Desde que nació mi hija más pequeña siento que tuve que empujar un poquito al mayor para madurar más rápido. El todavía era un bebé de 20 meses y yo le decía cosas como: “no grites que la bebe duerme”, “habla más despacio que la bebe llora”, “ahora no puedo porque tu hermanita está en la teta”, “camina solito porque tengo que cargar a tu hermana que es más chiquita” y cosas por el estilo.
Ahora ella tiene dos años pero todavía es complicado porque sigue muy pegada a la teta y porque se pone muy celosa cuando mi hijo más grande me abraza o quiere estar encima mío y aún es muy pequeña para entender algunas cosas, entonces el pobre se frustra bastante por momentos y yo lo entiendo.
A mi me parte el alma la mirada de mi hijo en esos momentos porque en lugar de quejarse o llorar él, resignado, se mueve de mi regazo y se sienta a mi lado siempre compartiendo a mamá.
Me di cuenta que injusta estaba siendo. La pequeña ahora tiene la misma edad que él tenía cuando ella nació y eso me movilizó porque a ella la veo y la trato como a un bebé pero cuando él tenía esa edad lo trataba como un niño más grande.
Entonces quise hacer algo para compensar un poco las cosas y decidí priorizar tiempo con mi hijo a solas, tiempo especial entre él y yo para conectar sin interrupciones y para que no tenga que compartir a mamá siempre. Resulta que desde hace unos meses tenemos una cita una tarde por semana, solos él y yo. Planificamos, vamos a donde quiere ir, nos abrazamos y nos damos besos “a demanda” sin que la más chica nos interrumpa. Ella se queda con papá y no hay ningún problema.
A mi gordo le encantan nuestras “citas especiales” (y, hasta orgullosos, se las cuenta a sus amigos) pero debo decir que a mi me gustan más, porque tengo la oportunidad de darle todos los besos y abrazos que no le pude dar estos últimos dos años y me reconforta el corazón.
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Fuente: mamaminimalista.net
Maestranda en Psicología Positiva Aplicada y experta en Mindfulness, Inteligencia Emocional y Crianza con apego.
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