Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo – Angelina Bacigalupo
Socialmente, y generalizando, cuando se habla de los hijos, las conversaciones suelen orientarse al comportamiento, al aprendizaje, a temas cotidianos. Con bastante menos frecuencia y la gran mayoría de las veces sólo en estrechos círculos de confianza, se habla de lo que ocurre en uno, adulto, en la relación con ellos. La infancia de nuestros hijos es una de las etapas de la vida que nos invita a mirarnos, a descubrir cuál es esa “filosofía” de parentalidad que queremos forjar día a día a través de nuestras prácticas de crianza e integran nuestra manera de acompañar, proteger y educar.
Los niños necesitan de adultos protectores que los acompañen de cerca en su desarrollo, que les ayuden a regular los estados emocionales prestándoles estrategias de regulación interna mientras desarrollan las propias, que los orienten en satisfacer sus necesidades dentro de los límites que permite el respeto a los demás.
Si pudiéramos convertirnos en observadores expertos, atentos, cercanos, pacientes, entonces podríamos descubrir quién ES nuestro hijo y permitirle ser él mismo y emprender el camino en búsqueda de su lugar en el mundo y su felicidad. Necesitamos el espejo para explorar nuestro mundo interno e identificar lo que NOS ocurre y diferenciarlo de lo que le ocurre a nuestro hijo, saber quiénes somos, lo que motiva nuestras decisiones y comportamientos, cómo nos sentimos, cómo reaccionamos frente a las situaciones que vivimos, considerando la relación con nuestros niños y la conexión con nuestro niño/a interno/a.
Tomemos nuestro espejo. Profundicemos en el conocimiento de nosotros mismos, hagámonos cargo de nuestro actuar y estaremos dando espacio para que surja un conocimiento más pleno también de nuestros hijos, ya que podremos reconocer qué es de ellos y qué es nuestro. De esta manera tendremos la oportunidad de responder sensible y atingentemente a sus necesidades emocionales, pilar fundamental en el desarrollo de un niño sano.
En los momentos de alta demanda emocional, cuando la tensión se ha hecho presente y nubla nuestra capacidad de pensar, cuando la emoción “nos ha tomado”, resulta fundamental calmarse, tomar distancia, mirarse, reflexionar, poner las responsabilidades donde van y volver a decidir con valentía qué tipo de padres queremos ser. El niño necesita de sus padres, necesita de la seguridad, cuidados y conexión que puedan ofrecerle para el buen desarrollo de su salud mental.
¿Qué relación tiene esto con la crianza?, ¿por qué es importante que nos detengamos a mirarnos en situaciones cotidianas de alimentación, sueño, manejo de situaciones conflictivas, celos y rivalidades entre hermanos, despedida al momento de llegar al jardín/colegio, tareas escolares, ordenar juguetes y un gran número de otras situaciones que se viven a diario en la relación papá/mamá-hijo/a? Porque es en los detalles donde se juega la relación. No es azar, no es casualidad, no es sólo el ambiente… el vínculo que tenemos con nuestros hijos, con cada uno en particular, ha ido siendo construido desde antes de su nacimiento y seguimos desarrollando día a día ese tipo de relación que nos habla de bienestar o de sufrimiento. Y la calidad del vínculo no se construye solamente por las características personales de uno u otro, sino por el encuentro de ambos en un contexto determinado, con una historia particular, con toda la riqueza y las debilidades personales. Las relaciones entre padres e hijos serán las más influyentes en la vida del niño, ahí se sientan las bases para las interpretaciones emocionales y cognitivas de las experiencias sociales y no sociales, para adquirir el sentido de uno mismo y de los demás, así como la construcción del andamiaje valórico que regirá sus vidas.
Los problemas simples de crianza pueden conducir a problemas graves en las relaciones interpersonales en situaciones de intimidad en el futuro de ese niño. Por eso, el espejo.
Si acompañamos a nuestros niños en esta gran tarea de construirse a sí mismos, respetamos su camino, permitimos sus caídas, comprendemos que darán un paso a la vez, ponemos el acento en sus necesidades emocionales y no en las nuestras, si identificamos nuestras dificultades en la crianza y movilizamos nuestros recursos personales para responder asertivamente a sus requerimientos, si buscamos ayuda cuando el camino se pone difícil y no sabemos cómo o no nos resulta, si nos tomamos en serio nuestro desarrollo personal… entonces estaremos siendo padres sensibles que permiten el desarrollo epigenético óptimo de los hijos. Nos habremos dado cuenta de que nuestro papel en su vida es acompañar y orientar su proceso de autorrealización, inspirar su mejor versión y celebrar la oportunidad que nos brindan de convertirnos en mejores personas.
Si no sabemos cómo hacerlo mejor, estamos en el mejor momento histórico para convertirnos en los padres que nuestros hijos necesitan. Disponemos de cuantiosa evidencia, años de investigación y elaboración teórica que nos orientan en la senda de la crianza con respeto y nos brinda criterios claros para promover relaciones saludables y emocionalmente nutritivas con nuestros niños. No pierda su espejo!!
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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Poner límites no es castigar. Mientras los límites ofrecen contención y seguridad, los castigos empobrecen la autoestima y generan sumisión y resentimiento. Cuántas veces hemos escuchado ese erróneo “te castigo por tu bien”. El castigo es una pena que se le impone a quien ha cometido una falta. La intención es clara: hacer pagar al otro por su error. ¿Eso es lo que queremos los padres? No, lo que buscamos es educar. La evidencia de años de investigaciones señalan que el castigo es ineficiente en términos de aprendizaje y que los cambios en la conducta ocurren por las razones equivocadas: el niño deja de pelear con su hermano o hace la tarea por temor.
Los niños necesitan límites claros y padres coherentes para sentirse seguros y adaptarse satisfactoriamente a su entorno. Los padres debemos corregir los comportamientos inapropiados, mostrando alternativas, dando libertad para elegir y brindando oportunidades para poner en práctica. Y también queremos proteger. Surge entonces el desafío de encontrar el equilibrio entre protegerlos y darles el espacio para que tomen sus propias decisiones. No es fácil encontrar ese punto medio que le brinda al niño las oportunidades de actuar y aprender de la experiencia, resguardando su seguridad y la de su entorno. Saber el “rallado de cancha” que necesita un niño en cada momento de su vida es fundamental para educarlo y cuidarlo. No todos los niños necesitan lo mismo ni de la misma manera, pero todos necesitan un marco donde moverse, saber “hasta dónde”. Igualmente importante es que quien los eduque los trate con respeto y se mantenga emocionalmente conectado. Esta conexión significa estar disponible, estar atentos y concientes de nuestros propios estados internos, mantener la paz interior para ofrecerla al niño si pierde la suya, intentar comprender lo que está sintiendo el niño y ayudarlo a tener mayor comprensión de sí mismo y de la situación. Necesitamos nuestro espejo.
Al establecer límites razonables, el niño logra desarrollar paulatinamente el deseo genuino de cooperar sin la amenaza de castigos o el estímulo externo de premios. De esta manera, va siendo capaz de orientar sus comportamientos según su ética personal, según los valores que ha ido internalizando libre y concientemente.
En concreto, si le pedimos a nuestro hijo que ordene sus juguetes antes de salir al patio y no quiere hacerlo, ¿qué es poner un límite sin recurrir al castigo? Si es preescolar, es invitarlo a recoger los juguetes, tomando el protagonismo en la tarea, explicándole por qué es importante ordenar y conformarse con que tome uno o dos y los ponga en el baúl. Si tiene 4 o 5 años, se le explica y se buscan alternativas en conjunto (trasladar el desorden a su pieza, ayudarle); convertir el momento de orden en un momento entretenido de conversación o de risas también podría incentivar su cooperación. Si el niño es más grande, se le recuerda que los juguetes deben quedar ordenados antes de salir a jugar. Si va pasando el tiempo, se le anticipa que va a tener más tiempo en el patio si ordena pronto, ya que luego viene la hora de comer. La idea es transmitir las consecuencias de sus decisiones en base a ciertos límites, dejándole la responsabilidad de elegir y respetando su decisión. En lugar de muchos “no”, poner límites es también mostrar el gran espacio que queda para los “sí”.
Siempre validaremos su emoción. Mostraremos los límites de una manera compasiva (“entiendo que estés cansado, yo te ayudo a ordenar”, “entiendo que es fome ordenar, pero podemos pisar tus juguetes y caernos si los dejamos en el piso”) y se sentirá comprendido y respetado. Puede que ordene, puede que no. Validar sus emociones no es un medio para controlarlo y lograr que coopere, sino una forma de confirmarle que puede exteriorizar su molestia y estaremos a su lado acompañando su frustración.
La versión castigo de este ejemplo sería “no sales al patio porque no ordenaste”.
El objetivo del límite es que el niño pueda pensar en las consecuencias de sus comportamientos y elegir. Puedo ordenar y salir al patio o esperar otro rato y aplazar la salida, lo que hará más corto el tiempo de patio porque la hora de comida se acerca. El objetivo del castigo sería que el niño lo pase mal al quedarse sin patio porque no ordenó. El impacto del castigo en el niño es de una imposición, se sentirá chantajeado, su reacción dependerá de su edad y de su personalidad, pero su autoestima no quedará indemne. El impacto de ponerle límites es distinto; tampoco va a gustarle, pero tiene la opción de elegir sabiendo las consecuencias de las opciones y puede contar con algunas opciones. Los límites son una especie de “sí, pero hasta aquí”.
Lo más relevante es recordar que el respeto y la relación están por sobre el orden de los juguetes, por sobre las tareas, por sobre todo lo demás. Primero nuestra relación, luego lo demás. Seamos honestos y no disfracemos de límites a los castigos.
Al establecer los límites con respeto y mantenernos emocionalmente conectados a nuestros niños, estamos ayudándole a desarrollar su capacidad de autorregulación y a comprender los límites inherentes de la vida, mientras respetamos su individualidad.
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
Ver artículo: Adiós castigos: ¿Por qué los castigos están en vía de extinción?
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Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo – Angelina Bacigalupo
A pesar de que hoy existe mayor conciencia de que los niños son personas con derechos y merecen respeto, aún persiste en nuestra cultura la idea de que los castigos son legítimos como formas de educar y necesarios para mantener la autoridad.
Aún cuando disponemos de gran cantidad de evidencia desde la teoría y desde la investigación neurocientífica, aún se practican métodos punitivos anacrónicos como intento de imponer autoridad a través del miedo y que pasan a ser parte de una cultura en la que se cree que el adulto es superior y el castigo una forma de controlar la conducta de los niños, invisibilizando sus procesos internos y sus consecuencias. Estas creencias erróneas, reflejo de una sociedad adultocéntrica y desinformada, no sólo genera niños sumisos o rebeldes, sino además los ubica en una posición de soledad y desamparo, sin brindar las orientaciones y herramientas necesarias para gestionar de otro modo el conflicto o el comportamiento que ha motivado el castigo. ¿Confiarías en aquél que tiene autoridad porque genera temor? La diferencia entre el miedo que deriva del autoritarismo y la autoridad que deviene del respeto aquí se vuelve un tema fundamental. Es completamente incongruente exigirle a los niños que respeten a otros si no se han sentido respetados por nosotros y/o ven que no respetamos a otros. El respeto se modela, se construye y asienta por el ejemplo congruente, el respeto se gana, no se impone.
Cuando se impone la disciplina a través de amenazas, explícita (palabras) o implícitamente (“miradas que matan”, tono de voz o postura corporal), el niño activa sus circuitos cerebrales de defensa, intensificando sus emociones y las del adulto, en la mayoría de los casos. Cuando esto ocurre, la situación se ha salido de control para el niño y el adulto se enfrenta al más difícil desafío: mostrar la madurez que lo diferencia del niño, siendo ese otro calmado y contenedor que el niño necesita para autorregularse. El escenario es bastante difícil si pensamos que el adulto ya tomó una primera postura errada frente al conflicto: la amenaza como intento de controlar la conducta del niño. Cuando esto no traiga el término del conflicto que el adulto espera y el niño esté emocionalmente aún más descontrolado, las exigencias emocionales hacia el adulto para revertir el desborde del niño se vuelven aún mayores. En definitiva, los comportamientos punitivos o autoritarios de los padres ante los malos comportamientos resultan contraproducentes por las características del funcionamiento de nuestro cerebro. Cuando el niño detecta una amenaza, se activarán en él los circuitos neurales del cerebro evolutivamente más primitivo que le permitirán la sobrevivencia: luchar, huir, quedarse quieto o desmayarse.
Por otra parte, en cuanto a los consejos acerca de ignorar al niño (“no lo mires”, “no le hables ni le des atención hasta que te lo pida de buena manera”) en el entendido que ello evitaría reforzar la conducta, hoy existe evidencia de que no educa, sólo lastima y deja al niño en el desamparo con su frustración y enojo. Es una de las formas más directas de sepultar su autoestima y la confianza en los adultos… ¿confiarías en alguien que te ignora cuando más lo necesitas?
El castigo no educa, sí cambia la conducta, pero la modificación que observamos estará ligada al miedo de ser nuevamente castigado y no se mantendrá a largo plazo. En este sentido, el cambio logrado será por una motivación externa al sujeto (para evitar el castigo o la desaprobación del otro) y no por una motivación interna (porque se quiere hacer las cosas de manera correcta, porque el nuevo comportamiento tiene un valor en sí mismo que ha sido internalizado). Todos conocemos la diferencia entre hacer lo correcto porque nos están mirando o por el temor de ser castigados, o porque existe algo interno que valoramos y nos inspira a comportarnos de esa manera.
Asimismo, está demostrado que el castigo genera muchos efectos negativos en el desarrollo emocional del niño, por ejemplo, debilita su autoestima, produce miedo, ansiedad y desconfianza, genera resentimiento y comportamientos evitativos o rebeldes, deteriorando también el vínculo entre el adulto y el niño.
Si nuestro objetivo es que nuestros niños aprendan a gestionar los conflictos de manera asertiva, que sean personas respetuosas y capaces de ponerse en el lugar del otro, que desarrollen criterio y valores que les permitan hacerse respetar respetando a los demás, es importante que nos preguntemos con honestidad si nosotros hemos conquistado ese aprendizaje. En muchos casos, los adultos no mostramos nuestra madurez, sino sólo una acumulación de años, que es muy distinto. Nadie puede dar lo que no tiene. ¿Ya tiene su espejo?
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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Columna: NO A LAS RECETAS sin espejo
Los niños necesitan de adultos que los acompañen de cerca en su desarrollo, que los cuiden, que les ayuden a manejar el estrés, que descifren sus conductas, traduzcan los estados emocionales que le subyacen y les presten estrategias de regulación interna mientras desarrollan las propias. El espejo es necesario para mirar nuestro mundo interno e identificar lo que nos ocurre cuando nuestro hijo nos exige atención de maneras poco claras desde el punto de vista adulto (pataletas, gritos, travesuras, etc.) y que muchas veces juzgamos de innecesarias, inapropiadas y/o desproporcionadas. Estas formas de expresión muchas veces nos desorientan, no comprendemos qué necesitan, por qué se comportan del modo en que lo hacen y no sabemos cómo responder. Nos urge tener claridad sobre lo que les está pasando y sobre cómo abordar la situación. Más aún cuando tenemos un sistema escolar que muchas veces nos presiona y demanda una solución.
En este contexto, surge con fuerza la pregunta del cómo hacerlo, cómo resolvemos concretamente los conflictos que se presentan en el día a día con nuestros niños manteniendo una postura de empatía y respeto. Si bien en este tiempo existe una proliferación importante de información, movimientos de crianza y acompañamiento a padres, es frecuente escuchar sobre la queja parental acerca de sentirse juzgados, solos y desorientados. ¿Será que estamos buscando en el lugar equivocado?, ¿o sobrevalorando la opinión de otros por sobre nuestra intuición, nuestra experiencia, lo que nos muestra nuestro espejo? Este “otro” puede tomar diferentes formas, puede ser alguna amiga, el libro de crianza, la abuela, el padre del niño, la última publicación científica acerca del tema, el grupo de amigos, el psicólogo del blog. Este mirar “afuera”, ha traído consigo una sensación de incompetencia y frustración en muchos padres que buscan seguridad, alivio y conocimiento en lo que muchas veces parece más un merchandising de la crianza que recursos o apoyos secundarios a la experiencia y reflexión de los propios padres. Cuando ese “otro” pasa a tener un lugar principal en nuestras decisiones y dejamos de usar el espejo y de escuchar nuestra intuición y sentido común, todo aquello que pudiera tener un impacto positivo al ser un apoyo (lecturas, reflexiones de expertos, evidencia científica, grupos de apoyo y un gran etc.) podría convertirse en una amenaza para nuestro quehacer como padres. Todo está en la relación que establecemos con los recursos disponibles; qué lugar van a ocupar en nuestra forma de ser padres, cómo organizamos la información que nos brinda la evidencia científica y sustenta los principios de la crianza con apego seguro para que nos ayude y no se nos convierta en modelos ideales e imposible de padres perfectos, que no fallan, sin dificultades.
Esta ilusión de “padres perfectos” acompaña a un gran número de personas que quiere ser la mejor versión de padres que puedan ser. Muchos de ellos refieren inseguridad, sentimientos de incompetencia y mucha frustración. Es cada vez más habitual encontrarse con espacios depositarios incluso de una rabia desmedida de personas que critican la crianza respetuosa, comentarios poco ajustados cargados de prejuicios, descalificaciones y discusiones entre grupos de madres surgidos desde la frustración y la desorientación y que nada aportan. Se pierde el rumbo, el equilibrio, el fin último que sostenía nuestra búsqueda: ser buenos padres, unos suficientemente buenos.
Mi intención es plantear la necesidad de devolver a los padres la capacidad de pensar y encontrar sus propias soluciones, considerando lo que ven en el espejo, lo que les aporta la experiencia, lo que nos aporta la ciencia, lo que cuentan las abuelas. Las decisiones que se toman integrando quiénes somos y qué queremos para nuestros niños, en un marco de respeto a la individualidad y mirada consciente acerca de nosotros mismos ilumina la ruta.
La maternidad y paternidad es un desafío constante, nos enfrentamos a escenarios cambiantes con sentimientos y emociones que a veces son gratificantes y otras dolorosos y frustrantes. La intensidad y velocidad de las experiencias hace que sea fundamental tomarnos un tiempo para pensar, cuestionar, re-pensar, integrar y reconstruir nuestros modos de llevar a la práctica nuestra parentalidad. Este proceso psíquico que va evolucionando con nuestras experiencias de ser padres requiere de decisión y del espejo que nos permite mirar nuestro mundo interno e identificar lo que nos ocurre cuando nuestro hijo nos exige atención o contención de maneras que requieren de una lectura más allá del comportamiento (pataletas, gritos, travesuras, etc.), así como también de buscar recursos para responder sensiblemente a su necesidad, haciéndonos cargo de nuestras limitaciones sin perder la confianza en nuestro sabio interior.
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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NO A LAS RECETAS sin espejo
Los tiempos están cambiando la forma en que entendemos la crianza y cada vez más personas se atreven a explorar su mundo interno, su historia y trabajar para lograr una mayor conciencia sobre sí mismos y cómo eso repercute en sus relaciones con los demás. Tener conciencia, detenernos y descubrir quiénes somos en tanto padres es un tremendo desafío y requiere de toda nuestra honestidad y valor. No es fácil mirarse, aún cuando lo hayamos decidido y tengamos nuestro espejo. “No es posible despertar a la conciencia sin dolor”, señala Carl Jung, advirtiendo la dificultad de mirar nuestro interior y ser fieles a nosotros mismos. En la medida que “nacemos” como padres, algo se moviliza en nosotros y nos actualiza las huellas de nuestro propio desarrollo, de nuestra historia emocional, de la historia de nuestros vínculos tempranos. Se hace tan importante contar con alguien, sentirnos sostenidos por una red amorosa que acompañe nuestro andar… necesitamos una tribu, una comunidad.
La crianza en solitario es un suicidio emocional. Las investigaciones afirman que una madre que cría en la línea del respeto y la conexión emocional estando sola, logra mantener la tarea, con mucho esfuerzo, un año. Luego se funde, se agota, se desconecta, comienza a sobrevivir a la demanda de cuidados, a la contingencia. Pese a sus esfuerzos, preparación e intenciones no lo logrará si está sola. Esta realidad es dramática para la salud mental del hijo. Un año de cuidados sensibles y conexión emocional es muy poco tiempo en el desarrollo de un niño. Podría pensarse que por eso la naturaleza exige dos personas para tener un hijo, ambos son imprescindibles no sólo para que ocurra la gestación, sino también para acompañar el desarrollo del niño. El compartir los momentos de incertidumbre, de pena, de frustración, de desorientación, de alegría, de éxito, de crecimiento… la constitución de un equipo de padres es fundamental para acompañar el desarrollo afectivo de nuestros niños. La crianza en el respeto y la sensibilidad a las necesidades infantiles es fundamental en un mundo que quiere tener paz y para ello se requiere un equipo. Si la madre está sola no va a lograrlo. Madres solas: busquen apoyo para la crianza, necesitan una red de apoyo. No hablo de una pareja romántica, hablo de una persona o personas con las cuales compartir las tareas de crianza. Nadie puede dar lo que no tiene! Si el adulto no está contenido y en bienestar emocional, difícilmente lo promoverá en sus hijos. ¡¡Vamos que se puede!!
Las razones por las cuales las mujeres (y hombres también) están solas en la crianza, son variadas y muchas veces dramáticas. No es intención de este espacio profundizar en este punto, pero es importante mencionar que no pocas veces somos los adultos quienes, confundiendo los roles, enlodamos o privamos a los niños de la relación con el padre (o con la madre), perdiendo de vista la importancia de ambas relaciones para el niño.
Mencionaré brevemente dos situaciones: separaciones de pareja y abandono parental. En cuanto a las parejas, el rompimiento de la relación trae consigo el desafío de mantener las funciones parentales lo más estables y protectoras posibles. Ambos padres son responsables del desarrollo y crianza del hijo y éste necesita de ambos, razón suficiente para buscar los caminos para constituirse en un equipo parental que brinde seguridad, contención y bienestar al hijo a pesar de las dificultades y el dolor asociado al quiebre de la relación. El escenario del quiebre exige muchas veces a los padres un esfuerzo grande para mantener la rabia y la desilusión hacia la ex-pareja lejos de la relación del niño con este último. En definitiva, la indemnidad de la relación personal del hijo con cada uno de sus padres depende de ambos. Si comprendiéramos el inmenso poder de nuestros juicios, cuidaríamos considerablemente nuestras palabras. ¡Qué importante es el cuidado y respeto con el que hablamos del padre/madre de nuestro hijo! Aquí el desafío concreto: diferenciar la relación entre los adultos (pareja) de la relación que tiene el niño con su padre/madre. No es lo mismo decir “me dejó” que decir “nos dejó”.
En cuanto al abandono parental, la situación es aún más difícil. Aquí hay una retirada explícita y concreta de la relación con el hijo, lo que será una vivencia de gran dolor que lo acompañará durante toda su vida. Aún cuando parezca injusto, desmedido o imposible, el llamado es a mantener al padre en el discurso. En otras palabras, aún cuando uno de los padres abandonó al hijo, es importante hablarle al niño de él (o ella), darle presencia en el habla y dar una explicación de por qué no está, adaptando el lenguaje y profundidad a la edad del niño. Sin mentiras, sin rencores, sin responsabilizar al niño, tres aspectos difíciles de combinar ante una realidad tan dolorosa. El bienestar emocional del niño merece el esfuerzo.
No es sano quedarse estancado en el dolor, menos aún traspasarlo a nuestros niños. Si no ha sido posible hacer el duelo, es tiempo de buscar ayuda y elaborar la pérdida. Lo que no se elabora en una generación, se traspasa a la siguiente. ¿Qué herencia queremos dejarle a nuestros hijos?
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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Siguiendo con la columna: NO A LAS RECETAS sin espejo
Es común escuchar relatos de madres y padres arrepentidos de haber actuado de manera brusca o arrebatada con sus niños en alguna situación difícil del día. Es común también encontrar en estos mismos padres un discurso que hace responsable al niño del comportamiento adulto (“reaccioné mal por sus gritos”, “le dije tres veces y no entendió nunca”). Esta combinación tramposa denota que, si bien existe la noción de que es incorrecto desregularse y actuar la rabia con el niño, existe también una tendencia a responsabilizar de ello al niño. Los motivos son variados. El espejo, urgente!!
Si pensamos acerca de lo que podría estar motivando en muchas ocasiones el tan conocido juicio adulto “se portó mal”, es probable que encontremos un elemento común importante de analizar: las expectativas. Todos esperamos algo, esperamos algo de las situaciones que vivimos, de los otros, incluso de nosotros mismos. Existen padres que tienen ideas distorsionadas de lo que pueden esperar de sus hijos y eso produce que hagan atribuciones equivocadas acerca de cómo son sus niños y actúen consecuentemente, de manera poco asertiva, pudiendo llegar a deteriorar significativamente las relaciones padre-hijo.
Miremos el tema en concreto. Las dificultades habituales de los padres durante el primer año de vida suelen estar relacionadas con el sueño y la alimentación. Son reiteradas las quejas, por ejemplo, porque las guaguas despiertan frecuentemente durante la noche. Todas las personas nos despertamos entre ocho y diez veces por noche, nos tapamos más porque sentimos frío o nos damos vuelta en la cama buscando una posición más cómoda. No tenemos conciencia de cuántas veces ocurre porque son despertares muy breves y porque hemos desarrollado la habilidad de volver a dormirnos. Los despertares nocturnos forman parte de la evolución natural del sueño de los niños. Estudios señalan que el 81% de los niños de un año se despierta por las noches y el 54% sigue haciéndolo a los dos años. Lo esperable durante los primeros dos años de vida es que los niños se despierten en la noche, mientras desarrollan la habilidad de volver a conciliar el sueño. Las expectativas sobre dormir toda la noche siendo padres de niños menores de dos años pueden producir un verdadero descalabro en los adultos y una tensión importante en la relación con sus hijos si los despertares nocturnos no son comprendidos como propios del proceso de maduración del sueño.
Cuando nuestras expectativas no se cumplen, cuando nos encontramos con algo diferente a lo que habíamos imaginado, experimentamos emociones que nos impulsan a actuar consecuentemente a las explicaciones que nos damos. Si imaginábamos que a los diez meses de nuestro hijo ya podríamos dormir sin interrupciones, es muy esperable que nos sorprendamos y nos frustremos cada noche porque ello no ocurre. Comenzará la búsqueda de explicaciones, de experiencias maternales similares, las comparaciones con guaguas de amigos y conocidos y se podrían desplegar todo tipo de estrategias de afrontamiento de la situación… saludables y apropiadas algunas (dormir cerca de nuestra guagua para calmarla cada vez que se despierte, ponerle el tete y mecerla despacio hasta que vuelva a retomar el sueño, decirle bajito que estamos ahí y le ayudaremos a seguir durmiendo, cantarle muy suave, “shhhhh”) desajustadas y definitivamente no recomendables otras (dejarla llorar, prender la televisión o básicamente cualquier estrategia que no involucre a un otro que empatiza e intenta calmar a la guagua).
Y el espejo, ¿para qué? Para observarnos y reconocer en nosotros las emociones que surgen, las expectativas no cumplidas que las generaron y los comportamientos que impulsan. Todo esto sumado a una observación cercana y empática de las necesidades que están a la base del comportamiento (necesidad de cercanía para volver a conciliar el sueño, en nuestro ejemplo) nos permitirá una reflexión fecunda orientada a encontrar los recursos necesarios para responder de manera empática, atingente y oportuna a la necesidad del niño.
Toda vez que movilizamos nuestra capacidad de observación (del niño) y de auto-observación (de nuestro mundo interno) con el fin de promover la comprensión de las necesidades de nuestros hijos y orientar nuestras respuestas, libres de prejuicios y atribuciones equivocadas (“está mañoso”, “le gusta despertarnos”), estamos trabajando por un estilo de paternaje/maternaje saludable y nutritivo para la salud mental de nuestros niños. No nos conformemos con lo mínimo, trabajemos por ser la mejor versión de padres que podemos ser, yo invito!
Los niños se desarrollarán en su mejor versión … si tienen padres que hagan lo mismo, por eso: ¡los padres nuevamente!
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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La manera de relacionarnos con nuestros hijos está estrechamente ligada a quiénes somos, a nuestras expectativas acerca de nuestro actuar como padres y a lo que esperamos de nuestros hijos. Esto que parece tan sencillo encierra un valor tremendo si nos detenemos a profundizar sus implicancias.
Cuando nos enfrentamos a situaciones críticas en relación con nuestros hijos, lo que necesitan es que actuemos como adultos protectores, maduros, con calma. Cuando los niños preescolares se desregulan, necesitan un regulador externo. Esto se fundamenta en las evidencias que nos otorgan las neurociencias. El cerebro de los preescolares está en proceso de maduración de las conexiones de la neo-corteza con las áreas más primitivas que regulan las emociones. Es completamente esperable que no puedan recuperar la calma sin la ayuda de otro, ya que no cuentan con el desarrollo suficiente de las redes cerebrales que se lo permitirán más adelante en su proceso de desarrollo. Hasta este momento maduracional, la intensidad emocional es muy poderosa y gobierna gran parte de la vivencia infantil.
Cuando los adultos se desregulan, cuando “explotan” porque algo no resultó como esperaban, probablemente se deba a que no lograron un desarrollo óptimo de aquellas estructuras cerebrales que permiten un adecuado manejo de las emociones y/o visualizar las consecuencias de los comportamientos. En situaciones como ésta, a menudo llamamos a personas así “cabros chicos”, dando cuenta del manejo insuficiente de las emociones, llevando la intensidad de la emoción al acto inmediato, sin mediar en ello procesos reflexivos que permitan tomar decisiones socialmente adaptadas, considerando el contexto, las normas sociales, los valores propios, el respeto por el otro.
El neocórtex de los niños preescolares se encuentra en desarrollo, por tanto no puede actuar aún como regulador de las emociones. Quedan expuestos a que sus emociones los inunden, experimentando intensamente la felicidad, la tristeza, la rabia, el miedo. Si está feliz, todo en su cuerpo lo comunica, ríe, grita, salta, corre; si se enoja, se pone rojo, grita, pega, patalea. Si se asusta, huye corriendo, grita, llora, se esconde, tirita. Es una edad en que todas las manifestaciones emocionales son genuinas e intensas. A diferencia de los adultos, los niños sanos son transparentes en su experiencia emocional. Si están tristes, están “muuuy” tristes (aún cuando “sólo” perdió la piedra que recogió en la plaza y que traía como un tesoro a su casa), cuando está asustado, está muy asustado (aunque lo que haya “visto” no exista). Qué frecuente es escuchar a adultos hablando del “show” que hacen sus niños cuando se enojan o están tristes. ¡Alto ahí!: niños del pasado, tomen sus espejos!! Nuestro adultocentrismo no nos permite observar qué está ocurriendo en el interior de nuestros niños y eso puede ser grave si se mantiene en el tiempo y tenemos una actitud permanente de no validar sus emociones.
Ellos no pueden integrar sus experiencias emocionales sin nuestra ayuda cercana, respetuosa y sensible. Para manejar las emociones, se requiere comprenderlas, lo que aún no es posible para los niños pequeños, pero sí para nosotros, sus padres, quienes podemos ayudarlos a recuperar la calma, ya que comprendemos que su estado es de gran intensidad emocional y no tiene el desarrollo cerebral necesario para manejar su situación interna de otro modo. Ya aprenderá, ya tendrá recursos internos que le permitan otras formas de dar frente a la frustración, al miedo, a la tristeza. Por ahora hará lo que le permite su desarrollo neurofisiológico. Lo demás es nuestra tarea.
¡Retoma el espejo!. ¿Cuáles son nuestras experiencias de enojo, de tristeza, de inmensa alegría, de miedo?, ¿qué hacemos para manejar nuestras emociones?, ¿qué recursos tenemos para regularlas?, ¿cuáles utilizaremos para regular las de nuestros hijos?.
Es muy importante que durante las primeras etapas del desarrollo, los padres seamos sensibles a sus llamados de ayuda y respondamos consistentemente. ¿Qué ve en su espejo? Si entendemos las pataletas como una forma que tienen los niños de expresar la rabia y que nuestra respuesta empática, paciente y amorosa es la clave para regularlo, hemos hecho la mitad del trabajo. La segunda parte será respirar profundo, conectarnos con nuestra sensibilidad materna/paterna y acompañar, hablar suave, lento y bajito, procurando calmar al niño. Nuestras palabras han de orientarse por el criterio de dar cuenta de la emoción que observamos (olvidemos los sermones educativos en esta etapa). La idea es que el niño sepa que nos damos cuenta/entendemos que está enojado, triste, asustado y que comprenda que es normal sentir esas emociones. Los abrazos ayudan mucho a recuperar el bienestar, pero hay niños que necesitan un espacio personal (de no contacto físico y de silencio) para recuperar la calma.
Las pataletas pueden ser entendidas como oportunidades de desarrollo y estimulación de nuevas conexiones neuronales del neocórtex de nuestros niños. Sabemos que la estimulación de los circuitos neuronales logran mayor prevalencia que los que no se utilizan frecuentemente. En este sentido, la regulación emocional que logran los niños con nuestra ayuda se va instalando en su cerebro a modo de circuitos que se activarán en el futuro como reguladores internos de la experiencia emocional.
Para regular emocionalmente a un niño es fundamental un adulto emocionalmente regulado. Los niños aprenden a regularse… si tienen quien los regule, por eso: ¡los padres nuevamente!
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
Read moreRegulación Emocional: los padres primero.
Todos hemos soñado con tener una receta para lograr educar a nuestros hijos de la manera que soñamos, sin pasar por el espejo.
Despertemos!! Eso no es posible. No existe esa receta paso a paso que prescinde de mirarse uno mismo. Eso que prometen algunos artículos que circulan por internet ilusionando a tantos padres desorientados, desinformados, con historias de infancias difíciles y dolores emocionales no elaborados, en la práctica es utopía. Para acompañar el desarrollo sano de un niño es necesario hacerse cargo de uno mismo, mirar hacia adentro y decidir, con honestidad y voluntad, mirar aquellos rincones de nuestro ser que están menos iluminados y permitir que nuestros lados oscuros no obstaculicen nuestra disponibilidad emocional.
Sin duda, la lectura de autores e investigadores de la infancia y conocer la evidencia de los avances neurocientíficos iluminan el actuar de padres e hijos, facilitando una comprensión reflexiva de lo que ocurre en cada uno y en la relación. Busque, investigue, siga su intuición, pregunte. No se quede con lo primero que encontró. Va a darse cuenta de que la evidencia de las neurociencias en relación a la salud mental infantil apuntan hacia la importancia de la relación que se establece tempranamente entre la madre y el hijo (el padre tiene un rol fundamental al sostener emocionalmente a la madre y así ésta pueda contener al hijo).
Ser padre y ser madre, una “suficientemente buena” para permitir el desarrollo mental sano del bebé es un camino y, como tal, encontraremos subidas y bajadas, sol y sombra, a veces será una ruta a solas, otras, acompañada. Todos traemos una mochila que nos provee a momentos y nos pesa en otros; mejor saber lo que contiene y tomar conciencia, asumir lo que nos falta, buscar lo que necesitamos y pedir ayuda si se pone difícil.
Cada momento del desarrollo de nuestro hijo/a nos trae la impronta de nuestro propio desarrollo, de nuestra historia emocional, esa que nos habla de gratificación, frustración, necesidades (satisfechas e insatisfechas), duelos, amor y desamor… la vida misma. Todos nos enfrentamos a esto, con mayor o menor conciencia, con más o menos sufrimiento, más o menos acompañados.
Con todo esto, con todo lo que somos, nos encontramos con un otro, un hijo o hija con lo propio, con sus necesidades, sus ritmos, su dependencia: una gran demanda. Qué sabio resulta eso de que para criar a un niño se necesita una tribu entera. Claro que sí!! Las guaguas, los niños y los adolescentes necesitan de adultos que les muestren el mundo: su mundo interno y el mundo externo. El mundo externo parece el más conocido, las aventuras, los desafíos y peligros son tema de conversación y tienen gran atención adulta. El mundo interno, en cambio, es tan poco conocido, tiene tan poco espacio en nuestras conversaciones, tenemos tan poco presente su existencia e incluso, en las primeras etapas, muchas veces se le niega su existencia («no entiende, es chico», «no se da cuenta, está jugando»).
El mundo interno de los niños comienza a tener forma en la mente de los padres. Sí, así de importante es nuestro rol como padres. Podemos permitir (o dificultar) el desarrollo psíquico de nuestros hijos desde mucho antes de que digan su primer “agu”. En nuestra mente de padres construimos imágenes, significados, sueños, historias acerca de quiénes son y serán nuestros hijos.
Volvamos a los padres. Nuestra manera de relacionarnos con nuestra guagua tiene mucha relación con quiénes somos. Por eso hablo del espejo. Lo hacemos desde nuestros vínculos tempranos, desde los significados que hemos construido a lo largo de nuestra vida acerca de cómo son los niños y las relaciones con los demás, desde los significados que otorgamos a nuestra guagua en particular, lo que creemos que motiva sus comportamientos, las explicaciones que nos damos de sus llantos, de sus estados de ánimo, de si come o no come, de si llora mucho, de cómo duerme… todo tiene más relación con nosotros que con ellos cuando no somos concientes de lo que es nuestro. Conocer lo que somos, entender cómo funciona nuestra mente, identificar nuestras emociones y regularlas son aspectos fundamentales para relacionarnos de manera sana y protectora con nuestros hijos. ¿Ya tiene su espejo?
Es difícil dar lo que no se tiene. Para calmar a un niño, necesitamos estar en calma. Para regular sus emociones (traerlo de vuelta a un estado de calma, de bienestar) se requiere tener dominio del propio estado emocional y activar ciertas estrategias de regulación emocional. Para eso necesitamos un espejo y voluntad para mirarnos en él. Los niños necesitan padres sensibles que distingan llantos, comprendan necesidades y respondan sensiblemente a ellas. Qué diferente puede ser nuestro actuar cuando interpretamos un llanto como capricho o cuando lo entendemos como necesidad de contacto. Resulta esencial que los padres respondamos de manera consistente a las necesidades emocionales de nuestros niños. Para ello, es necesario que logremos distinguir qué es nuestro y qué es de ellos, qué emoción es la que experimenta el niño y cuál es la mía, de dónde viene la mía y qué hago con ella. Mirémonos al espejo sin temor. Trabajemos para que nuestras respuestas sean libres de prejuicios y mandatos que pudieran habernos alejado de nuestro sentido común, trabajemos para responder desde nuestro instinto protector, desde la empatía, desde el reconocimiento de la necesidad del niño.
Las respuestas apropiadas y a tiempo de un padre, una madre, a las necesidades de un niño construye una historia de cuidados sensibles que sostienen el andamiaje del desarrollo de un niño sano.
Para regular emocionalmente a un niño es fundamental un adulto emocionalmente regulado. Los niños aprenden a regularse… si tienen quien los regule, por eso: los padres primero!
Psi. Angelina Bacigalupo O.
Psicóloga Clínica Acreditada por la CONAPC
Especialista en Psicoterapia Infanto Juvenil
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