Los bebés toman leche a demanda, su mecanismo de regulación hambre/saciedad es perfecto, sus cuerpos les dicen cómo, cuánto y cuándo comer. Pero resulta que a los 6 meses, de golpe y porrazo y de un día para el otro dejamos de confiar en esta autorregulación y estructuramos las comidas sin tener en cuenta lo que bebé nos marca.
Muchos de quienes trabajan en salud estresan por demás a madres y padres con la alimentación complementaria, con fotocopias generalizadas llenas de medidas, tamaños y raciones MUY estrictas, desvalorizando la lactancia materna y promocionando cereales “para bebés” llenos de azúcares e hidratos de carbono simples, entre otros alimentos chatarra, poco ecológicos y absolutamente innecesarios y hasta dañinos. Y mientras, las mamás se preocupan porque sus crío de 7 meses no come todo el menú que les prescribió el pediatra.
Sin embargo, la leche materna (o de fórmula) sigue siendo el alimento por excelencia durante todo el primer año de vida y la alimentación complementaria es solo eso: complemento, es la primera aproximación del niño con alimentos necesarios distintos de la leche que se establece a partir de los 6 meses “(…) con el fin de facilitar unos niveles de desarrollo y de salud adecuados (…)”. Durante esta etapa debemos darle a la criatura la oportunidad de explorar, de probar, de escupir, de tocar, seleccionado alimentos adecuados, nutritivos, seguros y saludables.
Escuchemos a los niños! y mientras crezcan saludables y de manera adecuada ignoremos a los opinologos dinosaurios de turno, gurús de dudosa procedencia o “profesionales de la salud” de la prehistoria.
Por Ana Acosta Rodriguez, autora del libro “La Crianza Rebelde”
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