La (gran) diferencia entre la seguridad y la arrogancia

Tener confianza en uno mismo es fundamental para poder gozar de una vida plena y no depender de la buena opinión de los demás, si bien uno de los problemas surge cuando en ocasiones la confianza no se expresa de una manera apropiada. Otras veces, se confunde confianza y arrogancia, especialmente cuando las personas que así lo juzgan tienen una baja autoestima, pues para ellas, cualquier demostración o expresión de fuerza interna es percibida de manera negativa. Este tipo de personas no pueden soportar que otros tengan presencia, independencia de espíritu y que no vayan por la vida pidiendo permiso. En estos casos, se trata de una proyección propia del observador, incapaz de soportar que otros exhiban comportamientos que ellos envidian y que están fuera de sus habilidades. En lugar de mirarse hacia adentro y resolver sus carencias, prefieren criticar y juzgar duramente a aquellos que
logran llevar a cabo lo que ellos soñarían y no se atreven a hacer.

Esas personas no podrían estar más equivocados; la arrogancia es otra cosa. El individuo arrogante suele presentarse de una manera aplastante, fanfarrona y egocéntrica que no permite el diálogo y se sitúa automáticamente por encima de los demás, despreciando y ninguneando a los que considera están por debajo (todos los demás).

Por lo general, las personas más realizadas, sabias, excepcionales, son seguras, y por lo tanto no tienen la necesidad de ir mostrando lo increíbles que son. Sin embargo, los arrogantes destruyen sus oportunidades por diversas razones que valdría la pena enumerar:

1. Cuando eres arrogante, tiendes a anclarte en una cerrazón mental (por lo tanto, tendrás menos probabilidades de buscar nuevas técnicas y conocimientos, y como piensas que te lo sabes todo, dejas de seguir creciendo) .

2. Cuando eres arrogante, piensas que las personas te pueden aportar muy poco. Esto te impide establecer conexiones que puedes necesitar más adelante en la vida.

3. Cuando eres arrogante, tiendes a hablar más que a escuchar. Recordemos que se nos dio una boca y dos oídos por una razón; podemos aprender de la escucha, mientras hablar continuamente nos aporta poco beneficio.

4. Cuando eres arrogante, te crees que siempre tienes la razón. Esto conduce a falsas suposiciones, y te hace más propenso a cometer errores. Una segunda opinión sobre algo no te hace menos capaz; al contrario, demuestras que sabes valorar el trabajo en equipo, y muestras tu humildad, cualidades que mucha gente valora y busca.

5. Nadie quiere estar cerca de un ser engreído o soberbio a menos que pretendan algo de ti. Llegará el día en que te des cuenta que estás solo y las únicas interacciones sociales que puedes conservar son las utilitaristas, únicamente se quedarán a tu alrededor aquellos que quieran utilizarte.

6. Cuando eres arrogante, demuestras que no estás dispuesto a trabajar en equipo, y esto aniquila otras oportunidades de trabajo y de progresión laboral.

7. La arrogancia a menudo esconde paradójicamente una falta de confianza, una falta de conocimiento y muchas inseguridades. En ese afán por esconderlo, la arrogancia puede llevar a acciones poco éticas. Los arrogantes piensan que son infalibles, y toman un callejón sin salida.

Esto significa que el día en que una persona arrogante falla, lo que terminará ocurriendo, hará lo necesario para encubrir ese fracaso. Muchas veces, estas personas recurrirán a medidas extremas para asegurar que su culpa no se descubra, incluso cuando se trata de actos poco éticos.

Recordemos que la confianza es tranquila y las inseguridades son ruidosas. La modestia y la humildad son mucho más útiles. Aunque es comprensible que a la gente le guste presumir y hablar de sí misma, llega un punto en el que se vuelve molesto, irritante, cansino y a veces hasta ofensivo para los que tienen que aguantarlo.

Fuente: El Huffington Post

Autora: Mónica Esgueva

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