Este 27 y 28 de noviembre se rinde la PSU. Para muchos jóvenes significa una tremenda presión, muchos padres y educadores señalan que ven a sus hijos estresados y cansados. Para algunos la PSU es el paso para ser primera generación universitaria en su familia, para otros es jugarse la entrada a una carrera exigente en la mejor universidad posible. Para todos es un hito importante, que si bien no determina el futuro ni la felicidad, si puede condicionar las circunstancias en que se desarrollará la propia vocación.
¿Cómo acompañar a los hijos en este proceso de manera que se transforme en una experiencia positiva y de aprendizaje?
En primer lugar hay que decir que es difícil eliminar el estrés asociado a la PSU. El estrés no es malo en sí mismo, es una respuesta fisiológica a ciertos estímulos que nos pone en lo que se llama modo “huir o atacar”. Lo relevante es que el tipo de adaptación frente al estrés es lo que hace que este se transforme en un elemento de motivación y energía o en uno de ansiedad y paralización. Por lo tanto, nuestro rol como padres y educadores no es decirles que no se estresen ni que da lo mismo cómo les vaya, esa actitud es de cero empatía con lo que efectivamente está viviendo el o la adolescente. Tampoco sería bueno aumentar ese estrés, ya sea criticándolos por lo poco que se esforzaron o acosándolos todos los días para que estudien sin parar motivados por el miedo a no alcanzar el puntaje. Lo que necesita un joven estresado es ante todo comprensión y tener un espacio de desahogo. Hablar de lo que le está pasando y sentir que es comprendido le ayudará a regular los niveles de estrés y a tener la pausa para ponderar con mayor reflexión las cosas. Existe numerosa evidencia de que lo más sano para canalizar de manera adecuada las emociones es hablar de ellas.
En segundo lugar, podemos propiciar y fomentar algunas prácticas de autocuidado que les ayudarán a llegar menos tensos, con más energía y más concentrados al día D.
Es prioritario que cuiden el sueño. Hoy día sabemos que para que haya un real descanso necesitamos 7 a 9 horas de sueño. Durante estas horas el cerebro no sólo descansa sino que se activan las células gliales que son auxiliares de nuestras neuronas. Su función es limpiar y eliminar las toxinas que producen las conexiones neuronales durante el día. Si no hay una limpieza adecuada nuestra capacidad de concentración, la memoria e incluso el metabolismo se ven afectados. Así es que ojo con los carretes, porque como ya no van a clases, puede que sea tentador juntarse con los amigos hasta tarde durante la semana. Y al respecto sólo comentar que el alcohol en exceso y la marihuana disminuyen las capacidades cognitivas, no sólo en el largo plazo.
Enseñarles ejercicios de respiración profunda, que duran máximo dos minutos y que cuando se practican unas tres a cuatro veces durante el día ayudan a disminuir el estrés y favorecen la concentración.
Contarles que tomar mucha agua les ayuda a mejorar las capacidades del cerebro, porque el agua facilita las conexiones neuronales. Idealmente que vayan con su botella el día de la prueba, pero que también tomen agua durante los tiempos de estudio.
Ayudarlos a elaborar un plan de trabajo para los últimos días, haciéndoles ver que los períodos de descanso son tan importantes como los de estudio. Y si pueden tener algún tipo de ejercicio entre horas de estudio mucho mejor. Hoy día sabemos que se aprende mejor después de hacer algún tipo de actividad física, el cerebro está más alerta y mejor oxigenado, entre otras muchas evidencias sobre la relación entre aprendizaje y movimiento.
Una tercera orientación para los padres y educadores es que nunca podremos evitar o aminorar el dolor que produce un fracaso o una decepción a través de la anticipación. Esto significa que no es necesario decirles que piensen en el peor escenario para que después, si les va mejor que eso, se sientan bien. Creemos que si imaginamos el fracaso antes, cuando éste ocurra será menos doloroso, pero eso es sólo una ilusión. Esto no significa que tengamos que irnos al otro extremo de la fantasía y jurarles que van a sacar 800 puntos. Hay que permanecer optimistas dentro de las circunstancias reales. El anticipar resultados positivos predispone al éxito. También existe evidencia de que la esperanza y los pensamientos positivos nos dan motivación y un mejor funcionamiento de nuestras capacidades cognitivas.
Si después de la PSU no se dan los resultados esperados viene la cuarta cosa que podemos hacer como adultos, y que es fundamental para el crecimiento, el aprendizaje y la resiliencia: consolar.
La compasión y la conexión emocional en el dolor es lo que más alivio produce y ayuda a salir del sentimiento de vergüenza y la autocrítica destructiva, que no ayudan en nada a reflexionar sobre las opciones disponibles y a reinventarse. Lo que todos necesitamos en el fracaso es contención con una clara señal de que nuestro valor como persona no está en discusión. “Has sufrido un fracaso” es muy distinto a “Eres un fracaso”. Hay muchas formas implícitas de dar este último mensaje. Si como padres vivimos este proceso como propio y no como algo sólo del adolescente, será difícil tener la distancia suficiente para consolar adecuadamente, porque estaremos sufriendo el fracaso como algo personal y probablemente culparemos al hijo o hija de nuestro dolor.
Es el momento de reflexionar sobre los propios sentimientos frente a la PSU que rinde nuestro hijo o hija. ¿Cuáles son mis temores? ¿Siento ansiedad? ¿Trato de imponer mis expectativas sobre las suyas? ¿Me estresa o enoja que no haga las cosas como yo quiero? ¿Sentiría vergüenza si no alcanza el puntaje?
Queda poco tiempo, pero hay bastante por hacer.
Acompaña a tu hijo o hija y pase lo que pase, que nunca sienta que su valor depende de un puntaje.
Alejandra Ibieta I,
de AMA Consultora Parental
Articulo extraido de www.talleresama.cl
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