PIONERAS – En el mundo de los negocios y las corporaciones – Separar el trigo

Las reuniones de los directivos suelen tener una agenda cargada de diversos temas estratégicos, también resultados financieros, análisis de inversiones, y entre otros; comentarios acerca de los últimos eventos sucedidos al interior o en el entorno de la compañía.

Los esfuerzos de las ejecutivas (os)[i] por seleccionar lo más relevante que llevar a la mesa de dirección, requieren de otras tantas reuniones para escoger las palabras exactas que den cuenta de lo ocurrido en breve resumen, atendiendo a los tiempos disponibles de las variadas exposiciones.

A pesar de ello, el (o digamos también la, para no ser tan poco objetiva) expositor (a)[ii] puede caer en lugares comunes, ideas poco claras expresadas desde el nerviosismo, términos más bien técnicos a los que se debe solicitar una explicación alargando innecesariamente la reunión. Todo ello, para luego descubrir que, no era necesario conocer tan en detalle algún evento menor o de bajo riesgo para los intereses o valores de la empresa.

Así entonces, hablemos de habilidades propias de una buena ejecutiva (o), mencionando el arte de escuchar, que no es lo mismo que entender, tema que trabajaré en otra oportunidad.

Se habla bastante de la escucha activa, en términos de interpretar lo que el otro está queriendo decir, guiándose por sus gestos, miradas, movimientos o incluso silencios. En sentido ontológico; dejarse llevar por la persona, como un ser integral, que está comunicando algo y así permitir que todos los sentidos estén puestos en el interlocutor.

Pues bien, no me refiero a eso, aunque aquella actitud de atender la exposición claramente ayuda. Sin embargo, no son los silencios o las miradas lo que se necesita para escuchar en estas reuniones, más bien preguntar y discriminar, verbo tan poco atractivo, pero tan útil en estas lides.

En la antigüedad, para separar el trigo debía golpearse la espiga con unos palos, de manera que el grano se soltara para recogerlo y luego en sacos al almacén. Entonces, los tallos se amarraban para convertirse en paja o tejidos.

Asimismo, en cada reunión y sin necesidad de estar apaleando algo o alguien (nada personal), la mente atenta de una directora (o) debe diferenciar las palabras y los adornos, de aquello que resulte en un aporte de valor para los presentes y una buena toma de decisiones.  La rapidez con que se ejecute esta destreza es una clave de éxito.

En fin, la pregunta que subyace a cada reunión es la valoración del tiempo en función del equilibrio con los temas tratados.

 

Marcela Contreras Berrios – Conoce más a Marcela aqui

 

[i] Remítase al primer artículo, y si ya lo leyó, entonces haga uso de su memoria.

[ii] Concedo en esta oportunidad escribir el femenino como agregado, a modo de sutileza para la buena entendedora (o), que verá en ello un mayor error en el primero.

Foto portada de Sakchai Ruenkam en Pexels

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Los afectos son la manera de ubicar lo que nos afecta

Ayer mantuve una entretenida conversación con un amigo que imparte clases en primaria. En un determinado momento me confesó con cierto tono apesadumbrado algo que activó mis sensores: «Por lo que estoy viendo en los lugares por los que me muevo, creo que la pandemia no va a cambiar a muchas personas». Como un resorte salté y le respondí: «La pandemia no va a cambiar a nadie. Ni la pandemia ni la pospandemia. Nada nos cambia. Nos cambiamos nosotros. Sólo hay movilización en aquellos que utilizan lo que ocurre y lo que les ocurre como instrumento de análisis y palanca de transformación. Da igual la magnitud o la irradiación de las circunstancias que suceden en derredor, si uno prescinde de incorporarlas a su reflexividad primero y a su campo valorativo después». Mi amigo asintió, y aproveché para lanzar un interrogante: «¿Por qué te crees que hay tantas personas que se mueren a los 27 años, pero no las entierran hasta pasados los 72?». Al soltar esta invectiva pensé en la afectabilidad humana. Conviene recordar que todos tenemos afectabilidad como especie, pero la afectividad como entramado, además de depender de causas multifactoriales ajenas al sujeto, también está atravesada de criterios personales. La afectabilidad es la capacidad de que nos afecten las intervenciones del mundo en nuestro mundo. La afectividad es la forma de ubicar sentimentalmente en la particularidad de nuestro mundo lo que nos afecta de nuestro trato con el mundo.

La afectabilidad faculta que el mundo nos afecte en tanto que somos la compaginación rotatoria de relaciones tanto electivas como no escogidas con las que nuestra biografía no ceja de jalonarse. Esa recepción y afectación se traduce en afectividad. No es extraño que Hume denomine afecciones a los sentimientos. En Ciudad princesa leo a Marina Garcés que «los afectos no son solamente los sentimientos de estima que tenemos hacia las personas o las cosas que nos rodean, sino que tienen que ver con lo que somos y con nuestra potencia de hacer y de vivir las cosas que nos pasan, las ideas que pensamos y las situaciones que vivimos». Algo se presenta ante nuestra atención, interfiere en la inercia en la que solemos armonizarnos, nos zarandea, lo pensamos y lo alojamos en el juego de preferencias y contrapreferencias con el que establecemos las valoraciones afectivas de lo que nos sucede y de lo que hace que estemos sucediendo. De repente, brota un afecto que nos acomoda en una manera concreta de apostarnos en el mundo. En la conversación entre yo y yo acaba de implosionar una mutación destituyente y constituyente a la vez. No necesariamente ha de ser un acontecimiento aparatoso y catedralicio que percute con sus turbulencias en las narraciones de todas nosotras simultáneamente, o en el entramado afectivo de cualquiera de nosotros. Lo sabemos de sobra aunque somos renuentes a aprenderlo: la vida suele estar agazapada en los detalles que nos hacen sentir vivos.

Un afecto puede impugnar o recalcar la cosmovisión que tenemos de nosotros mismos. Puede alcanzar la inauguración de un yo que inopinadamente se lee inédito y renovado. La presencia hipnótica de un tú puede lograr metamorfosis en otro tú, que unas palabras entrelazadas con silencios y otras palabras tanto proferidas como escuchadas nos hagan menos borrosos o incluso mucho más nítidos. Todo esto es posible gracias a la afectabilidad con la que se imprimen nuestros afectos en una gigantesca trama de evaluaciones en la que intervienen la memoria (como llave de acceso al pasado), las expectativas (como herramientas para dar forma al futuro), los relatos sobre la definición de lo posible (como material para construir presente). A pesar de que secularmente se ha segregado el mundo de los afectos del mundo de la racionalidad, los afectos no son inmunes a los argumentos. La argamasa discursiva tiene capacidad transformadora sobre los sentimientos, y a la inversa, en una deriva de retroalimentación en la que no existe un antes y un después, sino simultaneidad. Aquí radica la relevancia de abrir espacios para confrontar narrativas disonantes y tomar el riesgo de ser afectado por ellas. En mis conversaciones más confidentes repito mucho que todo de lo que se da uno cuenta después está sucediendo ahora. A la incesante valoración de ese ahora en continuo curso sobre sí mismo la llamamos sentimientos, es decir, lo que recogemos de afuera para ordenarlo de nuestra piel para dentro. Al afectarnos nos muta y al mutarnos nos afecta. Bienvenidas y bienvenidos a la circularidad sin fin en la que habitamos mientras no dejamos de estar sucediendo.

José Miguel Valle.  Escritor y filósofo

Imagen portada : Obra de Petra Kaindel

 

  

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