Durante el último tiempo con bastante frecuencia columnistas, políticos y comentaristas, para criticar a la Convención Constituyente, al Congreso o a los Partidos Políticos, los comparan con un consejo de curso o asamblea escolar.
Basta ya de mirar tan despectivamente a los niños, niñas y adolescentes.
Los consejos de curso son espacios para que estudiantes practiquen progresivamente algunas competencias fundamentales para el ejercicio de una ciudadanía responsable. En muchas comunidades escolares, las y los estudiantes demuestran ser capaces de organizarse eficientemente para fines altruistas, debatir ideas y resolver sus conflictos de manera pacífica. Que estas instancias funcionen bien o mal, depende en gran medida del acompañamiento que reciban de parte de los adultos que están a cargo.
El nivel de maltrato, violencia verbal y carencia de habilidades de resolución de conflictos, que se observa entre nuestros políticos actualmente, y entre adultos, como se puede ver en diferentes redes sociales, es igual o peor a comportamientos similares entre escolares.
Somos los adultos quienes estamos modelando y fijando los estándares de lo que es un debate democrático, inclusivo y respetuoso, para nuestros niños, niñas y adolescentes.
¿Cómo estaríamos como país si los adultos practicáramos más la toma de perspectiva de otros, la escucha activa, el mostrar aprecio y valoración por la diferencia?
Las escuelas proveen de un ambiente especialmente valioso para la práctica de estas competencias y otras más, que conforman la ciudadanía responsable. El que se logren los resultados esperados depende de cómo los adultos guien el proceso y en especial en cómo modelan estas mismas habilidades.
¿Cómo nos comunicamos los adultos en la comunidad? ¿Cómo resolvemos nuestras diferencias? ¿Cuánto se toma la perspectiva de otros en la toma de decisiones? ¿Qué tantos espacios de participación existen? ¿Cuánto manifestamos el aprecio?
Luego, podemos revisar si esos estándares de convivencia respetuosa se están transmitiendo hacia los estudiantes.
Con nuestro barómetro socioemocional puedes medir diversos factores del ambiente escolar, como la calidad de los vínculos, el liderazgo, el feedback que se recibe, la autonomía, el sentido de pertenencia, entre otros. Tendrás un reporte online con todos los resultados y un reporte escrito con sugerencias para la acción.
Estamos viviendo momentos complejos como sociedad. Se percibe desconfianza en las instituciones, malestar, violencia en muchas ocasiones y división. Las escuelas pueden ayudar a recuperar el sentido de comunidad, educando en las competencias para una ciudadanía involucrada y generando esa sensación de seguridad y pertenencia que tienen los grupos sociales positivos. Que nuestros niños, niñas y adolescentes vivan en su comunidad escolar una experiencia de inclusión y participación que les prepare para contribuir a este país y a este mundo con todas sus fortalezas.
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Si hay algo positivo de lo que ha ocurrido durante la pandemia, son algunos cambios en la relación entre las familias y la escuela. Los padres y madres han podido ser testigos directos del compromiso y esfuerzo de las y los docentes por sus estudiantes, al poder observar las clases online o los videos que se envían a las casas. Al mismo tiempo, con el fin de conectarse con los estudiantes y comprender su entorno, docentes, asistentes de la educación y directivos, han establecido un contacto mucho más frecuente con las familias.
Así, ha sido más fácil ponerse en el lugar del otro.
Una realidad con la que tanto padres, madres y docentes pueden sentirse identificados y que sufren por igual es el estrés que ha significado la pandemia y la educación a distancia. Esto puede ser una oportunidad para fortalecer la alianza familia-escuela, a través de la mutua comprensión y la colaboración. La conexión a través de una experiencia compartida puede ayudar a derribar muchas barreras que normalmente inhiben el involucramiento parental en el aprendizaje y con la escuela. En este momento, más que nunca, la alianza escuela – familia, puede determinar la recuperación y calidad del aprendizaje.
Como fundación hemos estado durante varias semanas promoviendo estrategias para el bienestar de los docentes y las comunidades escolares, convencidos de que el bienestar de los adultos impacta directamente el bienestar de los niños, niñas y adolescentes. Esto también es aplicable a madres, padres y apoderados. ¿Cómo ayudar a las familias de la comunidad escolar a manejar el estrés en sus vidas?
Lo primero es tomar su perspectiva a la hora de diseñar planes de aprendizaje, retorno a clases, protocolos de seguridad, etc. Sabemos que esto puede implicar un gran trabajo, pero vale la pena. Cuando las personas sienten que su perspectiva ha sido escuchada en la toma de decisiones, se sienten más comprometidas a cooperar. No se trata de darle el gusto a todo el mundo, sino de comprender la diversidad de situaciones. Esto ayuda a tomar mejores decisiones y a comprender cuáles son las trabas a la participación más activa de los apoderados.
Tomar su perspectiva o levantar su voz permite saber ¿Qué se puede esperar de las familias? ¿hasta dónde se les puede exigir? ¿entender qué necesitan en este momento para ser un buen apoyo para sus hijos?
Las barreras al involucramiento parental han sido estudiadas, y la evidencia indica que las creencias (tanto de los educadores, como de los apoderados) son la principal causa. Ideas tales como que los padres con menos educación no pueden ayudar a sus hijos, o que ciertos comportamientos de un niños o niña son indicativos de una negligencia parental (desde que vienen con las uñas largas hasta que nunca vienen preparados para sus clases), o que los padres son poco respetuosos de los profesores y no valoran su trabajo, son algunas de las creencias que alejan a las familias de la escuela. ¿Quién quiere colaborar en un lugar donde no se es valorado? A los padres, por su parte, les afecta el temor a ser criticados por la escuela, la idea de que no hay instancias para expresarse honestamente y plantear sus críticas, o que sólo los padres que defienden la escuela tienen instancias de participación, o la percepción de que los profesores tardan demasiado tiempo en informarles de situaciones de sus hijos.
Al comprender mejor la perspectiva de los padres, madres y apoderados la escuela, y en especial los docentes, pueden ajustar sus expectativas sobre las familias y comunicarlas más claramente. ¿En este momento qué es lo prioritario? ¿Cómo podemos establecer acuerdos realistas?
Una forma de ir despejando estas barreras a la colaboración es el encuentro entre padres y educadores en espacios diferentes a los que usualmente se generan, que son de mucha formalidad y verticalidad o distancia al menos. El que las cámaras o la distancia física hayan acercado los espacios familiares y los espacios escolares, y que haya una mayor empatía entre padres y profesores por los desafíos comunes que están viviendo, es una oportunidad para no dejar escapar esta mayor cercanía.
Por eso invitamos a las comunidades a generar instancias de conexión entre apoderados y con los docentes, a través de encuentros de bienestar o de contención, donde no se hable de notas, tareas, o aspectos prácticos que pueden informarse en otra instancia, sino que se faciliten espacios para el diálogo, para compartir emociones y deseos y la reflexión en torno cómo se pueden mejorar los ambientes para el óptimo desarrollo de niños, niñas y adolescentes. Esto sin duda incidirá en un mayor sentido de pertenencia a la escuela y en mejorar el bienestar en la comunidad a través del fortalecimiento de los vínculos y la colaboración.
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Corporación Simón de Cirene
A continuación, te ofrecemos algunas sugerencias y buenas prácticas para desarrollar el arte de conversar junto
a otras personas dispuestas a escucharse, influir y dejarse influir. Una dinámica posible de realizar con cualquier
grupo de personas.
1. Equipo
Es importante contar con un equipo de personas preparadas para facilitar y sostener espacios de conversación,
cuyas habilidades interpersonales logren generar contextos de confianza y cercanía para impulsar buenas
prácticas de comunicación efectiva. Ideal que sea un equipo estable.
Puntos a considerar:
● Inducción: Es importante que los facilitadores puedan desarrollar competencias, tales como: la capacidad
de escucha, el diseño de conversaciones y gestión de espacios emocionales, con el objeto de favorecer la
conectividad entre los participantes, es decir, la capacidad de influir y dejarse influir.
● Sentido: Los facilitadores deben comprender cuál es el sentido de propósito de la conversación, es decir,
para qué nos vamos a escuchar, lo cual permitirá dar foco a la conversación a sostener.
● Inclusión: Es bueno que el equipo de facilitadores favorezca la inclusión de todos los participantes para
favorecer una conversación pluralista considerando los más diversos puntos de vista.
● Expectativas: El moderador debe ser capaz de establecer al inicio el marco sobre el cual se abordará la
conversación aclarando dudas y regulando las expectativas. Es importante que cada participante se sienta
escuchado y valorado como persona, pudiendo expresar sus ideas, intereses y preocupaciones, mientras
que los demás puedan no sólo escuchar lo que se dice, sino que también desde dónde se dice. Cada uno
de nosotros es una persona que se expresa desde sus propias experiencias e interpreta lo que le pasa desde
sus propias vivencias.
2. Preparación previa
● Mapeo de Actores y el Territorio: Es esencial dedicar tiempo previamente para identificar los actores
claves en la comunidad, las dinámicas de organización en el territorio y el contexto e historia del lugar y
las personas. De esta forma empatizar, sensibilizar y encauzar de mejor forma la conversación con mayor
probabilidad de obtener resultados positivos a partir de los anhelos, intereses y preocupaciones que
pudieran ser detectados.
● Idea Fuerza: Todos los facilitadores deben estar alineados con el objetivo comunicacional que se espera
entregar durante el proceso de conversación. Para ello, es importante considerar que todo lo que se
exprese, se muestre, se indique, etc. estará comunicando algo a los demás.
● Logística: Es importante planificar previamente todos los aspectos logísticos requeridos para una adecuada
jornada de conversación. En tal sentido, el espacio físico, la infraestructura (ej. sillas), los implementos
metodológicos, medio ambientales (ej. música ambiente) o de ser necesarios un servicio de coffee break
o catering deben ser debidamente coordinado. Es útil contar con un check list y un coordinador dentro del
equipo quien sea el responsable de velar porque todo funcione de acuerdo con lo programado. La
impecabilidad en la ejecución generará en la comunidad un mayor contexto de confianza, legitimando el
nivel de competencia con la cual se lleva a cabo el proceso. De igual modo, ideal si es posible solicitar a
proveedores locales los servicios que pudieran ser requeridos en la jornada.
3. Durante la Conversación
El rol de los facilitadores en la dinámica conversacional es ser un puente de comunicación entre las partes. Si
bien se espera que mantengan una cierta neutralidad, es recomendable que en ciertos momentos puedan
realizar preguntas con el objeto de indagar y profundizar en la intervención de algún participante. Finalmente,
se espera que sea la comunidad quien vaya identificando sus problemas y diseñando posibles soluciones. A
continuación, algunas recomendaciones para lograr resultados óptimos:
● Preguntas Inspiradoras y Escucha Activa: La clave de una buena conversación nace de preguntas
inspiradoras y una escucha activa. Las preguntas son la puerta del descubrimiento, propician la creatividad
y buenas ideas. Una buena pregunta genera curiosidad, es provocativa e invita a buscar soluciones.
Mientras que la escucha activa, busca conscientemente poner atención no sólo a lo que dice una persona,
sino que además se busca interpretar por qué lo está diciendo y desde dónde lo está diciendo, es decir,
cuáles son sus criterios de validación. Además, al escuchar de manera activa estamos considerando la
emocionalidad con lo que dice lo que dice y los gestos que utiliza (corporalidad). Todo comunica.
● Contingencia: Estar al día con las noticias y lo que está pasando, puede orientar el rumbo de las
conversaciones, anticipándose ante coyunturas, evitando algún sesgo o manteniendo cierta neutralidad.
● Reaccionar Rápida y Oportunamente: Si no se puede resolver es necesario, al menos, hacerse presente,
dar cuenta del interés y empatizar con la persona, es clave prepararse para acompañar y sostener
conversaciones difíciles.
● Poner Atención en la Capacidad de Influir de las Personas: A veces la persona que menos se espera, es
la que tiene mayor influencia en la comunidad. Por lo mismo, es clave tener un buen mapeo de actores.
● Capacidad de Articulación: Potenciar la capacidad de articular intereses entre los distintos actores
desplegados en el territorio con el objeto de optimizar recursos.
● Gestión por Aprendizaje: Es clave que los facilitadores en terreno estén constantemente reflexionando y
reevaluando su trabajo con las comunidades y las actividades realizadas en el territorio. Ideal si es posible
compartir toda la información relevante de la forma más instantánea posible. De igual manera, después
de cualquier espacio de conversación se deben rescatar los aprendizajes, tanto de la comunidad como del
equipo de facilitadores, en una dinámica asociada a prácticas de mejora continua.
4. Metodologías para los Espacios de Conversación
Existen múltiples formas y metodologías para encauzar buenas conversaciones con la comunidad. Algunos
ejemplos útiles son:
● Círculo de Conversación: Este método consiste en sentar a los participantes en círculo, en torno a una
intención común. Se puede fijar un centro, que funcione como el eje de una rueda, colocando objetos que
recuerden la intención del círculo. En general, cada círculo cuenta con un facilitador, quien guía el proceso
y un guardián quien se preocupa de fijar el ritmo de las conversaciones. La idea es propiciar un espacio
de conversación abierto y respetuoso, donde todos se sientan cómodos y participen activamente.
● Café Mundial (World Café): Este es un proceso en el que se reúne a las personas en un ambiente similar
al de un café y conversan sobre alguna(s) pregunta(s) fundamental(es). La idea es reunir a las personas en
mesas pequeñas, y que los participantes vayan rotando por las distintas mesas en un umbral de tiempo
determinado. Cada mesa tiene un anfitrión, quien guía la conversación en cada ronda, comparte lo visto
previamente y fortalece lo obtenido con los aportes de quienes van conformando las mesas en las
siguientes rondas.
● Técnica de Espacio Abierto (Open Space Technology): Es una manera de crear espacios de conversación
inspiradoras para cualquier tipo de persona, en cualquier tipo de organización o comunidad. Los
participantes crean y coordinan su propia agenda, son sesiones de trabajo simultáneas, alrededor de un
tema central y de importancia colectiva. Se basa en la experiencia de que tenemos la capacidad de
construir juntos el futuro. Esto se expresa de modo concreto, ya que todos los logros de las conversaciones son registrados y compartidos en un documento final, generado por los mismos participantes.
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La comunicación juega un papel fundamental en cualquier relación de pareja, ya que de ella depende la satisfacción de los amantes. Muchos de los problemas que perjudican y sabotean la permanencia de un vínculo sentimental se deben a la incapacidad para expresar nuestros sentimientos de manera asertiva, por ello, es importante que nos esmeremos en hallar la mejor vía disponible para sentirnos cómodos hablando de lo que ocurre en nuestro interior.
Al iniciar una relación, el principal objetivo suele ser compartir gustos, recuerdos, aspectos íntimos y expectativas a largo plazo, sin embargo, y aunque las intenciones sean positivas desde el inicio, la condición humana implica estar preparados para atravesar también momentos menos gratos y saber cómo afrontarlos. Es entonces cuando el arte de comunicarnos asertivamente cobra una importancia invaluable.
Es común ver a personas que no saben expresar sus sentimientos, emociones, preocupaciones o deseos sin ser ofensivos o hirientes. La frustración y la impotencia a menudo interfieren en nuestra habilidad para manifestar pensamientos sin ser imperativos, lo que conduce a situaciones violentas y desagradables a través de mensajes como “eres muy torpe”, “nunca me escuchas” o “por tu culpa”. A este tipo de enunciados se le llama “mensajes Tú”.
Un mundo de diferencia entre Tú y Yo
Los mensajes Tú se caracterizan por responsabilizar al otro de nuestros males y aniquilar su oportunidad de defenderse. Solemos utilizarlos cuando nos sentimos tremendamente enfadados, decepcionados o dolidos; es una forma de “hacer estallar” nuestra queja, no obstante, el remedio es peor que la enfermedad porque la respuesta del otro suele ser agresiva o negativa en otro aspecto, desatando sentimientos de culpa y discusiones.
A todos nos ha sucedido que nos encontramos en una situación irritante y acabamos diciendo cosas sin pensar de las que más adelante nos arrepentimos. Los mensajes Tú destruyen la dignidad del otro porque brotan de momentos de ira incontrolable. Si, además, usamos este tipo de lenguaje con recurrencia, no sería raro que terminemos ahuyentando a nuestra media naranja.
Para ello, existe una técnica de comunicación asertiva denominada mensajes Yo. Consiste en cambiar la manera en que formulamos palabras y frases dando prioridad al respeto y la claridad.
Los mensajes Yo nos responsabilizan de lo que decimos sin juzgar ni acorralar a nuestra pareja, ya que, como su nombre lo indica, se remiten en primera persona. Con este tipo de lenguaje estamos informando que lo que expresamos al otro es completamente nuestro: son nuestros deseos, nuestras ideas, nuestras preferencias. Así, le hacemos saber a la otra persona que no la estamos culpando por lo que sentimos, pero al mismo, también expresamos nuestro desacuerdo de manera eficaz.
Pasos a seguir para sacar provecho a los ‘mensajes Yo’
- Describir la situación, eliminando cualquier tipo de juicio que pueda ser interpretado negativamente por nuestra pareja.
- Describir cómo nos sentimos, explicando las emociones que nos genera un evento particular.
- Proponer una alternativa con el objetivo de negociar un cambio y no dar una orden.
Estos son ejemplos de mensajes Tú que a veces utilizamos en una relación y cómo podemos transformarlos en mensajes Yo para mejorar la comunicación:
1) Mensaje Tú: “Siempre llegas tarde, estoy cansado de esperarte. ¿Qué excusa vas a usar hoy?”.
Mensaje Yo: “Me incomoda que llegues tarde, esta situación me genera malestar. Me gustaría que pudieras informarme que no podrás estar a tiempo”.
2) Mensaje Tú: “¿Cuántas veces tengo que decirte que no me gusta que dejes tu ropa en el sillón? ¿Yo arreglo la casa para que tú llegues a desordenarla?”.
Mensaje Yo: “Cuando veo que pones la ropa en el sillón, siento que no valoras mi esfuerzo. Me gustaría que la colocaras en el cesto de la ropa sucia”.
¿Lo ves? Son dos formas muy distintas de expresar lo mismo, pero cultivando resultados distintos.
No es nada fácil utilizar siempre mensajes Yo, pero cuando comiences a aplicar esta técnica verás que la comunicación en pareja poco a poco irá mejorando, y te acostumbrarás a adoptar los mensajes Yo como la mejor vía posible para transmitir tus ideas y sentimientos.
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Seguramente todos —alguna vez en la vida, al menos— hemos pasado el incómodo momento de tener que establecer contacto con personas nuevas en eventos sociales o laborales, y no haber sabido qué decir para hacerlo. El “Hola, ¿cómo estás?” suele ser lo primero que se nos viene a la mente, pero luego… ¿qué decir para continuar la conversación?
En un mundo en el que la comunicación verbal y no verbal (conversar cara a cara) comienza a sentir la presión de la comunicación digital (Whatsapp, Facebook, Instagram), las frases de cortesía para entablar y mantener una conversación comienzan a ser olvidadas. Hoy en día, expresiones como “Me gusta lo que has dicho”, “Te envío un abrazo” o “¡Ánimo!” están siendo reemplazadas por emoticones de un pulgar hacia arriba, una carita amarilla con dos manos pequeñitas a ambos lados o un brazo musculoso.
Si cada día aumentan nuestras relaciones virtuales y disminuyen nuestras conversaciones cara a cara, establecer contacto con alguien en reuniones sociales o de trabajo se volverá más arduo porque estaremos perdiendo la facilidad y habilidad de comunicarnos a través de la palabra hablada.
He aquí algunas preguntas para iniciar y mantener una conversación cara a cara, que ofrecen más probabilidades de encontrar diversos puntos en común con los nuevos contactos:
¿CREES QUE ESTO TIENE BUEN FUTURO? Si estamos en un evento de trabajo, esta pregunta permite escuchar la opinión sobre lo que se está viendo o tratando, además de los criterios de evaluación que permitirán intercambiar puntos de vista.
¿QUÉ ES EN LO QUE MÁS TE LLAMA LA ATENCIÓN DE LO QUE ACABAMOS DE VER? Esta es una pregunta con una amplia gama de respuestas posibles. Da a nuestro interlocutor la posibilidad de explayarse sobre el contenido del evento, comparar con lo que ha visto en el pasado, y tal vez decantar en situaciones personales que lo lleven a hablar de algún proyecto personal o cualquier cosa que le emocione.
¿ENCONTRASTE AQUÍ LO QUE NECESITABAS? Esta pregunta, al igual que la anterior, ofrece un gran abanico de respuestas interesantes.
¿ESTUDIASTE EN ESTE PAÍS? Esta pregunta abre horizontes de conversación no solo sobre sus estudios, sino también sobre su familia, sus amigos, recuerdos agradables, y una larga lista de posibles temas de conversación y puntos en común.
¿REALIZAS ALGUNA ACTIVIDAD FUERA DEL TRABAJO? Esta pregunta —que puede colocarse un poco más adelante en la conversación— permite hablar de los hobbies, de deportes, de proyectos y emprendimientos, del tiempo dedicado a la familia.
Es muy cierto que la tecnología nos brinda una extraordinaria rapidez en la comunicación, en cualquier lugar y hora, pero nada se compara al calor humano que brinda el contacto personal en una conversación con un amigo.
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Compruebo con desolación que cada vez se debate más, pero cada vez se dialoga menos. Erróneamente creemos que dialogar y debatir son términos sinónimos, cuando sin embargo denotan realidades frontalmente opuestas. Como hoy 21 de enero se celebra el Día Europeo de la Mediación, quiero dedicar este artefacto textual a todas esas mediadoras y mediadores con los que la vida me ha entrelazado estos últimos años tanto en el ámbito de la docencia como fuera de ella. El mediador es un prescriptor del diálogo entre los agentes en conflicto allí donde el diálogo ha fenecido, o está a punto de morir por inanición, o es trocado por el debate y la discusión. Dialogamos porque necesitamos converger en puntos de encuentro con las personas con las que convivimos. «El hombre es un animal político por naturaleza, y quien crea no serlo o es un dios o es un idiota», ponderó Aristóteles en una sentencia que condecora al destino comunitario con la medalla de oro en el evento humano. Dialogamos porque somos animales políticos. Si la existencia fuera una experiencia insular en vez de una experiencia al unísono con otras existencias, no sería necesario. El propio término diálogo no tendría ningún sentido, o sería inconcebible. Diálogo proviene del prefijo «día» (adverbio que en griego significa que circula) y «logos» (palabra). El diálogo es la palabra que circula entre nosotros, que como he escrito infinidad de veces debería ser el gentilicio de cualquier habitante del planeta Tierra con un mínimo de inteligencia y bondad.
El prefijo dia, que da osamenta léxica a la palabra diálogo, ha desatado mucha tergiversación terminológica. Es habitual conceder consanguinidad semántica a términos como diálogo, debate, discusión, disputa. El prefijo latino dis de discutir se asemeja fonéticamente al dia de diálogo, pero son prefijos con significados desemejantes. Dis alude a la separación. El término discutir proviene del latín discutere, palabra derivada de quatere, sacudir. Discutir por tanto sería la acción en la que se sacude algo con el fin de separarlo. También significa alegar razones contra el parecer de alguien, y ese «contra» aleja por completo la discusión de la esfera del diálogo. Discutir y polemizar, que proviene de polemos, guerra en griego, son sinónimos. En el diálogo se desea lograr la convergencia, en la discusión se aspira a mantener la divergencia. Y cuando se polemiza se declara el estado de guerra discursiva.
Algo similar le ocurre al debate, cuya etimología es de una elocuencia aplastante. Proviene de battuere, golpear, derribar a golpes algo. De aquí derivan las palabras batir (derrotar al enemigo), abatir (verbi gracia, abatir los asientos del coche, léase, tumbarlos o inclinarlos), bate (palo para golpear la pelota en el béisbol, o para hacer lo propio fuera del béisbol con un cuerpo ajeno), abatido (persona a la que algo o alguien le han derruido el ánimo). Debate también significa luchar o combatir. El ejemplo que comparte el diccionario de la Real Academia para que lo veamos claro es muy transparente: Se debate entre la vida y la muerte. Debatir rotularía la pugna en la que intentamos machacar la línea argumental del oponente en un intercambio de pareceres. Queremos batirlo. En el debate no se piensa juntos, se trata de que los participantes forcejeen con el pensamiento de su adversario y lograr la adhesión del público que asiste a la refriega. El debate demanda contendientes en vez de interlocutores, porque en su circunscrito territorio de normas selladas se acepta que allí se librará una contienda en la que se permiten los golpes dialécticos, un espacio en el que las ideas del adversario son una presa que hay que abatir.
La bondad que el diálogo trae implícita (me refiero al diálogo práctico que analicé en el ensayo El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza –ver-) dociliza las palabras y cancela la posibilidad de que un argumento se fugue hacia el golpe y sus diferentes encarnaciones. El exabrupto, la imprecación, el dicterio, el término improcedente, las expresiones lacerantes, el maltrato verbal, el zarpazo que supone hacer escarnio con lo que una vez fue compartido bajo la promesa de la confidencia, el silencio como punición, el comentario cáustico y socarrón, la coreografía gestual infestada de animosidad, o la voz erguida hasta auparse a la estatura del grito, siempre aspiran a restar humanidad al ser humano al que van dirigidos. No tienen nada que ver con el diálogo, pero son utilería frecuente en los debates y en las discusiones. Además de tratarse de acciones maleducadas, también son contraproducentes, porque hay palabras que ensucian indefinidamente la biografía de quien las pronunció. Más todavía. Si las palabras se agreden, es muy probable que también se acaben agrediendo quienes las profieren. Sin embargo, la palabra educada y dialógica concede el estatuto de ser humano a aquel que la recibe. Ese diálogo cuajado de inteligencia y bondad permite el prodigio de vernos en el otro porque ese otro es como nosotros, aunque simultáneamente difiera. Cuando alcanzamos esta excelencia resulta sencillo tratar a ese otro con el respeto y el cuidado que reclamamos constitutivamente para nosotros. Lo trataríamos como a un amigo al que con alegría le concedemos derechos. Y con el que también alegremente contraemos deberes.
José Miguel Valle. Escritor y filósofo
Imagen portada : Obra de Alex Katz
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Carmen Gloria Gorigoitía Directora de Mundo Mujer, el pasado jueves 21, se reunió en la Sala CODAR, con un grupo de vecinos de Reñaca para conversar sobre «Convivencia» y su importancia en la dinámica de una sociedad.
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Hace años extraje de la lectura de una novela de José Saramago la reflexión de que cuanto más se mira menos se ve. Como hablar y mirar son sinónimos en un sinfín de ocasiones, es una sentencia muy adecuada para explicar esa liturgia del conflicto en la que los actores no dejan de hablar y con cada nuevo apunte enrevesan la interlocución hasta conseguir que sus aportaciones sean una apoteosis de la ininteligibilidad. Me atrevo a decir que se trata de un tropismo discursivo. Yo me he visto envuelto en esta deriva humana demasiado humana, pero me he acordado de esta cita de Saramago, la he sacado a colación y he dejado de mirar porque estaba en ese punto en el que una sobreexplotación del mirar provocaba la consecuencia dolorosa de no ver nada. Parece antitético, pero un hartazgo de hablar en vez de aclarar las cosas las puede enturbiar, ensombrecer y plagarlas de una oscuridad que las haga inasibles. Schopenhauer debía conocer muy bien esta inercia porque en su ensayo El arte de tener razón prescribía dejar hablar al oponente para que desgranase un número elevado de argumentos, y luego atacarlo refutando cualquiera de los sostenidos en último lugar. Cuando argumentamos, cada nuevo argumento aparece más debilitado que el anterior, incluso puede despeñarse en la incongruencia, así que si permitimos que nuestro rival dialéctico emplee una ringlera de ellos, será relativamente sencillo argüir alguno de los últimos, incomparablemente más frágil que cualquiera de los primeros. En un conflicto tan primordial es saber hablar (hablar mucho o poco es irrelevante frente a hablar bien y localizar con exactitud el epicentro de la controversia) como utilizar la prudencia de callar y retardar su posible resolución para otro momento, sobre todo si de tanto hablar ninguno de los concernidos ya sabe de qué se está hablando. Todo esto es fundamental para la sana articulación de un conflicto, pero es irrisorio si lo comparamos con lo que quiero contar a continuación.
En El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza escribí que igual que dos no riñen si uno no quiere, dos no se entienden si uno de ellos no está por la labor de querer entenderse. Es una obviedad olvidada, que es lo que suele ocurrirle a lo obvio: lo arrumbamos al desván de lo incuestionado y tiempo después no nos acordamos de su existencia cuando ponerlo en crisis ayuda a esclarecer y a esclarecernos. No sé si se debe a mi filosófica procedencia académica, pero recuerdo que cuando hace años comencé a estudiar la anatomía del conflicto y tuve la suerte de entrevistarme con varias autoridades en la materia, siempre les preguntaba sobre este tema, sobre la intencionalidad de los actores o, en terminología kantiana, sobre la buena voluntad. Mi bisoñez de entonces no sabía expresarlo bien, pero ahora sé que da igual que los agentes del conflicto se aprovisionen de potentes herramientas discursivas, que se manejen en la sofisticación epistémica del problema, que posean altos niveles de alfabetización en el arte de desactivar conflictos y en el de aplicar procedimientos eficaces, que conozcan los dinamismos negociadores, que se pertrechen de afiladas tácticas de persuasión y argumentación, que posean dispositivos cognitivos para relacionarse óptimamente con sus respuestas emocionales, o que desplieguen modelos predictivos para vaticinar los juegos de acción y reacción connaturales a toda fricción. Todo lo que he enumerado aquí es maquinaria operativa inútil si una de las partes no quiere entenderse con la otra. Hace unos días le explicaba este mismo argumento a un amigo, aunque agregué una vuelta de tuerca más y complejicé el escenario: «¡Imagínate qué puede ocurrir cuando son los dos los que no quieren entenderse!».
Dos personas se pueden entender si las dos desean entenderse, pero es categóricamente imposible que puedan entenderse si una de ellas, o las dos, no desea entenderse con la otra. Sé que todas estas predicaciones son tautologías, pero es que cuanto más profundo es el lugar en el que realizamos la minería humana más probable es acabar formulándolas. Afirmar que uno de los interlocutores no quiera entender para que los dos no se entiendan es una afirmación rotundamente reveladora. Desplaza la resolución de un conflicto a los territorios de la predisposición ética, no a los discursivos y comunicativos en los que hemos inventado aparataje de toda índole para poder construir evidencias comunales que permitan erguir espacios intersubjetivos. Los utillajes discursivos de la inteligencia no sirven para nada sin la acción intencional de utilizarlos, y mantienen intacta su improductividad si además no se utilizan de un modo patrocinado por la cordialidad. Cuando un interlocutor no quiere ver, da igual lo que se le muestre para que mire. Ocurrirá lo que predice Saramago, que cuanto más mire menos verá, o más subterfugios hallará para justificar la posición inamovible de la que parte, según el ardid señalado por Schopenhauer. En Ética para náufragos, José Antonio Marina define el diálogo como el uso de un pensamiento compartido, pero ese uso solo puede coronarse desde el querer usarlo. La razón cordial postulada por Adela Cortina es la disposición sentimental a pensarse en común, es decir, a utilizar el pensamiento de una manera compartida para encontrar una evidencia mejor que la anterior y que simultáneamente mejore a los interlocutores. Justo mientras redacto este texto, una amiga de Barcelona publica en las redes una reflexión extractada de la recién publicada novela El negociado del ying y el yang de Eduardo Mendoza: «La mitad de la inteligencia es entender, la otra mitad, hacerse entender». La redondez aritmética de esta frase me parece sublime, pero al leerla y meditarla me he encontrado con un severo problema geográfico. No sé en cuál de las dos mitades ubicar el deseo recíproco de querer entenderse, cuando sin ese deseo y su necesaria mutualidad las dos mitades que cita Mendoza devienen yermas. Salvo que ese deseo sea anterior a esa inteligencia y se localice fuera de ella, en un sitio que podríamos llamar bondad.
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Tanto en cursos como en alguna charla suelo contar una anécdota atribuida a Sócrates. Muchos alumnos que han asistido a mis clases la conocen muy bien porque se me antoja muy preceptiva para el buen funcionamiento de las relaciones personales. El filósofo estaba casado con Jantipa, una mujer con un temperamento especialmente bilioso. Una vez se enzarzaron en una acalorada discusión y la irascible Jantipa agarró un cubo de agua y lo arrojó con furia a la cara de Sócrates. A pesar del inesperado remojón, Sócrates tuvo la suficiente cintura para quitarle importancia al asunto: «Sabía muy bien que tras los truenos llegaría la lluvia». El relato no aclara si al escuchar estas palabras su mujer se encolerizaría todavía más y acabaría estampándole el cubo. Pero esta no es la anécdota que quiero compartir, sólo es un preámbulo para entender mejor el contexto. Casi siempre Jantipa, en vez de exponer verbalmente los motivos de su enojo, lo ritualizaba hacinándolo en un silencio malhumorado o depositándolo en algún que otro gruñido plagado de animosidad. Su silencio era como la aguja del sismógrafo que empieza a agitarse vaticinando la presencia de un terremoto. Como Sócrates ya estaba acostumbrado, cada vez que volvía a casa y veía a su esposa con el ceño fruncido y los labios apretados le interpelaba: «Habla para que te vea». Dicho de un modo técnico le sugería que por favor desplegara todas las herramientas que se articulan en el lenguaje hablado (léxico, sintaxis, gramática, semántica, prosodia, vocabulario gestual) para entablar un diálogo y evitar así la fosilización del enfado. Como sólo hablando se puede exorcizar el fantasma de la suposición, pero también es el único modo de tomar conciencia de los frecuentes puntos ciegos de nuestra propia conducta, yo agregué otro posible ruego de Sócrates a su mujer: «Háblame para que yo me vea».
El año pasado conté esta anécdota en una clase del curso de experto en Mediación de la universidad Pablo de Olavide, y días después una alumna la transcribió para publicarla en una semanal columna de prensa. Su transcripción guardaba reivindicaciones feministas. Allí relataba que en esta anécdota la mujer, como siempre, se hallaba confinada en casa y Sócrates por ahí, y que probablemente Jantipa albergaba bastantes razones para estar enfadada y no apetecerle nada departir con su marido. Aquel artículo me hizo recapitular, recodificar los significados y añadir variantes a la anécdota. De repente ya no todo orbitaba en torno a la figura arbitral de Sócrates, sino que su mujer incrementaba su protagonismo, lo que otorgaba al episodio caleidoscópicos focos de observación totalmente novedosos. El inicial «habla para que te vea» podía trocarse por una interpelación en la dirección contraria y en el requerimiento de un recurso comunicativo distinto. Jantipa podría reprocharle a Sócrates: «Pregúntame para verme». Incluso si el diálogo buscaba combatir los ángulos muertos del comportamiento, Jantipa podía tomar la iniciativa e inquirirle a su marido: «Pregúntame para que te veas».
Hablar, dialogar, preguntar, negociar, pactar son verbos insertos indefectiblemente en la experiencia humana compartida. Hasta ahora no hemos encontrado una fórmula más eficaz para la opulencia comunicativa y para el arte de vivir en armonía que dialogar. El diálogo es el ecosistema en el que la palabra se despliega sobre sí misma y se enriquece con la pacífica presencia de otras palabras. Acota una territorialidad de la razón comunicativa vetada por completo a cualquier otro elemento de la comunicación. Gracias al diálogo podemos asimilar la alteridad y la divergencia canjeando argumentos. Gadamer afirma que el entendimiento mutuo nace de la fusión de horizontes, los que se trazan y expanden a medida que se va acumulando experiencia vital, pero, me permito añadir yo, esos horizontes cuajados de información y axiología sólo pueden ser absorbidos inteligiblemente por nuestro interlocutor en la estructura que facilita el diálogo. Hablando no siempre se entiende la gente, como proclama con excesivo optimismo el refranero, pero sin hablar es harto difícil que las personas podamos entendernos. La comprensión es el mayor afrodisíaco del diálogo.
José Miguel Valle. Escritor y filósofo
Foto portada: Imagen de pasja1000 en Pixabay
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Una de las tensiones más frecuentes que se desatan en la búsqueda de conciliación de intereses antagónicos es la que se produce entre la empatía y la asertividad. La empatía consiste en habitar en la mirada del otro y contemplar desde allí la realidad para tratar de comprender los argumentos que nuestro interlocutor deposita en nuestro intelecto. La asertividad es la habilidad de defender discursivamente nuestra postura y nuestros derechos sin agredir ni denostar los de nuestro opositor. La convivencia entre la actitud empática y la asertiva a veces se enreda y en vez de plebiscitar soluciones agrava los problemas. En un escenario de conflicto podemos pecar de ser excesivamente empáticos y desatender nuestros intereses, o a la inversa, exacerbar nuestra asertividad y mostrarnos insensibles con los intereses de nuestro homólogo, enrocarnos en la consecución de los nuestros aún a costa de perjudicar indiscriminadamente los suyos.
La empatía o la asertividad son habilidades sociales eficaces o estériles según el uso que hagamos de ellas. Pueden provocar desórdenes homeostáticos en las interacciones si se utilizan en porcentajes desequilibrados. No hay ni que elogiarlas ni tampoco censurarlas en bloque. No sirve de nada aplaudir una conducta empática cuando la situación solicita asertividad, o entronizar la asertividad cuando el paisaje necesita colorearse inmediatamente de empatía. Hay que utilizarlas bien. A mí me gusta aclarar que normalmente entre empatía y asertividad se produce una relación de vasos comunicantes. Las personas de naturaleza empática refuerzan su asertividad, porque al contemplar la realidad desde ángulos de observación ajenos, y con argumentos poco familiares, les permite cotejar la suya con nuevos elementos y admitir su idiosincrasia y su condición de personas no estandarizadas y por tanto únicas. Del mismo modo, pero en dirección contraria, emplear la asertividad de un manera frecuente saca filo a la empatía. Velar argumentativamente por nuestros derechos es una forma de admitir la presencia de los de los demás, y por tanto erigirnos en sus aliados. Con la defensa empática de nuestros derechos indirectamente custodiamos los de los otros. Puede parecer una conclusión muy lapidaria, pero es díficil que haya asertividad sin empatía y empatía sin asertividad. Se salvaguardan mutuamente.
José Miguel Valle. Escritor y filósofo
Foto portada: Fiesta, de Irma Gruenfof
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