Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo
Los niños necesitan de adultos que los acompañen de cerca en su desarrollo, que los cuiden, que les ayuden a manejar el estrés, que descifren sus conductas, traduzcan los estados emocionales que le subyacen y les presten estrategias de regulación interna mientras desarrollan las propias. El espejo es necesario para mirar nuestro mundo interno e identificar lo que nos ocurre cuando nuestro hijo nos exige atención de maneras poco claras desde el punto de vista adulto (pataletas, gritos, travesuras, etc.) y que muchas veces juzgamos de innecesarias, inapropiadas y/o desproporcionadas. Estas formas de expresión muchas veces nos desorientan, no comprendemos qué necesitan, por qué se comportan del modo en que lo hacen y no sabemos cómo responder. Nos urge tener claridad sobre lo que les está pasando y sobre cómo abordar la situación. Más aún cuando tenemos un sistema escolar que muchas veces nos presiona y demanda una solución.
En este contexto, surge con fuerza la pregunta del cómo hacerlo, cómo resolvemos concretamente los conflictos que se presentan en el día a día con nuestros niños manteniendo una postura de empatía y respeto. Si bien en este tiempo existe una proliferación importante de información, movimientos de crianza y acompañamiento a padres, es frecuente escuchar sobre la queja parental acerca de sentirse juzgados, solos y desorientados. ¿Será que estamos buscando en el lugar equivocado?, ¿o sobrevalorando la opinión de otros por sobre nuestra intuición, nuestra experiencia, lo que nos muestra nuestro espejo? Este “otro” puede tomar diferentes formas, puede ser alguna amiga, el libro de crianza, la abuela, el padre del niño, la última publicación científica acerca del tema, el grupo de amigos, el psicólogo del blog. Este mirar “afuera”, ha traído consigo una sensación de incompetencia y frustración en muchos padres que buscan seguridad, alivio y conocimiento en lo que muchas veces parece más un merchandising de la crianza que recursos o apoyos secundarios a la experiencia y reflexión de los propios padres. Cuando ese “otro” pasa a tener un lugar principal en nuestras decisiones y dejamos de usar el espejo y de escuchar nuestra intuición y sentido común, todo aquello que pudiera tener un impacto positivo al ser un apoyo (lecturas, reflexiones de expertos, evidencia científica, grupos de apoyo y un gran etc.) podría convertirse en una amenaza para nuestro quehacer como padres. Todo está en la relación que establecemos con los recursos disponibles; qué lugar van a ocupar en nuestra forma de ser padres, cómo organizamos la información que nos brinda la evidencia científica y sustenta los principios de la crianza con apego seguro para que nos ayude y no se nos convierta en modelos ideales e imposible de padres perfectos, que no fallan, sin dificultades.
Esta ilusión de “padres perfectos” acompaña a un gran número de personas que quiere ser la mejor versión de padres que puedan ser. Muchos de ellos refieren inseguridad, sentimientos de incompetencia y mucha frustración. Es cada vez más habitual encontrarse con espacios depositarios incluso de una rabia desmedida de personas que critican la crianza respetuosa, comentarios poco ajustados cargados de prejuicios, descalificaciones y discusiones entre grupos de madres surgidos desde la frustración y la desorientación y que nada aportan. Se pierde el rumbo, el equilibrio, el fin último que sostenía nuestra búsqueda: ser buenos padres, unos suficientemente buenos.
Mi intención es plantear la necesidad de devolver a los padres la capacidad de pensar y encontrar sus propias soluciones, considerando lo que ven en el espejo, lo que les aporta la experiencia, lo que nos aporta la ciencia, lo que cuentan las abuelas. Las decisiones que se toman integrando quiénes somos y qué queremos para nuestros niños, en un marco de respeto a la individualidad y mirada consciente acerca de nosotros mismos ilumina la ruta.
La maternidad y paternidad es un desafío constante, nos enfrentamos a escenarios cambiantes con sentimientos y emociones que a veces son gratificantes y otras dolorosos y frustrantes. La intensidad y velocidad de las experiencias hace que sea fundamental tomarnos un tiempo para pensar, cuestionar, re-pensar, integrar y reconstruir nuestros modos de llevar a la práctica nuestra parentalidad. Este proceso psíquico que va evolucionando con nuestras experiencias de ser padres requiere de decisión y del espejo que nos permite mirar nuestro mundo interno e identificar lo que nos ocurre cuando nuestro hijo nos exige atención o contención de maneras que requieren de una lectura más allá del comportamiento (pataletas, gritos, travesuras, etc.), así como también de buscar recursos para responder sensiblemente a su necesidad, haciéndonos cargo de nuestras limitaciones sin perder la confianza en nuestro sabio interior.
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil