Comportarse, simplemente, como un ser humano

Pocas veces las personas se paran a reflexionar sobre su verdadera naturaleza ni a hacerse preguntas sobre lo realmente importante en la vida. En general, esas preguntas solo aparecen ante crisis o reveses, ante los cuales seguir instalados en la rutina como si la existencia se redujera simplemente a eso, ya no resulta posible.

Quizás debiéramos aprovechar aprendizajes ajenos a través del ejemplo de otras personas, antes de vernos sumidos en una emergencia, y vernos forzados a sacar lecciones y tener que demostrar quiénes somos de verdad. A veces resulta más fácil comprender nuestras propias capacidades a través de la historia de otra persona, especialmente si la historia de esa persona es impactante. Un claro ejemplo de esto apareció hace un tiempo en un artículo del New York Times sobre cómo Alemania cambió el nombre de una base militar para honrar a un sargento de la Segunda Guerra Mundial. Este sargento en particular, Anton Schmid, era un electricista austríaco forzado a enrolarse en el ejército alemán durante la guerra, y fue enviado a Lituania. En el verano de 1941, los nazis lanzaron una campaña genocida de asesinatos en masa y deportaciones a campos de exterminio que, en tres años, asesinó sistemáticamente a unos 180.000 judíos, es decir, alrededor del 94% de los judíos que vivían en Lituania.

Schmid, siendo testigo de tan tremenda barbarie, decidió desobedecer a sus oficiales superiores y ayudó a más de 250 hombres, mujeres y niños a escapar, escondiéndolos y proporcionándoles documentos de identificación falsos. Terminaron por descubrirle, le arrestaron y fue ejecutado por los nazis debido a dichos actos.

Las acciones del sargento Schmid revelan el asombro y el dolor de lo que significa comprender la verdadera humanidad que yace en cada uno de nosotros. Mientras estaba en la cárcel esperando ser ejecutado, Schmid le escribió a su esposa el horror de ver a los niños golpeados mientras eran llevados a los guetos para ser fusilados: «Ya sabes, tengo un corazón blando. No podía pensar y tenía que ayudarlos». Estas palabras capturan el repentino florecimiento de una profunda madurez y altruismo, provocados por un reto al que ninguno de nosotros querríamos enfrentarnos jamás. En una de las muchas paradojas que tiene la vida, presenciar los actos de inhumanidad de los nazis fue la oportunidad que permitió que Schmid tuviera un comportamiento de una valentía y generosidad impresionantes.

Este impulso a la ayuda espontánea parece surgir de la esencia de la naturaleza humana. Sucede cada día entre familiares, amigos e incluso entre extraños. Pero la historia de Schmid se destaca porque muy pocos acudieron en ayuda de los judíos de Alemania en esos terribles años, y porque no solo conllevó su muerte, sino que también murió como traidor a los ojos de su gobierno y su país.

«Simplemente me comporté como un ser humano», escribió Schmid en su última carta a su esposa. Ojalá cada uno de nosotros podamos comportarnos con ese coraje, integridad y dignidad cuando nos enfrentemos a los desafíos que se encuentran en el camino de nuestra vida.

Roger Cohen, el periodista que escribió el artículo sobre Schmid, citó al ministro de defensa de Alemania en el discurso de dedicación de la base militar: «No somos libres de elegir nuestra historia, pero podemos elegir los ejemplos que tomamos de esa historia».

¿No se aplica esto igualmente a nuestra historia personal? No podemos elegir muchas cosas de nuestra historia personal: la genética, el azar, las circunstancias de nuestro entorno… Pero sí podemos elegir nuestras acciones, y esas determinarán en quiénes nos convertimos como seres humanos.

Para usar otro ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, el psiquiatra Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido escribió: «Nosotros, los que vivimos en campos de concentración, podemos recordar a los hombres que caminaron a través de las chozas para consolar a los demás, regalando su último pedazo de pan. Pueden haber sido pocos en número, pero ofrecen pruebas suficientes de que todo puede ser quitado a un hombre, salvo solo una cosa: la última de las libertades humanas, la de elegir tu actitud y tu comportamiento ante cualquier circunstancia». En estos tiempos revueltos donde las personas se dejan arrastrar como si no tuvieran voluntad, estas palabras pueden ser de un valor incalculable.

Autora: Mónica Esgueva

Fuente: El Huffington Post

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