En las últimas semanas nuestro país y miles de compatriotas han padecido las graves consecuencias ocasionadas por los incendios forestales. Intencionales o no, hemos visto la fuerza implacable del fuego que lo destruye todo a su paso, generando dolor y pérdidas.
Así también hemos visto como las redes sociales se han “incendiado” por momentos, llenándose de comentarios y juicios basados en el odio, muchas veces infundados, generando una atmosfera de desconfianza, temor y resentimiento.
Si bien la mayoría de nosotros no tenemos los medios para colaborar directamente apagando el fuego de los bosques, si podemos hacer una gran contribución al conocer y manejar nuestro propio fuego interno, para no terminar quemando aun mas nuestras confianzas, que son la base del tejido social que nos sostiene y que permitirá levantarnos una vez más como país.
Todos nosotros, por el hecho de estar vivos, tenemos fuego en nuestro interior. Las experiencias que nos suceden en la vida son las chispas que encienden nuestro fuego. Tenemos una pelea con nuestra pareja: una chispa enciende nuestro fuego. Tenemos un mal día en nuestro trabajo: otra chispa enciende nuestro fuego. Surge un peligro como el de los incendios recientes, y estos son una chispa más que enciende nuestro fuego interior.
En sí mismo, nuestro fuego interno no es el problema, sino lo que hacemos con él. Manteniendo la analogía con el fuego exterior, podemos decir que el fuego en sí mismo, bien manejado, no es dañino. A lo largo de nuestra evolución como especie, nos ha permitido cocinar, temperar e iluminar nuestros hogares y mantenernos libres del peligro de los animales que nos acechaban. El fuego es constructivo cuando podemos hacerle un debido espacio y contenerlo. Pero cuando el viento sopla muy fuerte, las brasas pueden volar lejos y las llamas pueden crecer hasta provocar un incendio que lo destruye todo. Así también, cuando nos dejamos llevar por el odio, podemos usarlo para dañar a otros, como lamentablemente hemos observado en las últimas semanas.
Hay algo que podemos hacer para evitar que el fuego que tenemos en nuestro interior incendie nuestra vida y la de quienes nos rodean. Si bien, por el hecho de estar vivos no podemos evitar que nos ocurran ciertas experiencias dolorosas (como el dolor de la pérdida de un ser querido, o el perder todas las posesiones en el caso de los afectados por los incendios), ni tampoco podemos evitar que dentro nuestro surja una reacción a ese dolor, sí podemos elegir lo que hacemos con lo que surge en nosotros. No se trata de destruir la energía de nuestras pasiones y sentimientos, ni tampoco de negarla o reprimirla. Se trata más bien de darle un cauce consciente.
Por eso, estemos atentos a nuestro propio fuego interior en esta circunstancia de crisis. Que la chispa de tu dolor no encienda el fuego de tu odio. El odio es un fuego que lo destruye todo, comenzando por el corazón del que lo padece. Si criticamos a quienes supuestamente se han dejado llevar por el odio, e intencionalmente han iniciado estos incendios, no hagamos nosotros lo mismo con nuestra alma.
No se trata de ser ingenuos. Todos sentimos miedo, rabia, tristeza, impotencia. Más aun quienes han sido directamente afectados, y con toda razón. Estas son chispas que encienden nuestro fuego. Pero si no las cuidamos con atención y conciencia, corremos el riesgo que terminemos quemando lo que más amamos.
Este fuego nos pertenece. Es responsabilidad de cada uno de nosotros conocerlo, cuidarlo y darle un cauce consciente. Es nuestra tarea cuidar como hablamos, como actuamos, a que elegimos ponerle énfasis: a la ayuda oportuna o a la crítica destructiva.
Observemos las chispas que encienden nuestro fuego hoy y no permitamos que arrasen con todo lo que amamos. Cuidar nuestro país también pasa por cuidar nuestro fuego interno y elegir como lo utilizamos.
Bárbara Porter J. Psicóloga Clínica PUC
Read moreAlejandra es madre de dos niños y trabaja jornada completa. Frecuentemente siente que está en el lugar equivocado. Siente culpa por el poco tiempo que puede dedicar a sus hijos, y al mismo tiempo siente frustración por no poder cumplir con todos los pendientes de su trabajo. En un día corriente de su vida, su mente podría decir algo así: “¿Ya son las 2 de la tarde? ¡Tengo que pasar a buscar al Tomy al colegio! ¡De nuevo voy a llegar tarde! ¡Soy pésima mamá, no me la puedo con tanta cosa! Y tengo que dejar esta pega terminada antes de salir… ¡pero no alcanzo! Seguro las otras mamás llegaron a la hora… ¡¿cómo lo hacen?! La Claudia siempre anda regia y, más encima, es la “mamá perfecta”… ¿¡Cómo lo hace!? Lo que pasa es que soy una volada, desorganizada… ¡ni siquiera puedo cumplir con lo mínimo que hacen otras mamás! ¡No tengo arreglo!”. Entonces apaga el computador, toma las llaves y sale de la oficina hecha un nudo de rabia, pena y nervios.
Esta avalancha de pensamientos, que quizás la mayoría de nosotras hemos tenido en algún momento, hace que se gatille en nosotros la respuesta de amenaza relacionada al estrés. Basta pensar la cantidad de veces al día que nos lanzamos este tipo de comentarios para darnos cuenta de la frecuencia con la que estamos generando una respuesta de alerta en nuestro organismo. No resulta raro, entonces, que nos sintamos estresadas, sobrepasadas o incluso deprimidas. Por más que nos esforzamos, no damos abasto. Tenemos material de sobra para tratarnos pésimo.
Habitualmente lo que nos decimos a nosotras mismas se parece más a lo que le diríamos a nuestro peor enemigo. Cuando cometemos un error o estamos en problemas, es raro que nos tratemos con amabilidad o comprensión, como lo haríamos sin dudar con nuestros amigos en las mismas circunstancias. La mayoría de las veces somos mordaces, descarnadas, hasta lapidarias.
La práctica de mindfulness nos invita a darnos cuenta de este discurso autocrítico y tóxico, reconociendo que podemos cultivar una forma diferente de tratarnos a nosotras mismas. La visión que fundamenta la práctica de mindfulness apunta a que todos, sin excepción, somos merecedores de compasión. En la intención de cuidar, aceptar y amar también estamos incluidas nosotras mismas. Esto no tiene nada que ver con lástima, egoísmo, autoindulgencia o negligencia. Ni siquiera tiene que ver con “autoestima”, un término que se ha asociado por muchos años al bienestar psicológico. Vamos a ver a continuación a que nos referimos cuando hablamos de “autocompasión”.
Kristine Neff, psicóloga e investigadora de la Universidad de Harvard nos explica que la autocompasión podría entenderse como la capacidad para ser cálidas y comprensivas con nosotras mismas en vez de criticarnos cuando estamos sufriendo. Es comprender íntimamente que podemos tratarnos como si fuéramos una amiga muy querida, en vez de nuestra peor enemiga. Ella cuenta que en cierto momento de su vida estaba sumamente exigida y estresada por la gran cantidad de tareas y responsabilidades que debía satisfacer. Fue entonces cuando decidió participar de un grupo de meditación. Y tamaña fue su sorpresa cuando comprendió que podía tratarse a sí misma con la misma amabilidad con la que trataba al resto. La sensación de paz que fue apareciendo en ella, fue lo que la motivó a investigar cómo se puede cultivar la autocompasión y cuáles son sus efectos.
Las mujeres solemos ser sumamente autoexigentes con nosotras mismas. Si a una la tildan de madre “promedio”, o tiene un cuerpo “promedio” o es una trabajadora “promedio”, podemos sentirnos profundamente insultadas, porque nuestra cultura ha ido incorporando la noción de que nuestra autoestima radica en destacar, en no ser parte del “promedio”. El nivel de autoexigencia y competitividad es tremendo. Solo merecemos ser amadas si somos exitosas. Si no cumplimos el estándar, nuestra autoestima cae por el suelo.
Un ámbito en el que solemos poner nuestra autoestima es nuestro atractivo personal. Si queremos destacar y ser especiales en ese ámbito, el nivel de exigencia es tremendo: todas las portadas de las revistas nos muestran mujeres que son más atractivas que nosotros. Entonces se justifican los miles de millones de pesos que se invierten cada año en cosméticos, ropa y cirugías plásticas. Qué decir del mundo de las dietas, suplementos y productos alimenticios. Podemos sentirnos mejor unos instantes, pero solo para volver a quedar insatisfechas al poco tiempo.
Otro ámbito en que solemos poner nuestra autoestima son las relaciones con los otros. Tener una relación de pareja o hijos es central. Las que han llegado a cierta edad y no tienen pareja o hijos pueden ser blanco de todo tipo de opiniones y críticas a nivel social, lo que sin duda afecta cómo nos sentimos con nosotras mismas. Por otro lado, las que sí tienen pareja e hijos pueden tener estándares tremendamente altos respecto a su “desempeño” como parejas y madres, por lo que siempre terminamos llegando al mismo lugar: no somos suficientes.
Por ello, el camino que apunta a aumentar nuestra autoestima a costa de destacar por nuestro atractivo, por nuestra eficiencia en el trabajo, nuestro desempeño como mamás o esposas, parece no ser una buena alternativa. Nos metemos en un saco sin fondo, en el cual nunca va a ser suficiente.
Una vía alternativa, que propone Neff, es el camino de la autocompasión. En el camino de la autocompasión ya no nos estamos comparando con los otros para destacar y comenzar a respetarnos y querernos. El respeto, aceptación y amor que sentimos no es condicional al logro de ideales inalcanzables. El foco es completamente distinto.
El primer elemento que define la autocompasión es la intención de tratarnos a nosotros mismos con amabilidad, sin enjuiciarnos, tal como trataríamos a un buen amigo. La bondad con uno mismo en contraposición al juicio crítico, sobre todo cuando estamos en problemas. El segundo elemento importante de la autocompasión es la humanidad compartida. Mientras la autoestima en ocasiones fomenta la competencia, y nos lleva a preguntarnos: ¿en qué me diferencio de los demás?, la autocompasión nos invita a preguntarnos: ¿en qué me asemejo al otro? Cuando nos damos cuenta de que todos, absolutamente todos, por el hecho de ser humanos somos imperfectos y sufrimos, la sensación de competencia y aislamiento disminuye. Puede empezar a surgir la sensación de interconexión, de complicidad, de sintonía con los otros. La necesidad de imponerse, de destacar por sobre los demás, pierde fuerza, porque la aceptación y el amor que podemos sentir por nosotros mismos ya no depende de ello. El tercer elemento de la autocompasión que propone Neff es la práctica de mindfulness, que permite reconocer nuestro sufrimiento y comprender sus orígenes. Podemos ver que gran parte de nuestro sufrimiento es causado por nuestra propia mente, en parte, porque nos identificamos con las críticas que nos hacemos a nosotros mismos. La práctica de mindfulness nos permite observar las críticas y juicios cuando aparecen, reconociendo que son pensamientos y no la realidad.
Ahora que se acerca el fin de año y aumenta exponencialmente el nivel de demandas y tareas (y por ende, también las posibilidades de “no dar abasto” o “hacerlo mal”) recordemos que podemos tratarnos con amabilidad. Hay una práctica muy simple, que en lo personal me ha ayudado mucho a tratarme mejor cuando las cosas se ponen difíciles. Esta práctica incluye los tres elementos de la autocompasión: tomar conciencia (mindfulness), humanidad compartida y amabilidad. En concreto, cuando estoy pasando por momentos difíciles, parto por reconocer que lo estoy pasando mal. Suelo detenerme y decirme “esto me está doliendo”. Esto es lo contrario al “piloto automático”, seguir de largo, o convencernos de que “no pasa nada”. Si nos duele, partamos por reconocer que lo estamos pasando mal. Ojo que esto no tiene nada que ver con victimizarse o agrandar la situación. Es solo detenernos y darnos cuenta con lucidez y amabilidad que estamos heridos. Luego, me doy unos segundos para tomar conciencia de que el dolor es parte de la vida, y que no hay nada extraño, innoble o malo en él. De hecho, el dolor es algo que todos, sin excepción, hemos sentido y de seguro sentiremos en el futuro. Entonces podemos decirnos, “el dolor es parte de la vida, no soy la única, ni estoy sola en esto”. Y el tercer punto, abre la posibilidad de tratarnos con calidez y amabilidad. Parte por decirnos simplemente, “lo estoy pasando mal Y puedo tratarme con amabilidad”. Esto es lo opuesto a no reconocer nuestro dolor, sentir que somos las únicas que lo padecemos y más encima, tratarnos pésimo por sentirnos así.
La próxima vez que notes que lo estás pasando mal y que te estas hiriendo aún más con tu discurso interno, por favor detente. Date una pausa y prueba decirte: “Me doy cuenta que esto me duele. El dolor es parte de la vida, no soy la única ni estoy sola. Y puedo elegir tratarme con amabilidad”.
Que tengamos un fin de año lleno de amor y compasión. Partiendo por nosotras mismas.
¿Le ha pasado alguna vez ir por la calle, cruzar distraído/a y no ver que un auto se acerca rápidamente? ¿O haber almorzado sin poder recordar después qué fue lo que comió? ¿O ir a jugar un fin de semana con sus hijos a la plaza, sin poder sacarse de la cabeza las obligaciones que deberá cumplir cuando vuelva el lunes a trabajar? ¿O llenarse de juicios y pensamientos negativos (“no soy capaz”, “esto me supera”) cuando está enfrentando un acontecimiento estresante, ya sea en el trabajo, con la pareja o los hijos?
Quizás ha sentido que le faltan cosas para vivir plenamente. Puede ser que considere que necesita más dinero, reconocimiento, salud, serenidad o lo que sea para poder algún día descansar y ser feliz. O puede ser el caso contrario: que sienta que le sobran demasiadas cosas molestas como para permitirse vivir su vida con plenitud ahora mismo.
Vivimos con la ilusión de que cuando tengamos todo lo que nos falta y nos deshagamos de lo que nos sobra, finalmente llegará la felicidad. Pero las cosas no funcionan de esa manera. Podemos llevar treinta, cincuenta u ochenta años buscando lo mismo, pero seguiremos sintiendo que la vida no es suficiente y que la felicidad se escapa, mientras continuamos intentando las mismas soluciones de siempre, aumentando la insatisfacción y el sufrimiento.
Sin embargo, hay un camino que permite cultivar una forma distinta de vivir y de relacionarnos con lo que nos sucede. Un camino que ayuda a no dejar pasar los buenos momentos que ocurren en la vida cotidiana, y a no alimentar el sufrimiento cuando vivimos momentos difíciles.
Ese camino es la práctica de mindfulness.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de mindfulness? Para comenzar, es importante saber que este término, cada vez más difundido en el mundo, se ha traducido al castellano como “atención plena” o “conciencia plena”. Otra traducción es “presencia plena-conciencia abierta”, realizada por el reconocido científico chileno Francisco Varela.
¿Qué quiere decir esto? La posibilidad de estar atentos y abiertos al momento presente, sin interferir nuestra experiencia con prejuicios o pensamientos sobre lo que “debería” o “podría” ser. Según el experto en mindfulness, Christopher Germer, la experiencia de mindfulness implica tres elementos: 1) estar conscientes 2) del momento presente 3) con aceptación. Si falta cualquiera de estos tres podríamos decir que no se trata de una experiencia de mindfulness, sino, como algunos la han llamado, de “mindlessness”, inconsciencia o estado de “piloto automático”: cuando la mente divaga de un lugar a otro sin estar conectada en lo más mínimo con lo que está pasando aquí y ahora. Cuando estamos en piloto automático, anticipamos lo que pasará imaginando escenarios futuros (catastróficos, la mayor parte del tiempo) los que probablemente jamás llegarán a ocurrir (ponemos “forward” a nuestra mente). O bien, nos vamos al pasado (apretamos “rewind”) rememorando lo que pasó e imaginando lo que “podría” o “debería” haber ocurrido.
Dicho de otra manera, el cuerpo siempre está aquí, haciendo cosas: levantándose en la mañana, haciendo el desayuno, preparando el café. Mientras tanto, uno está pensando en 80 mil cosas. El cuerpo, entonces, se mueve en piloto automático. Es como un vehículo sin conductor o una casa deshabitada, porque la mente está muy lejos de allí.
Cuando uno vive en modo “piloto automático” es mucho más fácil dejarse llevar por patrones automáticos de comportamiento que pueden ser perjudiciales para nosotros y los demás. Por ejemplo, dejarse llevar por la rabia y gritarle a quien queremos, arrepintiéndonos después. O devorarnos el refrigerador por la ansiedad que sentimos cuando hemos pasado un mal rato. O mantenernos corriendo entre una actividad y otra, sin respiro ni descanso, pensando que así lograremos controlar el mundo y bajar nuestro estrés, logrando justo el efecto contrario: estar cada vez más estresados y agobiados. Cuando apretamos “Forward” constantemente, anticipando futuros catastróficos, la ansiedad se hace nuestra compañera habitual. Por otro lado, cuando ponemos “rewind”, solemos cultivar quizá sin querer, una íntima amistad con la culpa, la rabia y el resentimiento. Es por esto que ser conscientes del piloto automático es tan importante para comenzar un camino de mayor salud y bienestar. Es el paso que nos permite ser conscientes de nuestros hábitos mentales, y de las verdaderas emociones que estamos cultivando día a día con nuestros pensamientos y acciones.
¿Le ha pasado conocer a una persona, preguntarle su nombre y olvidarlo tan pronto lo ha escuchado? ¿O romper o echar a perder cosas justo cuando está más apurado? Esos también son ejemplos de “mindlessness”.
Con la práctica de mindfulness nuestra atención puede ser dirigida hacia el presente, sin quedarnos “enganchados” en el pasado o futuro y sin resistirnos constantemente a lo que nos sucede en el presente. La práctica de mindfulness puede ayudarnos a “dar un paso fuera de nuestro condicionamiento para poder ver las cosas más frescamente”[1], como dice el psicólogo Christopher Germer.
Complementando estas ideas están las definiciones realizadas por otros autores. Por ejemplo, el maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh dice que la práctica de mindfulness “es mantener viva la conciencia en la realidad presente”[2]. El psicólogo estadounidense Daniel Goleman, por su parte, señala que mindfulness sería “estar frente a la desnuda realidad de la experiencia, observando cada evento como si estuviera ocurriendo por primera vez”[3]. Jon Kabat-Zinn lo ha definido como “prestar atención de manera particular, con un propósito, en el momento presente y sin juicios mentales”[4]. Y el psicólogo español Vicente Simón dice que es “la capacidad humana universal y básica que consiste en ser conscientes de los contenidos de la mente, momento a momento”[5].
La práctica de mindfulness no tiene nada que ver con dejar de ser quienes somos o con abandonarlo todo e irnos al monte a meditar. Por el contrario: es un camino abierto y dispuesto en todo momento para todos quienes deseen comenzar a relacionarse consigo mismos y con lo que sucede en sus vidas de una manera más directa, menos interferida por los juicios, opiniones y críticas.
Pablo Neruda, nuestro reconocido poeta, describe manera intuitiva y lúcida la invitación que nos hace la práctica de mindfulness:
A Callarse
Ahora contaremos hasta doce y
nos quedaremos todos quietos.
Por una vez sobre la tierra,
no hablemos ningún idioma;
por un segundo, detengámonos;
no movamos tanto los brazos.
Será un minuto fragante,
sin prisas, sin locomotoras;
todos estaríamos juntos
en una quietud instantánea.
Los pescadores del mar frío
no harían daño a las ballenas,
y el trabajador de la sal
miraría sus manos rotas.
Los que preparan guerras verdes,
guerras de gas, guerras de fuego,
victorias sin sobrevivientes,
se pondrían un traje puro
y andarían con sus hermanos
por la sombra, sin hacer nada.
No se confunda lo que quiero
con la inacción definitiva:
la vida es solo lo que se hace,
no quiero nada con la muerte.
Si no pudimos ser unánimes
moviendo tanto nuestras vidas,
tal vez no hacer nada una vez,
tal vez un gran silencio pueda
interrumpir esta tristeza,
este no entendernos jamás
y amenazarnos con la muerte.
Tal vez la tierra nos enseñe
cuando todo parece muerto
y luego todo estaba vivo.
Ahora contaré hasta doce
Y te quedarás quieto.
¿Parece difícil? En realidad es algo muy simple y que todos hemos vivido en algún momento. Cuando nace un hijo, cuando viajamos a una cultura o país diferente, cuando estamos en la naturaleza. Estoy segura que cada uno de nosotros ha vivido alguna experiencia de estar completamente presente en el momento alguna vez. Lo que conoceremos en las próximas columnas es como cultivar esta capacidad, para que la posibilidad de estar atentos y conscientes se haga más frecuente y profunda. Todos invitados.
[1] GERMER, SIEGEL & FULTON (2005), “Terapia Cognitiva para prevenir recaídas en depresión”
[2] NHAT HAN, T. (2000): Las claves del zen. Madrid: Editorial Neo Person, p.11.
[3] GOLEMAN, D. (1996): The meditative mind. Nueva York: Paperback, p.20.
[4] KABAT-ZINN, J. (2004): Vivir con plenitud las crisis. Barcelona: Ed. Kairós
[5] SIMÓN, V. (2007): Mindfulness y Neurobiología en Revista de Psicoterapia, XVII (66-67): 5-30, p.8.
Read moreCon la modernidad las mujeres hemos ido ganando mas autonomía y una serie de derechos que hasta los años 50, eran impensables para nuestro género. Desde entonces, hemos logrado planificar cuántos hijos tener, votar, salir a trabajar y ser económicamente independientes.
El lado “B” de esto es que nos hemos visto obligadas a cumplir muchos roles, los que la mayoría de nosotras, no alcanzamos a “cumplir bien”. Basta revisar un día “tipo” de cualquier mujer: nos levantamos, levantamos a nuestros hijos, preparamos el desayuno, los llevamos al colegio, batallamos por nuestro espacio en la oficina, volvemos a la casa, nos hacemos cargo de las labores domésticas, somos pareja y muchas veces también nos hacemos cargo de nuestros padres.
Con esta infinita cantidad de roles y responsabilidades, es fácil sentir que no damos abasto y que siempre estamos en el lugar equivocado. En el trabajo, recordamos los pendientes que tenemos con nuestros hijos, con nuestra pareja, con la casa. Cuando estamos con nuestros hijos, recordamos la larga lista de cosas sin hacer que dejamos en el trabajo. Con ese ritmo, lo único que cultivamos es la sensación de insatisfacción y culpa de no estar siendo “suficientemente buenas”: buenas madres, esposas, trabajadoras, hijas, amigas y un largo etcétera de roles “mediocremente” cumplidos.
El multitasking, que se ha elevado como una habilidad tremendamente deseable y necesaria en el mundo actual, tiene sus bemoles. La presión por cumplir las expectativas en ámbitos diversos e infinitos nos hace caer en una espiral de culpa, descontento y ansiedad. Muchas sentimos que para ser queridas debemos hacerlo bien todo. Centramos nuestra existencia en satisfacer las demandas que se nos hacen desde distintos flancos, haciendo “rendir” el día lo más que podemos. Todo esto a un costo muy alto, que implica muchas veces desconectarnos de lo que sentimos, evadirnos del presente por estar absortas en nuestros pensamientos y, finalmente, estar ausentes en nuestra vida. Estamos siempre viviendo en otro momento: en el momento en que tendremos más tiempo para estar con nuestros hijos, en el momento en que tendremos más tiempo para dedicar al trabajo, a la pareja, a la casa, a la vida, a nuestros intereses. Siempre estamos anticipándonos, apuradas por estar en ciertos lugares o culpables por no haber estado lo suficiente en otros.
El problema es cuando la meta es lo único que vale y todo lo demás se transforma en un tramite para “llegar” y “cumplir”. Entonces, uno corre, corre, corre. Y nunca es suficiente.
Nos auto imponemos un nivel de exigencia y de perfección que lo único que hace es ayudarnos a cultivar la pena y la rabia con nosotras mismas, porque –ya lo sabemos– la perfección no existe: uno nunca llegará a ser todo lo buena madre que quiere ser; ni tendrá la casa todo lo perfecta que la quiere tener, aunque tengamos esa manida fantasía de que cuando tengamos todo ordenado, cuando los niños estén grandes y titulados, cuando ya tengamos la casa propia y funcione bien, y tengamos ahorros y podamos salir de vacaciones, entonces, llegaremos a la felicidad verdadera. Nuestra vida se asemeja a esa esquiva ambición de querer tener siempre todos los cajones bien ordenados, cuando, en realidad, siempre habrá algo desordenado, en movimiento, cambiando. Vivir aspirando a un mundo de perfección, entonces, tiene un costo demasiado alto.
Por esto mismo, no es raro que los índices de ansiedad y depresión en mujeres chilenas sea alarmantemente elevado, lo que sin lugar a dudas tiene un costo social altísimo dado el rol fundamental que tenemos tanto en la familia como en el trabajo.
Es por esto que ahora mas que nunca se nos hace tremendamente importante incorporar espacios de autocuidado para la mujer. Es urgente considerar nuestra salud mental como un derecho y una necesidad, porque esto no solo nos afecta a nosotras sino también a todos quienes nos rodean.
Y es aquí donde la práctica de mindfulness (atención plena) y de la compasión son fundamentales. La posibilidad de cultivar la atención al momento presente y dejar por unos instantes de lado todos los “pendientes” y los “deberia”, además de una actitud amable con nosotras mismas es de suma importancia. Esto comienza por tomar conciencia de la sobrecarga a la que nos sometemos, lo difícil que nos resulta delegar y pedir ayuda, y de la posibilidad real de hacer algo diferente, sin transformarnos en una superwoman. Porque estoy segura que mas de alguna esta pensando: ¿y ahora ademas quieren que practique mindfulness? ¡Solo lo puede lograr una superwoman! (¡o esa odiosa conocida con la que nos comparamos y que parece hacer todo bien!).
Cuidarnos a nosotras mismas es posible, y no necesariamente tiene que ver con gastar grandes sumas de dinero en terapias alternativas, hacernos cirugias plásticas para lograr el cuerpo deseado, o destinar tiempo que no tenemos internándonos en un “spa”, un “ashram” o irnos a la India a un retiro espiritual. No.
Tiene que ver con tomar la decisión de emprender un camino quizás no fácil pero necesario, de conocernos mejor, tomar conciencia de nuestras capacidades y limitaciones, practicar la aceptación de lo que no podemos cambiar y darnos esa cuota de amabilidad que suele ser tan esquiva con nosotras mismas.
En el camino hacia el bienestar, las prácticas de mindfulness y compasión son excelentes aliadas, y las iremos conociendo en las próximas columnas.
Bárbara Porter J. Psicóloga Clínica PUC
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