Muchas corrientes de pensamiento, encabezadas por el psicoanálisis y seguidas por otras muchas, consideran a los padres como causa, o por lo menos, la vía principal, por donde los programas de pensamiento del ego llegan hasta la mente inconsciente, quedándose a vivir allí hasta que pueden ser detectados (o no), comprendidos, analizados, etc.
Muchas veces mediante largos procesos que duran toda la vida terrenal del cuerpo, llegando a formar parte, como no, del sistema de pensamiento del ego, con el cual éste está fuertemente entretenido. Una visita semanal o quincenal al analista para seguir ahondando en lo que se cree que son las causas de la infelicidad puede constituir, y de hecho lo hace a menudo, en parte importante de ese deseo de ser especial tan importante para la supervivencia del ego. Y al mismo tiempo lo mantiene sujeto a su ocupación favorita: Buscar preguntas y no respuestas. Se me ocurre que la típica imagen del psicoanalista en silencio mientras deja que su paciente se haga preguntas sobre el origen de sus males y su posible solución, sería una magnífica imagen gráfica que nos podría ayudar en la comprensión de ese pasatiempo del ego: Buscar causas en aquello que solo son efectos. Como dice UCDM:
“Sin causa no puede haber efectos, mas sin efectos no puede haber causa….El cuerpo puede curar gracias a los efectos de la pureza, los cuales son tan ilimitados como ella misma. No obstante, toda curación tiene lugar cuando se reconoce que la mente no está dentro del cuerpo, que su inocencia es algo completamente aparte de él y que está allí donde reside la curación. ¿Dónde se encuentra, entonces, la curación? Únicamente allí donde a su causa se le confieren sus efectos. Pues la enfermedad es un intento descabellado de adjudicar efectos a lo que carece de causa y de hacer de ello una causa.”
No niego el valor de todas las disciplinas que el hombre ha inventado para poder “descubrir las causas” y cambiar los efectos que éstas tienen sobre el estado mental del individuo. Pero todas fallan en lo mismo: En realidad solo cambian unos efectos a priori muy perjudiciales por otros que no lo son tanto. Y, por tanto, se sigue conviviendo con la causa, aletargada, pero presente como una bomba de relojería lista para estallar cada vez que encuentra un estímulo emocional que dispara la espoleta. Algo que ilustra maravillosamente Eckhart Tolle en El Poder del Ahora cuando habla del cuerpo-dolor:
“Toda emoción negativa que no enfrentemos y reconozcamos deja tras de sí un rastro de dolor…crea una impronta emocional/energética de dolor que queda almacenada en alguna parte del cuerpo físico/mental.
Todos los vestigios de dolor que dejan las emociones negativas fuertes y que no se enfrentan y aceptan para luego dejarse atrás, terminan uniéndose para formar un campo de energía residente en las células mismas del cuerpo. Está constituido no solamente por todo el sufrimiento desde la infancia hasta la vida adulta… Este campo de energía hecho de emociones viejas pero que continúan muy vivas en la mayoría de las personas, es el cuerpo del dolor.
El cuerpo del dolor no es solamente individual. También almacena el sufrimiento experimentado por un sinnúmero de seres humanos a lo largo de una historia de guerras tribales, esclavitud, violaciones, torturas, etc. Ese sufrimiento permanece vivo en la psique colectiva de la humanidad y se acrecienta día tras día como podemos comprobarlo viendo los noticiarios u observando el drama de las relaciones humanas.”
Y, claro está, padres y madres, calificados como “castradores”, “sobreprotectores”, “ausentes”, “maltratadores”, “torturadores” y un largo etcétera de etiquetas, son a menudo nuestros “culpables favoritos”, a los que les otorgamos interior y exteriormente el papel de villanos en nuestra percepción del sueño. Del despertar del cual nos alejamos cada vez más cuando el cuerpo-dolor reacciona una y otra vez a los pensamientos que refuerzan este guión. “No puedes despertar del sueño si crees que no eres el soñador.”
Si a esto le sumamos esa parte, tan bien guardada en nuestra sombra, del programa que tiene que ver con que “debemos honrar a nuestros mayores”, “cuidarles”, “amarles y respetarles”, etc., ya tenemos la máquina de generar y acumular culpa perpetuamente en marcha.
Y no solo eso: La lucha interna entre la proyección de la culpabilidad en ellos y el deseo de cumplir con las expectativas del programa del buen hijo o hija, mezclado con la cotidianeidad, la convivencia y, por tanto, con la frecuencia de que esas emociones y esas espirales de pensamiento negativo se disparan, retroaliméntadose constantemente, como busca siempre el sistema de pensamiento del ego, hacen que desemboquemos en enfermedades calificadas por la medicina como “crónicas” (puesto que crónico es el pensamiento tóxico que se solidifica en nuestra mente), “incurables” y “terminales” (pese a que no terminan nunca, puesto que la muerte no existe).
Extracto curso Ucdm
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