Adiós castigos: La diferencia entre poner límites y castigar.

Poner límites no es castigar. Mientras los límites ofrecen contención y seguridad, los castigos empobrecen la autoestima y generan sumisión y resentimiento. Cuántas veces hemos escuchado ese erróneo “te castigo por tu bien”. El castigo es una pena que se le impone a quien ha cometido una falta. La intención es clara: hacer pagar al otro por su error. ¿Eso es lo que queremos los padres? No, lo que buscamos es educar. La evidencia de años de investigaciones señalan que el castigo es ineficiente en términos de aprendizaje y que los cambios en la conducta ocurren por las razones equivocadas: el niño deja de pelear con su hermano o hace la tarea por temor.

Los niños necesitan límites claros y padres coherentes para sentirse seguros y adaptarse satisfactoriamente a su entorno. Los padres debemos corregir los comportamientos inapropiados, mostrando alternativas, dando libertad para elegir y brindando oportunidades para poner en práctica. Y también queremos proteger. Surge entonces el desafío de encontrar el equilibrio entre protegerlos y darles el espacio para que tomen sus propias decisiones. No es fácil encontrar ese punto medio que le brinda al niño las oportunidades de actuar y aprender de la experiencia, resguardando su seguridad y la de su entorno. Saber el “rallado de cancha” que necesita un niño en cada momento de su vida es fundamental para educarlo y cuidarlo. No todos los niños necesitan lo mismo ni de la misma manera, pero todos necesitan un marco donde moverse, saber “hasta dónde”. Igualmente importante es que quien los eduque los trate con respeto y se mantenga emocionalmente conectado. Esta conexión significa estar disponible, estar atentos y concientes de nuestros propios estados internos, mantener la paz interior para ofrecerla al niño si pierde la suya, intentar comprender lo que está sintiendo el niño y ayudarlo a tener mayor comprensión de sí mismo y de la situación. Necesitamos nuestro espejo.

Al establecer límites razonables, el niño logra desarrollar paulatinamente el deseo genuino de cooperar sin la amenaza de castigos o el estímulo externo de premios. De esta manera, va siendo capaz de orientar sus comportamientos según su ética personal, según los valores que ha ido internalizando libre y concientemente.

En concreto, si le pedimos a nuestro hijo que ordene sus juguetes antes de salir al patio y no quiere hacerlo, ¿qué es poner un límite sin recurrir al castigo? Si es preescolar, es invitarlo a recoger los juguetes, tomando el protagonismo en la tarea, explicándole por qué es importante ordenar y conformarse con que tome uno o dos y los ponga en el baúl. Si tiene 4 o 5 años, se le explica y se buscan alternativas en conjunto (trasladar el desorden a su pieza, ayudarle); convertir el momento de orden en un momento entretenido de conversación o de risas también podría incentivar su cooperación. Si el niño es más grande, se le recuerda que los juguetes deben quedar ordenados antes de salir a jugar. Si va pasando el tiempo, se le anticipa que va a tener más tiempo en el patio si ordena pronto, ya que luego viene la hora de comer. La idea es transmitir las consecuencias de sus decisiones en base a ciertos límites, dejándole la responsabilidad de elegir y respetando su decisión. En lugar de muchos “no”, poner límites es también mostrar el gran espacio que queda para los “sí”.

Siempre validaremos su emoción. Mostraremos los límites de una manera compasiva (“entiendo que estés cansado, yo te ayudo a ordenar”, “entiendo que es fome ordenar, pero podemos pisar tus juguetes y caernos si los dejamos en el piso”) y se sentirá comprendido y respetado. Puede que ordene, puede que no. Validar sus emociones no es un medio para controlarlo y lograr que coopere, sino una forma de confirmarle que puede exteriorizar su molestia y estaremos a su lado acompañando su frustración.

La versión castigo de este ejemplo sería “no sales al patio porque no ordenaste”.

El objetivo del límite es que el niño pueda pensar en las consecuencias de sus comportamientos y elegir. Puedo ordenar y salir al patio o esperar otro rato y aplazar la salida, lo que hará más corto el tiempo de patio porque la hora de comida se acerca. El objetivo del castigo sería que el niño lo pase mal al quedarse sin patio porque no ordenó. El impacto del castigo en el niño es de una imposición, se sentirá chantajeado, su reacción dependerá de su edad y de su personalidad, pero su autoestima no quedará indemne. El impacto de ponerle límites es distinto; tampoco va a gustarle, pero tiene la opción de elegir sabiendo las consecuencias de las opciones y puede contar con algunas opciones. Los límites son una especie de “sí, pero hasta aquí”.

Lo más relevante es recordar que el respeto y la relación están por sobre el orden de los juguetes, por sobre las tareas, por sobre todo lo demás. Primero nuestra relación, luego lo demás. Seamos honestos y no disfracemos de límites a los castigos.

Al establecer los límites con respeto y mantenernos emocionalmente conectados a nuestros niños, estamos ayudándole a desarrollar su capacidad de autorregulación y a comprender los límites inherentes de la vida, mientras respetamos su individualidad.

Psi. Angelina Bacigalupo O.

Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC

Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil

 

Ver artículo: Adiós castigos: ¿Por qué los castigos están en vía de extinción?

 

 

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