No siempre se puede ser amigo de todos en el trabajo, pero hay una delgada línea roja que puede llevarte a ser detestado o ignorado. Mane Cárcamo identifica algunos signos que avisan que ya es hora de ponerse las pilas e integrarse un poco más al grupo.
En la mayoría de las pegas en las que he estado he hecho grandes amigos. Es más, recuerdo mis trabajos con más o menos cariño dependiendo de las amistades que hice ahí. Hace unos días conversando con unas chiquillas, medio en talla y medio en serio, una de ellas lanzó el dramático comentario: “En mi oficina me odian”. Y de ahí el tema se tomó la reunión, se volvió a prender la parrilla y se rellenaron las copas. Porque aunque ella lo dijo con risas entremedio, haciendo como que le daba lo mismo y caricaturizando la situación, esta problemática no es nada irrelevante y mucho más común de lo que imaginamos.
Según un estudio realizado por Laborum el 2016, de partida el 69% de los chilenos declara no sentirse feliz en su trabajo. Una cifra que a todos (no sólo a los jefes) nos debería preocupar. La investigación señala que “de acuerdo a la medición, los factores más valorados y relevantes fueron las expectativas de crecimiento al interior de la organización y el clima laboral, ambos con un 66% de las preferencias. Seguidos del salario con un 62% y, finalmente el horario y la flexibilidad con un 39%”.
Según esto, no solo nos interesa crecer en la empresa, ganar lucas y ser “exitosos”, también nos importa pertenecer a un grupo en donde la cordialidad y la buena onda dominen el ambiente. Se trabaja mejor y sin duda, las posibilidades de mantenerse por más tiempo en la misma fuente laboral aumentan. Entonces, ¿cuándo urgirse? ¿Cuándo nos tiene que caer la teja de que al parecer nunca saldremos elegidas mejores compañeros? ¿Cuándo debemos preguntarnos si en la pega no nos quieren?
Aquí algunas señales de alerta (siempre usando el humor) para prender las alarmas:
Ser víctima de la sigla del terror: “CC”
Esta práctica es MALETERA. Lo escribo con mayúscula porque de verdad hay que hacer énfasis, en la mala onda de ocupar el recurso de contestar un mail copiando a tus colegas y/o jefes cuando de verdad no es necesario. Si tus compañeros quieren liquidarte tienen la táctica perfecta: visibilizan el más mínimo error cometido y se encargan de comunicarlo a toda la empresa con correos del tipo: “Estimada Magdalena, al parecer te equivocaste en el pedido de cajones, más aun considerando que la información te la envié hace más de un mes y en dicho informe, te comentamos que el pedido debía hacerse a la brevedad. Reenvío mail enviado en esa fecha para recordar lo que te solicitamos”. Obvio que todo esto con copia a Gerente General, Gerente Comercial y cuanta autoridad se pueda acusar. ESTOCADA MORTAL. Aunque seamos más pesados que submarino a pedales, de verdad pienso que nadie merece tamaña maldad.
Almuerzos: mi PC y yo
Este claramente es un primer síntoma preocupante. Si todos los días, incluso en esos que tienes muy poca pega, te comes un sándwich revisando Aliexpress (o Amazon), algo está pasando. Miras con ojos de San Bernardo como todos los compañeritos se organizan para ir a la picada peruana o comentan lo malo del charquicán del casino, y te percatas que a ti simplemente nadie te invitó. Obvio que te haces la estresada, simulas contestar 500 mails atrasados, abres Excel con una planilla muy compleja cuando ellos aparecen y bajas rápidamente la página de oferta de los chinos, porque siempre queridos amigos… dignidad ante todo.
El uso del nombre completo
Te llamas María José y todo el mundo, hasta tus hijos, piensan que fuiste inscrita en el Registro Civil como “Coté”. Realmente muy pocos conocen tu verdadero nombre, pero en la oficina se encargan de recodártelo. Para pedirte algo, para mandarte un mail, hasta para cantarte feliz cumpleaños te dicen “María Jose”, como marcando una distancia inquebrantable en la que claramente te están diciendo de manera solapada: “Querida acá no eres nuestra amiga, sin familiaridades ni buena onda, acá siempre serás MARÍA JOSÉ”.
Todos fueron etiquetados… menos TÚ
¿A quién no le ha pasado? Figuras más aburrido acuario de machas en tu casa, comiendo las sobras en un taper helado y sin panorama a la vista, cuando cometes el grave error de meterte a Instagram. Y ahí eres testigo de la demoledora realidad. TODA tu oficina en llamas en un karaoke celebrando el cumpleaños del que creías que era un poco tú amigo. Etiquetados todos, los likes están a la orden de día y comentarios tipo: “Se pasó lo buenoooo, hay que repetir” son la tónica de la publicación. No se hagan los superados, la humillación está presente y te duele tu baja popularidad. Tu corazón destruido cada día se siente más cercano a Alberto Mayol.
Estas alertas y muchas otras (que pueden agregar más abajo) tal vez están ocurriendo en tu lugar de trabajo. ¿Qué hacer al respecto? Una opción es victimizarse y andar llorando por las esquinas. Mala opción bajo mi punto de vista, ¿habrá algo más agotador que la gente alegona?
Otra es asumir que no se puede ser monedita de oro y aceptar que simplemente no les caemos bien al equipo con el que trabajamos, opción válida, pero que también tiene sus costos: la lata de tener que recibir los lunes con depresión por ejemplo.
Y por último, la posibilidad de hacer una autocrítica y tratar de ver qué estamos haciendo para que nos pesquen tan poco. El mirarnos a nosotros mismo y proponernos mejorar en algunos aspectos en los que nos podemos estar equivocando, puede ser una oportunidad en medio de una situación difícil. Sonreír y saludar siempre, interesarnos por la vida de los demás, trabajar en equipo no solo en los éxitos sino que también en los fracasos, enfrentar las diferencias con respeto y apertura o apañar al que está complicado con algún tema en el que nosotros nos peinamos, pueden ser pequeños propósitos que tal vez no logren que nos inviten al asado del próximo domingo, pero que si harán de nuestra oficina un lugar más amable y feliz… para todos.
¿Qué otras alertas agregarían?
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Artículo publicado originalmente en El Definido
A propósito de los candidatos icónicos que salieron perdedores, Mane Cárcamo aprovecha de reflexionar sobre el fracaso. ¿Cómo salir de la humillación y plantarse ante un nuevo escenario?
Andrés Zaldívar, Ignacio Walker y Lily Pérez (entre otros) no pasan por su día más felices. Tuvieron que cerrar las champañas, guardar en las bodegas el merchandaising y apagar las luces de los escenarios que tenían dispuestos para celebrar. Después de años en el parlamento, la ciudadanía (y el nuevo sistema electoral) les pasaron el sobre azul. Fueron protagonistas de lo que a todas luces conocemos como fracaso.
No votaría ni he votado por ninguno de ellos. Pero sí debo decir que algo de extrañeza me provocó ese tufillo festivo y por qué no decirlo soberbio, que celebró mayoritariamente en las redes sociales que a otros les fuera mal. Porque amigos seamos sinceros, ¿a quién no le ha pasado?
Le pasó a nuestra selección que tendrá que ver el mundial de Rusia por la TV. Walt Disney fue un fracaso en el colegio y prácticamente en todos sus trabajos anteriores a la animación. Don Francisco fue despedido al mes en su primer programa de televisión “Show Dominical” en Canal 13. A Steve Jobs lo echaron de Apple, su propia empresa, en 1985.
O sea, está clarísimo que nadie está libre de mandarse un gran guatazo y que tal vez sería bueno reflexionar de cómo hemos enfrentado los que hemos vivido o si estamos preparados para resistir uno con dignidad y altura de miras.
Paula Ortiz, psicóloga PUCV y Doctora de la Universidad de Granada en Ciencias de la Actividad Física, Deporte y Calidad de vida, con más de 12 años de experiencia de trabajo con deportistas de alto rendimiento conoce y ha estudiado muy bien el tema del fracaso.
“El fracaso y el éxito lo interpretamos respecto a situaciones de evaluación. En el deporte es un partido, a nivel académico es una prueba, en el ámbito político son unas elecciones por ejemplo. Ante una situación de evaluación aparecen emociones respecto al resultado obtenido. Esas emociones están relacionadas a tres grandes aspectos, primero, la significación o relevancia social del resultado obtenido, segundo el grado de dificultad de la tarea y tercero las características personales”,nos aclara la especialista.
El animador Martín Cárcamo (hermano de quien escribe para ser muy transparente) no siempre bailó con la bonita. Por muchos años participó en programas que apenas marcaban 1 punto de rating, estuvo un largo tiempo “congelado” en CHV y fue el animador al que le tocó bajar la cortina de programas emblemáticos como “Extra Jóvenes” y “Rojo”.
“Mi carrera partió con muchos momentos difíciles. Fueron cerca de 10 años en donde tuve que enfrentar el fin de programas íconos de la televisión chilena, bajas audiencias y críticas desfavorables. Fue muy complicado, porque si ya que te vaya mal en la pega es fuerte, la exposición mediática lo hace más complejo. Sin embargo, siempre tuve claro que ésta era mi vocación y creo que eso me permitió perseverar cuando muchos me decían que mejor tomara otro camino. Y el rigor también fue clave. Trabajar duro y con una meta clara, fueron gravitantes para no decaer cuando el viento no jugaba a favor”, nos cuenta.
Para Paula Ortiz la resiliencia es fundamental en este tipo de situaciones: “Las emociones post fracaso en general son negativas, tales como pena, desasosiego, frustración e incluso ansiedad. Es aquí donde la resiliencia entra a jugar un papel clave. Las personas resilientes son capaces de ver el futuro como una oportunidad de mejorar lo que está mal y están claras respecto a su responsabilidad personal para construir el propio camino. Este tipo de personalidades son capaces de trasformar las emociones negativas en oportunidades de auto superación, con una mirada de optimismo y esperanza”.
Luis Larraín, ex Presidente de la Fundación Iguales y hoy ex candidato a diputado por el distrito 10 en Santiago, a simple vista pareciera haberlo tenido todo. Viene de una familia acomodada, ingresó con puntaje nacional a Ingeniería en la Universidad Católica, incursionó en el modelaje, tuvo la posibilidad de estudiar en el extranjero, aprender otros idiomas y se ha transformado en una figura reconocida en los medios por su participación en la Fundación Iguales.
Sin embargo ha tenido varios encuentros cercanos con lo que podríamos llamar fracaso. El más reciente fue no haber obtenido los votos necesarios para ocupar una silla en el parlamento: “He tenido muchos fracasos, en el colegio me costó relacionarme con mis compañeros. Hacer amigos fue mi primer fracaso. Me fue mal en el examen de título. Por un problema de salud tuve que dializarme tres veces por semana durante 5 horas, lo que no me permitía encontrar pega. Me trasplanté, pero me falló el riñón… por lo que mi vida ha sido bien zigzagueante y ya estoy acostumbrado que en la vida hay mejores momentos que otros”.
Luis tiene muy claro lo que le ha hecho no auto compadecerse y estar siempre en búsqueda de nuevos desafíos y liderazgos. “Creo que lo que me hace salir adelante es la convicción de que los fracasos son parte de los aprendizajes. Nadie que tenga una vida perfecta, que no toma ningún riesgo, hace un gran aporte a la sociedad. Para producir cambios, para influir en la vida del resto, hay que arriesgarse, hay que equivocarse, reflexionar y todas las cosas que me han pasado me han transformado en mejor persona”, nos revela.
El trabajo de los padres en la crianza de niños preparados para enfrentar bien un fracaso también es fundamental. No es raro ver a papás gritando en las canchas deportivas, más ofuscados que los propios hijos cuando estos pierden un partido de fútbol, o mamás que están pendientes de los promedios de notas de las otras compañeras de sus hijas, como para hacer un ranking mental con el fin de posicionarse en el mundo. Cabe preguntarse si estamos preparando a nuestros niños no solo a tolerar la frustración, sino que también a aceptarla y aprender de ella. Porque como dije al inicio, NADIE está libre.
“La palabra fracaso es muy fuerte, porque se puede interpretar como una situación constante y claramente no es así. Como tampoco lo es el éxito. Cuando somos presos de la emoción negativa que produce un fracaso hay que preocuparse, ya que nos bloquea y no nos permite avanzar. La clave está en no centrarse en el problema, si no muy por el contrario, en buscar soluciones”comenta Ortiz.
¿Qué hacer frente a un fracaso?
Ya perdimos la elección, ya nos echaron de la pega, nuestro emprendimiento se fue a las pailas y no quedamos seleccionados en el concurso de piano para el que practicamos durante seis meses. Ha llegado el momento de usar la cabeza fría y la sicóloga Paula Ortiz es muy clara a la hora de tomar las riendas del asunto:
1. La ola ya arrasó y no sirve seguir llorando por las esquinas. Ortiz es enfática en manifestar que lo primero es “plantearnos qué expectativas u objetivos tendré frente a este nuevo escenario, para saber cómo iniciar la reconstrucción”.
2. Otra sugerencia que entrega es preguntarnos frente al fracaso del que somos protagonistas: ¿Qué estuvo bajo mi control y qué no estuvo bajo mi control? En esto es fundamental ser objetivos para evitar caer en “soy un incompetente” o “todo me sale mal”. Es importante ser capaces de ver los matices y aquellas situaciones de las que no somos responsables y así poder aceptarlas y soltarlas.
3. Evaluar nuestro actuar: es importante cuestionarnos qué acciones fueron efectivas y cuáles no. Y respecto a las segundas, preguntarnos de corazón: ¿Qué podemos cambiar? La idea es lograr salir de la situación misma que nos tiene enredados en un mismo tema y comenzar a centrarnos en las soluciones.
4. Finalmente y (aunque nos de rabia este consejo) mirar la situación del fracaso como un aprendizaje y no como una sentencia determinante de nuestra vida. Porque pase lo que el mundo sigue girando y siempre hay nuevas oportunidades. Si no, pregúntenle a Don Francis.
¿Cuál ha sido tu peor fracaso y cómo saliste de él?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
Mane Cárcamo reflexiona con humor acerca de las histerias colectivas en que solemos caer como sociedad, ¡pensar antes de actuar!
Hace unos días, mientras leía tranquilamente algunos artículos en Internet, me encontré con una nota titulada “El poder del rumor: 10 casos históricos de sicosis colectiva” y, obviamente, con ese tremendo título y mi voraz curiosidad, no pude evitar leerla. Brujas, epidemias de insectos y baile, monstruos asesinos y ataques de risa que duraron 18 meses, son algunos de los extraños casos que se relatan en el texto.
El tema me hizo pensar que en la era de las redes sociales y de una manera distinta, muchos somos o hemos sido víctimas de sicosis colectiva (o bien cierta influencia de las masas) que nos lleva a preocuparnos por cosas que jamás habíamos imaginado, creer historias inverosímiles o tomar decisiones impulsivas, empujados por la presión social.
¿A qué sicosis somos vulnerables los chilenos? ¿Qué rumores, historias o nuevos hábitos nos han hecho actuar como un simple rebaño de ovejas?
Salfate y audios terroríficos
Jorge Andrés Salfate (de profesión publicista, ojo), a esta altura del partido ya es una marca registrada.Un doctorado en teorías conspirativas que incluye terremotos, ovnis y guerras mundiales, entre otros. Es el dolor de cabeza de la ONEMI, el número uno en la lista negra de Marcelo Lagos, y probablemente el niño bonito de los laboratorios que venden calmantes a la población.
Me cae muy bien Salfate y no tengo para nada personal contra él, pero siempre me he preguntado: si ese hombre sabe tanto de los desastres mundiales que vendrán, ¿por qué no vive en un bunker bajo tierra? ¿Debemos creerle sobre la fecha del fin del mundo a quien jugaba a las gomitas en Mekano? Preguntas que lanzo así, como que no quiere la cosa, a la mesa.
En septiembre de este año, después de que por más de siete años los expertos nos han repetido como loros que no se puede predecir un terremoto, un audio de ocho minutos comenzó a correr más que Forrest Gump por las redes sociales. Gente que me merece mucha autoridad intelectual los compartía sin pudor, y el tema comenzó a difundirse y a crear una sensación colectiva de miedo e inseguridad.
La cosa era así: según una “vidente”, entre el 28 de septiembre y el 8 de octubre tendríamos un terremoto grado 10 en la zona central del país, lo que generó una alarma falsa y peligrosa entre la población. Primero: sobrevivimos, eso ya es una buena noticia. Segundo: la ciencia ha sido muy clara al respecto y de hecho la Universidad de Chile desmintió el audio punto por punto, dejando en claro que el mensaje de la pitonisa era más falso que happy hour de Arturo Vidal con Claudio Bravo. Y tercero: si un audio no tiene nombres, ni fuentes confiables y comprobables, amigo/amiga piense con responsabilidad antes de reenviar. Está siendo cómplice directo de la ACC (Asociación de Chantas Chilenos).
Cybermonday, previa histérica de feriados y desabastecimiento de bencina
Me contagié del virus delCybermonday. Lo reconozco públicamente. Sapeé en la web, vitrinineé y recibí muchos whatsapp ansiosos con ofertas y tiritones consumistas. No perdí la cabeza y cuando estuve a un punto de hacerlo me dije: “Magdalena todo el año hay ofertas… Magdalena, ¿necesitas una máquina para hacer waffles saludables con forma de corazón, por muy barata que esté?”. El ambiente de ofertón es power y no es fácil resistir estoica. Pero me cuestioné acerca de esa sensación como si estuviéramos en el final de los tiempos.
Lo mismo pasa en el día previo a un feriado, en donde la gente compra como si esperara al huracán Katrina (queridos es solo un día sin comercio). O, volviendo al tema de las sicosis en redes sociales, esos supuestos problemas con la bencina que en el 2015 hicieron que no pocos pajarracos estuvieran durante largas horas esperando para cargar con combustible sus autos. Y todo por un whatsapp de dudosa procedencia. Algo que me encanta de este tipo de mensajes, es que siempre son contados por el amigo del vecino de mi tía de segundo grado. Y no sé por qué los adultos seguimos creyendo en ellos. No se trata de andar de desconfiados por la vida, pero un poquito de espíritu de sospecha siempre hace bien.
1983: el año en que Miguel Ángel paralizó a un país
Un joven de 17 años, se tomó la agenda noticiosa haciendo creer a todo Chile que la Virgen María se le aparecía en Villa Alemana y mandaba mensajes a sus compatriotas. Miles de portadas, investigaciones eclesiásticas y feligreses ávidos de ser testigos de tamaña escena, fueron la tónica de esa época. Fue un ejemplo claro de cómo el poder del rumor hizo estragos en una sociedad. No importó que desde chico a Miguel Ángel Poblete se le definiera como histriónico, que tuviera importantes antecedentes con las drogas y que incluso él mismo afirmara que el día de la primera “aparición”, había aspirado neopreno, que saliera de un pastel gigante para celebrar el cumpleaños de la Virgen, o que JUSTO antes de los supuestos prodigios, llegara un auto sin patente y con parlantes para poder escuchar mejor.
Nada de eso importó, y los 10.000 fieles llegaron igual,generandouna de las historias de histeria colectiva más impresionantes de las que Chile tiene memoria. La teoría que se maneja resulta mucho más creíble, y es que finalmente todo resultó ser una estrategia del gobierno de Augusto Pinochet para desviar la atención de las jornadas de protestas. Y Miguel Ángel terminó siendo un personaje de culto kitsch que tristemente murió hace unos años producto de cirrosis.
¿Mi conclusión? Pensar antes de hablar, investigar antes de repostear, medir antes de actuar.Que la ansiedad por compartir la “ultima papita” no nos tenga como responsables de daños a terceros, pánicos injustificados y pérdidas de tiempo que con solo una pizca de moderación, se podrían evitar.
¿Has sido víctima alguna vez de una sicosis colectiva?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Artículo publicado originalmente en El Definido
Porque no hay quien se salve del tsunami de pega y actividades que comienza los últimos meses del año, aquí unos consejos de Mane Cárcamo para lograr surfear la ola sin ahogarse.
El fin de año se nos vino con todo queridos lectores. Las actividades laborales, familiares y sociales están en su punto de hervor y personalmente hay días en los que quiero agarrar la agenda, tirarla contra la pared y luego hacer una fogata en el medio del jardín de la casa, sólo para quemarla.
Pero, ¿para qué nos pisamos la capa entre superhéroes? Finalmente gran parte del colapso cotidiano tiene que ver con que varios de nosotros somos como canapés de huevo: no nos queremos perder ni una. Si no eres ese personaje medido y ponderado que se resta de los panoramas y a las 21:00 hrs. lee plácidamente un libro en su cama, debes aprender a vivir con la condición crónica de “sobrevendido/a”.
Eres de mi equipo y esta columna va para ti. Entonces, ¿qué hacer para no morir en el intento?, ¿cómo descansamos los 43 minutos del día (repartidos obvio) que nos quedan libres?
Aquí una pequeña lista de ideas que tal vez a todos nos puedan ayudar a no terminar el año con la camisa de fuerza.
Siesta Secreta
Hay veces que realmente uno tiene más sueño que ganas de vivir. Añoraríamos poder meternos a la cama con pijama a las 15:00 hrs., cerrar las cortinas y volver a abrir un ojo a las 20:00 hrs. Pero ¿Quién realmente puede hacer eso? Solo se me ocurre que las Kardashian y el Negro Piñera. Es literalmente un sueño imposible. Además según varios estudios, dormir siestas demasiado largas no es recomendable y con solo 20 minutos al día, nuestro stress se puede revertir de manera notable con las llamadas siestas “energéticas”.
Toda esta propuesta de “siestas cortas” resulta muy fácil si es que trabajamos en nuestra casa, pero, ¿qué pasa si estamos en nuestra pega?, ¿el banco, el hospital o el colegio? Aquí yo activaría con sirenas y todo el escándalo un Plan B llamado “siesta secreta”. Ir a buscar algo al auto y caer en los brazos de Morfeo los próximos minutos (poner alarma eso sí y taparnos con chaquetas o lo que tengamos a mano para no ser descubiertos). Si no disponemos de un auto y la situación es extrema, otra posibilidad es encerrarse en el baño y cerrar los ojos para poder descansar esos minutos que añoramos. La taza de baño no es el escenario ideal, pero es un lugar privado al fin. La creatividad es una aliada necesaria en estos casos de emergencia, por lo que si tienen más ideas de siestas express, ¡bienvenidas!
¿Un paseo por el campo?
Entre lo que estuve leyendo para buscar técnicas de manejo del cansancio, muchos artículos hablaban de imaginarse arriba de una nube, visualizar un color o fantasear con un paseo por el campo o el sonido del mar.
Pucha parece que yo soy más concreta y la “visualización” no es lo mío (cada loco con su tema). Pero sí creo que me funcionaría parar 5 minutos, buscar una canción favorita, mirar una foto de algún momento feliz, pensar con mesura y realismo acerca de todo lo que me está estresando y volver a tomar aliento para seguir con el día.
Lo peor que nos puede pasar es ir checkeando obligaciones en un listado frenético, sin tener al menos un rato corto para reflexionar acerca de cómo va nuestra jornada. Y si esa reflexión va acompañada de un chocolate… ¡mucho mejor!
¡Voy y vuelvo! Salir a caminar
Quizás al principio se sientan bien raros. ¿Caminar sin punto de llegada y sin apuro? Es curioso, pero muy efectivo para combatir el colapso. Como les contamos en un artículo anterior, las escapadas para salir a caminar pueden ser mucho más beneficiosas que otros tipos de break.
No solamente refrescan la concentración e impulsan la creatividad, sino que mejoran el estado de ánimo. Investigadores de la Universidad de Edimburgo aseguran que pasear por áreas verdes durante 15 minutos ayuda adisminuir el cansancio de nuestro cerebro y también se ha comprobado que exponerse al sol, alivia la sensación de letargo e impulsa la productividad.
Pruébenlo y me cuentan cómo les va.
Aló SOS
En este consejo muchos pensarán que el público objetivo son las mujeres. Pero ya hace un tiempo se derribó el mito de la locuacidad femenina y se comprobó que la diferencia entre lo que hablan las mujeres y los hombres es mínima.
Así es que chiquillas y chiquillos, cuando sintamos que el día nos está superando, llamar a una amiga o amigo cercano puede ser una muy buena opción para manejar los momentos de alta exigencia. En su libro Conversación, el pensador Theodore Zeldin sostiene que “dos individuos, conversando con honestidad, pueden sentirse inspirados por el sentimiento de que están unidos en una empresa común con el objetivo de inventar un arte de vivir juntos que no se ha intentado antes”. Finalmente cuando se da una conversación sincera con un amigo en medio del caos, la visión del otro, que no está en medio de la tormenta y el cansancio, nos puede dar la serenidadde mirar las cosas desde un ángulo distinto y con mesura. Una gran terapia al fin y al cabo.
Personalmente, hablar me libera de mucho stress cuando siento que estoy más sola que la Carolina Goic y por otra parte pasa algo muy bonito. Vuelvo por enésima vez a confirmar, que la amistad tiene esa maravillosa capacidad de salvar el mundo.
¿Mojarse las muñecas para no peinar a las ídem?
En algunos portales (por ejemplo en este, este o este otro) sugieren mojarse con agua helada la parte de atrás de las muñecas y detrás de las orejas para poder reactivar la energía y no sucumbir. Nunca lo he probado, pero probablemente pagarse un “refresh” y arreglarnos un poco para sacarnos la cara de “más cansada que Don Francisco un 4 de diciembre” son buenas alternativas para surfear el agotamiento de final de año. Lavarnos los dientes, peinarnos y hacer ejercicios cortos de respiración son otras alternativas para despertar cuando la somnolencia nos está ganando la batalla.
Esto recién comienza señores. La carrera de fin de año ya se largó y habrá que correrla con alegría y ante todo autocuidado. De nosotros depende que el 1 de enero lo partamos con entusiasmo y no como si los monos de la “Paris Parade” hubiesen pasado por arriba de nuestra humanidad. Porque como supuestamente dijo el escritor estadounidense y premio Nobel de Literatura, John Steinbeck: “El arte del descanso es una parte del arte de trabajar”.
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
Porque es lo único ineludible en este mundo, Mane Cárcamo plantea una manera más abierta de enfrentarse al final de la vida… pero no solo cuando estemos cerca, sino siempre.
En los últimos días, mucha gente a la que quiero ha sido visitada desde cerca por la muerte. Lo que me asombra y sucede es constatar que nosotros los mortales, los que tenemos el 100% de seguridad que algún día nos tocará partir, no podemos acostumbrarnos ni siquiera a la idea de este paso por el que todos, sin excepción alguna, transitaremos. Sin duda el desapego es difícil, las despedidas, la ausencia… son dolores que no pasan, pero (por lo que he visto) con los que sí se puede aprender a vivir, incluso a ser feliz conviviendo con ese sentimiento.
Cuando era chica la muerte era un asunto tabú. Recuerdo que si se hablaba de alguien enfermo en la sobremesa o de un accidente inesperado, un tío carraspeaba, llenaba su copa y algo nervioso decía “cambiemos de tema mejor”. Siempre me llamó la atención esa actitud tan propia de esos años. Como si por no nombrarla, la muerte no fuera a suceder. Y acá estamos, con muchos de ellos en la otra vida y conmigo pensando que el negar el tema no impidió que unos más temprano que tarde, tuvieran que partir.
El filósofo Michael de Montaigne habló sobre la muerte y nos interpeló sin anestesia a hacernos cargo de lo ineludible “Quitémosle lo raro, acerquémosla a nosotros, acostumbrémonos a ella, no tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte”.
Y fíjense que comparto esta idea y la abrazo con total convencimiento. Porque incluso sanos, en la plenitud de la vida y con todo un futuro por delante, la muerte debería preocuparnos mucho más que el crédito hipotecario, la pega o la dieta para el verano. Debería preocuparnos, sin vivir con miedo ni aterrorizados, pero atentos para que ojalá nos pille preparados y vigilantes, esperándola sin asuntos pendientes.
Una amiga me contó que su mamá para una Navidad les regaló, a cada uno de sus hijos, un sitio en el cementerio. Mi primer pensamiento fue “que tétrico”, pero después de masticar mejor la idea admiré lo práctico del regalo y la sabiduría de esa mujer de despertar a sus hijos y decirles sin mucha vuelta: ojo que no sabemos ni el día ni la hora.
Entonces, ¿qué hacer frente a ella? ¿Cómo prepararnos? Acá algunas de mis sugerencias en las que obviamente aportaron amigos, a los que les haré un discurso muy lindo de agradecimiento en su funeral si mueren antes que yo.
1. Partir por hablar de la muerte sin tapujos. Con tu pareja, preguntarse qué pasaría si uno faltara, si tienen hijos juntos como les gustaría que crecieran, incluso (lo he hecho) conversar acerca de quien ocuparía nuestro lugar en el caso de partir. Sin mucho criterio le he dicho a mi marido cómo debería ser la mujer que elija y qué es lo que quiero que le transmita a mis cabros (una cosa es decirlo, otra que considere los que le digo). Es un rasgo controlador lo sé, pero al menos me interesa que la madrastra de mis niños cuenta con mi pre-aprobación (de lo contrario ya lo tengo amenazado con venirlos a penar).
2. Este es un cliché que llega a ser grosero, pero no puede faltar. Preocuparnos de recomponer esos vínculos que nos importan y que están quebrados, debiese ser una tarea diaria y que no dejarla para el día que sintamos que la muerte nos está rondando. Hay cosas que tal vez cuesta mucho perdonar, sanar o resolver, pero al menos podríamos esforzarnos por hacer el intento HOY de provocar una tregua o acercamiento. Llamar a ese hermano con el que estamos peleados, invitar a un café a esa amiga que fue injusta, pedir perdón a ese compañero de pega con el que nos desquitamos, disculpar a esos papás que nos sobre exigieron, son pequeños grandes gestos que pueden llevarnos a vivir mucho más en armonía y paz. Siempre me he preguntado que si mañana me atropellan y la vida se termina, ¿me podré el pijama de palo sin nada pendiente con aquellos a los que quiero y me quieren? Reflexión ULTRA repetida, pero para mí siempre necesaria.
3. Dedicar un momento del día a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y lo que podemos cambiar. Sería muy bajoneante que la “doña fría” nos encontrara con la cabeza y el corazón puesto solo en la vorágine de la cotidianidad. Inmersos en la cuentas que hay que pagar, los proyectos que debemos presentar, los informes atrasados, el supermercado, las tareas infantiles, las grandes reuniones ejecutivas, etc. Todas cosas que obviamente nos quitan muchas energías del quehacer diario, pero que nos pueden impedir parar un poco, mirar nuestra vida y darle un sentido. Mi propuesta es que al menos 10 minutos al día uno debe estar en silencio y evaluar nuestro día, nuestros lazos con los demás, nuestra manera de enfrentar el trabajo y el cómo podemos ayudar a los que nos necesitan. Es una muy buena manera de ir revisando la carta de navegación y monitorear si vamos por el camino correcto. Y una excelente receta que alguien me dio para que la muerte me pille con el foco puesto en lo verdaderamente importante y no únicamente en el tag pendiente que tengo que pagar.
4. Dejar todos los días un recuerdo en otro. Una amiga me dio la idea de revisar fotos de momentos bacanes y comentarla con los que queremos, para ir grabando de generación en generación esas historias que le dan mística y un estilo particular a cada familia. Que la tradición oral de los cuentos no se pierda, porque cuando no estemos, esos recuerdos nos harán volver a estar presentes. También es bonito proponerse hacer ciertos gestos o rituales que dejen huella en los otros. Abrazar todas las noches antes de dormir a un hijo, invitar todos los primeros viernes de mes a ese abuelo que está muy solo, enseñarle una canción que nos fascine a los sobrinos, hacer un picnic en ciertas fechas importantes… en definitiva ir grabando momentos en nuestra vida y en las de los que nos rodean. En un mundo en donde todo está escrito, documentado, certificado o posteado en Facebook, cobra un nuevo valor el poder de las historias contadas alrededor de la mesa, en donde el que la va transmitiendo le va poniendo y sacando un poco de su cosecha. Personalmente me enternece cuando alguien dice “cómo decía mi abuela” o “mi papá siempre nos contó el cuento de…”. Son sutiles maneras de volver a acompañar nuestros seres queridos cuando ya hayamos aparecido en el obituario.
Esta frase que leí en @nochedeletras me encantó por su naturalidad: “La muerte y yo hemos hecho un pacto. Ni ella me persigue, ni yo le huyo a ella. Simplemente algún día nos encontraremos”.
Así es no más, queridos lectores mortales.
¿Hablas de la muerte con sus cercanos?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
Para ningún padre es fácil lidiar con la adolescencia, sobre todo cuando de imponer límites se trata. Aquí una guía para entender por qué muchos castigos no funcionan.
No tengo hijos adolescentes, pero estoy básicamente a 5 minutos de convertirme en la mamá de uno. El tema de conjugar libertad, confianza y control en una edad en la que ya no le apagas la luz cuando quieres que se duerman, no le quitas el celular para que estudie o tampoco le prohíbes salir a jugar afuera, no es nada de fácil. ¿Qué se hace cuando el púber de tu casa no te pesca ni por si acaso? ¿Cómo logras hacerlos entender que se están equivocando y MAL? ¿Hay que castigarlos? ¿Funcionan los castigos? ¿Cuáles hay que aplicar?
La polémica autoridad
Debemos partir por analizar el concepto de autoridad y si efectivamente somos una para los jóvenes que nos rodean. La palabra autoridad no goza de buena fama, se asocia a rigidez y mala onda. Es lamentable, porque bien entendida puede ser la clave del éxito para la educación y los vínculos. Además personalmente considero que sin ella, es prácticamente imposible llegar a buen puerto.
Por otra parte pretender transformarnos en voces respetables y con peso frente a nuestros hijos cuando el cabro ya tiene 15 años, es tan difícil como que Rodrigo Valdés se gane el título del empleado del mes. A esas alturas, estamos llegando más tarde que ENEL a resolver los problemas de sus clientes. Pero volvamos al concepto.
José Ramón Ayllón, licenciado español en Filosofía y Letras, en su libro 10 claves de la educación afirma que “en su esencia la autoridad no consiste en mandar, etimológicamente la palabra proviene de un verbo latino que significa algo así como ‘ayudar a crecer’”.
Bonita definición, porque escapa de ese papá tenebroso al que no se le puede discutir y nos acerca a esos padres amorosos que a veces tomarán decisiones difíciles para ayudarte a crecer de la mejor manera posible. Todo muy bonito, pero fíjate querida columnista que en este minuto tengo al adolescente condicional porque lo pillaron copiando en el colegio. Entonces ¿qué hago?
Reconsiderar el castigo
¿Por qué no funcionan? ¿Por qué no me hacen caso si fui severo? María José León, sicóloga de la Universidad Adolfo Ibáñez y magister en psicoterapia integrativa nos recalca que la palabra castigo no tiene mucho sentido con el adolescente.
“La idea es que las personas aprendan a hacerse cargo de sus propios actos y las consecuencias que tienen estos. Y es por esto que la palabra castigo no contribuye mucho con ese objetivo, porque la figura parental se transforma en un carabinero o sargento, que lo que hace es imponer algo por ley, porque sí, lo que no invita al desarrollo de la autorregulación, característica fundamental para unas relaciones sociales sanas y productivas”.
Para entrar en un diálogo en donde a los jóvenes entiendan que sus actos tienen consecuencias y que deben asumirlas, lo fundamental es que los padres hayan ejercido un rol de autoridad desde que el niño era chico y que ante todo, ese papá o mamá tenga una vida coherente con lo que predica. Sería raro que el papá castigue al cabro porque llegó borracho, cuando el fin de semana el mismo papá subió gateando las escaleras de la casa. La coherencia es una virtud que no pasa de moda y ante la cual los jóvenes están siempre atentos.
¿Y si ya quedó la embarrada?
Ahora cuando ya estamos frente a una situación complicada y los padres deben tomar medidas de todas formas (no podemos hacernos los locos) hay que tener ojo con qué tipo de castigos que imponemos.
Según nos dice Pilar Montero, sicóloga clínica de la Universidad Católica, “el típico error es la desproporción, los castigos tienen que ser proporcionales a la falta, no es lo mismo llegar 10 minutos tarde que haber sido sorprendido robando algo en un supermercado. Muchas veces los papás castigan todo con lo mismo y eso le quita peso a una conducta que evidentemente es más grave que otra”.
Otro error común en el que coinciden ambas profesionales, es en castigar con cosas que no se pueden cumplir: “te castigo 3 meses sin celular”, “Fregaste, no verás a tu polola en todo el verano”, “No podrás salir a carretear ningún fin de semana en el semestre”. Amenazas menos creíbles que el amor entre Trump y Melania. Lo más probable es que los papás no puedan efectuar lo anunciado, porque a esa altura ya no se acuerdan por qué el hijo estuvo castigado; y que el adolescente, cuando vea que sus papás no cumplen lo que dicen, la imagen de autoridad que tienen de ellos se verá desvanecida y con bajísima credibilidad.
El tema del castigo “justo” es clave. Primero, porque si no es de esa manera, el joven sí o sí va mentir por considerar que la pena aplicada no se condice con la falta y por ende no la cumplirá. Montero afirma que “los adolescentes tienen una capacidad de enjuiciar mucho más desarrollada que los niños pequeños y por supuesto que están pasando todo lo impuesto por el cedazo de la razón. Por ende, si lo perciben como injusto van a ir con seguridad al conflicto. Por el contrario, si los papás aplican sanciones proporcionales y especificas el adolescente considerará que sus padres son flexibles, que tienen los límites claros, pero que no son rígidos y finalmente confiarán mucho más en ellos”.
Castigar prohibiendo las “cosas buenas” también es una equivocación común según María José León. “Si te sigues sacando rojos no te dejaré más ir a la selección de fútbol” o “Juanita, si continúas siendo insolente no podrás ir al cumpleaños de tu mejor amiga”, no son medidas que aporten a mejorar la conducta. ¿Por qué?
“El castigo no está relacionado con el hecho. Es como que uno se equivocara en el trabajo presupuestando una actividad y como sanción nos impidieran ir al paseo de fin de año. El castigo debe ir orientado a reparar la falta y hacerse cargo de esa consecuencia. Además prohibirle al hijo instancias positivas como hacer deporte o ser un buen amigo, es contraproducente con valores que todas las familias debieran inculcar”, dice León.
Castigos más, castigos menos, ¿con qué me quedo?
Con que querer ganarnos la confianza de los hijos en la adolescencia, si cuando eran chicos no les dedicaste tiempo, oreja y una vida coherente con lo que exiges es francamente imposible (o requiere muchísimo trabajo especializado y con ayuda constante).
Con que las familias deben diseñar un proyecto en común en donde se establecen los límites y el ideario que las orienta. Dejar que todo fluya y esperar la tormenta sin un paraguas nunca ha sido una buena idea.
Con que todos fuimos jóvenes alguna vez y a veces nos olvidamos de eso, exigiéndole a los nuestros que nunca se equivoquen y se comporten como jubilados (con respeto a los jubilados).
Y con que conocer a nuestros hijos, a cada uno de ellos, es la gran pega para surfear la adolescencia sin morir en el intento. Porque aunque pongamos todos los esfuerzos y el amor posible, los padres tenemos que entender que es una temporada que no nos podemos saltar y que como dijo Shakespeare: “La juventud, aun cuando nadie la combata, halla en sí misma su propio enemigo”.
¿Te identificas con esta dificultad con tus hijos adolescentes? ¿Qué recomendarías?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
He aquí los peores estilos de servicio al cliente que todas las empresas deberían conocer al derecho y al revés, para poder cambiar y mejorar lo más posible su atención al público.
Hace unos días figuraba en mi casa a las 20:30 horas. El ambiente era el de cualquier casa chilena en ese horario con niños en un día común y corriente de agosto… luchando por sacarlos de la tina, armando las mochilas, firmando libretas y encargándole al marido lo que tienen que llevar las creaturas al colegio y que obviamente olvidamos.
Y en ese momento tan álgido del día, sonó el celular con una persona preguntando por “María Cárcamo”, consultándome si me interesa aumentar mis gigas, mejorar mi plan de datos y tener más minutos para hablar. La sensación fue como de “Amigo, ¿dónde está la cámara oculta?”, «¿Tus jefes no cachan lo que es la palabra descriterio? Estoy tratando de dominar el circo de los tachuelas que tengo en mi casa, ¿y tú quieres me me siente a evaluar si necesito 100 minutos más menos en mi teléfono?”
Asumo que fui más pesada que Villegas con Ossandón, pero no había salida. Sin embargo y para mirar las cosas con su lado positivo, le debo agradecer el origen de esta columna. Porque lancé una pregunta a Twitter y me di cuenta que no estaba sola en el mundo. El sencillo tweet que decía “¿Qué cosas los enfurece como clientes?” Al parecer abrió una herida , porque la catarsis digital fue asombrosa. Gracias twitteros haters, acá y con varios de sus aportes hice una pequeña lista de lo que varios odiamos cuando entablamos alguna relación comercial y que las empresas deberían tener en cuenta para ser mejores:
El servicio inhumano
Acá apaño todo el rato, hablar con puros terminators es verdaderamente liquidante. Estar nerviosa porque te robaron la tarjeta o necesitas una hora médica urgente y tienes que hablar con una grabadora, que lo único que hace es ponerte más histérica es algo que los grandes pensadores del servicio al cliente deberían repensar. La situación es más o menos así: estás urgido, contra el tiempo y te dispones a llamar. Aparece la mujer tecnotronic y te comienza a dar más órdenes que suegra en vacaciones: “Por favor digite su Rut” “Si quiere una hora médica digite 1” “Si quiere una hora médica en el Centro de Cochabamba digite 2” “Si quiere un especialista en adultos digite 3” “Si tiene convenio con la Asociación de los Tres chanchitos digite 4”, para finalmente terminar hablando IGUAL con una operadora humana que OTRA vez te preguntará el RUT.
Señor Gerente, haga el ejercicio que hacemos todos los mortales y pida una hora para alguno de sus servicios. Dudo que mantenga ese estilo de atención.
El servicio desinformado
No solo te llaman el 1 de enero a las 8:30 de la mañana, además ni siquiera disimulan que somos un número para ellos. Onda eres cliente hace 15 años de la misma tienda de retail y te pregunta: “Buenos días ¿con quién tengo el gusto de hablar?” Es como “QUEEEEEEE” Amigo haz la pega, soy tu cliente, deberías saber hasta cuantos molares me han extraído y no te sabes ni siquiera mi nombre.
Otro caso de desinformación grave es cuando alguien se puso el pijama de palo y seis meses después te siguen cobrando algo. Ya le pusieron el nombre del finado a una calle y los de la empresa dale con seguir mandándote la cuenta. Un poquito de talento y delicadeza plis.
El servicio problemático
¿Han cachado que hay empresas a las que una llama para que solucionen un problema y después de hablar con ellos en vez de salir aliviada, sales con más temas que resolver? Son del tipo, “Hola, necesito ver el tema de la cuenta corriente” (tú estás en Ñuñoa) a lo que te responden:
– Señora lamentablemente ese tema solo se puede ver personalmente e la sucursal de San Bernardo
– ¿Cómo y no puedo llamar, mandar un mail, algo?
– Señora lamentablemente esta atención es solo presencial y el horario es de 11:23 a 11:44 de la mañana.
Los instintos homicidas ya no te parecen tan lejanos. La empresa en vez de darte un respiro, te traspasan más cachos y al final el agobio es total.
El servicio déspota
Este personaje sacó varios votos e improperios en su contra. Típico que estás pagando en una tienda, para ponerle más dramatismo pensemos el 23 de diciembre en la tarde, y la chiquilla que te tiene que atender está pegada a su teléfono con todo el tiempo del mundo. Resolviendo el medio drama amoroso, analizando cada gesto de su enamorado/a y sin ni siquiera mirarte para al menos hacer el gesto de “espere un minutito por favor”. Llora, se ríe, se enoja, todo mientras tú esperas pensado en todo lo que te falta por hacer.
Y ¿lo peor? Cuando te animas para manifestarle tu molestia y su desubicación, la persona en cuestión se te sube por el chorro, te dice “tranquila” (esa palabra que tiene el efecto completamente contrario) y te envuelve el regalo con menos onda que un happy hour entre Bielsa y Sebastián Piñera. Ira total.
El servicio impulsivo
Convengamos en que las bases de datos ya generan odio: ¿cuántas veces les hemos pedido a las empresas que nos saquen de ahí? Pero hay algo aun peor. Que te llenen de mails u ofertas de productos en los que en verdad no tenemos cómo calificar.
A mí todavía me llegan correos con fiestas pool party para universitarios (gracias por el piropo, pero NO), invitaciones a charlas para mamá primerizas (loco, mi último cabro tiene 5 años) y descuentos para hacerme socia de un restaurant en Santiago (vivo en Viña hace 10 años). Está bien ser proactivo en la venta, pero si ya van a acosar a la gente a través de bases de datos, al menos ¡segméntenlas! Se agradecería mucho ese lindo gesto.
Sé que en esta columna puse en evidencia algo molesto, el lado más negativo del servicio al cliente, pero creo que es bueno destacar esas características que tanto nos molestan para hacerle ver a las empresas esos cambios que deberían aplicar.
De hecho, hace un tiempo les contamos de casos de servicio al cliente llevado al extremo, que aunque son excepcionales, demuestran que pequeños esfuerzos y atenciones pueden hacer una gran diferencia. Así todos quedan contentos, el cliente y la empresa, que de todas maneras será recomendada por el que se sintió bien atendido.
¿Qué otras cosas agregarías a la lista que deberían cambiar? ¿Qué buenas experiencias has tenido?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
A raíz de la triste situación de tantos niños que han sido vulnerados en sus derechos en Chile, Mane Cárcamo nos recuerda las razones de por qué es tan importante la familia y por qué debemos velar por protegerla como sociedad.
Hace unos días leí una entrevista a la neuróloga infantil y directora de la Fundación para la Prevención de la Violencia infantil (Previf), Laura Germain, que aparte de confirmar todas las situaciones terribles y tristes que ocurren en el Sename, pone en la palestra la urgente necesidad de hacer visible, revitalizar y enaltecer a la familia.
Germain cree que lo que más daña a los niños del sistema actual es “que no son nada. Los niños no tienen identidad en ese tipo de instituciones. Todo esto que hablamos de la necesidad del vínculo del niño en una familia, de ser alguien, que tiene que tener a alguien que lo guíe, una persona que le dé afecto. Nada de eso existe en el sistema actual. Ese daño es para todos los niños”.
La crisis del Sename tal vez no es solo una crisis de recursos, de expertos, de gestión del Estado, tal vez es ante todo una crisis de amor, de afecto, de entender que los niños no necesitan “funcionarios acreditados a cargo”, sino ante todo personas que sean capaces de vincularse con cada niño en un ambiente cálido, acogedor… básicamente familiar.
Dicha entrevista me hizo pensar que no por nada la palabra “hogar” viene del latín “focus” que es de donde viene la palabra castellana “fuego”. En el hogar, en la familia, todo el calor y la bravura del fuego se hacen patentes. Y es en torno al fuego, que ocupaba un lugar central en la casa y por necesidades de luz y calor, donde los integrantes se congregaban. En la familia ocurren cosas que no pasan en ningún otro lugar, no es un modelo copiable, no acepta imitaciones. Tiene ese “qué se yo” que hace que la mayoría de los seres humanos anhelen una. Y no cualquiera, una feliz. Y feliz no quiere decir perfecta, porque evidentemente esa no existe. Feliz para mí quiere decir que todos los días ese grupo humano lucha por quererse más, por cuidarse con mayor detalle, por estar ahí para aplaudir los éxitos y abrazar sin decir nada cuando vengan fracasos. La definición que iré haciendo a continuación puede sonar al “decálogo” de tarjeta de cumpleaños o película de Disney. Algunos me leerán y dirán “pobre ave ilusa, no existen las familias así”.
Claro tal vez no existen las que cumplan con todos estos requisitos, pero podría apostar que tu familia al menos tiene algún ingrediente de lo que viene a continuación.
- En la familia uno descansa, aunque el lugar físico no sea ni el más cómodo, ni el más lujoso, ni el más espacioso. Esa sensación de llegar al hogar y sentir que “ese es nuestro lugar” es tan misterioso como inexplicable.
- En la familia las peleas pueden ser dantescas, explosivas, incluso hirientes, pero se dan en un contexto que cuando el amor es lo que la orienta, esas discusiones pasan al olvido, vuelven las risas, las tallas, aunque hayan significados llantos y desilusiones, incluso aunque sepamos que esas guerras peligrosas pueden volver a estallar. Pero es en familia y eso permite que el vínculo tenga una resistencia mayor a cualquiera que se le parezca.
- En familia se da un perfecto matrimonio entre aceptación de la diferencia y la exigencia cariñosa. Habrán personajes que son centros de mesa, intelectuales, deportistas, sensibles, observadores, desordenados y detallistas. La familia es como un gran rompecabezas en donde cada pieza es distinta, pero necesaria. Y además de querernos tal cual somos, también nos invitan a mejorar lo que es corregible, lo que nos hace mejores personas, los que nos permitirá soñar en grande.
- En familia aprendemos a leer el mundo como sólo esa familia sabe leerlo. No hay una familia igual a otra. La familia nos entrega un filtro particular (del cual después podemos desprendernos), para entender a nuestro entorno, establecer nuestros límites, definir el marco valórico que orientará nuestros actos, gozar la vida, entender aquellas cosas que nos mueven y motivan. Es en esa tropa donde recibimos nuestra primera carta de navegación, que muchas veces nos ha salvado del naufragio total.
- En familia sabemos que nos pueden mostrar muchas tarjetas rojas frente a nuestros pastelazos, pero que nunca nos echarán del partido. Nos leerán la cartilla cuando estemos perdidos, nos quitarán el piso si es que estamos equivocados, pero por muy grande que sea el condoro ellos estarán ahí… pase lo que pase. Y eso la hace imprescindible.
La lamentable situación de tantos niños vulnerables en nuestro país debería abrir una reflexión acerca de cómo la sociedad apoya la formación de familias para que puedan tener las condiciones básicas para poder construir lo anteriormente descrito. Si el mundo que nos rodea generara redes de educación para pololeos sanos, trabajos que permitieran vivir dignamente a quienes se lanzan en esta aventura, no castigara la maternidad (e incluso la celebrara), permitiera la conciliación laboral y familia, otro gallo cantaría.
Y también en donde nosotros influimos cabe preguntarnos: ¿aporto a que aquellos con los que me relaciono puedan darle tiempo, amor y dedicación a sus familias? ¿Promuevo un estilo en donde los vínculos afectivos sean la prioridad por sobre los resultados de la pega, la productividad y el éxito?, ¿o soy de aquellos que critica el sistema con grandes posteos, quejas afiebradas en Twitter, extensas sobremesas, pero cuando tengo la posibilidad de cambiar el mundo en mi lugar de trabajo, en el lugar que influyo, mantengo sistemas abusivos en contra de la familia?
Grandes preguntas y desafíos que al menos a mí me dan mucho para pensar.
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
Read moreArtículo publicado originalmente en El Definido
¿Cómo pueden odiar tanto los niños la ansiada ducha si uno la adora? Esta y otras grandes distancias que nos separan a kilómetros de los más pequeños y los adolescentes.
Se terminan las vacaciones de invierno y volveremos a la locura de los turnos, las tareas, los despertadores al alba, las loncheras y las circulares que debemos firmar. Hace rato que para mí estos días de descanso dejaron de ser como dijo un columnista por ahí “vacaciones de infierno” y disfruto que el cabrerío esté en la casa, descansando, jugando y muchas veces haciendo casi nada. Porque para ir a meterme a malls o entretenciones en donde las filas son como las de Servipag el último día del mes, ya no tengo paciencia.
Pero lo que sí he hecho es observarlos con detención y he confirmado eso de que hay cosas que los niños odian hacer y los adultos amamos. Peleas que damos entre generaciones y que probablemente se seguirán ando hasta el final de los tiempos. Porque pase lo que pase, la niñez podrá variar en estilo y hábitos de consumo, pero la esencia será siempre la misma. Aquí algunas de esas diferencias irreconciliables entre grandes y chicos:
La ducha
Lo más normal es que un adulto sin ducha considere que no puede salir de su casa y mucho menos trabajar. Lo hemos visto estos días en que miles de santiaguinos tuvieron que lavarse por presas para aguantar con dignidad los días sin electricidad. Con la mayoría de los niños en cambio el tema de la ducha es una verdadera batalla campal. “Juanito ¡a ducharse!” Probablemente es una frase que uno repite al menos 8 veces en un intervalo de 5 minutos, seguido de argumentos de nuestra contraparte tales como: “¿Otra vez? Si me duche el viernes (estamos a lunes ojo)” y varios alegatos más que nos hacen invocar con fervor a Job, el santo de la paciencia.
Nunca olvidaré la historia de un amigo que contó que en su tierna adolescencia llegó al extremo de prender la ducha, dejarla correr, mojar el piso del baño con agua para simular humedad y mojarse el pelo para hacer creer a sus padres que se había bañado. Misterios sin resolver de la juventud y la tirria a la higiene personal.
La siesta
Una de mis principales interrogantes del universo es: ¿por qué los niños aborrecen la siesta si es uno de los mejores inventos de la historia después del scaldassono, la depilación láser y el ceviche? Muchas veces marcharía porque la siesta fuera un derecho obligatorio, irrenunciable y gratuito. ¿Y los niños? La odian tanto como Tiago a Alexis. Clásico es que para una fecha importante tipo Navidad o Año Nuevo uno les sugiere una siesta para que puedan resistir con dignidad el trasnoche y ellos te miran como si los obligaras a hacerse cargo de la Gerencia de Servicio al Cliente de Enel.
Los panoramas en la casa
Me doy cuenta que estoy entrando al team Corega, porque cada día disfruto y amo más esos días en que el máximo carrete es quedarse en la casa, con un rico picoteo, una buena película y sin tener que recomponerme la cara después de un viernes agotador. Mi casa = mi mejor panorama… y hace 20 años atrás encontraba que era un fracaso total no tener nada que hacer y quedarme en la casa acompañada de Video Loco, comiendo Traga Traga sentada en la cama de mis papás.
Pues bien, para los adolescentes la cosa se mantiene de manera similar. Odian al igual que nosotros a su edad cuando nuestras mamás nos decían: “¿Por qué no hacen un panorama mucho más choro que ir a esa fiesta? ¿Y si piden unas pizzas y se quedan jugando bachillerato?”. En verdad los viejos debemos asumir que la oferta es CERO atractiva y que NINGÚN panorama (y menos los ñoños que ofrecemos nosotros los papás), le competirán al fiestón donde supuestamente “irá todo el mundo”. Es hora de asumir esa realidad queridos compañeros de Caja de Compensación.
La buena gastronomía
Acá no me las daré de bloguera saludable, que goza con la leche de almendras, las hamburguesas de lentejas y los pie de mantequilla de maní no se con cual o tal semilla. Me como feliz un combo en el auto cada cierto tiempo y las papas fritas de la gran M siguen siendo mis favoritas con kétchup y mayonesa. Pero la vejez nos pone más exigentes cuando hablamos del placer gastronómico. Las ramitas en un carrete me ponen mal genio, los Chis Pop solo los consumo en caso de desesperación y cuando me ofrecen bilz concluyo que el que lo hace me desea la muerte.
En cambio los niños miran con asco los mariscos, el queso azul, las aceitunas amargas, las berenjenas, el ají de gallina y una rica cazuela. Todos manjares que aplaudo de pie y que me alegran el día. Igual acá creo que hay un desafío interesante para las familias. Así como debemos enseñarles el gusto por la naturaleza, la buna música y la belleza, también deberíamos promover una cultura gastronómica amplia en donde el puré en caja, las salchichas y los nuggets queden reducidos solo a la desesperación del domingo en la noche. Gran desafío… y caro también.
Obvio que en todos estos puntos hay excepciones. Tal vez tu hijo se levanta feliz a lavarse el pelo, le fascina ver ET en familia un viernes cuando tiene 15 años, celebra cuando hay zapallitos italianos con puré rústico de menú y su siesta es sagrada para poder estar descansado el 18 de septiembre. Si es así… agradécelo mucho. Si no, eres de los que como yo al menos sabes, con resignación, que esos extraños hábitos de la juventud gracias a Dios se mejoran con los años.
¿Qué otras diferencias generacionales agregarías?
Magdalena Cárcamo – Periodista
Fuente: www.eldefinido.cl
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