Nuestra mente atormentada

¿Has notado alguna vez cómo influye el bajo estado de ánimo en tu cuerpo, en tu postura o  en tu forma de moverte?

El psicólogo Johannes Michalak estudió las diferencias entre el modo de caminar entre personas deprimidas y personas no deprimidas. En el estudio se descubrió que las personas deprimidas caminaban más lentamente y movían menos los brazos, apenas movían la parte superior del cuerpo arriba y abajo, sino más bien hacia los lados. Caminaban con la espalda hundida, inclinados hacia delante. Esa postura no se debe únicamente al hecho de estar deprimido. Haz una prueba: siéntate durante un minuto, sólo un minuto, con los hombros inclinados hacia delante, la cabeza hacia abajo. Observa cómo te sientes cuando haya transcurrido el tiempo. Si crees que tu estado de ánimo ha empeorado, termina el experimento  cambiando a una postura erguida, com la cabeza equilibrada sobre los hombros y el cuello. ¿Qué sucede ahora?

Como has podido experimentar, no sólo los pensamientos y los estados de ánimo se alimentan mutuamente y pueden llegar a estropear el bienestar: nuestro cuerpo también está implicado. Esto se debe a que la mente no es un ente aislado, es una parte fundamental del cuerpo, y ambos comparten continuamente información emocional. Por ejemplo, cuando vemos a alguien sonreír, casi siempre devolvemos la sonrisa. No podemos evitarlo, sonreír es contagioso. Entonces, si el simple acto de sonreír puede hacerte feliz (aunque sea forzado y aunque sea por tan sólo un momento), y si sonríes además te devuelven la sonrisa, este acto puede incrementar tu propia felicidad. Es un círculo vicioso… Virtuoso!

Pero cuidado, existe un círculo vicioso igual y opuesto: cuando percibimos una amenaza, real o imaginaria, nos tensamos con el fin de prepararnos para la lucha o la huida. Esta reacción puede manifestarse como un gesto de enfurruñamiento, molestias estomacales o tensión en los hombros. La mente percibe la tensión, y la interpreta como una amenaza, lo que provoca que el cuerpo se tense más… y ya estamos  dentro del círculo.

Ahora intenta conectar con la posible sensación de cansancio en tu cuerpo… ¿lo tienes? Nota el nivel de cansancio. Cuando tengas esa sensación en mente, plantéate algunas preguntas al respecto:

  • ¿Por qué me siento cansado?
  • ¿Qué me pasa?
  • ¿Qué dice de mí esa sensación?
  • ¿Qué va a pasar si no me deshago de ella?

Piensa por un momento en todas esas preguntas, deja que revoloteen por tu mente, intenta buscar una respuesta convincente una y otra vez hasta que la encuentres…

Después de unos minutos de haberlo intentado, ¿cómo te sientes ahora? Probablemente peor. Esto se debe a que bajo esas preguntas subyace el deseo de librarse del cansancio, y hacerlo  de manera racional, intentando encontrar las razones por las que ha aparecido, su significado, sus posibles consecuencias… La tensión, la infelicidad o el agotamiento no son problemas que se puedan resolver. Son emociones. “Simplemente” reflejan estados de la mente y el cuerpo. Entonces, no podemos resolverlos: sólo podemos sentirlos.

Atrévete a sentir y a fluir con esas emociones agradables y también con las desagradables. Sólo así cambiará tu manera de relacionarte con ellas. ¡Atrévete!

 

Irene Morales

Coach Espiritual

 www.IrenePsicoBio.com

Extraido de www.institutodraco.com

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