Tanto en cursos como en alguna charla suelo contar una anécdota atribuida a Sócrates. Muchos alumnos que han asistido a mis clases la conocen muy bien porque se me antoja muy preceptiva para el buen funcionamiento de las relaciones personales. El filósofo estaba casado con Jantipa, una mujer con un temperamento especialmente bilioso. Una vez se enzarzaron en una acalorada discusión y la irascible Jantipa agarró un cubo de agua y lo arrojó con furia a la cara de Sócrates. A pesar del inesperado remojón, Sócrates tuvo la suficiente cintura para quitarle importancia al asunto: «Sabía muy bien que tras los truenos llegaría la lluvia». El relato no aclara si al escuchar estas palabras su mujer se encolerizaría todavía más y acabaría estampándole el cubo. Pero esta no es la anécdota que quiero compartir, sólo es un preámbulo para entender mejor el contexto. Casi siempre Jantipa, en vez de exponer verbalmente los motivos de su enojo, lo ritualizaba hacinándolo en un silencio malhumorado o depositándolo en algún que otro gruñido plagado de animosidad. Su silencio era como la aguja del sismógrafo que empieza a agitarse vaticinando la presencia de un terremoto. Como Sócrates ya estaba acostumbrado, cada vez que volvía a casa y veía a su esposa con el ceño fruncido y los labios apretados le interpelaba: «Habla para que te vea». Dicho de un modo técnico le sugería que por favor desplegara todas las herramientas que se articulan en el lenguaje hablado (léxico, sintaxis, gramática, semántica, prosodia, vocabulario gestual) para entablar un diálogo y evitar así la fosilización del enfado. Como sólo hablando se puede exorcizar el fantasma de la suposición, pero también es el único modo de tomar conciencia de los frecuentes puntos ciegos de nuestra propia conducta, yo agregué otro posible ruego de Sócrates a su mujer: «Háblame para que yo me vea».
El año pasado conté esta anécdota en una clase del curso de experto en Mediación de la universidad Pablo de Olavide, y días después una alumna la transcribió para publicarla en una semanal columna de prensa. Su transcripción guardaba reivindicaciones feministas. Allí relataba que en esta anécdota la mujer, como siempre, se hallaba confinada en casa y Sócrates por ahí, y que probablemente Jantipa albergaba bastantes razones para estar enfadada y no apetecerle nada departir con su marido. Aquel artículo me hizo recapitular, recodificar los significados y añadir variantes a la anécdota. De repente ya no todo orbitaba en torno a la figura arbitral de Sócrates, sino que su mujer incrementaba su protagonismo, lo que otorgaba al episodio caleidoscópicos focos de observación totalmente novedosos. El inicial «habla para que te vea» podía trocarse por una interpelación en la dirección contraria y en el requerimiento de un recurso comunicativo distinto. Jantipa podría reprocharle a Sócrates: «Pregúntame para verme». Incluso si el diálogo buscaba combatir los ángulos muertos del comportamiento, Jantipa podía tomar la iniciativa e inquirirle a su marido: «Pregúntame para que te veas».
Hablar, dialogar, preguntar, negociar, pactar son verbos insertos indefectiblemente en la experiencia humana compartida. Hasta ahora no hemos encontrado una fórmula más eficaz para la opulencia comunicativa y para el arte de vivir en armonía que dialogar. El diálogo es el ecosistema en el que la palabra se despliega sobre sí misma y se enriquece con la pacífica presencia de otras palabras. Acota una territorialidad de la razón comunicativa vetada por completo a cualquier otro elemento de la comunicación. Gracias al diálogo podemos asimilar la alteridad y la divergencia canjeando argumentos. Gadamer afirma que el entendimiento mutuo nace de la fusión de horizontes, los que se trazan y expanden a medida que se va acumulando experiencia vital, pero, me permito añadir yo, esos horizontes cuajados de información y axiología sólo pueden ser absorbidos inteligiblemente por nuestro interlocutor en la estructura que facilita el diálogo. Hablando no siempre se entiende la gente, como proclama con excesivo optimismo el refranero, pero sin hablar es harto difícil que las personas podamos entendernos. La comprensión es el mayor afrodisíaco del diálogo.
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José Miguel Valle. Escritor y filósofo
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Read moreCuando nos topamos con alguien excesivamente locuaz y verborreico nos solemos quejar de que «es una persona que habla mucho». Si además milita en el agotador egotismo, esa religión que convierte el ego en el único lugar de peregrinación al que siempre se acaba dirigiendo su discurso, solemos agregar que «es una persona que no para de hablar… de sí misma». Sin embargo, cuando nos cruzamos con otra que nos presta atención jamás la acusamos fiscalizadoramente como «es una persona que escucha mucho». Yo no he oído a nadie la cantinela quejumbrosa de que «es insoportable, no me interrumpe nunca», jamás he visto enfadarse a alguien porque «esta persona no para de escuchar». El motivo es sencillo. A todos nos gusta hablar y nos halaga que nos escuchen porque en ambos casos se satisfacen enraizadas motivaciones del ser humano como el reconocimiento y el cariño. Escuchar es evidenciar interés por el otro, y a todos nos encanta esa muestra de consideración hacia nuestra persona.
Hace ya tiempo le pregunté a mi sobrina, que entonces sumaba siete años, qué diferencia existe entre escuchar y oír. Quería demostrarle que son dos verbos con significados muy distintos que sin embargo a veces empleamos erróneamente. Me contestó que escuchar es prestar atención a lo que se oye. Me dejó tan atónito que no agregué nada. Escuchar es un acto intencionado, oír, no, y en esa intención descansan todas las virtudes empáticas de la escucha. El refranero nos recuerda con conmovedor optimismo que «hablando se entiende la gente», pero yo creo que debería modificarse por «escuchando se entiende la gente». Realmente deberíamos aproximarnos a realidades más veraces matizando que «escuchando se puede entender la gente, y a veces así tampoco». En la novela El mundo que deslumbra de la gran escrutadora del alma humana Siri Husvedt se afirma taxativamente a través de uno de sus protagonistas que la mejor estratagema para seducir consiste en escuchar. «No pretendo ser un cínico cuando digo que escuchar es la primera regla de la seducción», comenta un personaje al recordar cómo se ligó a su pareja. Nada nos magnetiza más que una persona nos conceda su tiempo, nos preste sus oídos y nos empuje ligeramente para facilitar que de nuestros labios salgan palabras abrazadas a otras palabras. Quizá sí hay algo que nos atrae más, y es que el que nos escuche nos regale un halago, esa caricia que sobreexcita al ego, siempre que esté bien fundado y sea merecido. Escuchar es seductor, escuchar permite conocer información novedosa frente a la que uno pueda aportar que ya se la sabe de memoria, escuchar está muy bien retribuido sentimentalmente, escuchar es la única forma de documentar el alma de nuestro interlocutor. Escuchar de verdad es vivir dos veces a la vez.
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José Miguel Valle. Escritor y filósofo
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A mucha gente el miedo a hablar en público le limita el desarrollo profesional. Pero si quieres crecer profesionalmente, vale la pena enfrentar este temor.
No soy conferencista de nacimiento. Es más, puedes enterarte de lo mal que me fue en una de mis primeras apariciones como conferencista, en mi artículo Cómo nace una conferencista internacional. Pero confieso que si bien al principio de mi carrera me ponía muy nerviosa, nunca sentí pánico.
Sin embargo hay muchas personas para quienes el miedo de hablar en público es una fobia de tal envergadura que prefieren declinar promociones laborales antes que enfrentarse a esa situación. Y otros que ni siquiera hablan en una reunión o junta con sus colegas. Tienen miedo a sonar mal, a no poder responder preguntas, a parecer tontos, a arruinar su reputación. Se imaginan que quedarán paralizados, se olvidarán de todo lo que saben, o se les secará la boca. Que los demás notarán que están nerviosos.
El miedo a hablar en público se llama glosofobia. Y de acuerdo al Dr. David Carbonell es una de las fobias más comunes. Un tipo de temor escénico que hace que la persona se preocupe por aparecer nerviosa y como consecuencia trate ya sea de evitar la situación por completo o de luchar contra esa ansiedad transformándola en algo crónico y disruptivo.
Aquí puedes enterarte de los factores que inciden en el miedo a hablar en público.
Desafortunadamente, en el caso de las mujeres, el temor de hablar en público se junta con viejos mandatos inconscientes con los cuales han crecido, como por ejemplo el de que deben verse todo el tiempo perfectas. Algo que las empuja a evitar situaciones en las cuales ese perfeccionismo les juega en contra. Por eso tienden a permanecer en silencio durante reuniones de equipo, evitar hacer preguntas, emitir opiniones divergentes, o buscar ocasiones para hablar en público. Siendo todas estas acciones que aumentarían su visibilidad y les atraerían mejores oportunidades laborales.
Pero créeme, escaparte de este temor solo limitará tus opciones profesionales. Y esperar a superar el miedo a hablar en público antes de aceptar ofertas para hacerlo, tampoco funciona. No. La mejor manera de superar una fobia es exponerte a eso que más temor te provoca2. Entonces, te propongo que juntas enfrentemos este temor con coraje y pasos específicos.
6 Pasos claves para superar el miedo a hablar en público
1 .- Admítelo
En lugar de derrochar energía y esfuerzo en ocultar tu temor de hablar en público (¡lo que te trae más ansiedad!) es preferible admitirlo1, aceptarlo y aprender cuanto más puedas sobre tu condición. Y sí, también te beneficiaría buscar oportunidades para practicar.
2.- Manténte presente
Sentimos ansiedad sólo cuando pensamos en el futuro o en el pasado. Nunca cuando estamos en el presente. Por lo cual te irá mejor si te enfocas en este preciso momento en que estás presentando o compartiendo tu opinión frente a tus colegas, en lugar de concentrate en lo que van a pensar de ti o en cuán rápido puedes terminar de expresar tus ideas. Para anclarte en el presente, es bueno que aprendas a respirar abdominalmente, lo que se llama técnica de respiración diafragmática. Cuando sabes cómo hacerlo bien, este tipo de respiración es ideal para devolverte la calma.
3.- Convierte tu diálogo interno en una conversación
Cuando estás adentro de tu cabeza, imaginando docenas de escenarios negativos, no haces sino alimentar tu propio miedo de hablar en público. ¿Qué pasa si cae mal lo que digo? ¿Qué pasa si me olvido de todo? ¿Si se me seca la garganta? Etc, etc. Cuanto más cuestionas tus habilidades y cuanto más negativa te pones, más bloqueas tu energía y lo que reciben los demás. Por eso, en lugar de mantener un monólogo interno, habla con quienes están contigo en el salón. Comparte tu ansiedad y permíteles que su empatía te haga sentir más cómoda con la situación. Cuando dejas de aparentar puedes enfocarte en lo que realmente quieres decir. ¡Es increíble lo que ocurre cuando eres honesta! Ten siempre presente que a la gente le gusta ayudar. Déjalos.
4.-Conecta
Un comportamiento muy común de quienes tienen miedo a hablar en público es apurarse para terminar su presentación cuanto antes. Entonces o cortan en forma abrupta sus palabras o corren. Pero el problema es que cuanto más rápido hablas, más rápida y superficial se vuelve tu respiración lo que de por sí genera más ansiedad. Y además pierdes claridad. Tu audiencia se desconecta y cuanto más desconectados están, más ansiosa te sientes. ¿Ves como rápidamente se arma un círculo vicioso negativo? En lugar de acelerarte, haz una pausa. El silencio vale oro. Le permite a la gente procesar tus palabras. Te permite a ti pensar y mantener la calma. Usado de manera estratégica, el silencio es una de las mejores herramientas con las que cuenta un conferencista. Además una buena forma de conectarte con tu audiencia es establecer buen contacto visual, otra de las cosas que quienes tienen miedo a hablar en público evitan a toda costa. Miran sus notas, se enfocan en una luz al fondo del salón o en sus manos. No continúes con este mal hábito. El contacto persona a persona es en realidad tu tabla de salvación. Cuando miras a alguien a los ojos sientes una conexión que te sustenta. Ellos sienten tus palabras a un nivel más profundo. Sienten que les estás hablando a ellos. Se comprometen contigo.
5.- Abandona todos los trucos
Lo que te he venido diciendo hasta aquí se resume en esto: Deja de lado todos esos trucos que desarrollaste durante años para “liquidar” el tema lo más rápido posible. Deja de estrujarte las manos debajo de la mesa, de tironear de la bandita de goma que te pusiste en la muñeca, de tomar un trago de agua cada dos oraciones. Comprométete con el presente, con la idea que estás compartiendo, con las personas que están allí contigo. Siente el temor y date cuenta de que no puede matarte. Y de que la mejor manera de superar cualquier temor es experimentarlo con frecuencia.1
6.- Relájate. Lo peor que te puede pasar, ya te está pasando
¿Qué más puedes hacer para superar tu miedo a hablar en público?
Sería deshonesto de mi parte no contarte que hay varias cosas más que hago como conferencista para prepararme cada vez que presento. Como practicar mis presentaciones, visualizar la situación y un resultado exitoso, usar ropa con la que me siento confiada, y ejercicios de respiración y poses poderosas unos minutos antes de comenzar. Pero la realidad es que estas son tácticas fáciles de conquistar que no te ayudarán a menos que primero des estos seis pasos fundamentales que compartí contigo. Así que adelante. ¡Pruébalos! Y luego cuéntame cómo te va.
Mariela Dabbah – Coach
Extraido de http://redshoemovement.es/blog/
Mariela Dabbah es escritora, conferencista y coach. Como Coach por más de 20 años ha apoyado el desarrollo de carrera de hombres y mujeres latinos en USA , Mariela como integrante de la Red de Profesionales de Mundo Mujer comparte en esta web un material muy interesante para ti, todo basado en su experiencia.
Autora del libro “Poder de Mujer”