Desarrollar la comunicación telepática nos hace sentir más completos, porque estamos recuperando una parte nuestra esencial que teníamos dormida y nos hace experimentar nuestra unión con el Todo.
La puerta que nos abre a experimentar la comunicación es la confianza en nuestras capacidades y el profundo amor, respeto y admiración que sentimos por los animales. En ellos vemos representados cualidades basadas en el amor y la compasión que nos inspiran profundamente. Cualquier trabajo personal realizado en compañía de los animales se hace mucho más ligero y rápido. Su presencia nos toca el alma y nos activa el camino al despertar.
Nuestra cultura ha dado mucho valor a la parte racional, dejando las otras vías de conocimiento como secundarias o no válidas. Mediante la comunicación telepática desarrollamos la intuición, descubrimos diferentes canales sensitivos que creíamos olvidados y tomamos conciencia de nuestro ser multidimensional.
No hay que intentar racionalizar la experiencia porque no forma parte de la experiencia racional tradicional. Se trata de experimentar y sentir. Y, a través de este sentir, llegar a nuestro propio conocimiento de qué es y cómo funciona la realidad que nos rodea.
La comunicación telepática se basa en el amor y el respeto a los animales. No obstante, por muy buenas intenciones que tengamos, eso no va a certificar que siempre estemos en lo cierto en todas las comunicaciones. Ya que la interpretación racional, nuestro ego y sus patrones de pensamiento intentarán sin duda interferir en ellas.
El proceso de la comunicación requiere mucha práctica, profundización y trabajo personal. Y, por encima de todo, humildad. Debemos ser responsables y honestos con nuestro trabajo, ser conscientes de nuestros límites y reconocer que nos podemos equivocar. Esto es fundamental. Como practicantes de la comunicación telepática vamos avanzando y perfeccionando cada uno a su ritmo, dependiendo, entre otras cosas, de nuestra paz mental y emocional y nuestra implicación y compromiso con la práctica.
Nuestra práctica siempre avanzará en proporción al avance de nuestro trabajo interior. Es responsabilidad nuestra identificar nuestras sombras y sanarlas, para así poder ofrecer la mejor versión de nosotros mismos sin proyectar nuestros miedos y carencias en la comunicación. Y, sobre todo, sin juzgar.
Debemos tener en cuenta que hablar en nombre de un animal conlleva una gran responsabilidad. Con nuestras buenas intenciones o con las prisas por avanzar podemos causar un daño irreparable a un animal y/o a sus cuidadores.
La comunicación telepática es una práctica para el beneficio del animal, no para el beneficio del ser humano. Debemos tener muy claro que una comunicación no tiene como función “adiestrar” o indicar a un animal cual tiene que ser su comportamiento según su humano de compañía. La comunicación tiene como función sentir como se siente el animal, para comprender desde su punto de vista, aprender de él, escuchar lo que él tenga que decir y saber si su cuidador lo puede ayudar de alguna forma.
La comunicación se inicia si hay permiso por parte del cuidador del animal y permiso por parte del animal. El respeto significa también no interferir ni contactar con ningún animal para el cual no se nos haya solicitado o admitido nuestra intervención o presencia.
La comunicación telepática se emplea como un servicio para que humanos y animales puedan restablecer sus lazos y de esta forma tener una convivencia armoniosa y basada en el respeto mutuo.
No podemos mentir a un animal o hacerle falsas promesas si no sabemos a ciencia cierta que lo que decimos se va a cumplir.
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Sandra Casas
Técnico veterinario y terapeuta energética
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Extraido de www.institutodraco.com
Read more«La semana pasada escuché un nuevo episodio del único podcast que sigo y que comenzó con la anfitriona contando que su mamá siempre tuvo mascotas de todo tipo. Vivían en el campo, donde no sólo tenían perros y gatos, sino también caballos y otros animales que recogían. Por lo tanto, durante su niñez, los cuidó, los amó y también sufrió su pérdida. Con los años su mamá enfermó y durante el período cercano a su muerte, fue testigo de cómo ella creía estar rodeada de varios de esos mismos animalitos a quienes había cobijado en el pasado y que, obviamente, ya no estaban en este plano desde hace mucho. Si se acercaba para sentarse en la cama junto a ella, su mamá le advertía que a ese lado no, porque estaba Micifuz, uno de sus gatos. Y así hablaba también de sus perros y de uno de sus caballos regalones, pues al parecer los sentía o simplemente los veía a su alrededor. Sus amados animales estaban allí para confortarla en esos últimos momentos de vida terrenal. Y me pregunto, ¿quién podría poner en duda lo que la señora decía ver?
Sinceramente, desearía un cortejo similar y que, por añadidura, me estuvieran esperando al otro lado. No hay amor más puro que el de nuestros animales. Una vida en contacto estrecho con ellos, y por lo tanto con la naturaleza, es muy distinta a la de aquellas personas que no gozan de tal experiencia. Se navegan otras aguas.
En lo personal, el cuidado de mi jardín me permite observar la evolución de las plantas, especialmente en estos meses primaverales. Y además, enternecerme observando pájaros y otras criaturas. Son incontables las aventuras que uno vive gracias a ellos, como también lo son sus enseñanzas. Ver florecer rosas y madreselvas y disfrutar de la fragancia que parece envolverlo todo al alba y al atardecer, cuando disputan en intensidad el magnolio y los jazmines, es un viaje sensorial menos evidente que la sola alabanza de sus colores y formas. Por otra parte, tener de visitantes y huéspedes a chercanes, zorzales y tencas en varios nidos y casitas, asegura sinfonías y obras corales inigualables, si a la par incluyo a jilgueros y diucas. Además de la oportunidad única de ser testigo de cómo los padres entrenan a sus polluelos para su primer vuelo. Y los extraño cuando crecen y se van, siento nostalgia de esas semanas de cortejos, entre el invierno y la primavera, cuando se producen persecuciones y disputas previas al apareamiento y después el oír el incesante piar de los polluelos.
No tengo caballos ni gatos —aunque me gustaría— pero tengo mis flores, mis perros y a los pájaros, que considero casi propios, pues los cuido de lejos, regando, para asegurar la cosecha de gusanos y suculentas lombrices que las tencas llevan a sus nidos a cada minuto para tranquilizar a su prole. Y llenando de agua, religiosamente, una pequeña fuente de piedra junto a la pandereta para que puedan beber y, los más valientes, darse un baño. Tampoco uso veneno, de ningún tipo, porque pienso en ellos y no quiero perjudicarlos. Hay mucha gente en quien pensar al cuidar un jardín.
Pero mi mayor alegría es cuando ocurre un suceso inesperado, como cuando resucité a una lagartija que se había caído al agua y estaba exánime. Si mi curso de R.C.P sirvió una vez para ayudar a un señor en el supermercado, seguro me iba a servir para ella. Por si acaso, de todas formas me apresuré en llamarla Juancho, no fuera a ser que partiera al otro mundo como N.N, lo cual habría sido el colmo de la ignominia. La tomé con cuidado, la puse al sol y comencé a practicarle un masaje cardíaco. Tipo reptil, por supuesto. Y de pronto hizo efecto, abrió la boca y tomó una bocanada de aire. La puse derechita, le acerqué mi dedo y me dio un beso. Bueno, así lo sentí yo. Descansó un instante y ya más relajada, se fue.
La otra noche ocurrió algo muy distinto. El aire era tibio y no había una gota de viento. La luna aún no estaba llena, recién se había asomado. Me senté afuera a oscuras, disfrutando de ese momento especial, cuando veo lo que pensé eran unos reflejos claros sobre el jardín de al lado. Para allá y para acá, cambiaban extrañamente de dirección. De pronto, en la penumbra ví algo grande que se posó sobre la reja. No podía ver bien qué era, pero dado su tamaño no le quité los ojos de encima. Y lo escuché decir: u-u-trrrrr, u-u-trrrrr. Era un tucúquere. De 50 centímetros, es el búho más grande de Chile. Se quedó allí unos segundos y voló a la chimenea, sin que sus enormes alas hicieran el menor ruido. Entonces pude distinguir claramente su barba blanca vibrando al unísono con las notas de su canto. Esperó allí arriba, muy seguro. Luego se perdió entre los pinos, para volver un minuto después a la chimenea y cantar para mí, por última vez, antes de perderse en la noche.
El mundo natural y los animales llaman a la compasión y a la empatía al mostrarnos la realidad de la vida, la cual puede ser cruel o al menos difícil, igual que para la especie humana. Así, frecuentemente nos vemos reflejados en su comportamiento. Pero con una gran diferencia: ellos son perfectos. Perfectos perros, gatos, caballos, lagartijas y tucúqueres. En cambio, ¡que lejos estamos nosotros de dicha perfección! Comenzando por nuestras contradicciones e inconsecuencias —algo inexistente en el reino animal. Un ejemplo de ello son aquellos que se oponen al rodeo por considerarlo una crueldad. Y sin embargo, están a favor del aborto a todo evento, exigiendo consiguientemente a otros lo que no son capaces de dar ellos mismos.
Para quienes hablan inglés, el podcast se llama “Dear Sugars” y es conducido por los escritores Steve Almond y Cheryl Strayed.»
Myriam O – Artista multidisciplinaria (conoce mas de ella aquí)
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