Durante la pandemia, en uno de los grupos de whatsapp en los que estoy, una mañana apareció una ex colega pidiendo ayuda: Luis, el marido de la trabajadora doméstica de su casa tenía COVID, le habían indicado aislarse, por lo tanto estaba solo es su casa ubicada en un cité del barrio Franklyn. Sintiéndose mal y muy débil, de modo que no le daban las fuerzas para preparase comida. Habían intentado enviarle delivery, o un Uber, de forma de hacerle llegar comida todos los días, pero esos servicios no llegaban a ese sector. Ellos son venezolanos, por lo tanto tampoco tienen familiares o personas en quien apoyarse en Chile.
Parecía bastante poco eficiente enviarle comida desde el otro lado de Santiago, y me parecía nefasta la idea de que una persona enferma estuviese abandonada a su suerte. Sin saber mucho empecé a preguntar en las redes de fundaciones y corporaciones a través de los distintos chat, y algunas mencionaron que había ollas comunes organizadas por los mismos vecinos y que salían a repartir en bicicleta a quienes no podían retirar la comida. Al poco rato de preguntar tenía el contacto directo de Natalia, una dirigenta comunitaria del sector de Plaza Bogotá, y también el Facebook de la junta de vecinos, donde aparecía el contacto de su presidente Rodrigo. Hablé con ellos y me ofrecieron ayuda. A las 14 horas, Luis ya había recibido dos colaciones y una caja de productos de primera necesidad que le llevó la “Pollo”, líder de otra organización. Habíamos también organizado un calendario para que tuviera alimentación todos los días de la semana. Yo no conocía a ninguno de ellos.. pero ellos estuvieron dispuestos a ayudar.
No escribo esto para decir que el chileno es solidario. Lo cuento porque estoy convencida que vale la pena relevar el rol del vecindario. Vivimos encerrados, no conocemos al del lado, no existe vida de barrio. Esto es transversal a todos los sectores, pero se torna aún peor si vives en un lugar donde hay droga y vives con temor a salir, entonces no puedes generar redes. Pero en las crisis nos damos cuenta que el contar con apoyo en los territorios puede llegar a ser de vida o muerte, es una cuestión se subsistencia. ¿Cuántos de nosotros nos hemos parado a conversar con el de la casa de más allá? ¿Cuántos sabemos si hay un adulto mayor viviendo solo? ¿Cuántos tenemos el teléfono del vecino?
Hay mucho trabajo por hacer, y apoyar a las organizaciones de las comunidades y sus líderes es parte de ese trabajo. Ellos son quienes pueden llegar a conocer a las personas que viven en los territorios, identificar al que está solo, al que no tiene trabajo, al que sufre alguna enfermedad. Sin generar una estrecha colaboración con ellos no será posible avanzar para solucionar ésta y muchas crisis más. Aplaudo y me sorprendo una vez más por lo que están haciendo las distintas organizaciones en las comunidades, hoy puedo dar fe que son necesarias, ¡fundamentales! Por eso hay que cuidarlas y fortalecerlas, porque el tener una red de buenos vecinos puede cambiar la vida de muchos.