Especialismo

Una de las creencias humanas más generalizada es que somos especiales. Desde niños nuestros padres nos inculcan que somos especiales, ya sea por alguna habilidad, un talento específico o simplemente por la proyección egocéntrica de que somos sus hijos.

Esto asienta la idea del especialismo. Nos sentimos especiales, diferentes del resto, un poquito más arriba que los demás por ese par de cosas en que destacamos. Y comenzamos a mirar y configurar la realidad desde esa creencia.

El mundo se comienza a dividir y separar entre “nosotros”, los especiales, y ellos, los comunes y corrientes. Una sutil arrogancia, una superioridad que comienza tenuemente y que en la mayoría de las personas se solidifica como un ego asentado y discriminador hacia la adultez.

El mayor síntoma de este especialismo es la creencia de que las personas nacemos diferentes, que desde la cuna y el origen tenemos diferencias naturales, confundiendo cualquier diferencia accidental (por ejemplo, el entorno socio-cultural en el que nacemos) con una diferencia por naturaleza. Lo rudo de esta creencia es que no visualiza el principio de igualdad natural al nacer. ¿Qué diferencia hay entre dos bebés recién nacidos, sin la influencia de su ambiente? En la práctica, ninguna. La igualdad en cuanto legitimidad y dignidad humana es el principio fundante de la vida.

Pero el especialismo vive de la separación, de las diferencias, de la comparación y de los juicios. Por la razón que sea, me siento diferente y superior, de una casta diferente, de una clase excepcional, quizás de una raza superior. Este especialismo se traduce en cualquier juicio arrogante de separación en la lógica de nosotros-ellos, por ejemplo, humanos y humanoides, arios y el resto, ricos y pobres, del colegio X versus del colegio Y, de la religión tal, etc. Cualquier estereotipo que asiente la diferencia a mi favor.

A la base del especialismo está el ego, ese sistema de pensamiento que en cada momento en que aparece alguna intuición lúcida de que el especialismo está generando consecuencias inefectivas se encarga de convencerte que estás en el camino correcto.

¿Cuáles son las principales comportamientos que dan cuenta del especialismo?

Cualquier comportamiento que divida, separe y segregue, donde siempre es necesario tener la razón y ganar. Su lema parece ser «es mejor tener la razón y ganar que ser feliz». En las relaciones humanas eso significa que yo gano y tú pierdes, por lo que la competencia interpersonal es lo propio de los especiales. Se crean atmósferas de desconfianza con los otros, de control, de un ejercicio vertical y férreo de la autoridad. Naturalmente no veo a los demás como pares, sino como competidores que amenazan aquello que quiero lograr. Comienzo a vivir en un mundo paranoico de ataque y defensa. Mis armas son los juicios y la descalificación. Mi premio, algún tipo de poder.

El especialismo construye relaciones especiales. Identifico “gente como uno”, verdaderos pares, otros especiales tan especiales como yo. Nos juntamos. Armamos relaciones de pareja, vamos a los mismos colegios, somos amigos, trabajamos juntos, creamos nuestro propio gueto de clase especial. Y el ego susurra, “viste que la intuición del error del especialismo es falsa, hay más especiales como tú, naturalmente pocos. Eres parte de los elegidos”.

Los especiales tienen mucha fe en aquello que es su fortaleza, por ejemplo, el dinero, el intelecto, la red de relaciones, un amor especial, una inspiración que se siente única, una parcela de poder, una causa, el sacrificio, la resignación, al agüante, el trabajo único. Da lo mismo qué sea. El tema es que se interpreta para sentirse especial. Son los propios ídolos.

¿Qué consecuencias tiene el especialismo?

Tiene consecuencias que desde lo mundano y en el sistema de pensamiento del ego se valoran. Mirado desde la profundidad de lo humano y en perspectiva existencial, la inefectividad del especialismo es altísima. Son personas que se quedan solas, angustiadas en su conciencia e intimidad, acosadas por el sufrimiento, el dolor y la desesperanza, y la angustia de intuir que el mundo debe ser algo más que la conquista y posesión de esos ídolos tras los cuales han guiado su vida, que sólo les dan poder y orgullo transitorio.

El vacío existencial del especialismo es que sabe que el ego fue una mala opción, pues, más allá de los triunfos egocéntricos, la ausencia de sentido y amor verdadero se cuela por todas parte. Se intuye que la otra opción, además del ego, era el camino del espíritu, con un sistema de pensamiento completamente diferente. Pero el ego se encargará de decir que eso es para los débiles, los esotéricos y los espirituales que no saben nada del mundo real, rudo y competitivo en que los especiales son diestros.

¿Quiénes son los especiales? Cada uno de nosotros. Tú que lees, yo que escribo, todos. Sabemos que sentirnos especiales nos tiene cuesta abajo en la rodada. ¿Quiero salir del especialismo?, ¿ha sido más ventajoso o desventajoso?, ¿qué me dice mi interior? Si intuyo que el especialismo egocéntrico me tiene angustiado, sin perspectiva y agotado del día a día, ¿cómo salir del especialismo?, ¿qué hacer?, ¿qué nueva elección necesito transitar?

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

 

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Cómo vivir el qué

La mayoría de nosotros configura su vida en función de qué hacer. Nos desvela conseguir nuestros logros, alcanzar reconocimiento y ser exitosos en nuestros emprendimientos y tareas, con la expectativa que ello nos traerá felicidad y paz.

Destinamos muchas horas de nuestra vida a pensar cada detalle de qué hacer con la vida, ya sea en los estudios, la pareja, el trabajo, la familia, donde vivir, en una suerte de planificación estratégica de la vida personal. Este diseño de posibles logros se hace basado en las ideas valoradas socio-culturalmente, es decir, lo que otros dicen que debemos hacer. Casi todos asumimos mansamente ese camino, pues al momento de las primeras decisiones, en la adolescencia, nuestra seguridad emocional y pertenencia socio-afectiva aún depende de hacer lo que nuestros padres y nuestro grupo de referencia consideran adecuado.

En la etapa de configuración de la identidad establecemos las metas vitales, el qué queremos lograr. Lo interesante es que la forma para lograr esas metas, cómo hacerlo, opera por obviedad: hacer lo que hacen casi todos. Se abre un camino automático tras el supuesto que si a otros les ha ido bien haciendo “lo obvio”, a mí también me irá bien. Son escasas las personas que tienen la lucidez y la fortaleza emocional para evaluar la efectividad de los medios a través de los cuales se buscará el qué, y optar por caminos diferentes del estándar socio-cultural.

Cuando se estudia a personas “exitosas”, aquellas que hicieron el camino tradicional para alcanzar sus logros, es frecuente observar un gran desbalance entre el yo exterior y su yo interior. En el “afuera” les ha ido bien y “el interior” suele estar despoblado, mustio y con una profunda carencia de sentido. Todos conocemos el arquetipo del “millonario pero solo y detestado”. Esa caricatura extrema es aplicable al desbalance de la vida de muchos de nosotros.

El logro del qué está lejos de asegurar felicidad, cariño y tranquilidad. El bienestar personal no está en los resultados, en los logros ni en los aplausos de los otros. Los logros suelen ser efímeros y cambiantes, por lo que sujetar la felicidad propia a lo que es volátil es un error humano básico.

El qué da lo mismo, es irrelevante. Podrá ser evaluado por nuestro ego como mejor o peor, pero no es significativo en el proceso evolutivo personal de conectar y sostener felicidad. La clave es cómo se vive el qué. Lo relevante es el fundamento y la causa que me mueven y no lo que hago, pues cualquier quehacer puede ser puesto bajo la inspiración de una causa originaria.

La clave no es el resultado, son los pasos del camino, el paradigma desde el cual opero en la vida, sus fundamentos y la actitud con la que habito la existencia. Esta idea parece tan simple y tan conocida por nuestra mente, no obstante algo sucede que no se ancla en nuestra convicción ni nuestro actuar cotidiano.

¿Cuáles son las características de ese “cómo vivir la vida” que asegura paz, armonía y felicidad? Existe abundante literatura científica y espiritual al respecto, desde diferentes perspectivas y con énfasis muy variados. Dentro de esa diversidad de miradas y caminos, existe un núcleo compartido de unicidad, una suerte de acuerdo implícito de aquello esencialmente importante. Algunos lo llaman la Fuente, la sustancia universal, la gran inteligencia directora, Dios o la luz, entre muchas denominaciones para nombrar lo inabarcable, inmutable y eterno. Como dicen los apofáticos, eso Superior es innombrable. Se puede decir lo que no es y no se puede nombrar lo que es.

“Eso”, existe. Es. Sus características son el amor, la guía perfecta, la paz, el compartir su esencia con todo ser viviente, la impermeabilidad a lo humano y el cambio, la inmutabilidad, lo eterno.

“Eso” está dentro de cada uno, lo creamos o no. No importa si te declaras espiritual, creyente, agnóstico o ateo. Da lo mismo y es parte del propio proceso de consciencia. Esa sustancia universal está dentro de todos. Para acelerar el camino evolutivo, lo esencial es conectar con ese fundamento. Y eso es simple: con meditación.

Lo difícil es que la mente egocéntrica, que se cree más creadora que El Creador, entienda que existe “Eso” superior que lo abarca todo y que conduce inevitablemente a la paz. El ego tiene montado un sistema cerrado de pensamiento para desacreditar estas ideas, pues la solo presencia de “Lo Superior” deshace el ego. Y el ego lo sabe. Por eso existen tantas trampas de la propia mente en el camino espiritual.

Una vez que se conecta con “Eso” superior que vive dentro de mí es necesario dejar que haga su trabajo. Casi todos sabemos sobre el poder del ahora o el vivir viviendo cada instante, sin preocuparse del pasado, del futuro ni el presente. Este vivir es en flow, sin pensar, pues la sola intelectualización nos saca del instante conectado.

Conectar, aceptar, vivir el instante conectado, fluir en la paz y no juzgar. Poner como fundamento de la propia vida a “Eso”. Este cómo se puede vivir con cualquier qué. Lo esencial es poner la propia vida en sintonía con “Eso” y sostenerlo mediante el cómo.

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

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Espiritualidad y empresa

Para la mayoría de las personas espiritualidad y empresa son términos incompatibles. La empresa trabaja “allá afuera”, en el campo de batalla donde todo vale, mientras la espiritualidad sería un fenómeno íntimo y personal “acá adentro”.
Para ver si existe algún punto de contacto entre ambos términos, cabe preguntarse qué es lo que define como espiritual a una acción o fenómeno. ¿Es la acción en sí misma? Por ejemplo, rezar sería un acto espiritual y lavar platos, un acto no espiritual. ¿Es posible entender el lavado de platos como algo espiritual? Por supuesto que sí. Lo que define lo espiritual no es el tipo de acción, sino la intención con la que se realiza, el propósito que se le asigna a los actos y cómo se hace, es decir, los valores que dan cuenta de una particular modo de hacer.
Lo espiritual no está en qué hacer, si no en cómo se hace. La clave es cómo se vive el qué. Lo relevante es el fundamento y la causa que me mueven y no lo que hago, pues cualquier quehacer puede ser puesto bajo la inspiración de una causa originaria. Para que esa motivación seminal sea calificada de espiritual debe remitir a valores perennes y balanceados, por ejemplo, el bienestar compartido, la ecología, la salud, la paz, la solidaridad, la equidad, la felicidad, entre otros.
¿Es posible que empresas de nuestro tiempo declaren como propósito de su acción organizacional alguno de estos valores humanos trascendentes? Claro que sí. Sucede tan escasamente que nos parece incompatible, no obstante crecientemente vemos emprendedores sociales, Empresas B y jefaturas que quieren lograr un balance saludable entre los resultados de la empresa y cómo se ejecuta ese camino.
Las empresas B están inspirados por modelos de negocios que aseguren un triple impacto: económico, social y medio-ambiental. Desde la perspectiva que estamos analizando, su propósito es espiritual, pues está movido por la búsqueda de un mundo mejor, equilibrando crecimiento empresarial y salud de las personas, comunidades y el planeta. La sostenibilidad, la felicidad organizacional y las organizaciones saludables son ideas de inspiración espiritual.
Rompamos la mirada miope de que la espiritualidad es un fenómeno individual e íntimo, para después del trabajo. Uno de los grandes desafíos organizacionales de este tiempo es convertir el trabajo en un escenario de despliegue existencial y espiritual, entendiéndolo como un lugar privilegiado para contribuir a otros y permitir la evolución personal y colectiva.
Lo que define si una empresa tiene vocación espiritual o no es su propósito final, el foco de sentido. Si sólo se busca ganar dinero y generar riqueza para uso de los dueños, no es una inspiración espiritual. Cualquier propósito egocéntrico, individualista y guiado por lo extrínseco (dinero, poder, fama, reconocimiento, consumo) no tiene la cualidad de espiritual.
Una empresa espiritual es aquella que busca generar una organización que promueva bienestar sistémico tras un sentido trascendente inclusivo, con prácticas respetuosas y amplificadoras de las personas, comunidades y el medio ambiente, y con una repartición equitativa de las utilidades y beneficios del hacer organizacional.
Silenciosamente decenas de personas están transitando este camino. Empresa y espiritualidad son palabras que esencialmente van de la mano. La supuesta incompatibilidad actual entre empresa y espiritualidad es porque la mayoría de quienes dirigen han puesto las empresas al servicio de unos pocos y no de los colectivos, con prácticas codiciosas y extractivas en todos los dominios y creyendo que la maximización de utilidad a cualquier costo es el mantra irrefutable de los directivos. Hay suficiente evidencia de hacia dónde lleva la mirada codiciosa y egocéntrica.
Lo que hace espiritual a una empresa es su inspiración y las prácticas que implementa. No tiene que ver con el qué. No es necesario cambiar el tipo de mercado, la naturaleza del negocio ni los mecanismos de coordinación y ejecución para que una empresa viva la espiritualidad. Tiene que explicitarse el para qué y generar prácticas saludables e inclusivas.
Finalizo con una hipótesis. Así como hoy sabemos mediante la investigación que los empleados felices y las prácticas promotoras de bienestar y felicidad en el trabajo generan ventajas competitivas indiscutibles en perspectiva de resultados, hipotetizo que en pocos años más seremos testigos de cómo la investigación confirmará que las personas con alto nivel de evolución personal y espiritual, trabajando en relaciones grupales marcadas por la confianza, el cuidado y la inclusión, serán las mejores generadoras de resultados organizacionales y contribución sistémica a la convivencia social.

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

 

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Los mitos de la felicidad

Los estudios de la Psicología Positiva han derribado muchos de los mitos que la mayoría de nosotros tenemos acerca de la felicidad. Muchos creen que la felicidad depende de las circunstancias que les toque en la vida y asocian la felicidad al destino, a la suerte, a ganarse la lotería, al dinero que se tenga o a la belleza. No es así. Por ejemplo, los niveles de felicidad entre ricos y pobres son similares. El impacto de las situaciones accidentales positivas sobre la felicidad es mínimo.

Otro mito extendido es que la felicidad se busca. El sólo hecho de pensarlo así significa que la felicidad estaría afuera de uno, en una relación de pareja, en un trabajo, en los hijos, en el reconocimiento de los otros o en la conquista de algún logro muy deseado. La evidencia científica demuestra que la felicidad no se busca ni se encuentra. La felicidad se construye. Es un músculo que requiere ser entrenado todos los días de la vida para mantenerse tonificado y fuerte.

La felicidad duradera sí existe y no es sólo una colección de pocos buenos momentos dentro de una vida de lágrimas. Los felices han aprendido que es necesario practicar actividades diarias de felicidad. Los felices son perseverantes, rigurosos y tiene mucha fuerza de voluntad. Sostenerse feliz es un logro activo y cotidiano, haciendo aquello que nos brinda felicidad.

La Psicología Positiva ha investigado y sintetizado esas actividades diarias para ser feliz, esas máquinas del gimnasio para fortalecer la musculatura de la felicidad, simples de hacer y difíciles de sostener diariamente. Para construirnos como personas felices nuestras actividades son agradecer y expresar reconocimiento, cultivar el pensamiento optimista, aprender a perdonar, disfrutar el momento, actuar amablemente, sobrellevar la adversidad, meditar regularmente, comprometerse con objetivos importantes para la vida, hacer actividad física, cuidar activamente las relaciones significativas y practicar la bondad.

Recientemente Sonja Lyubomirsky, una de las investigadoras de Psicología Positiva más reputadas a nivel mundial, publicó los últimos hallazgos en el libro “Los mitos de la felicidad”. El mayor obstáculo para ser feliz son nuestras creencias limitantes, aquellos juicios de lo que debería suceder para ser feliz. Es condicionar la felicidad a algún logro externo, una idea tan extendida en nuestra sociedad de consumo.

Si eres de los que piensas “seré feliz cuando _________ (complete la oración)”, estás asegurando en parte importante tu infelicidad. El opuesto de la frase funciona igual. “No seré feliz si _________ (complete la oración)”.

Lyubomirsky resumió las creencias limitantes más extendidas entre las personas, esas que hacen que la vida se convierta en una carrera por lograrlas, sacándonos de nuestra felicidad potencial en el presente.

Respecto de las relaciones humanas

Mito 1: Seré feliz cuando ……. me case con la persona adecuada.

Mito 2: No seré feliz si ……. mi relación fracasa.

Mito 3: Seré feliz cuando ……. tenga hijos.

Mito 4: No seré feliz si ……. no tengo pareja.

Respecto del trabajo y el dinero

Mito 5: Seré feliz cuando ……. encuentre el trabajo apropiado.

Mito 6: No seré feliz si ……. me arruino económicamente.

Mito 7: Seré feliz cuando ……. tenga dinero y sea rico.

Respecto del pasado

Mito 8: No seré feliz si ……. tengo una enfermedad de diagnóstico grave.

Mito 9: No seré feliz si ……. sé que no seré futbolista (o el sueño infantil de cada uno).

Mito 10: No seré feliz cuando ……. los mejores años de mi vida ya hayan pasado.

Lo interesante es que la ciencia ha encontrado suficiente evidencia para rebatir los mitos anteriores, indicando que son trampas mentales que nos hacemos a nosotros mismos, configurando la infelicidad desde nuestra forma de pensar.

Este es el gran aprendizaje que es necesario hacer respecto de la felicidad. La felicidad depende de nuestra forma de pensar, de nuestras creencias, juicios y modelos mentales. Cualquiera de las creencias mencionadas en los diez mitos son castradoras. Depredan tu posibilidad de construir felicidad y vivir la vida positivamente.

¿Cuáles con las creencias pro-felicidad, esas que me ayuden a sentirme feliz cada día? Las creencias pro-felicidad son tres:

Creencia pro-felicidad 1: La felicidad es un estado interior potencial que está esperando ser activado. La felicidad está dentro de cada uno y no está afuera. La felicidad no depende de nada exterior ni de ninguna circunstancia. Tenemos el regalo de que la felicidad está esperando dentro de nosotros.

Creencia pro-felicidad 2: La felicidad es una forma de mirar y habitar el mundo. La felicidad está en mis ojos, en mi manera de pensar e interpretar la existencia. Los felices tienen un estilo cognitivo que interpreta la realidad de modo optimista, incluso los hechos inevitables y dolorosos. Descubren lo positivo incluso dentro del dolor y lo negativo. Miran optimistamente y viven felices. Es necesario sustituir una mirada amarga o negativa del mundo por la posibilidad de mirar con positividad. No hay nada objetivamente bueno o malo allá afuera. Todo está en nuestra forma de mirar e interpretar. Es decir, la felicidad es una construcción subjetiva. Si me cuento el cuento de vivir una vida feliz, es muy probable que así sea, pues tomo la decisión y el mundo se comienza a configurar de ese modo.

Creencia pro-felicidad 3: La felicidad está en el presente, en los pasos de mi camino. La felicidad no está en el resultado ni en lograr relaciones, éxitos u obtener cosas. No existe el camino a la felicidad. La felicidad es el camino, paso a paso, en el presente.

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

 

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Tú primero, yo después

La forma habitual de perpetuar los conflictos humanos es esperar que el otro cambie primero. Esa actitud refleja desconfianza y mantiene el control de no perder nada en una situación problemática. Es una actitud egoísta, donde se quiere ganar y donde importa más tener la razón y conservar la propia posición que resolver el problema.

Piense en cualquier problema de pareja, entre países, entre empresas, en las guerras, en los conflictos cotidianos con los hijos. Prácticamente en todos los escenarios de tensión humana la mayoría de la gente los afronta desde una estrategia de control y dominio. Como cada parte en conflicto le dice a la otra “muévete tú primero”, se cae en el inmovilismo y ocurren dos fenómenos: las consecuencias del problema se mantienen y las partes en conflicto comienzan a tejer interpretaciones y explicaciones que cada vez alejan más la posibilidad de llegar a acuerdos.

Todos tenemos en nuestro recuerdo situaciones así, donde intuimos que debíamos dar el primer paso para resolver una situación y donde nuestro ego nos aconsejó no hacerlo para no perder la posición de control o negociación. Es decir, cuando dos o más partes negocian desde el ego, la posibilidad de acuerdo es prácticamente inexistente. Tenemos el ejemplo de Israel y Palestina, donde el nivel de fanatismo de subgrupos de cada parte hace inimaginable un acuerdo, mientras siguen muriendo personas en los ataques cruzados.

¿Cómo se rompe este juego de suma cero, esta actitud infantil de no dar el brazo a torcer y esperar que el otro cambie? Parece claro que desde la actitud del ego intransigente no es posible. El análisis de costo-beneficio, de lo que gano y lo que pierdo, no es un consejero cuerdo a la hora de estos conflictos. Ese análisis sólo llevará a acciones de fuerza y a su perpetuación, si el nivel de fuerza de las partes es asimétrico. Si el poderío de cada parte se percibe como equivalente, existe la opción del acuerdo “perder-perder”, cada parte cede un poco para resolver el conflicto.

Otra forma de afrontar las dificultades es desde una mirada más espiritual, donde aparecen palabras proscritas para la forma humanamente usual de resolver problemas: perdón, generosidad, iniciativa, paz. El supuesto inicial es que daré el primer paso para acercar posiciones, aún a riesgo de ser engañado por la otra parte. Ello deriva de una convicción filosófica: los resultados se consiguen desde adentro hacia fuera, siendo yo el responsable de encarnar en mis actitudes aquello que deseo como forma de relación humana.

Eso significa perdonar a quien me daña y dejar ir las emociones negativas que me tienen atrapado en ese conflicto. Significa ser confiado, quizás la parte más difícil, pues la confianza no está necesariamente en el otro. La confianza está en mi noción de la vida como una sustancia universal amorosa que opera por ley de causa y efecto, es decir, si entrego bondad, amor, paz y respeto, recibiré eso mismo.

Aquí se produce el punto de quiebre si la otra parte está buscando un flanco manipulador para ganar el conflicto y conservar el control desde la imposición de su postura. Esa actitud generosa es evaluada por el otro como una conducta débil e ingenua, que le permite ganar la negociación, haciendo prevalecer la posición de control egótico. Se constata un desacople energético y dos lógicas incompatibles: una parte ofrece confianza, positividad y noción de comunidad y la otra ofrece negatividad, egocentrismo, escepticismo, ansia de control, no cambio y negatividad.

Cada uno sabrá cómo se define ante una situación así, pues depende desde qué lugar esté mirando, ya sea desde el control humano auto referido o desde la confianza más espiritual de cómo funcionan las leyes de la Vida. Así como el miedo en las organizaciones hace que las personas trabajen forzadas y las empresas ganen dinero en el corto plazo (sin sostenerlo en el largo plazo por los efectos depredadores del miedo), quizás una postura intransigente “ganará” un conflicto ante quien ofrece una postura de confianza espiritual en el corto plazo. Aunque en el largo plazo hay que preguntarse qué “devolverá” más a la persona, que “rentará” más o, simplemente, que nos hará más felices.

Yo soy la forma en que miro el mundo, soy mis pensamientos y creencias. Todo el resto deriva de esto. Mis resultados, efectos y consecuencias dependen de mis pensamientos y afectos principales. Lo interesante es que ello es el marco de creencias con que cada uno comprende la existencia, nuestro rol en la Tierra y la función en la sinfonía universal.

Por eso es casi imposible que una parte con una mirada espiritual, sistémica, conectada, humilde y transgeneracional de la Vida pueda tener algún punto de encuentro con una persona que cree que la vida es sólo la que vive ahora, donde la clave es ser exitoso y ganar, y tener una posición de dominio sobre los otros para lograr sus objetivos. Son dos resonancias que no se topan ni se cruzan.

Lo notable es que las personas de avanzada espiritualidad encarnada miran a las personas más egocéntricas con compasión y como compañeros de camino que aún no han despertado, mientras éstos últimos tienen a descalificar a los espirituales como ingenuos, ineficientes en lo realmente importante, light y banales.

Es la diferencia entre el “tú primero” al “primero yo, desde adentro hacia fuera”. Primero yo es ser, estar y vivir ahora en coherencia con ese sistema de creencias que pone a la paz, el perdón, el silencio y el amor en el centro de la vida……aunque haya algunas derrotas y costos mundanos.

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

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¿Qué es gestionar las emociones?

 

Existe abundante literatura sobre la centralidad de las emociones y la inteligencia emocional para la vida personal y social. No obstante, es frecuente que no sepamos qué es gestionar las emociones, pues nuestra tradición racionalista hace que la mayoría estemos en un analfabetismo emocional, donde intelectualmente entendemos la importancia del balance emocional-corporal-racional, aunque no sabemos qué es ni cómo hacerlo.

 Lo primero es distinguir que no estamos hablando de control emocional, sino que de gestión del mundo de los afectos. El control implica un dique de contención o la aplicación de mecanismos de defensa que neutralizan y amordazan la emoción. El control nos tiende a dejar paralizados, gastando la energía en detener “eso” que nos pasa.

Gestionar las emociones tiene 5 momentos:

1.     Detenerse para sentir la emoción. Es esencial poder conectar con la sensación sentida, abriendo la puerta a que esa señal que está en nuestro cuerpo y nuestra biología sea “escuchada” por nuestra mente. Si estamos funcionando en piloto automático, enajenados por algo, en un ritmo frenético que no se detiene en ningún estímulo y consume información y datos a destajo, será imposible sentir. Es esencial hacer lo que dice el psicólogo Claudio Araya: no hay mayor avance que detenerse. Es decir, las señales del camino de crecimiento personal están dentro de uno. Es necesario frenar, detenerse y escuchar para luego avanzar.

2.    Ponerle nombre a la emoción. Es sorprendente que muchos de nosotros no tenemos palabras para las emociones que sentimos. Para referirnos a nuestro estado emocional usamos palabras como lata, afectado, chato, cargado, entre otras. No tener el lenguaje de las emociones dificulta enormemente sentir en el cuerpo y en la mente la alegría, tristeza, amor, rabia o lo que sea que sintamos. Sin nombre no hay emoción que gestionar. Sólo hay una intuición que se nos escapará como agua entre los dedos. Nombrar una emoción es el primer paso para que la mente pueda “tratar” con ella y direccionarla hacia un fin útil para mí.

3.    Identificar el mensaje positivo de la emoción. Como dicen los investigadores en Psicología Positiva, no hay emociones positivas o negativas en sí  mismas, buenas o malas. Todas las emociones tienen un mensaje positivo de autoprotección y autocuidado. Nuestra tarea es escuchar y entender ese mensaje, reflexionarlo y no actuar impulsivamente y sin filtro ante el primer destello emocional. Nuevamente se requiere pausa y escucha interior.

4.   Dejar ir la carga de intensidad de la emoción. Ya sea que las emociones las llamemos positivas o negativas, portan una intensidad emotiva que tiende a sacarnos de nuestro centro reflexivo. No hay que tomar decisiones en el éxtasis del entusiasmo ni en las sombras de la pena. La intensidad emocional está ahí para decirnos que hay un tema o situación relevante para nosotros que requiere nuestra atención y reflexión. La intensidad no tiene el sentido de encender un polvorín y dejar un descalabro con una conducta impulsiva. Es la llamada de alerta para poner la atención en el mensaje positivo de la emoción.

Al abrir mi corazón para dejar ir la intensidad de la emoción me vacío, permito que esa carga emocional no me habite, controle ni contamine la reflexión lúcida y centrada. Las emociones en sí mismas tienen el poder de descentrarnos, en su energía efímera y de alta intensidad. Una vez que dejamos ir la emoción quedan los sentimientos estables, esos que impulsan nuestra conducta sustentable en el tiempo.

5.  Reflexionar y decidir qué hacer con el mensaje que me regala la emoción en el contexto específico en el que estoy. Prudentemente, luego de esta reflexión, me muevo a la acción. La secuencia es siento – pienso – actúo. El pensamiento es el mediador entre mi mundo emocional y mis comportamientos. Mientras más entrenado tenga el músculo de la gestión emocional, más efectivo y acertado será mi comportamiento, pues dará buena cuenta de mi sabiduría interior y su ajuste a las personas, grupos y situaciones que vivo.

Esto es usar las emociones para mi propio crecimiento y para la construcción de vínculos. Entender que la impulsividad es el peor de los consejeros. Que la intensidad de la sensación sentida debe dejarse ir para que la mente escuche qué es necesario hacer. Ponerle atención y pensamiento a la emoción, administrarla y saber que dentro de mi tengo un impulsor de acción. Si es de comportamiento centrado o extraviado depende de mi capacidad de gestionar mis emociones.

 

Extraido del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

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Felicidad potencial

 

La felicidad está dentro de uno. No es necesario salir a buscarla afuera.

No está en el príncipe azul, en la pareja adecuada, el trabajo deseado, en la belleza, la juventud, el consumo, el poder, la imagen ni el reconocimiento. Lo exterior y extrínseco puede provocar placer, satisfacción momentánea o fortalecer el ego competitivo, pero dificulta conectar con la sustancia interior de la que mana la felicidad.

Felicidad es un estado interior potencial que está esperando ser activado. No hay que hacer nada para crear felicidad. Es un regalo generosamente donado que está esperando ser abierto dentro de cada uno. Lo que necesitamos hacer es saber esto y encontrar una vía, método, práctica o actividad que nos haga conectar con esa felicidad regalada que hay dentro.

Si alguno se considera infeliz, poco feliz o ni feliz ni infeliz es porque no descubrió aún esas actividades conectoras con la felicidad. Cuando se conecta con esa sustancia interior constatamos que la felicidad potencial ya está completa. Nada de lo que hagamos aumentará o disminuirá esa felicidad total, pues es íntegra y una en sí misma.

La felicidad es una característica natural y originaria del ser humano, por derecho de nacimiento, radicalmente democrática y radicalmente liberadora. Lo “extraño” es no beneficiarnos de la dulzura, placidez, amor y luminosidad de esta sustancia y energía interior. Sólo tiene ventajas y no existe ningún costo real.

Esta felicidad completa y potencial es afectiva y cognitiva. Para ser inundado por los beneficios de ese amor interior es necesario corregir las ideas mentales erradas de felicidad. Muchas personas infelices lo son por sus pensamientos limitantes, por ejemplo, asociar felicidad a las circunstancias o el destino, creer que está afuera, que es un bien comprable o que es necesario buscarla. Cuanto daño involuntario han producido los títulos de la película y el libro “En busca de la felicidad”. Instalaron una idea colectiva errada que nos hace sufrir y abordar el bienestar subjetivo con una mirada centrífuga y no centrípeta.

Para ser feliz hay que derribar el mito Disney de la felicidad exterior y las creencias limitantes que derivan de esos cuentos y películas: que para ser feliz hay que ser bello, principesco, delgado, con buenas condiciones materiales, y en pareja, para “vivir felices para siempre”.

No requerimos de una media naranja que nos complete. Somos originariamente completos. El otro podrá facilitarme condiciones para manifestar mi integralidad, pero no lo necesito a él o ella para completarme. El camino de automaestría significa estar consciente que mi actual estado incompleto se comienza a diluir cuando permito que mi yo exterior se subordine al gobierno y las decisiones de mi yo interior.

La felicidad está en el Uno, total, indivisible, invariante, invulnerable y plena. Es imposible mellarla. Se puede irradiar, compartir y expandir. Es completa en sí misma, potencial, totalizante y nos cambia la perspectiva de la vida. Es un modo de pensar, vivir, relacionarnos, trabajar y afrontar las dificultades.

Quienes se orientan en la vida por motivaciones intrínsecas tienen mayor probabilidad de conectar y desplegar el torrente de luz de la felicidad. Cuando consolidamos prácticas y actividades de conexión diaria con esa felicidad intrínseca, la felicidad duradera se comienza a desplegar, haciéndonos cada día menos permeables y vulnerables a la negatividad externa.

Cuidar mi felicidad como si mi interior fuera un santuario, conservando la paz a pesar de las circunstancias, permite sostener el Uno que somos.

Como dice Brahma Kumaris, “realizo todo con felicidad. Sentirme feliz depende en gran parte de mi disposición frente a la vida y de mis ganas de que todo y todos funcionen bien. Para que este río fluya con fuerza y abundantemente es necesario estar por sobre los sucesos temporales y triviales. Me sitúo en mi esencia y hago uso del tesoro de la felicidad como un derecho».

 

Extraído del Blog de Ignacio Fernandez

Psicólogo, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coach Ontológico Empresarial, Newfield Consulting.

Director Departamento de Psicología Organizacional, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.

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