Sentir y Ver

Mi reflexión del último tiempo se ha centrado en nuestra capacidad de sentir y ver las cosas que nos rodean. Nuestra biología e historia predeterminan como la veremos, como la viviremos y cuánto la disfrutaremos. Acá dejamos clara la primera parte, mi forma de ver la vida.

La segunda parte y más que fundamental es que no estamos solos en el mundo. Vivimos con otros y nuestra capacidad de ver y conocer el mundo de los demás ni siquiera lo dimensionamos. Asumimos muchas veces que los demás ven el mundo semejante o igual a como yo lo veo y les tengo una noticia!!! Existen tantos mundos y formas de ver la vida como personas hay en la tierra.  Bienvenido al mundo de las diferencias, bienvenido al mundo del yo y del otro, la invitación es a dejarse sorprender y dedíquese a conocer a través de las conversaciones!!!!

La única forma de poder comenzar a entender a otros es teniendo conversaciones. Estas conversaciones deben estar llenas de preguntas. Comenzar preguntando respecto a un fragmento de realidad específico y concreto puede ser un ejercicio extraordinario. Qué ve, qué siente, a qué le recuerda y cómo vive ese momento. Una acción concreta a evaluar puede ser por ejemplo dar un abrazo, observar un cuadro, degustar una comida, mirarse al espejo y miles más. Es cosa de elegir una, observarla y someterla a interrogatorio. Es un ejercicio tremendo, sorprendente y de inagotable aprendizaje. Cada mundo personal es único y ayuda a abrir miradas, entender las diferentes reacciones de los demás y aceptar las diferentes formas para mirar el mundo. Todo esto viene cargado con nuestra historia, nuestra seguridad en nosotros, nuestro amor, el propio y el recibido.  Toda experiencia nueva, evoca nuestro aprendizaje anterior y lo predetermina o tiñe de cierta forma. Lo mágico de hablar de nuestra experiencia y vivencia,  es que compartiéndola con un otro podemos entender que no existe sólo una o solo la mía, existen muchas y yo puedo sumar nuevas formas de ver que me hagan sentir mejor y vivir más feliz.

 

 

florencia_vargasFlorencia Vargas Schmauk

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Psicóloga U Andes

 

 

Foto portada: Photo by Jodie DS from Pexels

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Nuestra mente atormentada

¿Has notado alguna vez cómo influye el bajo estado de ánimo en tu cuerpo, en tu postura o  en tu forma de moverte?

El psicólogo Johannes Michalak estudió las diferencias entre el modo de caminar entre personas deprimidas y personas no deprimidas. En el estudio se descubrió que las personas deprimidas caminaban más lentamente y movían menos los brazos, apenas movían la parte superior del cuerpo arriba y abajo, sino más bien hacia los lados. Caminaban con la espalda hundida, inclinados hacia delante. Esa postura no se debe únicamente al hecho de estar deprimido. Haz una prueba: siéntate durante un minuto, sólo un minuto, con los hombros inclinados hacia delante, la cabeza hacia abajo. Observa cómo te sientes cuando haya transcurrido el tiempo. Si crees que tu estado de ánimo ha empeorado, termina el experimento  cambiando a una postura erguida, com la cabeza equilibrada sobre los hombros y el cuello. ¿Qué sucede ahora?

Como has podido experimentar, no sólo los pensamientos y los estados de ánimo se alimentan mutuamente y pueden llegar a estropear el bienestar: nuestro cuerpo también está implicado. Esto se debe a que la mente no es un ente aislado, es una parte fundamental del cuerpo, y ambos comparten continuamente información emocional. Por ejemplo, cuando vemos a alguien sonreír, casi siempre devolvemos la sonrisa. No podemos evitarlo, sonreír es contagioso. Entonces, si el simple acto de sonreír puede hacerte feliz (aunque sea forzado y aunque sea por tan sólo un momento), y si sonríes además te devuelven la sonrisa, este acto puede incrementar tu propia felicidad. Es un círculo vicioso… Virtuoso!

Pero cuidado, existe un círculo vicioso igual y opuesto: cuando percibimos una amenaza, real o imaginaria, nos tensamos con el fin de prepararnos para la lucha o la huida. Esta reacción puede manifestarse como un gesto de enfurruñamiento, molestias estomacales o tensión en los hombros. La mente percibe la tensión, y la interpreta como una amenaza, lo que provoca que el cuerpo se tense más… y ya estamos  dentro del círculo.

Ahora intenta conectar con la posible sensación de cansancio en tu cuerpo… ¿lo tienes? Nota el nivel de cansancio. Cuando tengas esa sensación en mente, plantéate algunas preguntas al respecto:

  • ¿Por qué me siento cansado?
  • ¿Qué me pasa?
  • ¿Qué dice de mí esa sensación?
  • ¿Qué va a pasar si no me deshago de ella?

Piensa por un momento en todas esas preguntas, deja que revoloteen por tu mente, intenta buscar una respuesta convincente una y otra vez hasta que la encuentres…

Después de unos minutos de haberlo intentado, ¿cómo te sientes ahora? Probablemente peor. Esto se debe a que bajo esas preguntas subyace el deseo de librarse del cansancio, y hacerlo  de manera racional, intentando encontrar las razones por las que ha aparecido, su significado, sus posibles consecuencias… La tensión, la infelicidad o el agotamiento no son problemas que se puedan resolver. Son emociones. “Simplemente” reflejan estados de la mente y el cuerpo. Entonces, no podemos resolverlos: sólo podemos sentirlos.

Atrévete a sentir y a fluir con esas emociones agradables y también con las desagradables. Sólo así cambiará tu manera de relacionarte con ellas. ¡Atrévete!

 

Irene Morales

Coach Espiritual

 www.IrenePsicoBio.com

Extraido de www.institutodraco.com

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Mi vida como proceso, y un sentido para mi vida…

Cuando se dio cuenta de su rol como creadora de su mundo, ya no había vuelta atrás. Hasta no hace mucho tiempo, se veía (y sentía) la dueña de la verdad. Para todo tenía respuesta, frente a todo sentía sus fuerzas, nada ni nadie podía cuestionar su control sobre aquello que quisiera tener o hacer en la vida. Hacedora y líder, enfrentaba día a día los desafíos que se le presentaran. Hacedora, porque se enorgullecía de no hacerse un tiempo libre, no se permitía frenar y su agenda debía, día a día, estar colmada de actividades. Líder (o eso creía), pero dueña de un estilo autoritario, donde el otro sólo recibe órdenes, donde no hay espacios para interrogantes ni cuestionamientos, sólo búsqueda de resultados.

Así sus días, buscando hacer y tener. Necesitando reconocimiento en el afuera. Comparando, juzgando, dando, y de nuevo haciendo.

Así sus días, hasta que habló la vida.

Si ya el afuera y sus demandas no tenían sentido, ¿qué era necesario empezar a observar? ¿Qué significaría mirar hacia adentro suyo? ¿Cómo asumir el coraje de SER? ¿Cómo se iniciaría la búsqueda consciente del cambio?

Las preguntas se volvieron entonces sus guías, su rutina, sus criterios de decisión, su invitación a la inestabilidad, sus excusas para frenar. Una por día, muchas por día, infinitas, todos los días.

Aprender a convivir con la culpa fue otra gran tarea. Esta emoción aparece siempre que creemos que estamos o estaremos en falta con alguien o algo. Aparece nuestra conciencia para juzgar si hemos o no traspasado las “fronteras morales o sociales”, si actuamos o somos frente a lo que se espera de nosotros, y desde las etiquetas que nos auto-imponemos.

Esta convivencia (porque aún, cada cierto tiempo, vuelve a aparecer) la logró con el remedio de la autenticidad. Sincerarse con ella fue revelador. Cuestionarse y desaprender se volvió un hábito. Lo establecido, lo socialmente aceptado, las expectativas: el filtro de las preguntas invitaba a nuevas respuestas, a desconocidas posibilidades. Alivio y libertad, la consecuencia.

Cambió entonces el control por el fluir, la ansiedad por el futuro que nunca llegaba, ahora era la antesala de su presente cambiante. Eligió sentir, y experimentar, intentando no pensar. Aprendió sobre las ventajas de la paciencia, pero también de las sorpresas que te traen elegir a veces hacer desde el impulso. Se acercó más amigablemente a su cuerpo, eligiendo cuidarlo, en lugar de obligarse a hacerlo. Abrió espacios de conversación, y eso trajo nuevas amistades, grandes maestros, y mejoras en sus antiguas relaciones. Agradeció cada aprendizaje, y hoy abraza el error como posibilidad. Tiene una lista de actividades para experimentar por primera vez, y se siente libre cada vez que lo hace. Hoy juega más, pese a que hace rato que físicamente dejó de ser una niña. Respira y es consciente de ello, agradecida de poder hacerlo todos los días.

La vida es un proceso, sostiene y coincide ahora, y a ella se la diseña día a día. La vida, entonces, debería ser esa burbuja que nos aísla de los juicios de no posibilidad, ese espacio neutro, donde tu encuentro contigo te da todas las respuestas, esa tranquilidad que nos invita a soñar con lo imposible, y sabernos poderosos y capaces de todo lo que nos propongamos.

La vida, insiste, es un proceso. Y en ese proceso, ella aprendió a redefinir su liderazgo, que no es otra cosa que escucharse y conocerse, para desde allí transitar su misión de vida. Es ese, y no otro, el sentido de su SER.

En tu caso, ¿qué le da sentido a tu vida?

tatiana_Bregi2Tatiana Bregi – Coach ontológico certificada

 

 

 

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