Reflexión de Primavera

«La semana pasada escuché un nuevo episodio del único podcast que sigo y que comenzó con la anfitriona contando que su mamá siempre tuvo mascotas de todo tipo. Vivían en el campo, donde no sólo tenían perros y gatos, sino también caballos y otros animales que recogían. Por lo tanto, durante su niñez, los cuidó, los amó y también sufrió su pérdida. Con los años su mamá enfermó y durante el período cercano a su muerte, fue testigo de cómo ella creía estar rodeada de varios de esos mismos animalitos a quienes había cobijado en el pasado y que, obviamente, ya no estaban en este plano desde hace mucho. Si se acercaba para sentarse en la cama junto a ella, su mamá le advertía que a ese lado no, porque estaba Micifuz, uno de sus gatos. Y así hablaba también de sus perros y de uno de sus caballos regalones, pues al parecer los sentía o simplemente los veía a su alrededor. Sus amados animales estaban allí para confortarla en esos últimos momentos de vida terrenal. Y me pregunto, ¿quién podría poner en duda lo que la señora decía ver?

Sinceramente, desearía un cortejo similar y que, por añadidura, me estuvieran esperando al otro lado. No hay amor más puro que el de nuestros animales. Una vida en contacto estrecho con ellos, y por lo tanto con la naturaleza, es muy distinta a la de aquellas personas que no gozan de tal experiencia. Se navegan otras aguas.

En lo personal, el cuidado de mi jardín me permite observar la evolución de las plantas, especialmente en estos meses primaverales. Y además, enternecerme observando pájaros y otras criaturas. Son incontables las aventuras que uno vive gracias a ellos, como también lo son sus enseñanzas. Ver florecer rosas y madreselvas y disfrutar de la fragancia que parece envolverlo todo al alba y al atardecer, cuando disputan en intensidad el magnolio y los jazmines, es un viaje sensorial menos evidente que la sola alabanza de sus colores y formas. Por otra parte, tener de visitantes y huéspedes a chercanes, zorzales y tencas en varios nidos y casitas, asegura sinfonías y obras corales inigualables, si a la par incluyo a jilgueros y diucas. Además de la oportunidad única de ser testigo de cómo los padres entrenan a sus polluelos para su primer vuelo. Y los extraño cuando crecen y se van, siento nostalgia de esas semanas de cortejos, entre el invierno y la primavera, cuando se producen persecuciones y disputas previas al apareamiento y después el oír el incesante piar de los polluelos.

No tengo caballos ni gatos —aunque me gustaría— pero tengo mis flores, mis perros y a los pájaros, que considero casi propios, pues los cuido de lejos, regando, para asegurar la cosecha de gusanos y suculentas lombrices que las tencas llevan a sus nidos a cada minuto para tranquilizar a su prole. Y llenando de agua, religiosamente, una pequeña fuente de piedra junto a la pandereta para que puedan beber y, los más valientes, darse un baño. Tampoco uso veneno, de ningún tipo, porque pienso en ellos y no quiero perjudicarlos. Hay mucha gente en quien pensar al cuidar un jardín.

Pero mi mayor alegría es cuando ocurre un suceso inesperado, como cuando resucité a una lagartija que se había caído al agua y estaba exánime. Si mi curso de R.C.P sirvió una vez para ayudar a un señor en el supermercado, seguro me iba a servir para ella. Por si acaso, de todas formas me apresuré en llamarla Juancho, no fuera a ser que partiera al otro mundo como N.N, lo cual habría sido el colmo de la ignominia. La tomé con cuidado, la puse al sol y comencé a practicarle un masaje cardíaco. Tipo reptil, por supuesto. Y de pronto hizo efecto, abrió la boca y tomó una bocanada de aire. La puse derechita, le acerqué mi dedo y me dio un beso. Bueno, así lo sentí yo. Descansó un instante y ya más relajada, se fue.

La otra noche ocurrió algo muy distinto. El aire era tibio y no había una gota de viento. La luna aún no estaba llena, recién se había asomado. Me senté afuera a oscuras, disfrutando de ese momento especial, cuando veo lo que pensé eran unos reflejos claros sobre el jardín de al lado. Para allá y para acá, cambiaban extrañamente de dirección. De pronto, en la penumbra ví algo grande que se posó sobre la reja. No podía ver bien qué era, pero dado su tamaño no le quité los ojos de encima. Y lo escuché decir: u-u-trrrrr, u-u-trrrrr. Era un tucúquere. De 50 centímetros, es el búho más grande de Chile. Se quedó allí unos segundos y voló a la chimenea, sin que sus enormes alas hicieran el menor ruido. Entonces pude distinguir claramente su barba blanca vibrando al unísono con las notas de su canto. Esperó allí arriba, muy seguro. Luego se perdió entre los pinos, para volver un minuto después a la chimenea y cantar para mí, por última vez, antes de perderse en la noche.

El mundo natural y los animales llaman a la compasión y a la empatía al mostrarnos la realidad de la vida, la cual puede ser cruel o al menos difícil, igual que para la especie humana. Así, frecuentemente nos vemos reflejados en su comportamiento. Pero con una gran diferencia: ellos son perfectos. Perfectos perros, gatos, caballos, lagartijas y tucúqueres. En cambio, ¡que lejos estamos nosotros de dicha perfección! Comenzando por nuestras contradicciones e inconsecuencias —algo inexistente en el reino animal. Un ejemplo de ello son aquellos que se oponen al rodeo por considerarlo una crueldad. Y sin embargo, están a favor del aborto a todo evento, exigiendo consiguientemente a otros lo que no son capaces de dar ellos mismos.

Para quienes hablan inglés, el podcast se llama “Dear Sugars” y es conducido por los escritores Steve Almond y Cheryl Strayed.»

Myriam O – Artista multidisciplinaria (conoce mas de ella aquí)

 

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¿Donde van a morir los pájaros?

Las emociones son respuestas físicas e instintivas ante estímulos externos, programadas en nosotros a lo largo de millones de años de evolución. Son irracionales, pues no se generan en el neocórtex como los pensamientos conscientes, el razonamiento y la toma de decisiones, sino que en un sistema separado llamado sistema límbico, que es como su centro procesador. En sicología, se ha estudiado la existencia de cuatro a seis emociones básicas y hasta más de veinte categorías distintas. Y aunque es prácticamente imposible hacer un listado exacto, he aquí algunas: la tristeza, la ira, la repulsión, la sorpresa, el miedo y la alegría. Pero existen varias otras más complejas, tales como la desilusión, la melancolía, el asombro e incluso la fascinación. Los sentimientos, por otro lado, son asociaciones y reacciones que se producen en nuestra mente frente a determinadas emociones. Ellos difieren de persona a persona, pues son producto de la experiencia adquirida a través del tiempo, del aprendizaje y temperamento. Así, frente a idéntico estímulo emocional, los sentimientos de dos individuos pueden ser muy diferentes.

Quiero invitarles, entonces, a leer uno de mis cuentos y jugar a identificar emociones y sentimientos, a ver qué sucede.

¿DÓNDE VAN A MORIR LOS PÁJAROS?

Los pájaros son como peces, surcan el cielo a toda velocidad para luego zambullirse en el jardín. Y parece que nadaran, sobretodo los zorzales. Un aleteo y pausa, un aleteo y pausa, hasta que aterrizan sobre el pasto creyéndose los dueños del lugar, pues como capitanes de puerto, corretean con sus gritos a unos y desafían a otros. Aún así, los pequeños chercanes se las arreglan para evadirlos, instalándose todos los años en la casita entre las hojas del magnolio. La llenan de ramitas que se asoman por el agujero de entrada, tan finas como sus propias patas, y se paran vigilantes en un gancho del árbol. Luego vuelan hasta la punta del techo deteniéndose ahí, miran hacia la izquierda, hacia la derecha y girando en el aire, se meten para adentro. Otros se visten de monjas, son grises con un velo blanco y hasta Octubre estuvieron dando picotazos en la ventana cortejando a su propia imagen. Yo diría que les dio buenos resultados, pues hicieron sus nidos en la enorme buganvilia. Ayer me acerqué, sigilosa, apenas pisando para no meter ruido. Me agaché por debajo de sus floridos ganchos rojos, hasta entrar al túnel de ramas y espinas, buscando con la mirada de dónde venía ese, a ratos incesante, piar agudo. Que sorpresa fue ver que un polluelo estaba de pie, erguido en el borde del nido, derechito, casi marcial, mirando hacia adelante sin moverse. Y sentí un enorme deseo de tocarlo, aunque fuera un imposible. Pero sólo permanecí atenta, aguantando la respiración a ver qué pasaba. Que difícil no moverse, estar ahí apenas, casi levitando, tratando de no pensar siquiera por si un pensamiento ruidoso lo pudiera asustar. Es que los pensamientos se cruzan por la mente como aviones fuera de control, como ideas que se estrellan en la frente explotando en mil colores. O tal vez son imágenes que viven ahí dentro, esperando su turno para aparecer como fantasmas, y suenan, retumban, y yo lo que menos quería era espantarlo. Como pude, me agaché más aún y me atreví a acercar mi mano al nido, poco a poco. Estiré el dedo índice y, muy lentamente, llegué al borde. El polluelo no se movía, no pestañeaba. ¿O estaría durmiendo, como los peces, con los ojos abiertos? Finalmente, lo toqué. Acaricié su pecho de arriba a abajo, sintiendo sus frágiles huesos y la suavidad de sus plumas. El seguía en posición firme, cual guardia del Palacio de Buckingham, mirando al frente, sin prestar la más mínima atención a esta turista de jardín. Y sentí el calor de su cuerpo, rogando que mi osadía no le fuera a dejar algún trauma, nunca se sabe. Pensé que el corazón se me iba a salir del pecho cuando me alejé en silencio, preguntándome dónde van a morir los pájaros, dónde terminan sus cuerpos a la hora de partir.

Así pasaron los días hasta que una mañana supe la respuesta, al ver a un zorzal joven que yacía muerto al final de la escalera. Los ojos siempre abiertos, las alas un poco lacias, las plumas de la cabeza medio revueltas como si hubiera habido una batalla. Los zorzales son grandes, incluso cuando polluelos, de modo que no se si este volaba siquiera. Tal vez murió de un susto al caer de su nido. No había sangre, no había testigos. O quizás el hambre lo hizo saltar al vacío, resultando en un salto de fe que salió mal. A lo mejor era un zorzal inexperto explorando el mundo a pie, con el deseo de acabar con la soledad de un nido que había dejado de ser visitado por los padres. Cualquiera que haya sido el motivo, ahora sé dónde van a morir los pájaros: terminan en el suelo, como el sentimiento.

Myriam O – Artista multidisciplinaria (conoce mas de ella aquí)

 

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Esta historia de amor te conmoverá: Murieron abrazados luego de 75 años de casados

La pareja de ancianos Alexander y Jeanette Toczko, era de California. La cual llevaba casada la sorprendente cantidad de 75 años. Durante su largo matrimonio estuvieron juntos y de la misma forma murieron. Resulta que han fallecido recientemente de la forma más peculiar y honorable que denota un amor inconmensurable entre ambos. Se trata, entonces, de una historia de amor, de sacrificio y comprensión como ninguna otra.

Los ancianos han muerto casi al mismo tiempo. Solo con horas de diferencia. De hecho, en camas juntas que el hospital había puesto de esa forma para que la pareja pudiera permanecer junta hasta el final…

Murieron en los brazos del amor…

Murieron abrazados. Ambos habían estado juntos desde los 8 años. Por lo tanto, habían crecido de la mano como personas y pareja. A la hora de su muerte, decidieron partir juntos para poder permanecer de la misma forma por siempre. Una pareja excepcional que se profesó amor hasta el último momento.

Su último abrazo fue fotografiado por su hija. La cual, los estaba acompañando en sus últimos alientos. Aimee Toczko-Cushman, relata que sus padres siempre fueron la pareja ideal. Pasaron los años y con ellos vivieron dificultades y alegrías, pero su amor permaneció inmutable en todo momento.

En el año de 1940 contrajeron matrimonio y desde ese momento permanecieron uno al lado del otro como pareja. 96 y 95 años eran sus edades. A pesar de que se mantenían en un buen estado de salud, de un momento a otro las cosas cambiaron.

Un accidente que acarreó problemas de salud para ambos:

Semanas antes de su muerte Alexander tuvo un accidente. Se rompió la cadera gracias a una caída que lo inmovilizó y obligó a mantenerse en cama hasta el día de su muerte. Jeanette, por su lado, y sin motivo aparente también enfermó. Entonces, su hija decidió ingresarlos a un hospital especializado en cuidados de ancianos.

En dicho centro les brindaron la atención que necesitaron. Sin embargo, el estado de salud de la anciana pareja cada día era peor. Con su salud disminuida, el hospital decidió brindarles unas camas especiales donde podían permanecer abrazados el tiempo que quisieran. Puesto que esa era la petición de ambos.

Hasta que llegó el día de partir…

El día de su muerte se despidieron con un largo abrazo. Aunque, no murieron justo en el mismo momento. La diferencia fue solo de pocas horas. Y durante todo ese tiempo permanecieron abrazados hasta el final. Su hija expresó que siempre fueron uno solo desde que ella tenía memoria. De esa manera, decidieron compartir su vida juntos y también su muerte.

Su hija Aimee Toczko-Cushman, decidió compartir esta bella historia de amor como una manera de hacer honor a sus padres y al amor inmenso que se profesaron. Es una manera de dar esperanza a las jóvenes parejas que han perdido la fe en en el matrimonio y que subestiman el amor. Una experiencia que ha calado hondo en el corazón de familiares, amigos y cuidadores. Puesto que, incluso, las enfermeras que estaban pendientes de sus atenciones en el hospital han quedado anonadadas con tan maravillosa muestra de amor entre dos personas.

La pareja dejó atrás a 5 hijos y 10 nietos. Además de 6 bisnietos. Cuatro generaciones que no son más que la muestra de que cuando existe el amor en una pareja la familia siempre permanece unida. Hoy en día, después de superar el dolor de la pérdida. Sus familiares recuerdan con orgullo a esta pareja que demostró que el amor nunca se acaba. El amor es un sentimiento, un estado de consciencia que puede transformarse, evolucionar, cambiar, pero nunca morir. No cabe la menor duda que ni la muerte podrá separarlos. Recordemos que, los amores auténticos son como las águilas, pues vuelan más alto cuando hay tormentas.

Extraido de: Editorial Phronesis

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Lo que deberías hacer para temerle menos a la muerte (y vivir mejor la vida)

Artículo publicado originalmente en El Definido

Porque es lo único ineludible en este mundo, Mane Cárcamo plantea una manera más abierta de enfrentarse al final de la vida… pero no solo cuando estemos cerca, sino siempre.

En los últimos días, mucha gente a la que quiero ha sido visitada desde cerca por la muerte. Lo que me asombra y sucede es constatar que nosotros los mortales, los que tenemos el 100% de seguridad que algún día nos tocará partir, no podemos acostumbrarnos ni siquiera a la idea de este paso por el que todos, sin excepción alguna, transitaremos. Sin duda el desapego es difícil, las despedidas, la ausencia… son dolores que no pasan, pero (por lo que he visto) con los que sí se puede aprender a vivir, incluso a ser feliz conviviendo con ese sentimiento.

Cuando era chica la muerte era un asunto tabú. Recuerdo que si se hablaba de alguien enfermo en la sobremesa o de un accidente inesperado, un tío carraspeaba, llenaba su copa y algo nervioso decía “cambiemos de tema mejor”. Siempre me llamó la atención esa actitud tan propia de esos años. Como si por no nombrarla, la muerte no fuera a suceder. Y acá estamos, con muchos de ellos en la otra vida y conmigo pensando que el negar el tema no impidió que unos más temprano que tarde, tuvieran que partir.

El filósofo Michael de Montaigne habló sobre la muerte y nos interpeló sin anestesia a hacernos cargo de lo ineludible Quitémosle lo raro, acerquémosla a nosotros, acostumbrémonos a ella, no tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte”.

Y fíjense que comparto esta idea y la abrazo con total convencimiento. Porque incluso sanos, en la plenitud de la vida y con todo un futuro por delante, la muerte debería preocuparnos mucho más que el crédito hipotecario, la pega o la dieta para el verano. Debería preocuparnos, sin vivir con miedo ni aterrorizados, pero atentos para que ojalá nos pille preparados y vigilantes, esperándola sin asuntos pendientes.

Una amiga me contó que su mamá para una Navidad les regaló, a cada uno de sus hijos, un sitio en el cementerio. Mi primer pensamiento fue “que tétrico”, pero después de masticar mejor la idea admiré lo práctico del regalo y la sabiduría de esa mujer de despertar a sus hijos y decirles sin mucha vuelta: ojo que no sabemos ni el día ni la hora.

Entonces, ¿qué hacer frente a ella? ¿Cómo prepararnos? Acá algunas de mis sugerencias en las que obviamente aportaron amigos, a los que les haré un discurso muy lindo de agradecimiento en su funeral si mueren antes que yo.

1. Partir por hablar de la muerte sin tapujos. Con tu pareja, preguntarse qué pasaría si uno faltara, si tienen hijos juntos como les gustaría que crecieran, incluso (lo he hecho) conversar acerca de quien ocuparía nuestro lugar en el caso de partir. Sin mucho criterio le he dicho a mi marido cómo debería ser la mujer que elija y qué es lo que quiero que le transmita a mis cabros (una cosa es decirlo, otra que considere los que le digo). Es un rasgo controlador lo sé, pero al menos me interesa que la madrastra de mis niños cuenta con mi pre-aprobación (de lo contrario ya lo tengo amenazado con venirlos a penar).

2. Este es un cliché que llega a ser grosero, pero no puede faltar. Preocuparnos de recomponer esos vínculos que nos importan y que están quebrados, debiese ser una tarea diaria y que no dejarla para el día que sintamos que la muerte nos está rondando. Hay cosas que tal vez cuesta mucho perdonar, sanar o resolver, pero al menos podríamos esforzarnos por hacer el intento HOY de provocar una tregua o acercamiento. Llamar a ese hermano con el que estamos peleados, invitar a un café a esa amiga que fue injusta, pedir perdón a ese compañero de pega con el que nos desquitamos, disculpar a esos papás que nos sobre exigieron, son pequeños grandes gestos que pueden llevarnos a vivir mucho más en armonía y paz. Siempre me he preguntado que si mañana me atropellan y la vida se termina, ¿me podré el pijama de palo sin nada pendiente con aquellos a los que quiero y me quieren? Reflexión ULTRA repetida, pero para mí siempre necesaria.

3. Dedicar un momento del día a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y lo que podemos cambiar. Sería muy bajoneante que la “doña fría” nos encontrara con la cabeza y el corazón puesto solo en la vorágine de la cotidianidad. Inmersos en la cuentas que hay que pagar, los proyectos que debemos presentar, los informes atrasados, el supermercado, las tareas infantiles, las grandes reuniones ejecutivas, etc. Todas cosas que obviamente nos quitan muchas energías del quehacer diario, pero que nos pueden impedir parar un poco, mirar nuestra vida y darle un sentido. Mi propuesta es que al menos 10 minutos al día uno debe estar en silencio y evaluar nuestro día, nuestros lazos con los demás, nuestra manera de enfrentar el trabajo y el cómo podemos ayudar a los que nos necesitan. Es una muy buena manera de ir revisando la carta de navegación y monitorear si vamos por el camino correcto. Y una excelente receta que alguien me dio para que la muerte me pille con el foco puesto en lo verdaderamente importante y no únicamente en el tag pendiente que tengo que pagar.

4. Dejar todos los días un recuerdo en otro. Una amiga me dio la idea de revisar fotos de momentos bacanes y comentarla con los que queremos, para ir grabando de generación en generación esas historias que le dan mística y un estilo particular a cada familia. Que la tradición oral de los cuentos no se pierda, porque cuando no estemos, esos recuerdos nos harán volver a estar presentes. También es bonito proponerse hacer ciertos gestos o rituales que dejen huella en los otros. Abrazar todas las noches antes de dormir a un hijo, invitar todos los primeros viernes de mes a ese abuelo que está muy solo, enseñarle una canción que nos fascine a los sobrinos, hacer un picnic en ciertas fechas importantes… en definitiva ir grabando momentos en nuestra vida y en las de los que nos rodean. En un mundo en donde todo está escrito, documentado, certificado o posteado en Facebook, cobra un nuevo valor el poder de las historias contadas alrededor de la mesa, en donde el que la va transmitiendo le va poniendo y sacando un poco de su cosecha. Personalmente me enternece cuando alguien dice “cómo decía mi abuela” o “mi papá siempre nos contó el cuento de…”. Son sutiles maneras de volver a acompañar nuestros seres queridos cuando ya hayamos aparecido en el obituario.

Esta frase que leí en @nochedeletras me encantó por su naturalidad: “La muerte y yo hemos hecho un pacto. Ni ella me persigue, ni yo le huyo a ella. Simplemente algún día nos encontraremos”.

Así es no más, queridos lectores mortales.

¿Hablas de la muerte con sus cercanos?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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La muerte me viene a buscar ¿qué hago?

Este último tiempo he realizado unos encuentros con países de América latina aprovechando la enorme migración que ha llegado a mi país.

Nos hemos encontrado con dominicanos, argentinos, bolivianos, venezolanos, colombianos entre otros a conversar y compartir experiencias.

En uno de los últimos encuentros, se me ocurrió contratar un actor que entraba en el salón interrumpiendo la conversación y me decía que era LA MUERTE, y que me venía a buscar. Esto lo hice en el marco del último estudio para el libro que estoy escribiendo en estos momentos.

Obviamente la sorpresa de todos era enorme y las risas nerviosas no se hacían esperar. Al ver mi respuesta y decirle que no tenía ningún problema en irme al término del taller, le pedía a este personaje le hiciera el mismo comentario a cada uno de los integrantes del grupo.

Sin considerar que la mayoría son migrantes y obviamente frente a esa opción de partida todos querían estar en sus países y con su gente, esto no fue razón para que todos, incluidos los chilenos le pidieran prórroga a la muerte.

El 98% de todos los participantes que eran alrededor de 300 personas le decían a la muerte, “vuelve otro día” , “ven en una semana y me voy”, tengo que arreglar un tema con mi pareja, déjame decirle a mis hijos que los amo, entre tantos comentarios fueron las respuestas dadas por todos.

No importaba mucho la edad para pedir ese espacio, el tema es que al parecer todos tenemos cosas pendientes con las que nos dormimos todos los días sin resolver.

La gran mayoría tenía cosas que decir que no han dicho, expresar sentimientos y resolver conflictos que dilatamos todo el tiempo, tal vez pensando que somos eternos o con poca conciencia de muerte que la debiéramos tener hace mucho.

No deja de ser importante el ejercicio y si bien ustedes no están o no estaban en el taller, sería interesante hacerlo en familia y ver qué pasaría si la muerte nos viene a buscar y nos dice que tenemos que irnos con ella.

¿Estamos preparados para ese encuentro? ¿le pedirías prórroga si viniera a buscarte? O ¿podrías decirle que a pesar de tu pequeñez y de lo bien que lo estás pasando en tu vida, estas lista para irte con ella?

Tienes cosas pendientes, comidas que quieras comer, lugares que visitar, cosas que decir, etc.
En el libro nuevo escribía la historia de un viejito de 86 años que cuando la “muerte” se le acerca él dice sonriéndole y desafiándola un poco que la estaba esperando hace mucho pero que justo ese día no se podía ir con ella. Al preguntarle porque, me dice que era muy tonto y que llevaba varios días con ganas de comer un pescado frito y no lo había hecho y que al tener la muerte al frente se daba cuenta de que no podía irse sin ese gusto.

Fue tan encantadora la historia, que seguramente Don JORGE, ya se comió su pescado y no debe estar dejando demasiadas cosas pendientes para el próximo encuentro.

Quiero invitarlos a pensar en que la muerte, independiente de su posición, edad y etapa de vida los viene a buscar y les pregunta, cosa que no hará en relamidas si están listos para partir, ojalá que la respuesta sea que sí, sólo por no tener nada pendiente aunque siempre tendremos claro que podríamos haber hecho mejor las cosas de las que las hicimos.

Soy la MUERTE y te vengo a buscar ¿qué haces?

pilar_sordoEscrito por Pilar Sordo – Psicóloga

Extraído de www.pilarsordo.cl

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Temas complicados con tus hijos: mejor sí hablar de ciertas cosas

Artículo publicado originalmente en El Definido

Hay situaciones incómodas de la vida que nos toca enfrentar de cara a nuestros hijos. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Ocultar las dificultades o hablar «al pan pan y al vino vino»? Mane Cárcamo propone una salida.

Hay temas que no sabemos ni queremos hablar en familia. Que el solo hecho de pronunciar la letra inicial de la palabra nos da urticaria y que esas “cuestiones difíciles” las evadimos más que Penta y sus impuestos.

Al estar recién criando (hace 11 años en verdad), me he planteado el cómo abordar algunos temas que me parecen relevantes. No tengo las respuestas. Sólo sé que quiero y debo buscar la manera de enfrentarlos, sin miedo y con naturalidad. Porque soy una convencida que no hay mejor fórmula que aquella donde los padres nos adelantemos a las dudas de nuestros cabros y les entreguemos nuestra visión de mundo. Ya llegará un minuto en que con libertad ellos podrán abrazar lo que les inculcamos o no. Mientras, bajo mi punto de vista, los niños valoran que los padres les entreguen certezas. Que sientan confianza en que los papás saben para donde va la micro y eso implica que antes, paremos la locura de la cotidianidad y nos sentemos a pensar “¿Cómo trataremos esto?”

La muerte

Es muy loco que lo único seguro que sabemos, que nos vamos a morir, sea un tema tan temido. Vivimos en una cultura anti muerte. Negadora, en la que nos enojamos cuando ocurre algo que es inminente y obligatorio… MORIR. Entonces ¿por qué al menos no tratamos de amigarnos con la idea?

Nunca olvidaré que cuando chica, si se llegaba a poner el tema de alguna enfermedad grave, un tío se incomodaba tanto y decía al segundo “Ay, no hablemos de eso por favor”. Entonces mis fantasías terroríficas frente a la muerte crecieron aún más, porque siendo una niñita que no alcanzaba los dos dígitos, el sólo hecho que se evitara hablar del tema, lo envolvía en un halo prohibido y misterioso que le daba rienda suelta a mis miedos más oscuros.

Nos vamos a morir. Todos y debemos enfrentarlo. No es un castigo de Dios, ni por “acumular odio” como dijo alguien con ideas muy desafortunadas por ahí. Nuestro cuerpo tiene un tiempo finito y es así. Por lo mismo hablarles a los niños antes de que suceda la muerte de alguien querido, puede ser una buena manera de amortiguar el innegable sentimiento de miedo y dolor que vendrá. No mentir nunca también me parece una regla de oro en este tema. A la pregunta tan natural y obvia de “¿Mamá te vas a morir?” debemos responder con la verdad. A los que tenemos fe, la respuesta va acompañada de la esperanza e ilusión de ir a un lugar bacán, en donde nos encontraremos con Dios y nuestros seres queridos. Y los que no, buscarán otras respuestas que sean coherentes con el estilo de cada familia. Pero alguna tenemos que dar, porque la pregunta en algún minuto del camino vendrá sí o sí.

En este link, un artículo muy claro respecto al tema y que puede ayudar.

Los despidos

Como dice mi mamá, a cualquier persona común y corriente la despedirán alguna vez en la vida. Y no siempre por flojera o hacer mal la pega, puede ser por reducción de costos, una injusticia, el cierre de una empresa, caerle mal a una jefa insoportable y muchas razones justificadas, que no por eso hacen menos doloroso el proceso.

En mi casa nos han echado a los dos. Y en vez de andar cantando como Barney por el living de la casa, nuestra postura ha sido el contar la verdad de la milanesa a los niños. También ha sido una oportunidad para enseñarles que fracasar es un proceso necesario (e incluso si se mira con sentido… positivo) para convertirnos en personas que saben capear la adversidad con fortaleza y alegría. Otra ventaja es que se puede inculcar el valor de la autocrítica y promover los beneficios de mirar con sinceridad nuestro actuar y revisar qué podríamos haber hecho distinto o mejor.

La primera reacción de los niños es decir “¡Qué malo es tu jefe!” y uno para sus adentros no piensa de manera tan protocolar, el traductor interno dice “Mi EX JEFE no es malo, es un &#@@@##”. Entonces hay dos opciones; enseñarles a los niños a culpar al resto y a andar de víctima por la vida o conversar con altura de miras acerca de la situación y buscarle el lado amable al que tengamos que subir con urgencia nuestro CV a Laborum (u otras tantas webs). Porque si algo me ha enseñado la cesantía, es que de ese momento angustioso han aparecido oportunidades increíbles y grandes aprendizajes (y deudas también, para que voy a decir que no, si sí).

Las peleas familiares o con amigos

Otro ítem doloroso y con muchas posibilidades que suceda alguna vez en nuestras vidas. ¿Cómo se le explica a un niño que ese amigo que siempre estaba en nuestras casas de un día para otro desapareció del mapa? ¿Por qué esos primos con los que nos íbamos de vacaciones, celebrábamos Navidad, compartíamos asados domingueros y de los cuales heredábamos los uniformes, ahora no los vemos ni para los temblores?

Perdonen lo reiterativa, pero la verdad (aunque suene cursi y predicador) libera. Los seres humanos somos complejos y también eso hay que explicárselo a los niños. Que los desencuentros existen, que nos peleamos con pasión italiana, que ocurren actos decepcionantes, que a veces no nos podemos reconciliar y que los distanciamientos, aunque sean tristes, muchas veces son necesarios.

Lo mismo frente a matrimonios que se rompieron… el hecho de que haya sucedido no se contrapone a animarlos a buscar el anhelo de construir la vida con alguien para toda la vida. El que una amiga nos haya traicionado, no implica que ya no se pueda volver a confiar en nadie nunca más.

Ojo, que también puede ocurrir algo impensado en estas conversas. Que los niños, con su mentalidad sana y poco rencorosa, nos planteen olvidar nuestros orgullos y reconstruir los vínculos. Ellos muchas veces sin saberlo nos exigen ser mejores personas. Y eso aunque cueste, aunque nos haga mover esa reversa que no queremos, sirve y enriquece.

¿Te ha tocado enfrentar temas complicados con tus hijos? ¿Qué recomendarías?

Magdalena Cárcamo – Periodista

Fuente: www.eldefinido.cl

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