Naturaleza y cultura

En la costa: queltehues y conejos comparten el prado. La luz del sol se refleja en las hojas del pequeño bosque de liquidámbares cerca del ventanal. Aire. Buen genio, felicidad. Y aquí en Santiago, de vuelta, veo por la ventana de mi oficina las paredes y ventanas de los edificios cercanos. Escucho bocinas, a veces una alarma.

¿Cuántas enfermedades se gestan en Santiago que afuera no se presentarían? ¿Qué rol juegan nuestras actitudes, nuestras ideas, nuestras acciones, en el debilitamiento de nuestra vitalidad? ¿Qué mundo hemos recibido, de qué mundo participamos, qué mundo creamos para quienes nos siguen? ¿Cómo vivir de tal modo que todo esto que nos concierne se traduzca en más salud para nosotros y para quienes nos rodean? ¿Siendo más generosos, reverentes, humildes, creativos, asertivos con los dones que la naturaleza nos dio?

Hago un alto en el camino y pregunto cosas fundamentales. Total, es nuestro trabajo. Por cada persona que se presenta en nuestra oficina con una enfermedad (una depresión, una angustia, un cáncer) volvemos a cuestionar el escenario en que aparece esta o aquella desgracia. Y hay de todo, por cierto, estilos de vida cuestionables, tensión continua a través de las décadas, mitos y anhelos irracionales, dependencias, sufrimiento a todas luces pero reprimido de la conciencia, sometimiento a las condiciones dadas, oscuridad en el corazón, falta de sentido, falta de luz.

Unos 120 años atrás vivió el joven poeta Rilke con unos pintores y escultores en una comunidad cercana a Bremen en el norte de Alemania. Le impresionaron estos artistas – algunos de los cuales abandonaron puestos altos y privilegiados en la academia del arte para convertirse en cesantes e ingresar en el ámbito duro de un clima frío, ventoso, de otoños e inviernos pesados y oscuros – le impresionaron su dedicación a una verdad que sobrepasaba su oficio y su resolución a buscar y expresar verdad al margen de los cánones de la cultura en que se habían desarrollado sus vidas. Con claridad ingenua y valiente destacó Rilke la diferencia entre llevar una vida inmersa en la naturaleza y sujeta a sus leyes, una vida con sentido existencial, y una vida sujeta a las tensiones asociadas a prestigio, jerarquías y privilegios basados en ideas y conceptos culturales según la moda del momento.

5000 años atrás los proto-indoeuropeos en las estepas del sur de Rusia iban a morir en el combate para conquistar la supuesta gloria imperecedera, al igual que más tarde los ejércitos del país que quieras nombrar. Hay variaciones modernas al tema: quiero ser la madre más sacrificada, el gerente más productivo, la persona más solidaria, la pianista perfecta, etc.

Somos libres. Podemos elegir cómo llevar nuestras vidas. Podemos buscar la aniquilación de nuestra vitalidad para bien de alguna idea, de algún valor, o en forma más humilde y realista podemos cuidar y nutrir nuestra vitalidad para bien de nuestra salud, nuestra creatividad, nuestro pensar y para bien del mundo que nos rodea.

¿Reverenciar y agradecer el hecho de estar vivos? ¿O gastar nuestra preciosa vitalidad para demostrar que el otro está equivocado y que merece el desprecio de todos quienes pensamos «bien»? ¿Respirar y ser feliz? ¿O desconfiar, temer, odiar?

Queltehues y conejos no tienen tanta libertad como nosotros, pero sus vidas son una referencia válida para quienes así lo elegimos.

Jens Bücher – Ingeniero Comercial, Fellow, American Institute of Stress y miembro del Colegio de Ingenieros – Chile, dirige el Centro de Desarrollo de la Persona Bücher y Middleton Ltda.

www.persona.cl

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