MUJERES Y HOMBRES 4X4
El otro día vi un reportaje acerca de mujeres conductoras de buses del Transantiago. Las entrevistadas se veían muy empoderadas en su cargo, contentas de haber logrado aprobar las capacitaciones, conseguir los documentos y adquirir todos los conocimientos necesarios, además de manejar las emociones y el stress que significa ese trabajo.
Sus colegas varones se mostraron orgullosos por ellas. De muy buenas maneras señalaron que las conductoras habían demostrado[1] que eran capaces, agregando incluso que (y cito) “en algunos aspectos son mejores que los hombres”.
Bien por ambos, buenos compañeros, que se apañan construyendo un mundo nuevo para el trabajo de la mujer.
Sin embargo, me molesta la palabra demostrar en cuanto al género femenino. Y me pregunto, extendiendo el comentario: ¿Por qué debemos las mujeres probar que somos capaces (otra palabra conflictiva) de hacer una u otra función? E insisto ¿a quién hay que probarle?[2]
Entre líneas quiero recordar los mismos verbos asociados a unas conversaciones en las que participé hace como 30 años en una empresa distribuidora de gas, a propósito de incorporar mujeres en la conducción de camionetas repartidoras de cilindros, para la zonal Arica, iniciativa que resultó muy exitosa.
Pienso que mejor hablemos de competencias, de conocimientos, de capacidades adquiridas, tanto en hombres como mujeres, no de unas respecto de los otros. Ser complementarios en el trabajo podría ser ese objetivo deseado. Y extiendo esta propuesta a todo tipo de tareas, a todos los negocios, también a los altos cargos corporativos, donde desde luego, hace mucha falta.
Propongo cambiar nuestro lenguaje porque de esa manera movemos el mundo, por lo menos en lo laboral.[3] No hay función que sea exclusiva de hombres o mujeres y, seguramente, la gracia está en la diferencia de cada cual al ejercerla.
Nadie nace sabiendo vivir.
Marcela Contreras Berrios – Conoce más a Marcela aqui
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[1] Demostrar: La RAE define esta palabra como: Probar, es decir, hacer ver que una verdad particular está comprendida en otra universal de la que se tiene entera certeza.
[2] Me da temor aventurar la respuesta.
[3] Humberto Maturana lo dice con mucha fuerza en su libro Ontología del lenguaje.
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La comunicación efectiva se caracteriza por transmitir un mensaje que permita que se cumplan los objetivos esperados por el emisor hacia el receptor. Para que así sea, el mensaje debe ser claro para ambos interlocutores con el objetivo de que no surjan diferentes interpretaciones.
1. Identificar tu propósito o intención: Antes de entablar cualquier comunicación, dedica un tiempo a identificar el propósito de la comunicación. Cuando decides generar un mensaje es fundamental identificar qué es lo que deseas transmitir para así entregar un mensaje preciso.
2. Sé claro en el mensaje: El mensaje debe ser preciso y conciso porque el exceso de información tiende a confundir. Es importante el ritmo y tono de voz en el que te expresas. Hablar a una velocidad y altura que permita que tus receptores entiendan tu mensaje y que logren la concentración.
3. Preocuparse del vocabulario: Las palabras crean realidades. Es muy importante saber elegir las palabras exactas para expresar lo que quieres comunicar. Además, de acuerdo a la manera en que hables marcas el tipo de relación que se tendrá con la persona.
4. Lenguaje corporal y no verbal: La forma en que transmites un mensaje es más importante que el contenido o palabras que expreses. Se estima que al comunicar entre un 70% y 90% se hace a través del lenguaje no verbal.
5. Tener empatía: La empatía es la capacidad de comprender e interpretar los sentimientos ajenos. Es ponerse en los zapatos de la otra persona. Al tratar con clientes o colegas de trabajo ser empático permitirá una mayor aproximación con tu interlocutor y probablemente logrará que se relacione mejor con el contenido y lo comprenda más fácilmente.
6. Transmite confianza: Si estás seguro y tranquilo con lo que transmites reflejarás eso a través del mensaje. La mejor forma de transmitir confianza es ser transparente y estar seguro de tus logros o de tus buenas intenciones.
Los seres humanos se rigen muchas veces por las primeras impresiones y crea juicios de valor. Si logramos comunicar de manera efectiva, lograrás conectar con el, captar su interés y obtener su confianza.
Al transmitir un mensaje tienes que asegurarte que la otra persona comprenda tu mensaje y entienda lo que tú realmente querías comunicarle. Para que esto se logre recuerda que es importante que lo verbal coincida con lo no verbal.
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Una nueva joya de Disney Pixar, Encanto, nos enseña a los adultos sobre el peso que imponemos a los niños y niñas a través de las etiquetas, y lo difícil que nos resulta hablar de lo imperfecto, lo doloroso y nuestra vulnerabilidad.
Encanto cuenta la historia de una familia, que podría ser cualquiera, en la que cada miembro recibe un don que lo hace excepcional, salvo una niña, que sufre en silencio la vergüenza de ser la única que no recibió su don. Y su forma de ocultar ese dolor es expresando un falso orgullo por ser parte de la familia más importante del pueblo, y tratando de encontrar una forma de ser apreciada y sentirse valiosa.
Categorizar a los niños y a las personas en general, es un mecanismo frecuente de nuestra mente. Como educadores (padres o docentes) resulta fácil manejar las relaciones desde las categorías. El brillante, la responsable, el flojo, la linda, los populares, los rechazados, la deportista, el payaso, etc. Y también están los invisibles, esos niños y niñas que no destacan en nada especial. Todas estas categorías, aún las positivas, pueden imponer un gran peso durante el desarrollo, generando ansiedad al tratar de siempre cumplir con las expectativas de otros, o desesperanza, al constatar que no hay nada que hacer para poder ser visto de otra manera. Clásico es el relato de muchas personas que cuentan que fueron castigados por algún profesor aún estando ausentes.
¿Cómo podemos liberar a nuestros niños de las etiquetas?
Una práctica o estrategia que es muy útil para evitar etiquetar es cambiar el lenguaje de los juicios por un lenguaje descriptivo. Por ejemplo, en vez de elogiar diciendo “eres tan inteligente”, describe: “respondiste bien todas las preguntas”. En vez de, “eres tan divertido”, describe: “me alegraste el día con tu humor”. Al evitar el eres, el juicio personal, liberamos al niño o niña de la exigencia de comportarse de una determinada manera todo el tiempo. Así, quien no responde bien todas las preguntas la próxima vez, no pierde su inteligencia, sencillamente cometió un error y está bien.
En el caso de una etiqueta negativa, el lenguaje descriptivo no exagera ni catastrofiza las situaciones. En vez de decir “eres tan irresponsable”, describe: “se te olvidó traer los materiales hoy”. Al enjuiciar estamos diciendo que la persona es el problema, al describir decimos que ha ocurrido un problema y la persona puede ser parte de la solución, puede hacerlo diferente en otra oportunidad.
Un paso más allá es desafiarse a describir cuando vemos que el niño o niña se comporta de manera diferente a su etiqueta. Así, si “el payaso” de la clase hace una buena (y seria) pregunta en clases, describe: “¡Excelente pregunta! Se nota que reflexionaste sobre este tema”. O si “la buena y conciliadora” tiene un conflicto con algún compañero, en vez de decirle “me extraña que te hayas peleado”, describe: “veo que estás enojada y está bien que puedas defender tu punto de vista, lo importante es hacerlo de buena manera”.
Como muchas veces las etiquetas están súper instaladas, y por lo mismo, los niños se comportan frecuentemente de acuerdo a su etiqueta, al principio puede ser difícil, encontrar oportunidades para describir comportamientos contrarios a las etiquetas. Entonces también podemos tratar de generar situaciones que los harán verse de una manera diferente. Un ejemplo muy bonito es de una profesora que se dio cuenta de que una compañera nueva en el curso, muy tímida, estaba siendo molestada por un grupo de compañeras muy “populares”. Llamo personalmente a la “líder” del grupo, le explicó su preocupación, y le pidió que como ella tenía una gran influencia en el curso y era tan sociable se preocupara de integrar a la nueva compañera. Le dijo también que estaría chequeando con ella una vez a la semana como iba todo. Así esta “líder negativa”, asumió el desafío y el maltrato cesó rápidamente. La profesora la elogiaba en cada avance, diciéndole cosas como “veo que has sido muy acogedora”, “te agradezco lo que estás haciendo, es una muestra de tu buen corazón”, “lo que haces muestra una gran generosidad”, etc. así le dio una tremenda oportunidad de verse de manera diferente.
Lo interesante del lenguaje descriptivo es que le damos información a los niños con la cual ellos mismos, internamente interpretan y hacen su propio juicio. Elimina los siempre, nunca, hasta cuando, todo o nada, libera a los niños y abre para ellos todas las posibilidades, incluso la de equivocarse. El lenguaje descriptivo es una forma de mostrar que aceptamos a los demás tal y como son, con sus luces y sombras, generando un real sentido de pertenencia.
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Una persona con discapacidad es aquella que teniendo una o más deficiencias físicas, mentales, sea por causa psíquica, intelectual, sensorial, de carácter temporal o permanente, al interactuar con diversas barreras presentes en el entorno ve impedida o restringida su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones con las demás, según la Ley 20.422.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) , más de mil millones de personas en el mundo tienen alguna discapacidad. De ellas, casi 200 millones viven con dificultades significativas en su funcionamiento cotidiano observándose un aumento en la prevalencia de discapacidad a nivel mundial de un 15%.
Chile no está al margen de esta realidad. Según cifras del Estudio Nacional de la Discapacidad, personas con discapacidad son 2.606.914 equivalente al 20% del total de habitantes del país. De ellas un 8,3% presenta discapacidad severa (dificultad extrema o imposibilidad para realizar actividades de la vida diaria o que reciben ayuda con alta frecuencia).
Estos datos nos hacen reflexionar e impulsan a pensar en cómo construir un mundo más inclusivo en el que todos tengamos una vida digna y de calidad. Más aun considerando, según datos de la OMS, la discapacidad será un motivo de mayor preocupación para la sociedad.
Cabe destacar que las personas con discapacidad tienen una menor participación en la actividad económica. Por ello, las tasas de pobreza son más altas que las personas sin discapacidad. Estas dificultades se exacerban en las comunidades menos favorecidas.
Frente a este desafío de promover una plena inclusión y diversidad en nuestro país es indispensable la creación de políticas y programas eficientes que mejoren las vidas de las personas con discapacidades y faciliten la aplicación de la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.
En esta oportunidad queremos dar unos simples, y a la vez complejos consejos, para avanzar hacia una sociedad más inclusiva. Tenemos la convicción que para transformarnos en una sociedad inclusiva es necesario comenzar por uno, tal como lo dice la frase de Mahatma Gandhi. “Si quieres cambiar el mundo cámbiate a ti mismo”.
Estos consejos dicen relación con el uso del lenguaje a utilizar para promover la inclusión, ya que nuestras palabras y nuestra forma de hablar son fundamentales para representar lo que somos, lo que queremos y lo que creemos, así como para educar y crear un entorno de mayor justicia.
También queremos compartir el video cómo a referirse a una persona con discapacidad y otro video cómo tratar a personas con discapacidad.
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¿Quiere saber cuántos años va a vivir? Es posible que este dato tan importante para usted dependa de las palabras que dice a otros y de las que se dice a sí mismo.
“¿Quieres saber cuántos años vas a vivir?” es la pregunta con la que el profesor Luis Castellanos, doctor en Ética y licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, inicia un interesante coloquio con sus alumnos. Sería fascinante saber la respuesta, pero lamentablemente nadie la tiene. Tampoco el profesor Castellanos. Pero un interesante estudio realizado en Mankato, Minnesota, nos puede ofrecer una luz.
El profesor Castellanos narra en uno de sus libros que en 1986 el doctor David A. Snowdon inició una investigación con un grupo de 678 monjas de Notre Dame que vivían en el estado de Minnesota, USA, con edades entre 75 y 103 años. Su estudio estaba enfocado en determinar qué factores en diferentes etapas de la vida aumentan el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer y otros padecimientos del cerebro. Pero durante la investigación, algo le llamó la atención sobre las monjas de mayor edad: parecía que ninguna sufría de Alzheimer porque tenían una gran vitalidad, lucidez y memoria. Vale comentar que estas religiosas donaron sus cerebros a la Universidad de Kentucky para que, una vez que fallecieran, se pudiera completar la investigación de cada una de ellas. Estos cerebros mostraron que la mayoría de ellas sí tenían Alzheimer y, en algunos casos, muy avanzado. Pero nunca habían mostrado ningún síntoma externo ni habían perdido la memoria. ¿Cómo lo habían logrado?
Para suerte del doctor Snowdon, en los archivos del convento se guardaban 180 autobiografías que, en 1932, la priora de entonces había pedido a las hermanas que escribieran, además de una breve explicación de los motivos personales para tomar los hábitos. Estos escritos revelaron un factor determinante en el estudio: el lenguaje que utilizaba cada monja en su escrito estaba en relación con la longevidad y calidad de vida de ellas. Las monjas que más edad y lucidez tenían eran las que habían utilizado más palabras positivas en su autobiografía.
Me encantaría contarles más sobre el interesantísimo Estudio de las Monjas del doctor Snowdon que tantas luces ha dado a la ciencia sobre el origen del Alzheimer, pero me voy a fijar solamente en el descubrimiento de esas palabras positivas que aparecieron en los escritos encontrados. Un equipo multidisciplinar de expertos analizó y estudió sus contenidos verbales, densidad de ideas, número de expresiones emocionales utilizadas y su intensidad, y descubrió que la cantidad de expresiones positivas y la viveza de estas estaban directamente relacionadas con los años de vida de esas religiosas. A más expresiones positivas, más años de vida.
¿Es posible que frases como “no sé, “no puedo hacerlo” o “pero ahorita no puedo” resten años de vida a quien las dice y a quien las oye? Y en cambio, expresiones como “sí”, “por supuesto”, “te ayudo en cuanto termine esta tarea” o “lo que me estás diciendo es importante para mí” ¿mejoren la calidad de vida y me hagan vivir más? ¿Se ha puesto a pensar cuántas veces usted usa la palabra “no” en su trabajo? ¿Por qué frases como “pero”, “nunca”, “es que” o “tengo que” producen sensaciones desagradables?
El lenguaje es uno de los principales medios con los que nos relacionamos con los demás: en nuestro hogar, con nuestros amigos y especialmente en el ambiente de trabajo, y de ello depende en gran parte la percepción que tienen los demás de nosotros. Por ello, es importante darnos cuenta de las palabras que usamos para comunicarnos, más aún si se trata de nuestros colaboradores o colegas. Pero, además, el lenguaje que usamos con los demás influye en los mensajes que nos enviamos a nosotros mismos.
El conjunto de palabras que provocan emociones buenas y agradables en quien las dice y en quien las oye es lo que los expertos llaman “lenguaje positivo”. Y es una de las herramientas que en estos tiempos difíciles —y siempre— nos ayudará a mantener un buen estado de salud y de relacionamiento con nuestra familia, amigos y colegas, y aumentará la productividad propia y la del equipo que tengamos a nuestro cargo.
En próximos artículos seguiremos conversando sobre este importante tema. Pero antes, lo animo a hacer esta prueba: cuando quiera recordar algo, elimine la frase “que no me olvide, que no me olvide”. En lugar de ello, le sugiero decir “que recuerde, que recuerde”. Yo lo hice y de verdad funciona. Eso es el lenguaje positivo.
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Las palabras importan más de lo que podríamos imaginar. Investigaciones previas explican cómo nuestro vocabulario habla de nuestra personalidad, y de hecho, se ha demostrado que la forma en que escribimos y nos expresamos puede revelar datos sobre nuestra identidad y carácter.
Algunos creen que las acciones están estrechamente relacionadas con lo que una persona realmente quiere comunicar, es decir, que las personas actuamos con base en nuestros deseos inconscientes. Por esto, muchos opinan que “las palabras se las lleva el viento” y que, para poder comprobarlas, debe existir una muestra que sustente lo que se ha dicho.
Un ejemplo común puede verse en las relaciones de pareja. “Rodrigo dice que ama a Carla, pero ella no siente que sea así. Él no le envía mensajes de texto ni le trae flores, por lo tanto, se pregunta: ¿cómo puede realmente amarla pero no hacer ninguna de estas cosas? Seguramente, es solo palabrería”.
Pero el lenguaje no es solo un conjunto de palabras asociadas a significados que heredamos y aprendemos social y culturalmente. En realidad, el lenguaje es, ante todo, una forma de comunicar y transmitir emociones. Es ahí donde incluso el tono y la expresión facial comunican.
Las palabras tienen un gran impacto en la mente de las personas, bien sean positivas o negativas, pueden dejar una huella difícil de borrar. No obstante, este efecto solo tendrá poder si las palabras vienen de una persona significativa para nosotros, como nuestra pareja, un familiar o un amigo.
A lo largo de la vida, es muy posible que recibamos comentarios desafortunados o incluso maliciosos. La mayoría de ellos van y vienen, y no dejan huella alguna en nosotros. Los que sí dejan marca y cicatriz son los que vienen de boca de seres queridos, es entonces cuando las palabras parecen herir mucho más que los hechos.
Cuando el arma letal está en la boca
Paul Watzlawick, un célebre psicólogo austríaco experto en comunicación y lenguaje, enunció una interesante teoría a la que llamó «desconfirmación». En ella, se refleja el poder destructor de las palabras en la comunicación humana y las formas más comunes en las que el proceso comunicativo, a veces dañino, se lleva a cabo:
- La desvalorización: en este tipo de comunicación, se hace uso de un determinado tipo de palabras que buscan disminuir el valor (o autoestima) de la persona. Se le quita importancia a todo lo que hace o dice, se usa un lenguaje que la desacredita y que le resta valor a toda su figura, a toda su esencia. Es algo realmente destructivo.
- La descalificación: en este caso, lo que se busca no es desvalorizar sino «invalidar». Se va un paso más allá y aparecen frases como «no sirves para nada», «eres la persona más torpe del mundo», «no le llegas a la suela de los zapatos a nadie».
- La desconfirmación: tipo de comunicación que puede llegar a anular por completo a una persona. Si en las anteriores definiciones quitábamos valor y humillábamos a alguien, aquí se procede a «ignorarla», lo que se traduce en una negación de sus necesidades básicas y deseos más profundos.
Muchas personas que afirman que estos golpes invisibles duelen mucho más que cualquier tipo de maltrato físico, y muchos preferirían una paliza antes que tener que soportar el duro impacto del maltrato psicológico.
Lo cierto es que, ante la interrogante de si las palabras son más dolorosas que los hechos, todo es relativo y depende de nuestra estructura emocional, es decir, de qué tan relevante es el lenguaje verbal en nuestra vida en comparación con las acciones. Desde luego, no puede negarse que el uso del lenguaje es fundamental para nuestra vida social y cultural, razón por la cual los psicólogos y psicolingüistas han estudiado ampliamente los procesos involucrados en hablar y escuchar, leer y escribir.
Otro objetivo especial ha sido comprender cómo las personas con antecedentes educativos y culturales distintos difieren en su uso del lenguaje, por ello, vale la pena tener en cuenta que todos empleamos conceptos y expresiones diferentes para comunicar nuestras ideas o sentimientos, y esto no siempre significa lo mismo para todos. De ahí la importancia de cuidar especialmente las palabras que elegimos y recordar que cada una de ellas puede conmover realmente la vida de alguien, ya sea para bien o para mal.
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La comunicación no verbal muchas veces pasa desapercibida y le restamos importancia cuando en realidad nos ofrece mucha información acerca de nuestro interlocutor.
Las empresas la utilizan mucho en las entrevistas de trabajo para obtener información no verbal del candidato sin que éste sea consciente.
El lenguaje corporal tiene una gran influencia también en nuestras relaciones sociales. Nos pueden llevar a ser una persona de mucho éxito entre nuestro círculo de amigos y familiares y por el contrario nos pueden alejar de ellos.
¿Qué es el lenguaje corporal?
Llamamos lenguaje corporal al conjunto de gestos, posturas y movimientos de nuestro cuerpo que realizamos de forma inconsciente para trasmitir información, normalmente todo este conjunto de comunicación no verbal indica nuestras emociones o estado emocional.
A continuación te presentamos algunas formas de lenguaje corporal:
1-Cruzarse de brazos
Puede indicar que estás a la defensiva o que no estás de acuerdo con lo que estás escuchando, op lo que te están comunicando otras personas.
2-Tocarse o frotarse la nariz
Puede significar que la persona miente, o que muestra rechazo hacia lo que escucha o está trasmitiendo.
3-Morderse las uñas
Este hábito puede mostrar estrés, ansiedad e incluso inseguridad.
4-Contacto visual
Indica que eres una persona de fiar y abierta. Aunque el contacto visual prolongado puede llegar a molestar y puede indicar que estás mintiendo a esa persona y no deseas ser descubierto.
5-Cabeza alta y barbilla hacia delante
Denota agresividad y poder
6-Manos en las caderas
Puede interpretarse como agresivo pero también es una señal de autoconfianza y seguridad
7-Golpear con la punta de los dedos en la mesa
Este gesto denota impaciencia o aburrimiento
8-Manos en las mejillas
Indica que la persona está considerando algo o está perdido en sus pensamientos
9-Entrelazar los dedos
Puede ser una señal de incomodidad o de estrés
10-Cruzarse de piernas
Significa que te encuentras a la defensiva y que no estás abierta a la situación o conversación
11-Apretar los labios
Denota que no te gusta lo que estás escuchando. Es un gesto de desaprobación
12-Fruncir el ceño
Indica disconformidad con lo que se está diciendo o con la situación que se está viviendo
Las siguientes posturas son más “positivas” por lo que te animamos a practicarlas conscientemente hasta que ya sean naturales en ti:
1-Mantener una postura relajada y con los brazos a los lados del cuerpo indica seguridad y autoconfianza
2-Sonreír mucho
Se interpreta como que eres una persona que busca que confíen en tí, si además la risa es conjunta con tu interlocutor, significa que estás interesado en la conversación
3-Sentarse con las piernas separadas indica una actitud dominante y relajada a la vez
4-Asentir con la cabeza tiene una connotación positiva e indica que se está de acuerdo con lo que se escucha
5-Palmas de las manos abiertas
Indica honestidad y lealtad.
6-Puntas de los dedos unidas
Indica confianza y seguridad
Es importante saber que si sólo analizamos el lenguaje no verbal podemos fallar en nuestras interpretaciones. Debemos analizar todo el contexto de la situación y tener en cuenta otros factores o indicadores que nos corroboren el lenguaje no verbal antes de sacar alguna conclusión.
Fuente: yourdictionary.com
Redacción Instituto Draco
Extraido de www.institutodraco.com
www.facebook.com/InstitutoDraco
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La escritora y pedagoga Nora Rodríguez recuerda en su ensayo Educar para la paz algo rotundamente medular en la experiencia humana. A pesar de su condición extraordinaria, rara vez es ensalzado como se merece: «Pocas veces o nunca se tiene en cuenta que, desde edades muy tempranas, a los seres humanos nos hace increíblemente felices ayudar a los otros». No solo eso, encontramos mucha más delectación en dar ayuda que en recibirla, porque en el mundo de los afectos lo que se da no se pierde ni se desintegra en la nada, si no que retorna multiplicado mágicamente. No hay noticia más plausible y más enorgullecedora para cualquier persona que saber que los seres humanos encontramos profundas y voluminosas gratificaciones sentimentales inclinándonos a ayudar a los demás a construir bienestar en sus vidas. Es un hallazgo tan esencial que todos los días deberíamos repetírnoslo como un salmo. Por supuesto, después de enunciarlo con orgullo antropológico tendríamos que intentar practicarlo, interiorizarlo y domesticarlo en la sensibilidad y aprenderlo en la cognición. Es una obviedad aristotélica, pero aquello que consiste en hacer solo se aprende haciéndolo. La autora de Educar para la paz explica a lo largo de las páginas de la obra que el cerebro es un órgano que desarrolla sus estructuras a través de interacciones con las alteridades. Cita al neurocientífico Jonh Cacioppo para subrayar que «los seres humanos crecemos, aprendemos y nos desarrollamos en grupo». A Francisco Mora le he leído y escuchado insistir una y otra vez en que si queremos ser excelentes en una tarea, es nuclear que nos juntemos con aquellos que ya son excelentes en esa tarea. Aprendemos haciendo e imitando lo que hacen aquellos que son significativos para nosotros. Esta contaminación ambiental no solo es emancipadora, también puede tomar la dirección contraria y devenir en peligrosamente jibarizadora, posibilidad que debería animarnos al fomento de la reflexión y el discernimiento. A los padres que les preocupan las notas de sus hijos, José Antonio Marina les advierte que entonces se preocupen por las notas de los amigos de sus hijos. A pesar de que paradójicamente, como afirmaba el añorado Vicente Verdú, «el individualismo se ha convertido en un fenómeno de masas», el sentido de la experiencia humana se condensa y se experimenta en nuestra condición de existencias al unísono. No somos existencias insulares, tampoco colindantes, ni muchos menos adosadas. Somos existencias corales.
Es fácil sintetizar toda esta peculiaridad de la socialidad humana afirmando coloquial y aforísticamente que lo que más nos gusta a las personas es estar con personas. Las estadísticas sobre hábitos de ocio señalan reiteradamente que la actividad más apetecible para los entrevistados en su tiempo no retribuido es quedar con los amigos. Es puro activismo de la amistad. Existe un término muy bonito para definir esta práctica tan profundamente arraigada en el rebaño de hombres y mujeres. Cuando quedamos con alguien y nos encontramos y nos intervenimos recíprocamente sobre los afectos a través de tiempo y actividad compartidos, estamos experimentando la confraternidad. Festejamos mutuamente nuestra filiación humana, y al festejarla el individuo que somos (y somos individuo porque somos indivisibles) se va singularizando. La individuación, que no el individualismo, solo es posible gracias a la interacción con el otro que facilita que el sujeto que somos se singularice. Los filósofos griegos vislumbraron esta interdependencia y entendieron pronto que para ser persona era indefectible ser antes ciudadano. La progresiva y escandalizable disipación de lo común en nuestros imaginarios hace que esta afirmación resulte cada vez más ininteligible. Es tremendamente paradójico que solo podamos subjetivarnos gracias a que no estamos solos. La presencia del otro me hace ser yo, la presencia del otro me impide ser nadie. Casi siempre se relee esta presencia en forma negativa. Ahí está el célebre apotegma de Sarte apuntando que el infierno son los otros. Es sencillo argüir que el infierno es una vida en la que no hay otros. Cito de memoria, y por tanto seré inexacto, pero recuerdo que Verdú definía la felicidad como esa sustancia que se cuela entre dos personas cuando interactúan afectuosamente entre ellas. La felicidad no es un estado, no crece en la yerma soledad, sino que brota en el dinamismo compartido.
Justo mientras bosquejo este texto escucho en la radio una entrevista a Laura Martínez Calderón. Después de recorrer junto a Aitor Eginitz durante diez años el planeta Tierra en bicicleta, ha literaturizado la experiencia de los tres primeros años, centrados en Asia, China, Asia Central, Irán y África, en un libro titulado El mundo es mi casa. La autora comenta que de su nomadismo planetario le han llamado la atención sobre todo dos cosas. La primera es la cantidad de gente buena que hay por todos lados. La segunda es advertir la ideas absolutamente absurdas y prejuiciosas que tenemos sobre las personas que habitan en lugares remotos y culturalmente disímiles (y el sinsentido y aversión que la expeditiva aporofobia acrecienta si además sus poblaciones son pobres, añado yo). No es peregrino recordar aquí que somos ocho mil millones de habitantes en el planeta Tierra y, a pesar de la hiperconexión que permite el mundo pantallizado, el número de vínculos sólidos que mantenemos con los demás por muy elevado que sea siempre rozará el patetismo en comparación con semejante y apabullante guarismo demográfico.
Recuerdo una exposición científica a la que acudí hace unos años. Uno de los espacios trataba de mostrar con clarividencia nuestra visión prejuiciada y estereotipada de los demás. Se habían colocado dos pantallas digitales frente a frente en mitad de un diáfano y angosto pasillo. En una de las pantallas se emitía la grabación en video de un chico madrileño vertiendo opiniones de Bogotá y sus habitantes. En la pantalla de en frente, un chico bogotano discurseaba sobre la idiosincrasia de Madrid y los madrileños. Lo estrecho del pasillo hacía que ambas imágenes y sus voces chocaran en el espacio de tránsito, pero simbolizaba perfectamente la estrechez de miras de los interlocutores. Todo lo que argumentaban ambos sujetos asomaba contaminado de tópicos y prejuicios sobreconstruidos a través de la mediación de un lenguaje nacido de la propaganda, la infobesidad, el monocultivo de clichés prefabricados, la anorexia discursiva y nominativa que supone el hablar por hablar, puro consumismo lingüístico que propende a la banalización y la fruslería.
La idea basal del experimento interpelaba a la autocrítica y al cuestionamiento de nuestra hermeneútica. Si alguien de otro lugar afirma semejantes frivolidades y superficialidades de nosotros, es más que probable que a nosotros nos ocurra lo mismo, que empleemos prácticas discursivas análogas cuando hablamos de lugares y personas de los que no tenemos conocimiento suficiente como para construir una opinión y menos aún para ponerla a circular por el espacio público. Nos relacionamos con la otredad tanto próxima como distal desde la abstracción que permite el lenguaje. Por eso es tan sustancial ser cuidadosos con lo que decimos, nos decimos, nos dicen y decimos que nos han dicho. Nos relacionamos con el otro a través de prácticas lingüísticas. Muchas de esas prácticas nos llegan mediadas políticamente por intereses velados y contrarreflexivos. Admitir la propia ignorancia, o la presencia antioxidante de la duda, es fundamental para que nadie nos la mezcle con miedo y logre que nuestros sentimientos destilen odio al que no conocemos de nada. Ayudamos al otro cuando nos cuestionamos y reflexionamos críticamente sobre el acto del lenguaje con el que lo construirmos y lo pensamos. Es una forma inteligente de autosalvaguardia. Instauramos una lógica para que ese otro se interpele cuando nos construya y nos piense a nosotros. Y hable o calle en función del resultado.
José Miguel Valle. Escritor y filósofo
Foto portada: Fotografía de Serge Najjar
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