Sumergidos en la mitad de la crisis sanitaria Covid-19, pandemia mundial y primera de nuestra generación, nadamos en la incertidumbre sobre el futuro inmediato y se va poniendo luz a realidades que, aunque siempre supimos que estaban, se habían vuelto invisibles.
Las crisis son las grandes incubadoras de nuevas oportunidades, nos obligan a sacarnos el piloto automático y a movernos en aguas desconocidas. Nos enfrentan a lo que nos desafía, a los miedos más profundos y también nos dan la posibilidad de mirar lo que funciona o no en nuestra vida. Nos obligan a hacer cambios, derribar obstáculos -la mayoría mentales- que nos detienen el avance y también sacan lo mejor de cada persona. Sólo miren a su alrededor: ¿Cuánta fuerza, pasión, amor, creatividad, determinación, solidaridad y colaboración, entre otras virtudes y emociones positivas, han detectado en medio de la actual crisis sanitaria? Seguramente muchas. Personalmente, me emociona observar a las personas, sobre todo a las mujeres en su reinvención, poniendo todas sus capacidades al servicio y enfrentando la incertidumbre desde su máximo potencial.
Una de las manifestaciones que abre posibilidades en el mundo, es la noticia que destaca el trabajo de varias mujeres jefas de Estado durante esta pandemia. Países dirigidos por mandatarias como Nueva Zelanda, Islandia, Alemania, y Dinamarca, entre otros, han sido reconocidos por iniciativas que han resultado más efectivas en el manejo de la crisis del COVID-19, señal significativa, teniendo en cuenta que menos del 10% de todas las naciones del mundo están lideradas por mujeres.
Observamos cómo ellas, quienes lideran países, han tenido una particular disciplina, sensibilidad y capacidad de respuesta frente a la crisis sanitaria y, desde ahí, están desarrollando mejores políticas para atravesar la situación actual y también para el futuro.
¿Y por qué sucedió esto? Una de las respuestas, es que las mujeres que están en cargos de decisión tienden a enfocarse en los bienes más esenciales, como la salud y la educación, y en observar con amplitud de mirada a las personas más vulnerables. No quiere decir que los hombres no tengan esta sensibilidad, sin embargo, en un escenario como el actual y con escasas mujeres ocupando espacios de liderazgo, se nota la ausencia y cabe preguntarnos: ¿Requerimos más líderes mujeres para enfrentar las crisis? ¿Qué hace que nosotras abordemos un problema tan grande de manera tan efectiva? ¿Por qué las mujeres, a pesar de tanto avance, seguimos sin ocupar lugares de liderazgo?
Estas preguntas son complejas y largas de contestar, no obstante, creo importante mantenerlas vigentes y hacer el ejercicio de responderlas en nuestra propia experiencia.
Abordar estas interrogantes comenzó a convertirse en una misión personal en estos días, porque, si nosotras ocupamos más espacios de liderazgo, el mundo ganará, hay evidencia suficiente de que así será. Es urgente inspirar, fortalecer y despertar el liderazgo de las mujeres, no podemos seguir esperando, las crisis vienen cada vez más seguidas.
Esta convicción me ha llevado a iniciar reflexiones, especialmente sobre el ejercicio del liderazgo, pero en este caso, desde “lo femenino” más allá del “liderazgo femenino” en sí, de esta manera nos salimos de la caja con las etiquetas estereotípicas y se deja el espacio para que los hombres también lideren desde ese estilo, forma, o como se le quiera llamar.
Las conversaciones acerca del tema con decenas de mujeres líderes me han permitido mirar más allá de mis propias ideas y vivencias y, además, descubrir cómo cada una de ellas ha ido forjando una manera particular de liderar, la mayoría sin grandes apoyos, sacando lo mejor de sí. ¿Cómo hacemos eso? ¡Igual que cuando enfrentamos las crisis! Claro, porque no es habitual movernos en este mundo de liderazgo que ha sido reservado históricamente para los hombres, entonces, cuando a nosotras nos toca sentarnos en la punta de alguna pirámide, nos movemos, al principio al menos, en la incertidumbre total.
Uno de los mayores obstáculos que las mujeres tenemos para dar el primer paso es la auto declaración: Soy una mujer líder. A la mayoría nos da miedo decirlo, aunque lo estemos sintiendo, incluso aunque estemos ejerciendo el liderazgo. Para esto, como para tantas cosas, necesitamos que nos den permiso, o nos proclamen y, ese obstáculo, aunque creamos que es propio y personal, es colectivo en nuestro género porque es cultural, viene desde antes de nuestro nacimiento y es invisible.
Como dijo el Principito: “He aquí mi secreto que no puede ser más simple”. Todas estamos capacitadas para liderar en cualquier momento de nuestra vida. Margaret Thatcher lo verbalizó perfectamente en 1979, cuando se convirtió en primera ministra británica, con su frase: “Cualquier mujer que entienda los problemas de llevar una casa estará más cerca de entender los problemas de llevar un país”, poniendo en la mano de las mujeres la llave para abrir las puertas que están cerradas por la construcción social y la cultura, entre otras razones, pero, más que todo, cerradas por nuestras propias limitaciones y autocensuras que no nos permiten levantar la mano cuando se hace la pregunta ¿Quién va a liderar hoy?
La invitación es a construir una base sólida de auto confianza, que se elabore con fuertes convicciones y, por sobre todo, un compromiso a toda prueba, pues éste nos da la fuerza para levantarnos, sacar la voz y ser líder en un mundo con códigos masculinos, que sólo se podrán intervenir si nos internamos con valor y apoyo mutuo para desarrollar este nuevo liderazgo “desde lo femenino” y que se valore cada día más, para que contribuya ampliamente a crear un país y un mundo mejor para las nuevas generaciones.
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