún se practican métodos punitivos anacrónicos como intento de imponer autoridad a través del miedo y que pasan a ser parte de una cultura en la que se cree que el adulto es superior y el castigo una forma de controlar la conducta de los niños, invisibilizando sus procesos internos y sus consecuencias. Estas creencias erróneas, reflejo de una sociedad adultocéntrica y desinformada, no sólo genera niños sumisos o rebeldes, sino además los ubica en una posición de soledad y desamparo, sin brindar las orientaciones y herramientas necesarias para gestionar de otro modo el conflicto o el comportamiento que ha motivado el castigo. ¿Confiarías en aquél que tiene autoridad porque genera temor? La diferencia entre el miedo que deriva del autoritarismo y la autoridad que deviene del respeto aquí se vuelve un tema fundamental. Es completamente incongruente exigirle a los niños que respeten a otros si no se han sentido respetados por nosotros y/o ven que no respetamos a otros. El respeto se modela, se construye y asienta por el ejemplo congruente, el respeto se gana, no se impone.

Cuando se impone la disciplina a través de amenazas, explícita (palabras) o implícitamente (“miradas que matan”, tono de voz o postura corporal), el niño activa sus circuitos cerebrales de defensa, intensificando sus emociones y las del adulto, en la mayoría de los casos. Cuando esto ocurre, la situación se ha salido de control para el niño y el adulto se enfrenta al más difícil desafío: mostrar la madurez que lo diferencia del niño, siendo ese otro calmado y contenedor que el niño necesita para autorregularse. El escenario es bastante difícil si pensamos que el adulto ya tomó una primera postura errada frente al conflicto: la amenaza como intento de controlar la conducta del niño. Cuando esto no traiga el término del conflicto que el adulto espera y el niño esté emocionalmente aún más descontrolado, las exigencias emocionales hacia el adulto para revertir el desborde del niño se vuelven aún mayores. En definitiva, los comportamientos punitivos o autoritarios de los padres ante los malos comportamientos resultan contraproducentes por las características del funcionamiento de nuestro cerebro. Cuando el niño detecta una amenaza, se activarán en él los circuitos neurales del cerebro evolutivamente más primitivo que le permitirán la sobrevivencia: luchar, huir, quedarse quieto o desmayarse.

Por otra parte, en cuanto a los consejos acerca de ignorar al niño (“no lo mires”, “no le hables ni le des atención hasta que te lo pida de buena manera”) en el entendido que ello evitaría reforzar la conducta, hoy existe evidencia de que no educa, sólo lastima y deja al niño en el desamparo con su frustración y enojo. Es una de las formas más directas de sepultar su autoestima y la confianza en los adultos… ¿confiarías en alguien que te ignora cuando más lo necesitas?

El castigo no educa, sí cambia la conducta, pero la modificación que observamos estará ligada al miedo de ser nuevamente castigado y no se mantendrá a largo plazo. En este sentido, el cambio logrado será por una motivación externa al sujeto (para evitar el castigo o la desaprobación del otro) y no por una motivación interna (porque se quiere hacer las cosas de manera correcta, porque el nuevo comportamiento tiene un valor en sí mismo que ha sido internalizado). Todos conocemos la diferencia entre hacer lo correcto porque nos están mirando o por el temor de ser castigados, o porque existe algo interno que valoramos y nos inspira a comportarnos de esa manera.

Asimismo, está demostrado que el castigo genera muchos efectos negativos en el desarrollo emocional del niño, por ejemplo, debilita su autoestima, produce miedo, ansiedad y desconfianza, genera resentimiento y comportamientos evitativos o rebeldes, deteriorando también el vínculo entre el adulto y el niño.

Si nuestro objetivo es que nuestros niños aprendan a gestionar los conflictos de manera asertiva, que sean personas respetuosas y capaces de ponerse en el lugar del otro, que desarrollen criterio y valores que les permitan hacerse respetar respetando a los demás, es importante que nos preguntemos con honestidad si nosotros hemos conquistado ese aprendizaje. En muchos casos, los adultos no mostramos nuestra madurez, sino sólo una acumulación de años, que es muy distinto. Nadie puede dar lo que no tiene. ¿Ya tiene su espejo?

 

Psi. Angelina Bacigalupo O.

Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC

Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil

 

 

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